Cambia, todo cambia en la nueva normalidad

Sevilla, 30/IV/2020

Escuchamos el nuevo constructo desde hace días como si fuera el oráculo de Delfos: iniciamos una «nueva normalidad». Desentrañar estas palabras es un dilema necesario para que nos enfrentemos a él de la mejor forma posible. El problema surge cuando escudriñamos qué es lo normal en la vida y su derivada, la normalidad, en un mundo que se nos presenta lleno de incertidumbres y con un enemigo público número 1 llamado COVID-19.

Las mudanzas han sido una constante en mi vida, porque he aceptado siempre con buen talante que en la vida se producen variaciones del estado que tienen las cosas, “pasando a otro diferente en lo físico ú lo moral” (Diccionario de Autoridades, RAE, 1734). Las he vuelto a revivir al leer una frase de un cómico americano Steven Wright, al afirmar que escribía un diario desde su nacimiento y como prueba de ello nos recordaba sus dos primeros días de vida: “Día uno: todavía cansado por la mudanza. Día dos: todo el mundo me habla como si fuera idiota”. Es una frase que simboliza muy bien las múltiples veces que hacemos mudanza en el cerebro porque cambiamos o nos cambian la vida (el estado que tienen las cosas) muchas veces a lo largo de la vida. Y el cerebro lo aguanta todo y…, lo guarda también. Es una dialéctica permanente entre plasticidad cerebral y funcionamiento perfecto del hipocampo (como estructura que siempre está “de guardia” en el armario de la vida).

Suelo acudir siempre a la historia y a la filosofía para intentar buscar razones de la razón y del corazón con objeto de abordar de la mejor manera posible la nueva normalidad, la nueva mudanza. También he localizado en mi memoria de hipocampo, esa estructura cerebral encargada de ordenar de la mejor forma posible la memoria personal e intransferible, una canción que salta como un resorte en mi cabeza cada vez que se habla de cambiar algo porque en el fondo esta palabra, cambio, es una constante en nuestras vidas desde que nacemos. Vivimos porque todo cambia en nuestra forma de ser y estar en el mundo. Gracias a los cambios diarios, segundo a segundo, en nuestro organismo, vivimos, estamos y somos. En definitiva, enfrentarnos al cambio en nuestra vida es el resultado de aunar conocimiento, habilidades y actitudes ante algo inexorable que tenemos que saber integrar a la mayor brevedad posible: todo cambia y que yo cambie no es extraño.

La geopolítica del coronavirus COVID-19, porque hay que recordar que ya nos hemos enfrentado a otros, nos demuestra que casi ocho mil millones de personas que hoy poblamos el planeta Tierra, con un crecimiento demostrado cada 0,38 segundos, tenemos que abordar la nueva normalidad e integrarla sin un manual claro de supervivencia mientras no ganemos esta batalla por vivir la normalidad que, repito, siempre es cambiante. El principal problema está en nosotros, en ese conjunto de conocimiento de qué es lo que va a cambiar, la disciplina de adquirir nuevas formas de comportamiento ante los cambios de escenarios para vivir que se ordenen y, lo mejor de todo, educar la actitud para enfrentarnos a una nueva forma de ser y estar en el mundo.

Algo curioso que ha ocurrido durante el estado de alarma en el país es la recurrencia a canciones olvidadas de la banda sonora de este país a modo de búsqueda desesperada de letras convincentes que aúnen nuestro sentimientos y emociones para resistir en tiempos difíciles.  Me he puesto manos a la obra y he recordado a la cantora Mercedes Sosa (cantante es el que puede y cantor el que debe, según Facundo Cabral), que cuando cantó Todo cambia con letra y música del músico chileno Julio Numhauser (fundador de mi querido grupo Quilapayún), lo grabé en mi razón y en mi corazón, en etapas muy difíciles de este país arrasado por el virus del odio y de las dos Españas, que han quedado registradas en la memoria situada en una región profunda de mi cerebro, el hipocampo, como aprendizaje de su compromiso activo a través de la música:

Cambia lo superficial
Cambia también lo profundo
Cambia el modo de pensar
Cambia todo en este mundo

Es verdad. Quienes no se adaptan a los entornos cambiantes, sufren mucho porque pierden seguridad en el qué pensar, qué hacer y qué sentir de todos los días. La historia demuestra que esta realidad viene de antiguo, desde la etapa presocrática, cuando Heráclito de Éfeso pretendió que las personas dignas nos acostumbráramos a pensar que todo fluye y que nada permanece, como actitud vital, porque solo hay que pensar en una imagen preciosa: nadie se baña dos veces en el mismo río, es decir, la nueva normalidad ya está instaurada en la sociedad de todos los días. Porque no controlamos la perpetuidad de lo que hacemos, vivimos, somos, sentimos y conocemos.

Cambia el rumbo el caminante
Aunque esto le cause daño
Y así como todo cambia
Que yo cambie no es extraño

En estos días, especialmente duros en la vertiente de salud y confinamiento, con su impacto terrible en los ámbitos políticos, económicos y laborales, estamos tomando conciencia de que sufrimos el síndrome de la inadaptación permanente ante una situación de la que hemos perdido el control, tomándolo quizá otros vestidos de negro que ni siquiera conocemos a veces y que están perfectamente identificados, habiéndonos quedado con su cara, que es la de siempre, la que refleja de forma dura una seria advertencia: ¡es el dinero, idiota!, que decía el asesor de Nixon, no sé si ahora el de Trump, no es bueno tanto cambio y esto no puede continuar así, arriesgando tanto dinero de unos pocos en un mundo de muchos, que además es muy manirroto:

Pero no cambia mi amor
Por mas lejos que me encuentre
Ni el recuerdo ni el dolor
De mi pueblo y de mi gente

Les cuento ahora la verdad, la intrahistoria de estas palabras. Mantengo en mi memoria de secreto un texto escrito en 2011 sobre el Club de las Personas Dignas,  He considerado que hoy es bueno que hablemos de esto en el Club, por higiene mental, para reforzar las actitudes cotidianas en lo que vivimos, hacemos y sentimos, aunque reconozcamos que la situación del coronavirus nos ha hecho mucho daño, pero compartiremos la realidad cambiante que se inicia en la fase 0 presentada por el Presidente, hasta que al animarnos y respetar a los que animan a los animadores, integremos en nuestra inteligencia de todos y en la de secreto, que cambiar no es extraño…, porque no cambiamos el amor a lo que queremos, por mucho que nos cueste, porque somos coherentes, porque los principios permanecen, aunque tomemos conciencia plena de que para los tristes y los tibios, cada uno en su Club, tanto cambio no lleva a nada bueno. De esta forma, el cambio hacia la nueva normalidad no será ya algo extraño en nuestras vidas:

Lo que cambió ayer
Tendrá que cambiar mañana
Así como cambio yo
En esta tierra lejana

Cambia el rumbo el caminante
Aunque esto le cause daño
Y así como todo cambia
Que yo cambie no es extraño

Creo que viendo y escuchando también el vídeo de Julio Numhauser junto a su hijo, cantando «su» canción compuesta en su exilio en Suecia, se comprende bien que me atreva a proponer esta canción como el himno del nuevo orden mundial, de la nueva normalidad. Divulguémosla porque nos llena el corazón de realidad y esperanza.

CLÁUSULA ÉTICA DE DIVULGACIÓN: José Antonio Cobeña Fernández no trabaja para ninguna empresa u organización religiosa, política, gubernamental o no gubernamental, que pueda beneficiarse de este artículo, no las asesora, no posee acciones en ellas ni recibe financiación o prebenda alguna de ellas. Tampoco declara otras vinculaciones relevantes aparte de su situación actual de jubilado.

Elogio de la curiosidad

Sevilla, 29/IV/2020

Quien siga de cerca las páginas de este cuaderno digital habrá podido observar que soy un apasionado de la curiosidad en su vertiente sana, que decía el diccionario de Covarrubias, es decir, que soy capaz de admirarme de casi todo y de casi todas las personas, en su versión aristotélica, escudriñando lo más íntimo de la propia intimidad de las personas y de las cosas. Es como si se prolongara la vida en una eterna pregunta de niño marxiano de cuatro años que siempre pregunta en bucle el porqué de todo lo que se mueve porque, dicho sea de paso, alguien o algo tuvo la responsabilidad hace millones de años de poner en marcha el universo. De ahí las eternas preguntas de los creacionistas y evolucionistas: averiguar quién fue o cómo era el “primer motor inmóvil”, como curioseaba Aristóteles en sus obras.

LA JOVEN DE LA PERLA1

Siempre he sentido curiosidad por todo, en un mundo plagado de cotilleo y cotillas, aunque bautizado últimamente como el universo del entretenimiento donde todo cabe y en el que la cultura digna brilla por su ausencia. Siempre he sentido la necesidad de comprender qué es admirarse ante lo que ocurre en nuestras vidas, por muy intranscendente que sea, algo que solo se consigue a través de la admiración, actitud que simbolizó para Aristóteles el comienzo de la filosofía, entendida como la capacidad que tiene el ser humano de admirarse de todas las cosas, de las personas, de sentir curiosidad diaria de por qué ocurren las cosas, de cómo pasa la vida, tan callando. Mi profesor de filosofía lo expresaba en un griego impecable, con un sonido especial, gutural y sublime, que convertía en un momento solemne de la clase esta aproximación a la sabiduría en estado puro: jó ánzropos estín zaumáxein panta (sic: anímese a leerlo conmigo tal cual y pronunciarlo como él). Es uno de los asertos que me acompañan todavía en muchos momentos de mi vida, en los que la curiosidad sigue siendo un motivo para la búsqueda diaria del sentido de ser y estar en el mundo, de admirarme todos los días de él.

Ante un escenario tan atractivo para descubrir islas desconocidas y curiosas del conocimiento, acudo con frecuencia a mi manual de cabecera, Una historia natural de la curiosidad, donde Alberto Manguel explica en sus 541 páginas aspectos mágicos de esta realidad humana que tantas respuestas da a la vida, incluso en momentos de pandemia. Ser curiosos eleva el espíritu y eso me basta. Así lo sugería Cicerón, según aparece en una copia realizada en el siglo IX de un texto suyo en el que, al final de una frase, aparecía un signo de pregunta que se representaba por una escalera ascendente hacia la parte superior derecha de la línea de texto, «en una serpenteante línea diagonal que nace en la parte inferior izquierda” (1).

Cuando se publicó este libro excelente, leí un artículo extraordinario que sintetizaba muy bien su obra. Así lo recogí en un post del que entresaco una pregunta y respuesta de Manguel que me sobrecoge siempre que la leo porque comprendo perfectamente la depreciación de la curiosidad en estos tiempos modernos: “¿Para qué la sociedad y el poder arrinconan la curiosidad? Si haces una caja cuadrada, debes crear elementos con ángulos rectos para que entren en ella. Si crean una sociedad de consumo deben crear consumidores, si no, no funciona. El sistema tiene que impedir que te hagas preguntas esenciales porque si te las haces no hay más consumo. Por eso la sociedad no alienta la reflexión. Es un sistema depredador que busca el beneficio en una estructura productiva”.

LA JOVEN DE LA PERLA

Entretenido en estas cuitas, ha leído hoy un artículo que elogia la curiosidad: “La joven de la perla desvela sus secretos. El Mauritshuis analiza la famosa obra de Vermeer en un laboratorio transparente a la vista del público” (2). Se trata de la investigación sobre el cuadro de Vermeer, que me ha impresionado siempre al contemplarlo. Es la primera vez que se comparte con el público el proceso de investigación sobre un cuadro de tanto prestigio: “La joven de la perla es un icono y una imagen en tres dimensiones: por el lienzo mismo, las capas de pintura, el efecto de los brillos… Queremos saber el origen de los materiales y la composición de los pigmentos. El escaneado de la obra llevará tres días, y luego veremos qué hay debajo”, asegura Abbie Vandivere, conservadora y jefa de investigaciones de la sala. Con la información obtenida, ella publicará a diario un blog ilustrado. El visitante podrá consultar a su vez los trabajos gracias a los iPads colgados fuera del laboratorio. Los resultados definitivos se esperan dentro de un año”.

Pasen y vean el vídeo de esta obra de Vermeer y sus sanas curiosidades. Podrán contemplar directamente su firma en el cuadro, hasta ahora casi perdida, las cortinas verdes de fondo, sus pestañas y la forma maravillosa de trasladarnos el brillo de su perla. Por no hablar, sino contemplar ahora, el azul lapislázuli del turbante turco o azul ultramar que Vermeer compraba en el marcado de Delft, su ciudad natal, traído expresamente desde Afganistán. Fascinante. Curiosidad de curiosidades todo es curiosidad y no placer inútil, como me enseñó hace poco el profesor Nuccio Ordine en su preciosa obra La utilidad de lo inútil.

El placer de la curiosidad sabia no es transmisible automáticamente a los demás, sino que es imprescindible adquirir el conocimiento liberador, trabajarlo internamente a través del esfuerzo de cada persona a la hora de plantearse gozar de los que algunos llaman placeres inútiles para alejarlos del poderoso caballero don dinero. Así lo reconocía hace ya muchos siglos Sócrates en su diálogo Banquete: “Estaría bien, Agatón, que la sabiduría fuera una cosa de tal naturaleza que, al ponernos en contacto unos con otros, fluyera del más lleno al más vacío de nosotros. Como fluye el agua en las copas, a través de un hilo de lana, de las más llena a la más vacía”, porque siempre está presente en almas curiosas la dialéctica del valor y precio de lo que se descubre, de lo que se admira y de lo que se goza a cambio de nada.

(1) Manguel, Alberto (2015). Una historia de la curiosidad. Madrid: Alianza Editorial, p. 17.

(2) https://elpais.com/cultura/2018/02/26/actualidad/1519652407_262533.html

CLÁUSULA ÉTICA DE DIVULGACIÓN: José Antonio Cobeña Fernández no trabaja para ninguna empresa u organización religiosa, política, gubernamental o no gubernamental, que pueda beneficiarse de este artículo, no las asesora, no posee acciones en ellas ni recibe financiación o prebenda alguna de ellas. Tampoco declara otras vinculaciones relevantes aparte de su situación actual de jubilado.

¡Busquen a un niño o a una niña en el Congreso! (II)

Sevilla, 28/IV/2020

Es la segunda vez que escribo sobre esta petición situándome virtualmente ante el Congreso, lugar sagrado para la democracia y que mañana se reunirá de nuevo en sesión plenaria para tratar asuntos del Estado de Alarma, en un Orden del Día que he repasado punto por punto. Visto lo visto en sesiones anteriores, que prefiero no recordarlas, traigo a colación de nuevo unas palabras de Nicholas Negroponte, en un libro de consultoría en estrategia digital (1) que me ha acompañado durante años de vida profesional, porque necesitamos a los niños y a las niñas para solucionar problemas complejos de la vida: “Mi consejo para cualquier directivo no-digital (es decir, la mayoría de los directivos actuales) es que no deben tener en cuenta a su departamento de informática y lo que deben hacer es “contratar a un niño”. Lo decía en 1998 en referencia a que el mundo tecnológico lo iban a dirigir en un futuro no lejano los niños porque influyen en el mercado, marcan tendencias y en última instancia “tenemos que aprender de ellos”.

Esta reflexión, que figura en el libro citado anteriormente y que me regalaron en una magnífica conferencia de Eduardo Punset a la que asistí hace ya muchos años, la he asociado siempre a la genialidad de Groucho Marx, en aquella frase gloriosa en Sopa de ganso en una reunión memorable de la Cámara de Diputados de Freedonia: “¡Hasta un crío de cuatro años sería capaz de entender esto!… Búsqueme un crío de cuatro años, a mí me parece chino“. Es lo que tendríamos que gritar los demócratas en una manifestación multitudinaria y virtual ante el Congreso de los Diputados, porque sus señorías están obligatoriamente obligadas a entenderse, cuando contemplamos el diálogo de sordos en el que se desarrollan las sesiones en torno a los estragos del coronavirus en nuestro país y en su escalado mundial que tanto nos afecta también. El resultado de las urnas es el que hay que aceptar por parte de los representantes actuales en la Cámara, en concreto los del amplio espectro de las derechas y los nacionalismos exacerbados ante un Gobierno legítimo, en lugar de seguir atrincherados en sus estrategias políticas despreciando el interés general. Sería recomendable leer las actas del Parlamento de Portugal en su sesión de 6 de abril, para aprender de ellos. Rui Rio, líder del partido de la oposición portugués (PSD), pronunció ese día un discurso ejemplar: «Para mí, en este combate, éste no es un Gobierno de un partido adversario, sino el Gobierno de Portugal, al que todos tenemos que ayudar en este momento […] Señor primer ministro, cuente con la colaboración del PSD. En todo lo que podamos, le ayudaremos. Le deseo coraje, nervios de acero y mucha suerte, porque su suerte es nuestra suerte».

Hasta un niño o una niña de cuatro años son capaces de entenderlo.

(1) Downes, Larry y Mui, Chunka (1999). Aplicaciones asesinas. Estrategias digitales para dominar el mercado. Harvard Business School Press: Boston (Massachusetts). El título, que se antoja como imposible, ha intentado respetar el del original en inglés, aunque hubiera sido más correcto el de Desarrollos devastadores. Recomiendo consultar el constructo “aplicación asesina” (killer app) en el mundo digital, para comprender bien su significado exacto.

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Los niños y las niñas se salen del cuadro del confinamiento

huyendo-de-la-critica
Pere Borrell y del Caso, Huyendo de la crítica (1874).

Sevilla, 27/IV/2020

Desde ayer, mediante lo publicado en la Orden de 25 de abril, sobre las condiciones en las que deben desarrollarse los desplazamientos por parte de la población infantil durante la situación de crisis sanitaria ocasionada por el COVID-19, los niños y niñas de este país pueden hacer diariamente una salida controlada que “puede reportar beneficios asociados a un estilo de vida más saludable, prevenir algunos problemas asociados al mantenimiento prolongado del estado de alarma, como puede ser la mejora de la calidad del sueño o la síntesis de vitamina D, así como una mejora en el bienestar social o familiar. Igualmente, cabe señalar que las condiciones de las viviendas y los estilos de vida no son iguales en todos los hogares, por lo que la declaración del estado de alarma supone un impacto desigual en la población infantil, afectando especialmente a aquellos niños y niñas que viven en condiciones de vida de mayor vulnerabilidad”.

En tal sentido, he recordado un post que escribí en 2016, Cuando nos salimos del cuadro de la vida, en el que hacía referencia a una exposición que se celebró en ese año en el Museo del Prado, con una denominación muy sugerente, Metapintura. Un viaje a la idea del arte (Museo Nacional del Prado 15/11/2016 – 19/02/2017), que recogía un hecho transcendental en el mundo del arte: la pintura es necesario interpretarla alguna vez sobre la propia pintura. Entre los cuadros expuestos, proveniente de galerías y museos internacionales, así como de colecciones públicas y privadas, me llamó la atención uno en particular. Se titulaba, Huyendo de la crítica, y es un trampantojo del pintor catalán Pere Borrell y del Caso, pintado en 1874.

Como reflexionaba en aquella ocasión, creo que la representación de lo que nos sucede en determinados momentos de la vida, tan duros en estos días por el confinamiento a lo largo de seis semanas, se puede expresar muy bien examinando con detenimiento esta pintura. Todos, sin excepción, vivimos en el cuadro que nos pinta la vida a diario, ahora con un marco férreo que nos limita por el marco legal establecido. Así nos ven y así lo contamos a los demás. Así nos vemos y así figuramos ante los otros, con dificultades notorias para salirnos del marco oficial establecido tanto a nivel familiar, en el que nos vemos abocados a pasar las veinticuatro horas, como laboral (teletrabajo) y social (pautas de distanciamiento preventivo).

Groucho Marx, a quien acudo tantas veces para comprender la vida, como su conocida referencia al famoso niño de cuatro años, me lo recuerda muchas veces: que se pare el mundo que me bajo. Ahora, contemplando este cuadro tan extraordinario, podría decir sin sonrojo alguno: que pare la exposición permanente de mi vida, que necesitamos salir del cuadro impuesto por la legislación vigente en torno al estado de alarma. Es verdad y se ha comenzado por los niños y niñas que ya pueden salir poco a poco con las medidas anunciadas en la Orden citada de 25 de abril. El final del túnel comenzamos a verlo y ya se están dando los primeros pasos para no seguir tensando la situación de confinamiento actual.

La pintura de Borrell es una metáfora visual preciosa, en la que este niño asustado quiere salir del cuadro actual de confinamiento aunque sea con importantes limitaciones. En este contexto, quiero prestar especial atención a situaciones que recoge especialmente la Orden citada al comienzo de este post: «Igualmente, cabe señalar que las condiciones de las viviendas y los estilos de vida no son iguales en todos los hogares, por lo que la declaración del estado de alarma supone un impacto desigual en la población infantil, afectando especialmente a aquellos niños y niñas que viven en condiciones de vida de mayor vulnerabilidad”. Una vez más me acuerdo de los niños y niñas de Sevilla, que se mostraban en el documental cinematográfico estrenado en 2015, Alalá (alegría, en caló), que me conmueve cada vez que lo veo, saliéndome personalmente del cuadro estático de la vida de todos los días, para intentar comprender que el mundo de los niños y niñas de la barriada de las Tres Mil Viviendas, en Sevilla, contado maravillosamente en esta película, nos permite vislumbrar que otro mundo es posible y muy diferente al que muchas veces nos pintan a diario, porque Groucho ya lo dijo metafóricamente: que busquen a esos niños de cuatro años y más, en las Tres Ml Viviendas, Los Pajaritos, Amate, Polígono Norte, El Vacie, por ejemplo, que lo saben casi todo al salir con alegría (Alalá) de los cuadros de su dura vida.

Es lógico que, como ellos, queramos huir hacia otro mundo donde el arte de vivir no se compre ni se venda en el supermercado del consumo, ni en museos vivientes no inocentes. Sin más marco que el de la dignidad humana, que da la felicidad auténtica cuando se entra en él y del que, hoy por hoy, no me gustaría salir. A pesar de todo, porque en la gran exposición del mundo en que vivimos, que podría llevar por título «Metavida», tenemos que plantearnos alguna vez que la vida digna hay que interpretarla alguna vez sobre la propia vida, saliéndonos todas las veces que haga falta de los marcos que nos impone a diario la sociedad más allá del coronavirus y que no nos gustan. O como ocurre ahora, porque la pandemia que nos asola no nos hace sufrir a todos de la misma forma, porque está siendo muy duro para los que menos tienen.

No deberíamos olvidarlo y una muestra puede ser estando cerca de la actividad social en torno a estos marcos sociales tan preocupantes. Como los que cuida la Asociación Educativa y Social Nuestra Señora de la Candelaria, que atiende a un complejo mundo de barriadas muy pobres en Sevilla (Tres Barrios-Amate), un oasis en medio de un desierto, como se definen a sí mismos, colaborando cada uno, cada una, de la mejor forma que sepa o pueda hacerlo.

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Los sueños de Marcos

MARCOS 1986

Sevilla, 26/IV/2020

Al igual que pasa en la celebración clásica de los santos, las publicaciones también pueden tener su octava. En este caso, ayer, festividad de San Marcos evangelista, vio la luz una publicación nueva, Los sueños de Marcos, que pongo a disposición de la Noosfera desde hoy mismo y de la que publico a continuación un extracto del prólogo:

«Este libro recoge una selección de artículos publicados en mi blog, El mundo solo tiene interés hacia adelante, en los que mi hijo, nuestro hijo, de nombre Marcos, ha estado presente a lo largo de sus casi quince años de vida. Todo empezó en diciembre de 2005 y así lo expuse en la declaración de principios que publiqué el primer día de vida de este cuaderno digital: “Inicio una etapa nueva en la búsqueda diaria de islas desconocidas. Internet es una oportunidad preciosa para localizar lugares que permitan ser sin necesidad de tener. La metáfora usada por Saramago [en El cuento de la isla desconocida] será una realidad cuando ante el fenómeno de la hoja en blanco, teniendo la oportunidad de decir algo, esto sea diferente y sirva también para los demás. Puerta del Compromiso. Es lo que aprendí hace muchos años de Ítalo Calvino en su obra póstuma “Seis propuestas para el próximo milenio”: “…es un instante crucial, como cuando se empieza a escribir una novela… Es el instante de la elección: se nos ofrece la oportunidad de decirlo todo, de todos los modos posibles; y tenemos que llegar a decir algo, de una manera especial” (Ítalo Calvino, El arte de empezar y el arte de acabar)».

De alguna forma deseo devolver a Marcos, después de este tiempo pasado, el agradecimiento por haberme animado a emprender esta tarea que a día de hoy supone haber publicado más de mil cuatrocientos artículos o posts, en el lenguaje propio de este tipo de comunicación social. En aquel momento hice un contrato social con Jose Saramago, cuando acompañado por mi hijo Marcos elegí el dominio que me abría el cuaderno digital al universo entero. Fundamentalmente, porque no quería que fuera inocente, como no lo es ideología alguna de este mundo en danza perpetua, deseoso de seguir buscando islas desconocidas, una vez tomada la decisión de acudir solamente a las puertas de las decisiones y de los compromisos, no a las de regalos o a las de peticiones, que me permitieran como al protagonista de su cuento de la isla desconocida, descubrir junto a la sencillez de una mujer de la limpieza qué significado tiene salir de nosotros mismos para encontrarnos”.

Espero que disfruten con la lectura de las páginas que vuelven a estar presentes en la malla pensante mundial a través de la Noosfera (del griego “nóos” inteligencia y “sfaíra” (1), esfera: conjunto de los seres inteligentes con el medio en que viven, de acuerdo con la definición de la Real Academia Española, aceptada desde 1984), como tercer nivel o tercera capa envolvente (piel pensante) de las otras dos: la geosfera y la biosfera. Traigo a colación esta referencia porque es la quintaesencia de este blog, con un título programático: El mundo solo tiene interés hacia adelante, ahora mucho más valioso como aserto en tiempos de coronavirus.

En un libro recopilatorio de artículos de Tom Wolfe, El periodismo canalla y otros artículos, encontré en 2001 una referencia a Teilhard de Chardin (a quien debo mi interés manifiesto por el cerebro desde 1964 y que preside diariamente este cuaderno digital), que tiene una actualidad y frescura sorprendentes: “Con la evolución del hombre –escribió-, se ha impuesto una nueva ley de la naturaleza: la convergencia”. Gracias a la tecnología, la especie del Homo sapiens, “hasta ahora desperdigada”, empezaba a unirse en un único “sistema nervioso de la humanidad”, una “membrana viva”, una “estupenda máquina pensante”, una conciencia unificada capaz de cubrir la Tierra como una “piel pensante”, o una “noosfera”, por usar el neologismo favorito de Teilhard. Pero ¿cuál era exactamente la tecnología que daría origen a esa convergencia, esa noosfera? En sus últimos años, Teilhard respondió a esta pregunta en términos bastante explícitos: la radio, la televisión, el teléfono y “esos asombrosos ordenadores electrónicos, que emiten centenares de miles de señales por segundo”. La cita es lo suficientemente expresiva de lo que Teilhard intentó transmitir a la humanidad a pesar del maltrato que sufrió por la Autoridad competente del momento, tanto científica, como ética y, por supuesto religiosa. Todo tiene interés si el mundo frecuenta el fututo yendo siempre hacia adelante.

Este libro recopilatorio se lo debía a Marcos. El llamado “dominio” del blog, igualmente. Sus sueños compartidos a lo largo de su vida también merecían este reconocimiento, porque he aprendido de él que soñar nos permite siempre crear cuando estamos despiertos.

NOTA: la imagen fue tomada por el autor en Benalmádena (Málaga), en agosto de 1986.

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25 de abril: en cada esquina un amigo, una amiga y en cada rostro, igualdad

Sevilla, 25/IV/2020

Cuando llega el 25 de abril de cada año, no olvido estas palabras de Grândola, Vila Morena, cantada por Zeca (Jose) Afonso. Recuerdo como si fuese ayer la revolución de los claveles en Portugal. Es un día muy importante en mi agenda personal de asuntos importantes e inolvidables que, año tras año, he explicado en este cuaderno especial. Necesito leer con atención reverencial esta reflexión recurrente junto a otro hecho importante en mi vida, porque también se celebra hoy la festividad de San Marcos, aunque siempre he preferido bajarlo de la peana y hablar de él como un joven de nombre Marcos, muy atrevido en tiempos de cólera social ante un revolucionario muy próximo a él. Para mí, un excelente periodista que contaba lo que interesaba en aquel momento a la gente, en la clave que aprendí de Eugenio Scalfari, el fundador de La Repubblica de Roma, cuando decía que “periodista es gente que le dice a la gente lo que le pasa a la gente”.

Abro unas páginas especiales de este cuaderno digital, cerca de Marcos y Jose Afonso, para compartir la lectura de palabras llenas de compromiso activo en mi alma:

Cada año vivo este día de forma especial. En primer lugar, porque celebramos el santo de nuestro hijo Marcos, no tanto por el olor de la santidad de su nombre sino porque su nombre programático, que ya he explicado otras veces en este cuaderno digital, me activa la memoria de hipocampo para recordar que poner el nombre no debe ser nunca una tarea inocente, sino un programa de vida que hay que cumplir. Marcos, un avezado “periodista” en tiempos de Jesús de Nazareth, hizo un trabajo encomiable: preparar las buenas noticias de un tal Jesús a pesar de hacer una maravillosa crónica de una muerte anunciada (lo que luego se llamó “evangelio”), de que el mundo podía cambiar, de que podemos ser diferentes, más siendo que teniendo: “Al apearlo de la peana santa, Marcos es hoy símbolo de revolución humana, de los que pensamos que todavía es posible ser personas en su real medida, la que cada uno desea a pesar de los pesares”. Marcos fue el intérprete directo y sincero de las historias que contaba Pedro sobre la amistad que tuvo con Jesús de Nazaret, y que le sobrecogió de tal forma que decidió grabarlas en su cerebro y transmitirlas boca a boca a toda aquella persona que quisiera escucharle, tal como lo ha confiado a la historia Eusebio de Cesarea: Porque todo su empeño lo puso en no olvidar nada de lo que escuchó y en no escribir nada falso (Eusebio, Hist. Ecl. iii. 39).

En segundo lugar, porque tal día como hoy, hace ya cuarenta y seis años, aprendimos de la revolución de los claveles que era verdad, que la vida puede y debe ser más agradable para todos, sobre todo para los que menos tienen. Y que las revoluciones silenciosas o ruidosas existen, son necesarias y triunfan cuando compartimos ideologías, sentimientos y emociones: “En 1974, tal día como hoy, 25 de abril, festividad de San Marcos, muchos portugueses pensaron en sus corazones que otro mundo era posible en su país y surgió la revolución de los claveles, con expresiones cantadas por Jose Afonso (Grândola, Vila Morena) de forma admirable:

“en cada esquina, un amigo
en cada rostro, igualdad…”

No es una fecha inocente, como le ocurre siempre a las ideologías cuando son sinceras y comprometidas con las personas que nos acompañan a vivir juntos, con el tu quiero y mi puedo que cada uno, cada una, mejor conoce, se aplica a sí mismo y entrega a los demás. El pueblo es quien más ordena, Marcos del siglo XXI, es otra estrofa preciosa de la canción cantada por Zeca. Lo recuerdo hoy porque lo aprendí de Marcos, del siglo I, en Galilea y de Jose Afonso, del siglo XX, en su pequeño rincón de Grândola.

En plena crisis de la pandemia por el coronavirus, siguen vivos hoy los recuerdos de lo que nos enseñó Portugal en su revolución y nos sigue enseñando hoy día en su inteligente y equitativa acción política sociosanitaria tan cercana y ejemplar. También, de épocas en las que luchábamos como ellos por salir del túnel de la dictadura, sobre todo cuando escucho también una canción contemporánea de Luis Pastor, que me marcó desesperadamente, gracias a la composición de fondo creada por Mario Benedetti en su compromiso activo y porque ahora, más que nunca, ya no somos inocentes / ni en la mala ni en la buena / cada cual en su faena / porque en esto no hay suplentes:

Audio de Mario Benedetti recitando Vamos juntos

Vamos juntos (Letras de emergencia, 1969-1973, Versos para cantar)

Con tu puedo y con mi quiero
vamos juntos compañero

compañero te desvela
la misma suerte que a mí
prometiste y prometí
encender esta candela

con tu puedo y con mi quiero
vamos juntos compañero

la muerte mata y escucha
la vida viene después
la unidad que sirve es
la que nos une en la lucha

con tu puedo y con mi quiero
vamos juntos compañero

la historia tañe sonora
su lección como campana
para gozar el mañana
hay que pelear el ahora

con tu puedo y con mi quiero
vamos juntos compañero

ya no somos inocentes
ni en la mala ni en la buena
cada cual en su faena
porque en esto no hay suplentes

con tu puedo y con mi quiero
vamos juntos compañero

algunos cantan victoria
porque el pueblo paga vidas
pero esas muertes queridas
van escribiendo la historia

con tu puedo y con mi quiero
vamos juntos compañero.

Luis Pastor, Vamos juntos

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Para buscar la verdad, cada uno debe guardar la suya

LA VERDADUly Martín

Sevilla, 24/IV/2020

Llevo guardando mi verdad durante todos los años de mi existencia siguiendo el aserto de Machado: “¿Tu verdad? No la verdad. Y ven conmigo a buscarla. La tuya, guárdatela”. En tiempos de coronavirus tengo la necesidad imperiosa de conocer la verdad de lo que está pasando a través de la información verdadera, objetiva, contrastada, digna, bien transmitida y apeada de tecnicismos estadísticos que es muy difícil desentrañar cuando lo que nos ocupa es saber qué nos pude pasar ahora, mañana y el famoso día después el que todos hablan, en un mundo instalado en el desconcierto de amplio espectro.

El miércoles pasado asistí a la sesión del Congreso de los Diputados y fue frustrante escuchar a determinados representantes de los votantes pertenecientes a todas las latitudes de la derecha de este país, así como de nacionalismos exacerbados, lanzar exabruptos intolerables ante una situación en las que todos tenemos que unirnos ante el sufrimiento de enfermedad y muerte como nos asola, aunando voluntades como cantaba Quilapayún en homenaje a las víctimas de Santa María de Iquique. Sería injusto decir que todos los políticos son iguales, porque detecto perfectamente quién actúa y habla con la verdad conjunta, la tuya , la mía, la de muchos, no la suya solo, a pesar de todo. Las mentiras políticas nos llevan de la mano al descubrimiento de la falta de verdad que hay casi siempre detrás de ellas, aunque ya estábamos avisados por los agoreros y tertulianos del Reino Mediático que nos embarga, porque “eso ya se sabía que iba a ser así”, a pesar de la defensa que personalmente hago siempre del principio de confianza en el Estado Democrático, que no se gobierna solo, porque no lo hace bien cualquiera, no debe ser inocente, como elemento crucial de la democracia que defiende exclusivamente el Interés General de la Ciudadanía (el IGC de la Democracia, más importante seguro que PIB o el IPC que nos embarga).

Personalmente y como defensor con ardor guerrero de la Política que tanto ama Emilio Lledó, siguiendo a Aristóteles, en su ardiente impaciencia por difundir la verdad a toda costa a través de la palabra política, no quiero que cuando asista de nuevo a una sesión de ese Congreso citado, tenga que pensar inmediatamente en la advertencia de los títulos de crédito de muchas películas que tengo grabadas en mi persona de secreto: cualquier parecido de lo que se está hablando en esta sesión con la realidad es pura coincidencia.
He escrito muchas veces sobre la inquietante necesidad de búsqueda de la verdad política porque no es algo estático que se deba presuponer como el valor en las guerras, de cuya realidad no quiero acordarme ahora. A mí también me concierne una gran responsabilidad de protegerla, blindarla, no participando desde el sofá de mi casa, con silencios cómplices, en el Mayor Espectáculo del Mundo de la Mentira Política, en los medios cotillas de comunicación social y en las redes sociales, porque Todos los Políticos No Son Iguales. La verdad, como pasa con la realidad del campo, es para quien la trabaja. Hay que informarse, contrastar las noticias, despreciar los medios de comunicación tóxicos o tosigosos, instalados en la mediocridad de los bulos. Sabemos quiénes y cuántos son y es fácil quedarnos con sus cabeceras y siglas. Hay que denunciar la Mentira Política, bajo el eufemismo de bulos, porque se reviste de muchos disfraces de trajes de emperador que se venden al mejor postor de la indignidad política. Además, esta labor no es solo policial, es una tarea ciudadana de amplio espectro (como los antibióticos) de compromiso social para buscar conjuntamente la verdad, guardándonos cada uno la nuestra en este ejercicio urgente de responsabilidad ciudadana.

Con motivo de las elecciones generales en España en diciembre de 2015, escribí un post, “Si nos dijeran la verdad mentirían”, en el que finalizaba con una reflexión sobre la que hago hoy una operación rescate para comprobar si a través de mis palabras encuentro sentido a esta verdad que nos corroe en la película real del día a día en tiempos de coronavirus: “El problema radica también en que estamos sobrepasados por experiencias políticas pasadas, enmarcadas en mentiras que parecían en el mejor de los casos verdades a medias, muy lejos del interés general. Ahora hace falta altura de miras, sensatez extrema, diálogo donde la búsqueda de la verdad sea un esfuerzo común, guardándose cada uno la suya en aquello que no une, no toda la verdad, aunque comprendamos ahora mejor que nunca algo que experimentó en su experiencia vital el gran político canadiense Michael Ignatieff en su frustrada carrera hacia la presidencia de su nación: “Nada te va a causar más problemas en la política que decir la verdad”. Porque si no, solo nos quedará en nuestro pensamiento y sentimiento una reflexión […] que se podría convertir los próximos días en trending topic popular a todas luces: si nos dicen la verdad (algunos políticos, no todos), mentirían. Aprendiendo con humildad de la paradoja de Epiménides, cuando afirmó que todos los cretenses eran unos mentirosos, porque casualmente…, él también lo era”.

NOTA: la imagen se recuperó en este blog el 5 de enero de 2016, de http://sociedad.elpais.com/sociedad/2013/01/30/actualidad/1359573194_226490.html

CLÁUSULA ÉTICA DE DIVULGACIÓN: José Antonio Cobeña Fernández no trabaja para ninguna empresa u organización religiosa, política, gubernamental o no gubernamental, que pueda beneficiarse de este artículo, no las asesora, no posee acciones en ellas ni recibe financiación o prebenda alguna de ellas. Tampoco declara otras vinculaciones relevantes aparte de su situación actual de jubilado.

Cuando los libros tienen alma

Sevilla, 23/IV/2020

Hoy se celebra el Día Internacional del Libro, con la particularidad de que podemos ser grandes protagonistas de la efeméride de este año al estar rodeados de libros por todas partes en el confinamiento, comenzando por los libros de millones de niños y jóvenes de este país que los abren todos los días en horario docente programado para seguir sus clases. Cuando nos despertamos cada día, los libros están allí, donde los dejamos ayer, al igual que el dinosaurio de Monterroso.

En Andalucía se ha dedicado este día al filósofo Emilio Lledó, autor del año andaluz 2020, a quien profeso profundo respeto y admiración. En los momentos que vivimos nos hacen falta personas como Emilio Lledó, que nos recuerden que la palabra es un medio político inalienable para construir nuestras casas, nuestras ciudades, nuestras amistades, nuestras familias, nuestro trabajo, nuestra ideología, tal y como nos lo recuerda siempre Aristóteles en un texto muy querido para este autor premiado: “Pues la voz es signo del dolor y del placer, y por eso la poseen también los demás animales, porque su naturaleza llega hasta tener sensación de dolor y de placer e indicársela unos a otros. Pero la palabra es para manifestar lo conveniente y lo perjudicial, así como lo justo y lo injusto. Y eso es lo propio del hombre frente a los demás animales: poseer, él sólo, el sentido del bien y del mal, de lo justo y de lo injusto, y de los demás valores, y la participación comunitaria de estas cosas constituye la casa y la ciudad” (1).

Ya he comentado hace muy pocos días que una de las bondades que ofrece el confinamiento actual es la de cuidar el alma con la lectura de libros. Recuerdo que sobre las estanterías o nichos (bibliotecas, en griego) donde se colocaban los rollos de papiros que se podían leer en la Biblioteca de Alejandría, figuraba siempre un letrero sobrecogedor: lugar del cuidado del alma o más exactamente “Clínicas del alma”, tal y como nos lo ha transmitido el historiador siciliano Diodoro de Sículo en el siglo I a.C.

Amo la lectura, los libros, las librerías y tengo un respeto casi reverencial a las personas que están detrás de cada página bien escrita, sobre todo con alma. De los que critican cada publicación y aconsejan su lectura. De cada persona que está detrás de este círculo virtuoso del libro en todas sus proyecciones posibles, librerías incluidas y sobre las que he escrito en muchas ocasiones en este cuaderno digital porque las admiro. Sobre todo ahora, en tiempos de coronavirus.

Entro hoy en mi biblioteca doméstica y abro un libro que aprecio mucho. Sé dónde está cada uno y dentro de un orden que responde a una lógica temática y profesional. No es lo mismo la mesilla de noche, la sala de estar y ser o… el rincón de pensar. Lo recuerdo ahora por una lectura frecuente de un maestro del respeto a los libros y sus diferentes organizaciones, Alberto Manguel, al localizar en una de sus publicaciones dedicadas a los libros, una cita de un diccionario del siglo VII antes de Cristo que nos indicaba la importancia de la permanencia de un libro en el lugar en el que lo sitúa su legítimo dueño: “Que Is^tar bendiga al lector que no altere esta tablilla ni la coloque en otro lugar de la biblioteca, y se alce airada contra aquel que ose retirarla de este edificio”. Se puede entrever el respeto reverencial que la historia ha manifestado siempre sobre el cuidado exquisito hacia los libros. Es lo que con el paso de los siglos se ha expresado en roman paladino sobre la “distracción” consciente de los libros, en los que se manifestaba incluso la reserva de excomunión a quien hiciera tal cosa.

No olvido tampoco el mensaje de Guido Orefice, el protagonista de La vida es bella, por su ilusión de poner una librería (que también tuve yo en una época de mi vida), que le jugaría al final una mala pasada por la invasión nazi en Italia, teniendo que explicar a su hijo Josué, de nombre hebreo, qué cartel van a poner en la librería para prohibir determinadas entradas como la que han leído al detenerse en un escaparate para ver un posible regalo para su madre: prohibida la entrada a hebreos y perros. Para quitar hierro a la dramática situación que está viviendo con su hijo, lo resuelve con una respuesta genial:

Josué: – Pero nosotros dejamos entrar a todo el mundo en la librería.
Guido: – ¡No, mañana mismo también pondremos un cartel! A ver dime algo que te caiga mal.
Josué: – Las arañas. ¿Y a ti?
Guido – ¡A mí, los visigodos! A partir de mañana vamos a poner un cartel que diga. “prohibida la entrada a las arañas y a los visigodos”. Me tienen frito los visigodos. Se acabó.

Guido era un judío pobre que tenía tres ilusiones en su vida humilde: abrir una librería, comprender bien a Schopenhauer (por su canto a la voluntad como motor de la dialéctica pendular de la vida) y saber distinguir el norte del sur (que también existe). Todo quedaría en nada excepto su dignidad humana y el ejemplo para su hijo en el campo de concentración, sin libros ya, casi sin nada.

MICRORRELATO

También he recordado hoy una historia preciosa que sucedió en 2015 en una librería de Sevilla, La casa tomada, porque una vez una persona tuvo también el sueño de Guido Orefice: abrir una librería, sueño sobre el que escribí en este blog: “Un microrrelato de Mª José Barrios copiado a mano por Marta González para colocar en nuestra puerta, que seguro que hemos compartido por aquí más de una vez. Una foto improvisada de nuestro amigo Juan Antonio Hidalgo que desde hace una semana nos encontramos por todos lados, con miles de comentarios, “me gusta”, retuiteos y compartidos en redes sociales… y hoy nos topamos con esta noticia. No es la primera vez que el cuento se comparte en Internet, si bien es cierto que en esta ocasión ha tenido una repercusión sin igual. La única nota amarga, que no llega a empañar la alegría de las libreras, es que en la mayoría de los casos no se cita el nombre de la librería ni de la autora del microrrelato. Tampoco el cartel lo incluye, ya que su intención nunca fue la de llegar tan lejos, sino tan solo la de provocar la sonrisa de los clientes”.

María José Barrios nos trajo una reflexión, abriendo una librería, con nombre y apellidos, al mundo de la Noosfera. Cumplió el mejor sueño con una microhistoria muy bella del Sur, que también existe. Desde La casa tomada… por Internet. Esta es la razón de por qué busco libros con la linterna de Diógenes, para localizar libreros y libreras para una nueva forma de descubrir la vida pasada, presente y futura a través de algunos libros. Los que nunca se olvidan, porque hubo siempre una persona detrás que, como Lino [el librero de mi infancia en Madrid], te hablan de su quintaesencia, no de los fárragos en los que los sume el mercado. Sencillamente, porque siempre te ayudan a comprender que leer consiste en ver más allá de las páginas de un libro, como le ocurría a Guido Orefice, que quería ser librero para demostrar al mundo que, a pesar de todo, la vida es bella”.

Hay silencios al leer que hablan por sí solos y que cuidan con mimo nuestra alma. Es el motivo principal de por qué se hace imprescindible proclamar la necesidad de la lectura como medio de descubrimiento de la palabra articulada en frases preciosas, cuando lo que se lee nos permite comprender la capacidad humana de aprehender la realidad de la palabra escrita o hablada. Maravillosa experiencia que se convierte en arte cuando la cuidamos en el día a día, aunque paradójicamente tengamos que aprender el arte de leer siendo mayores, porque la realidad amarga es que muchas veces no lo sabemos hacer. Quizá podamos hacerlo en este confinamiento forzado, sobre todo para que no enfermemos del alma.

En la celebración del Día Internacional del Libro, estas palabras son un pequeño homenaje a los libros con alma y a Guido Orefice, un librero digno, como tantos miles que en este país, en esta Comunidad, intentan abrir sus puertas, virtualmente ahora, todos los días, para una comprensión de la vida diferente, porque casi todo está en los libros, hasta la posibilidad de ser más felices en tiempos de coronavirus.

El alma busca siempre refugio en la dignidad humana, un cortafuegos que suele encontrar su sitio en libros preciosos para comprender la imprescindible condición humana de la libertad. Para que no se olvide en un día tan importante como hoy.

(1) Aristóteles (2000). Política. Madrid: Biblioteca Básica Gredos, 1253 a.

ROSA1

Un regalo virtual para ti, lector o lectora, junto al post

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El futuro para almas inquietas

Sevilla, 21/IV/2020

Hace tres años escribí un post con motivo del estreno de una película singular, Brooklyn, que ayer recuperaron en televisión. Aquellas palabras vuelven a tener hoy plena actualidad, con un hilo conductor sobre el que ya he tratado en este cuaderno digital recientemente: el futuro ya no será lo que era. La pandemia mundial del COVID-19 nos lleva a reflexionar profundamente sobre el sentido de la vida presente en estos difíciles momentos y la respuesta no es fácil de descubrir a modo de bálsamo de Fierabrás.

En este contexto me reitero en el empeño de reconocer que existe un problema grave, consistente en que no existen manuales para preparar el futuro, el día después o al menos yo no los conozco. El problema es de tal magnitud que será necesaria una Reconstrucción del Mundo con un alcance que no se ha conocido jamás. Casi todas las respuestas que teníamos hasta ahora para casi todo lo que se movía en él hasta hace solo tres meses, desde la fecha del inicio de la pandemia, ya no sirven para casi nada y ahora, en medio de una incertidumbre mundial incalculable, tenemos que barajar el cambio masivo de todas las preguntas y respuestas para construir el nuevo futuro, la llamada «nueva normalidad» a tenor de lo ocurrido.

Pasen y lean el artículo escrito en 2016. Creo que cambiando lo que haya que cambiar en el contexto actual, puede ayudarnos a reflexionar sobre el valor del momento presente, en el que cada persona debe descubrir el mejor carpe diem de su existencia.

El futuro no se puede comprar

Ayer volví a recordar este gran aserto, por un mensaje explícito de una película muy bella, Brooklyn, que retrata una forma diferente de abordar todos los momentos presentes que conforman cada futuro real, personal e intransferible. Precisamente, el futuro es eso, la concatenación de presentes, de sucesivos carpe diem, sin concesión alguna a la seguridad plena de lo que ocurrirá hoy o mañana en cada momento después.

Se pueden comprar cosas, pero no el futuro, porque no es una mercancía que esté a la venta en el gran mercado del mundo, sino un derecho y un deber. Se puede planificar o soñar, pero garantizar lo que ocurrirá en un futuro próximo o lejano no es posible. Existe siempre un factor sorpresa llamado libertad que puede dar al traste el mejor futuro soñado, sin tener que recurrir a la melancolía de Groucho Marx cuando afirmaba de forma rotunda que el futuro ya no es lo que era (1).

La vida es una oportunidad para atender el mundo presente a través de la inteligencia, lo más preciado que tiene el ser humano. He estudiado durante muchos años la proximidad real al concepto [la inteligencia] y hoy, más que nunca, comprendo que la mejor definición sería aquella que asume la realidad social de cada uno en cada carpe diem: ser inteligente es ser capaz de resolver problemas en la relación consigo mismo y con los otros. Donde somos, estamos y vivimos. Desde la perspectiva actual no hay nada más ultramoderno e inteligente, en la clave de José Antonio Marina: explicar, embellecer y transformar la realidad a través de la inteligencia creadora. Siempre que nos demos cuenta que también es importante e inteligente frecuentar el futuro, tal y como recomendaba el Dr. Cardoso al Sr. Pereira en “Sostiene Pereira”: “… deje ya de frecuentar el pasado, frecuente el futuro. ¡Qué expresión más hermosa!, dijo Pereira”.

Quizá necesitamos hoy y siempre recordar al Sr. Pereira cuando perdió de vista al Dr. Cardoso al salir de su querido Café Orquídea, en Lisboa, sintiendo la nostalgia de lo vivido por la inseguridad que nos crea salir del confort en determinados momentos presentes, en los de la vida pasada, pero también por lo que nos pueda ocurrir en la futura que a veces soñamos y abrazamos hasta perdernos en ella. Hasta el día en el que nos enfrentamos a nuestro yo hegemónico, poniendo orden en la confederación de almas inquietas, como le decía aquél sorprendente doctor Cardoso en la Clínica Talasoterápica de Parede, un presente real con necesidad de futuro. Porque contrariamente a lo que el evangelista Mateo escribió para la posteridad a lo largo de los siglos, a cada día humano no le suele bastar a veces su propio afán.

Sevilla, 27/III/2016

(1) Ya he manifestado recientemente que se ha atribuido durante mucho a tiempo a Groucho Marx la frase “el futuro ya no es lo que era”, cuando todo apunta a que su autor fue el poeta Paul Valéry, exactamente con esta expresión: “El problema de nuestro tiempo es que el futuro ya no es lo que era”, junto a otra que me parece de un contenido similar y didáctico en este tiempo de confinamiento: “El futuro es preparar al hombre para lo que no ha sido nunca”.

CLÁUSULA ÉTICA DE DIVULGACIÓN: José Antonio Cobeña Fernández no trabaja para ninguna empresa u organización religiosa, política, gubernamental o no gubernamental, que pueda beneficiarse de este artículo, no las asesora, no posee acciones en ellas ni recibe financiación o prebenda alguna de ellas. Tampoco declara otras vinculaciones relevantes aparte de su situación actual de jubilado.

Hacia un Congreso para la Reconstrucción del Mundo

EL LIBRO DE ARENA

El Congreso del Mundo comenzó con el primer instante del mundo y proseguirá cuando seamos polvo.

Jorge Luis Borges, en El Congreso (El libro de arena, 1975)

Sevilla, 13/IV/2020

Necesitamos pensar ya en la Reconstrucción del Mundo para poder reconstruir España. Así de claro y contundente. Es difícil salir de este túnel amargo de la COVID-19 sin una visión estratégica de alcance planetario que siente las bases para establecer un nuevo orden mundial político y económico para salvaguardar la salud pública, económica y democrática del planeta Tierra. Las soluciones que hasta ahora cohesionaban el mundo declarándolo una aldea común ya no valen y los ordenadores portátiles de los hombres de negro han comenzado a cerrarse masivamente sin capacidad de reinicio alguno. Eso sí, habiendo salvado previamente la totalidad del dinero invertido, dejando a millones de ciudadanos y Estados a su «mala» suerte.

En este contexto, he recordado como tarea preparatoria un cuento precioso de Jorge Luis Borges, El Congreso, que ya he comentado una vez en este cuaderno digital, porque traduce una realidad existencial del devenir del mundo en el que todos estamos ahora obligatoriamente obligados a comprenderlo para entendernos mejor. Leerlo es casi una obligación de Estado. La Iglesia acuñó una frase, Fuera de la Iglesia no hay Salvación (extra Ecclesiam nulla salus), que en el catecismo de mi infancia me causaba mucho desasosiego porque figuraba bajo una viñeta en la que aparecía un tren descarrilando y saltando personas por las ventanas hacia el Infierno en el que campaban a sus anchas dragones con lenguas de fuego y serpientes amenazantes. Prefiero quedarme hoy con una imagen más laica y esperanzadora que dijera algo así como Fuera del Congreso del Mundo no hay forma posible de Reconstruir la Vida tras esta pandemia. Salvando lo que haya que salvar.

Una reflexión más antes de abordar la presentación de este cuento programático. Asocio ahora la necesidad de trabajar unidos en este país tan dual a la genialidad de Groucho Marx, en aquella frase gloriosa en Sopa de ganso, pronunciada en una reunión memorable de la Cámara de Diputados de Freedonia: “¡Hasta un crío de cuatro años sería capaz de entender esto!… Búsqueme un crío de cuatro años, a mí me parece chino“. Es lo que tendríamos que gritar todos ahora rodeando virtualmente el Congreso de los Diputados, porque determinados representantes políticos están obligatoriamente obligados a entenderse en la responsabilidad de sostener de la mejor forma política posible al Estado, tan golpeado y dañado por el coronavirus, sobre todo cuando nos parece chino el diálogo de sordos en el que están instalados algunos líderes de la llamada «derecha» en el actual espectro político.

EL CONGRESO DEL MUNDO

Los cuentos de Borges son un ejemplo de realismo existencial que siempre pone ribetes de acero a la forma en la que intentamos comprender, cada día, cómo se desenvuelve la vida ordinaria. He vuelto a leer, recientemente, El Congreso, cuento que nos aproxima al relativismo del mundo en el que vivimos, poniendo cada persona y cosa en su sitio. Es un ejercicio de reflexión certera sobre los límites de vivir apasionadamente, donde la política juega un papel esencial.

Simulando la experiencia de uno de los protagonistas del cuento, Alejandro Ferri, que habita en un Sur que ya no es un Sur (que tanto reivindico), leo lo que sucedió a un grupo de personas singulares que un día ya lejano tomaron la decisión de crear un Congreso del Mundo, en momentos en los que la cuenta atrás de la vida aparece con una frecuencia inusitada: “Soy ahora el último congresal. Es verdad que todos los hombres lo son, que no hay un ser en el planeta que no lo sea, pero yo lo soy de otro modo. Sé que lo soy; eso me hace diverso de mis innumerables colegas, actuales y futuros. Es verdad que el día 7 de febrero de 1904 juramos por lo más sagrado no revelar —¿habrá en la tierra algo sagrado o algo que no lo sea?— la historia del Congreso, pero no menos cierto es que el hecho de que yo ahora sea un perjuro es también parte del Congreso. Esta declaración es oscura, pero puede encender la curiosidad de mis eventuales lectores”.

Es verdad que la curiosidad por conocer la intrahistoria de este cuento está garantizada, pero lo que más me ha interesado es saber por qué nace esta idea y qué pasó después en su devenir histórico, narrado por el propio Ferri: “No puedo precisar la primera vez que oí hablar del Congreso. Quizá fue aquella tarde en que el contador me pagó mi sueldo mensual y yo, para celebrar esa prueba de que Buenos Aires me había aceptado, propuse a Irala que comiéramos juntos. Éste se disculpó, alegando que no podía faltar al Congreso. Inmediatamente entendí que no se refería al vanidoso edificio con una cúpula, que está en el fondo de una avenida poblada de españoles, sino a algo más secreto y más importante. La gente hablaba del Congreso, algunos con abierta sorna, otros bajando la voz, otros con alarma o curiosidad; todos, creo, con ignorancia. Al cabo de unos sábados, Irala me convidó a acompañarlo. Ya había cumplido, me confió, con los trámites necesarios”.

Lo que sucede allí queda para quienes quieran leer el cuento de Borges, pero hay algunos matices que adelanto sin rubor alguno porque me han ayudado a comprender las limitaciones que impone la vida a los grandes sueños por nobles que sean. Las reuniones de los sábados en la Confitería del Gas, los atrevidos congresales, que serían quince o veinte, que manifestaban respeto reverencial al presidente efectivo de ese proyecto tan noble, de nombre Alejandro Glencoe, junto a otros nombres y una sola mujer con funciones de secretaria. También había un niño de unos diez años. Dice Ferri que “el Congreso, que siempre tuvo para mí algo de sueño, parecía querer que los congresales fueran descubriendo sin prisa el fin que buscaba y aun los nombres y apellidos de sus colegas. No tardé en comprender que mi obligación era no hacer preguntas y me abstuve de interrogar a Fernández Irala, que tampoco me dijo nada. No falté un solo sábado, pero pasaron uno o dos meses antes que yo entendiera. Desde la segunda reunión, mi vecino fue Donald Wren, un ingeniero del Ferrocarril Sud, que me daría lecciones de inglés”.

Comienza a desarrollarse esta microhistoria, apasionante y llena de incertidumbres, en la que don Alejandro Glencoe, sueña con “organizar un Congreso del Mundo que representaría a todos los hombres de todas las naciones. El centro de las reuniones preliminares era la Confitería del Gas; el acto de apertura, para el cual se había previsto un plazo de cuatro años, tendría su sede en el establecimiento de don Alejandro. Éste, que como tantos orientales, no era partidario de Artigas, quería a Buenos Aires, pero había resuelto que el Congreso se reuniera en su patria. Curiosamente, el plazo original se cumpliría con una precisión casi mágica”.

Empiezan a aparecer los gestos ejemplares de aquel Congreso en ciernes: desparecerían las dietas que empezaron a cobrarse, comprobándose que “Esa medida fue benéfica, ya que sirvió para separar la mies del rastrojo; el número de congresales disminuyó y sólo quedamos los fieles. El único cargo rentado fue el de la Secretaria, Nora Erfjord, que carecía de otros medios de vida y cuya labor era abrumadora. Organizar una entidad que abarca el planeta no es una empresa baladí. Las cartas iban y venían y asimismo los telegramas. Llegaban adhesiones del Perú, de Dinamarca y del Indostán. Un boliviano señaló que su patria carecía de todo acceso al mar y que esa lamentable carencia debería ser el tema de uno de los primeros debates”.

Surge el problema de base: ¿cómo tan pocas personas, que además no cobran, pueden llegar a formar el Congreso del Mundo? Es verdad que se sugiere que se hagan agrupaciones de representaciones y es curiosa la propuesta que hacen a Ferri, en boca de su presidente: “El señor Ferri está en representación de los emigrantes, cuya labor está levantando el país”. Sin comentarios. Otro protagonista de difícil pronunciación, Twirl, hizo la propuesta de que el Congreso del Mundo no podía prescindir de una biblioteca, aprobándose por unanimidad la misma. Tanto avanza el proyecto que don Alejandro invita a todos los asistentes a las reuniones preparatorias de la fundación del mismo a una propiedad suya en Uruguay, La Caledonia, a la que llegan para conocer el estado de las obras que se están desarrollando allí para acoger el Congreso del Mundo.

Se distribuyen por el mundo los contados miembros regulares del proyecto, con objeto de enriquecerlo en aquellas materias en las que estaban interesados en las utopías que solo se podían encontrar en París y Londres. Todo transcurría con normalidad hasta que llegó un día especial en el que don Alejandro, en su casa, donde se archivaban los fardos de libros adquiridos para la biblioteca del Congreso, dijo en presencia de varios congresales del mundo: “Vayan sacando todo lo amontonado ahí abajo. Que no quede un libro en el sótano”, con otra orden explícita: “Ahora le prenden fuego a estos bultos…”. Sobrevolaba allí una frase comentada por uno de los asistentes a este momento trágico: “Cada tantos siglos hay que quemar la Biblioteca de Alejandría”.

Dicho y hecho. Don Alejandro lo explicó de forma precisa: “Cuatro años he tardado en comprender lo que les digo ahora. La empresa que hemos acometido es tan vasta que abarca —ahora lo sé— el mundo entero. No es unos cuantos charlatanes que aturden en los galpones de una estancia perdida. El Congreso del Mundo comenzó con el primer instante del mundo y proseguirá cuando seamos polvo. No hay un lugar en que no esté. El Congreso es los libros que hemos quemado. El Congreso es los caledonios que derrotaron a las legiones de los Césares. El Congreso es Job en el muladar y Cristo en la cruz. El Congreso es aquel muchacho inútil que malgasta mi hacienda con las rameras”.

Tomaron un coche de caballos y pasearon por calles amigas, por donde quería el cochero. Ferri lo narra con precisión existencial: “Las palabras son símbolos que postulan una memoria compartida. La que ahora quiero historiar es mía solamente; quienes la compartieron han muerto. Los místicos invocan una rosa, un beso, un pájaro que es todos los pájaros, un sol que es todas las estrellas y el sol, un cántaro de vino, un jardín o el acto sexual. De esas metáforas ninguna me sirve para esa larga noche de júbilo, que nos dejó, cansados y felices, en los linderos de la aurora. Casi no hablamos, mientras las ruedas y los cascos retumbaban sobre las piedras”.

Es verdad. Formamos parte del Congreso para la Reconstrucción del Mundo, tú y yo, todos. Lo verdaderamente ilusionante ahora es tomar conciencia de que hay que organizarlo y analizar la mejor forma de llevarlo a cabo para reconstruir el nuevo orden mundial. Esa es la cuestión.

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