Un sueño en la Gladstone Library

Gladstone Library

Sevilla, 28/I/2021

De esta ciudad de libros hizo dueños
a unos ojos sin luz, que sólo pueden
leer en las bibliotecas de los sueños
los insensatos párrafos que ceden
[…]
Lento en mi sombra, la penumbra hueca
exploro con el báculo indeciso,
yo, que me figuraba el Paraíso
bajo la especie de una biblioteca

Jorge Luis Borges, en Poemas de los dones

Jorge Luis Borges escribió un cuento precioso, La biblioteca de Babel, que bien podría ser una historia del Universo contada a través de los libros. Si me lo permiten, la historia del comienzo de la historia de Internet, de la Noosfera digital, la Biblioteca Total del Mundo según el escritor argentino. Por este motivo, he recordado ahora la existencia de un manuscrito del cuento, redactado en nueve hojas arrancadas de un cuaderno de contabilidad, que estuvo expuesto en una muestra que se celebró en 2016 en Buenos Aires, con el título programático “Borges, el mismo, otro”, presentada en el Museo del Libro y de la Lengua y en la Biblioteca Nacional “Mariano Moreno”, que dirigía entonces uno de mis autores preferidos, Alberto Manguel, como conmemoración del 30.° aniversario de la muerte del autor: “Estaba dando una conferencia en São Paulo con [el historiador estadounidense] Robert Darnton, que está visitando América del Sur. Al final del encuentro, se nos acerca un señor [el coleccionista brasileño Pedro Aranha Corrêa do Lago] con una pila de libros para firmar y nos invita a almorzar en su casa. Por supuesto, no aceptamos la invitación de desconocidos, pero empieza a explicarle a Darnton las cosas que tiene del siglo XVIII, piezas de colección, etc., que quería mostrarnos. Entonces, aceptamos la invitación y vamos a su casa al día siguiente […] Entre esos documentos, nos muestra el manuscrito de “La biblioteca de Babel”, de Borges. Y no solo un manuscrito, porque Borges hacía varios borradores y el último de ellos era el que se enviaba, para ser pasado a máquina, a la revista Sur e imprimirlo. Era un borrador intermedio, porque había muchas tachaduras, correcciones, opciones de palabras. Entonces, es casi un mapa de cómo Borges pensó el cuento, que es uno de los más importantes de la literatura universal y el símbolo que la Argentina ha dado al mundo” (1).

En el mundo digital actual, Manguel aporta una reflexión extraordinaria sobre la disponibilidad de ese manuscrito para conocer el texto y contexto que utilizó Borges al redactarlo, donde cualquier tachadura es un claro objeto de investigación para personas curiosas, ávidas de conocer el sentido de la vida: “Tener un manuscrito de Borges es importante y hay un placer fetichista en tener una nota o una firma de él; pero el manuscrito de “La biblioteca de Babel” u otros de distinto tipo, con las correcciones de Borges, son importantes desde un punto de vista filológico, filosófico y literario. Es decir, estudiando este manuscrito, podemos ver la escritura de Borges; cómo lo construyó; la manera en que pensó el texto; el modo en que consideraba el acto de escribir, como un acto tecnológico, buscando las palabras que tiene las suficientes sílabas para marca el ritmo de una frase y no solo la idea detrás de la construcción. Todo este análisis lo permite este manuscrito. Los bibliotecarios están analizándolo para ver lo que hay detrás de las tachaduras, para ver qué fue lo que Borges escribió y después decidió no escribir. Es un proceso que revela la biografía de un texto. Es algo que en la época electrónica se está perdiendo porque todo texto que escribimos es el último y no quedan trazos de los distintos ensayos que llevan al texto que se publica”.

Si he recordado este cuento se debe a un motivo, la configuración de aquella Biblioteca, en un apartado preciso: se podía dormir, de pie, en ella (verán luego por qué), entre otros pormenores fascinantes: “El universo (que otros llaman la Biblioteca) se compone de un número indefinido, y tal vez infinito, de galerías hexagonales, con vastos pozos de ventilación en el medio, cercados por barandas bajísimas. Desde cualquier hexágono se ven los pisos inferiores y superiores: interminablemente. La distribución de las galerías es invariable. Veinte anaqueles, a cinco largos anaqueles por lado, cubren todos los lados menos dos; su altura, que es la de los pisos, excede apenas la de un bibliotecario normal. Una de las caras libres da a un angosto zaguán, que desemboca en otra galería, idéntica a la primera y a todas. A izquierda y a derecha del zaguán hay dos gabinetes minúsculos. Uno permite dormir de pie; otro, satisfacer las necesidades finales. Por ahí pasa la escalera espiral, que se abisma y se eleva hacia lo remoto. En el zaguán hay un espejo, que fielmente duplica las apariencias. Los hombres suelen inferir de ese espejo que la Biblioteca no es infinita (si lo fuera realmente ¿a qué esa duplicación ilusoria?); yo prefiero soñar que las superficies bruñidas figuran y prometen el infinito… La luz procede de unas frutas esféricas que llevan el nombre de lámparas. Hay dos en cada hexágono: transversales. La luz que emiten es insuficiente, incesante”.

Continúa Borges expresando que “como todos los hombres de la Biblioteca, he viajado en mi juventud; he peregrinado en busca de un libro, acaso del catálogo de catálogos”, hasta llegar a la justificación de su estructura; “La Biblioteca es una esfera cuyo centro cabal es cualquier hexágono, cuya circunferencia es inaccesible. A cada uno de los muros de cada hexágono corresponden cinco anaqueles; cada anaquel encierra treinta y dos libros de formato uniforme; cada libro es de cuatrocientas diez páginas; cada página, de cuarenta renglones; cada renglón, de unas ochenta letras de color negro. También hay letras en el dorso de cada libro; esas letras no indican o prefiguran lo que dirán las páginas. Sé que esa inconexión, alguna vez, pareció misteriosa. Antes de resumir la solución (cuyo descubrimiento, a pesar de sus trágicas proyecciones, es quizá el hecho capital de la historia) quiero rememorar algunos axiomas. El primero: La Biblioteca existe ab aeterno. De esa verdad cuyo corolario inmediato es la eternidad futura del mundo, ninguna mente razonable puede dudar. El hombre, el imperfecto bibliotecario, puede ser obra del azar o de los demiurgos malévolos; el universo, con su elegante dotación de anaqueles, de tomos enigmáticos, de infatigables escaleras para el viajero y de letrinas para el bibliotecario sentado, sólo puede ser obra de un dios. Para percibir la distancia que hay entre lo divino y lo humano, basta comparar estos rudos símbolos trémulos que mi falible mano garabatea en la tapa de un libro, con las letras orgánicas del interior: puntuales, delicadas, negrísimas, inimitablemente simétricas. El segundo: El número de símbolos ortográficos es veinticinco. Esa comprobación permitió, hace trescientos años, formular una teoría general de la Biblioteca y resolver satisfactoriamente el problema que ninguna conjetura había descifrado: la naturaleza informe y caótica de casi todos los libros.

Las cifras que se pueden manejar en el corazón de la Biblioteca de Borges son impresionantes, buscando el sentido de la vida, donde las personas, según él, somos imperfectas bibliotecarias. Recomiendo su lectura, no una sino varias veces porque cada lectura es como cavar un pozo con una aguja dada la calidad de su escritura y la profundidad de cada palabra y frase escrita e hilvanada con las demás. Es una auténtica joya de la literatura. En sus frases finales, encuentro un sentido especial a lo que quería compartir hoy con la Noosfera, un relato sobre la Biblioteca Gladstone, en Gales, que he vivido como un sueño experimentado en una de sus habitaciones, al ser la única biblioteca en el mundo que ofrecen alojamiento para seguir leyendo, para seguir soñando despiertos, como si visitara la biblioteca de Babel convertida en un paraíso al alcance de mi alma de secreto en estos momentos tan especiales de pandemia: “La escritura metódica me distrae de la presente condición de los hombres. La certidumbre de que todo está escrito nos anula o nos afantasma. Yo conozco distritos en que los jóvenes se prosternan ante los libros y besan con barbarie las páginas, pero no saben descifrar una sola letra. Las epidemias, las discordias heréticas, las peregrinaciones que inevitablemente degeneran en bandolerismo, han diezmado la población. Creo haber mencionado los suicidios, cada año más frecuentes. Quizá me engañen la vejez y el temor, pero sospecho que la especie humana – la única – está por extinguirse y que la Biblioteca perdurará: iluminada, solitaria, infinita, perfectamente inmóvil, armada de volúmenes preciosos, inútil, incorruptible, secreta”. […] Yo me atrevo a insinuar esta solución del antiguo problema: La biblioteca es ilimitada y periódica [subrayado en el manuscrito original]. Si un eterno viajero la atravesara en cualquier dirección, comprobaría al cabo de los siglos que los mismos volúmenes se repiten en el mismo desorden (que, repetido, sería un orden: el Orden). Mi soledad se alegra con esa elegante esperanza.

Un cuento para un niño querido, sobre la Gladstone Library

Érase una vez una librería en el País de Gales (UK), de cuyo nombre queremos acordarnos ahora, Gladstone, que pensó un día no lejano que sus estanterías podrían tener nombre, porque necesitaban tener vida humana como soporte de los ejemplares de autores desconocidos (por ahora) que tenía que sustentar. Tener vida, en definitiva. Eran muchas, exactamente 1.001, que dibujaban el entramado interior de la Gladstone Library, que así era su nombre completo y que alberga en la actualidad más de 250.000 textos impresos. Ocurrió que vino en 2020 una pandemia que obligó a cerrarla por primera vez en sus más de 120 años de vida. Cuentan los sabios del lugar que allí se podía dormir entre libros, porque era la única librería en el mundo que permitía hacerlo. Está en un lugar precioso de Gales, concretamente en una pequeña parroquia rural de Hawarden, en el noreste, cerca de Liverpool y más cerca aún de la frontera con Inglaterra. Los libros se quedaron solos y ya nadie venía a tocarlos, leerlos y dormir junto a ellos para hacerles compañía.

La situación de soledad sonora de la Gladstone Library necesitaba buscar alternativa y la encontró haciendo un llamamiento mundial para que en 2021 pudiera abrir de nuevo sus puertas, gabinetes de lectura y habitaciones para descansar junto a los libros que se aman. ¿Cómo? Los libros se rebelaron contra el coronavirus y reclamaron atención personal inmediata. Nuestro niño protagonista conoció este reclamo tan humano en defensa de la cultura y acudió inmediatamente a la llamada. Consistía en ofrecerse a sostener económicamente una estantería de la biblioteca, donde figuraría su nombre para el presente y la posteridad, aportando una cantidad en libras, aunque le habían enseñado que no había que confundir nunca valor y precio. Un solo estante por persona que albergaría libros desconocidos por ahora pero que cuando se reúnan los mil y un nombres se sabrá a quien acompañan y cobijan durante las veinticuatro horas del día.

Llegará el momento en que en los archivos de la biblioteca Gladstone se podrá localizar un libro determinado en la estantería que lleva el nombre de este niño querido. Y también se conocerá en su Libro de Agradecimientos una frase que contiene el secreto de este relato: participó porque un día le contaron que esta iniciativa era para mantener viva una “clínica del alma”, de nombre Gladstone Library.

Así sucedió y así lo contaron a sus padres, para que siguiendo la tradición de los primeros libros, lean este relato a ese niño querido y viajen a Hawarden con un objetivo: acompañar los días que quieran a los libros de la Gladstone Library, dormir junto a ellos, buscar la estantería con su nombre y apellidos, leer conjuntamente las palabras anteriores en el libro de agradecimientos y prometer a todos los libros que lean en su casa que nunca los dejarán sin sustento y solos, porque los aman y eso nos basta.

Borges agregaría este cuento a su biblioteca imaginaria, estando presente como espectro en la lectura del suyo, en una de las habitaciones de la Gladstone Library, muy cerca del estante que soporta su obra y que quizá lleve el nombre de ese niño querido, para que su pequeña alma se alimente de la lectura que encontrará siempre en un Paraíso llamado Gladstone.

Un día, que alguna vez será lejano, recordará ese niño querido que él ayudó a que esa Biblioteca nunca más tuviera que cerrar por razones ajenas a su alma. Él, desde el hexágono donde nació, volverá a contar este cuento a quien desee visitar ese pequeño paraíso en Hawarden.

(1) Así fue el momento en el que Alberto Manguel encontró el manuscrito de La biblioteca de Babel, de Borges | Ministerio de Cultura

CLÁUSULA ÉTICA DE DIVULGACIÓN: José Antonio Cobeña Fernández no trabaja en la actualidad para empresas u organizaciones religiosas, políticas, gubernamentales o no gubernamentales, que puedan beneficiarse de este artículo; no las asesora, no posee acciones en ellas ni recibe financiación o prebenda alguna de ellas. Tampoco declara otras vinculaciones relevantes aparte de su situación actual de persona jubilada.

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