Propongo compartir lo que es mi empeño
Y el empeño de muchos que se afanan
Propongo, en fin, tu entrega apasionada
Cual si fuera a cumplir mi último sueño
Pablo Milanés, Proposiciones
Sevilla, 20/III/2020, Día Sexto
Hemos llegado al sexto día del confinamiento con el síndrome que he llamado en muchas ocasiones «de Errol Flynn». Los más antiguos del mundo digital saben que me refiero ahora, en el contexto del coronavirus, a que tengo que poner nombre a Todo Esto Que Me Rodea, que debo identificar bien, avanzando en desfiladeros existenciales que están situados en zona comanche permanente, pero sin la valentía e intrepidez aprendidas en mi niñez rediviva del General Custer o Errol Flynn (tanto monta, monta tanto), en los que de manera arrogante y sin despeinarse, con la botonadura reluciente y sin una mota de polvo en su traje y botas de montar, avanzaba este último con su Séptimo de Caballería para deshacerse de Caballo Loco (el coronavirus actual) o Víctor Mature (otra vez, tanto monta, monta tanto), sabiendo, eso sí, que al final del desfiladero podía estar siempre Olivia de Havilland (Beth) para fundirse en un abrazo eterno y casto, como si no pasara nada, que arrancaba aplausos eternos en el patio de butacas del Cinema Paradíso de mi infancia. Lo de menos era ya el final desastroso de la película, de cuyo nombre no quiero acordarme, en un país necesitado de escenas edulcoradas y de cartón piedra.
La vida es una película que forma parte de la filmoteca particular, que nunca tiene problema de espacio de almacenamiento gracias al maravilloso funcionamiento del cerebro. Además, con la particularidad de que es gratis total (hasta cierto punto, porque el coste anímico y existencial suele salir caro para muchas personas, probablemente para todos). Es lo que nos diferencia del mercantilismo de los necios, porque no confundimos valor y precio. Decía Mario Benedetti que “cuando creíamos que teníamos todas las respuestas, de pronto, cambiaron todas las preguntas”. Es verdad, de pronto cambió todo el coronavirus… Ocurre casi a diario porque nacemos sin una guía de cómo ser curiosos y saber hacer proposiciones que nos llenen el alma para vivir dignamente, fuera de toda duda, para ser felices, instalados en la utilidad de lo que muchos llaman vida inútil, pero que son siempre respuestas necesarias, baratas y al alcance de la mano: soñar despiertos, amar con locura y ser dignos con la disponibilidad de los bienes naturales y públicos que están a nuestro alcance.
El confinamiento puede ser un tiempo propicio para las proposiciones dignas y honestas, ante un mundo que rodeado por este enemigo real, de nombre galáctico, llamado Covid-19, pregunta tanto y sin cesar en un síndrome de los porqué de un Niño Peter Pan siempre redivivo. Creo que la disponibilidad de un tiempo para pensar nos permite recurrir a algo que olvidamos a diario y que puede ser un incentivo para ser más felices: olvidarnos de las respuestas que no nos gustan en la forma actual de ser y estar en el mundo, proponiendo ideas y cosas útiles para todos e instalarnos por una vez en el terreno de las proposiciones. Según la Real Academia Española, proponer es “manifestar con razones algo para conocimiento de alguien, o para inducirle a adoptarlo”, aunque el Diccionario de Autoridades da un sentido al lema «proponer» de especial relevancia: «representar o hacer presente con razones a uno alguna cosa, para que llegue a su noticia, o para inducirle a hacer lo que desea». Impecable propuesta cuando deseamos que el bien se haga difusivo de sí mismo para todos.
Recuerdo que Pablo Milanés lo sintetizó muy bien en una canción muy corta, Proposiciones, porque lo bueno, si breve, dos veces bueno. Pensando en la letra de aquella canción, no hacen falta ya muchas palabras para compartir este empeño de compartir ilusión por cambiar ahora lo que no nos hace felices, por mucho que el mercado se empeñe en convencernos que la felicidad es tener y no ser. Es más fácil estar atentos a disfrutar esta jornada, sin ir más lejos, en un curso acelerado de respeto al carpe diem,inquietando el gusto de los demás a través de los sentidos, compartir mensajes que entusiasmen a los demás, sobre todo a los que están más cerca, lanzándonos por caminos y veredas virtuales ahora anunciando que otro mundo es posible, porque la primavera y el verano llegan siempre, de forma puntual y con sus cosas, haciendo nuestro el crisol de esta morada.
Lo he manifestado varias veces en hojas sueltas de este cuaderno digital: necesitamos declarar las proposiciones decentes para avanzar en una sociedad más justa para todos. Ese es mi empeño. Escuchamos ahora todos los días noticias que reflejan un mundo atacado por el coronavirus en búsqueda permanente de soluciones inmediatas que no existen. Faltan proposiciones compartidas para aunar esfuerzos y voluntades a través del amor y el sufrimiento, como aquellos habitantes ejemplares de Santa María de Iquique, de los que aprendí tanto al escuchar atentamente su proposición a unos mensajeros de nombre araucano, Quilapayún, que no olvido.
Son cosas del confinamiento, de las proposiciones dignas y de la necesidad de compartir nuestros empeños, escuchando atentamente a Milanés en su estrofa final, compartiendo nuestros empeños individuales y colectivos cual si fuéramos a cumplir el último sueño.
CLÁUSULA ÉTICA DE DIVULGACIÓN: José Antonio Cobeña Fernández no trabaja para ninguna empresa u organización religiosa, política, gubernamental o no gubernamental, que pueda beneficiarse de este artículo, no las asesora, no posee acciones en ellas ni recibe financiación o prebenda alguna de ellas. Tampoco declara otras vinculaciones relevantes aparte de su situación actual de jubilado.
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