De nuevo, Cinema Paradiso

Sevilla, 26/VI/2020

Dedicado hoy, de nuevo, a todas las personas, sin dejar a nadie atrás, que hacen posible que Sevilla disponga de librerías abiertas en tiempos de nueva normalidad, a pesar del alejamiento político de la cultura que hemos vivido en todas y cada una de sus manifestaciones y que arriesgan capital propio y asociado en momentos de pandemia mundial. También, como agradecimiento por el acontecimiento que se produce a partir de hoy en 150 salas de cine en todo el país al reponer Cinema Paradiso en su reapertura controlada, como homenaje al mundo mágico del cine. Así lo expresé en 2018 en su fondo y forma y así lo comparto de nuevo. Lo escribo con profundo respeto y agradecimiento ciudadano, porque estoy seguro de que las personas que trabajan en el ecosistema cultural que tiene su proyección final en librerías y cines…, aman lo que hacen.

Pasen y véanla.

Tengo debilidad con una película de culto, Cinema Paradiso, que sigo valorando de forma especial en su fondo y forma. El viernes pasado entré en la nueva librería Verbo, en Sevilla, que ocupa el edificio que, durante décadas del siglo pasado, desde 1906 concretamente, ocuparon sucesivamente el teatro, salón y cine Imperial, en calle Sierpes. Sentí algo especial porque me alegraba entrar en un espacio que conocía bien y que había ocupado hasta su cierre la librería Beta, que ahora se ha reabierto con trabajadores de la citada empresa anterior. Toda una noticia cultural y social en Sevilla, una ciudad de bares como ya he escrito en varias ocasiones en este blog. Me gusta mucho, además, su nueva marca “Verbo”, por el valor intrínseco de la palabra en sí (valga la redundancia). Pero lo que no conocía era la sala de proyección que todavía alberga dos proyectores que me recordaron inmediatamente al de Cinema Paradiso, aquel espacio mágico de Totó y Alfredo que tantas veces recupero en mi moviola interior, con diálogos que tampoco olvido. Ese momento me devolvió cierta alegría porque acababa de conocer que el libro que andaba buscando en varias librerías, El cuento de la isla desconocida, estaba ya descatalogado. Sentí con profunda tristeza que era un símbolo de lo que sucede en este país con la cultura, porque una obra extraordinaria de Jose Saramago como es ésta, ya no se puede comprar en librerías de nuevo.

CINEMA VERBO

Lo mismo que el tiempo pasa, las obras de autores galardonados con el premio Nobel pasan de editarse porque no se leen. Volví a casa y abrí una edición preciosa que conservo, la primera que se editó en España sobre este cuento de Saramago, que compré en diciembre de 1998, mediante la contraprestación curiosa de mil pesetas que iban destinadas íntegramente (sic, en negrita), por voluntad del autor, a ayudar a los damnificados de Centroamérica a través de la Cruz Roja Internacional. Valor y precio. Sin confundirlos. Aquél viaje de la “Isla desconocida” que me regaló en el más puro anonimato José Saramago, no se me olvidará nunca, aunque ahora será más difícil regalarlo para singladuras de cercanía y amistad. Fueron 43 pequeñas páginas que el 10 de diciembre de 2005, cuando registré este blog, aparecieron como por arte de magia en mi memoria a largo plazo como abriéndose paso, hoja a hoja, para tener un sitio preferente –intercaladas- en este cuaderno de derrota, en términos marinos.

Quizá fuera porque siempre he insistido en mi vida que lo importante es viajar hacia alguna parte, buscándonos a nosotros mismos y, a veces, en compañía de algunas y algunos, los más próximos y cercanos. Al fin y al cabo, tal y como finalizaba el cuento de Saramago. El compromiso de salir de nosotros para conocernos mejor. También, tuve la sensación de que había salido a regalar islas desconocidas en los demás, que había que descubrir, al fin y al cabo imaginándolas el viernes pasado en aquél espacio mágico de las dos máquinas de proyección, en el momento en el que Alfredo aconseja a Totó que salga de sí mismo para buscar islas desconocidas: “La vida es más difícil… Márchate…, el mundo es tuyo, … no quiero oírte más, solo quiero oír hablar de ti… Hagas lo que hagas, ámalo”. Le ayudó a salir de su zona de confort y nunca he olvidado aquellas escenas ni aquellas palabras. Todo un símbolo. Hoy, gracias a la experiencia triste de un cuento descatalogado lo he recordado especialmente y lo agradezco. Así sucedió y así lo cuento. ¿Saben por qué? Porque amo lo que hago.

NOTA: la imagen, que tomé con permiso de los dueños de la librería, corresponde a unos proyectores que se muestran en el piso principal de la librería Verbo, en Sevilla. Para activar los subtítulos en español en el vídeo de cabecera, hay que pulsar en Subtítulos. Merece la pena escuchar atentamente el diálogo. Impecable.

CLÁUSULA ÉTICA DE DIVULGACIÓN: José Antonio Cobeña Fernández no trabaja para ninguna empresa u organización religiosa, política, gubernamental o no gubernamental, que pueda beneficiarse de este artículo, no las asesora, no posee acciones en ellas ni recibe financiación o prebenda alguna de ellas. Tampoco declara otras vinculaciones relevantes aparte de su situación actual de jubilado.

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