Sevilla, 7/II/2021
Ayer se celebró el centenario del estreno en Nueva York de El chico (The Kid), una película muda inolvidable, autobiográfica en su fondo argumental, que no necesitaba palabra alguna para comprender su guion lleno de encanto, magia, sentimientos y emociones, en la que Charles Chaplin desempeñó todos los papeles posibles: actor, director, guionista, productor y director de montaje, acompañado por un actor infantil, Jackie Coogan, que nos ofreció planos llenos de pícara ternura. En el cartel oficial de la película figuraba de forma destacada una frase: “Seis rollos de alegría”, porque técnicamente se triplicaba por primera vez el metraje habitual con dos rollos, lo que permitía una duración de 68 minutos.
Recordando este acontecimiento cinematográfico, que marcó hace cien años un hito en la historia del cine, se ha estrenado de nuevo la película en una versión remasterizada y adaptada a la tecnología 4K, producción que se ha llevado a cabo en Italia. Según el biógrafo de Chaplin, Jeffrey Vance, “El chico” permanece “como una importante contribución al arte del cine, no solo por el innovador uso de secuencias dramáticas en un largometraje cómico, sino por lo que revela de su creador. Sin duda, cuando Chaplin define la cinta en su inicio como “Una película con una sonrisa y, puede, alguna lágrima”, tiene su credo artístico, y vital, en mente”.
Un guion. aparentemente simple, tragicómico, de un niño abandonado que es recogido y atendido por un vagabundo que, finalmente, vuelve a reencontrarse con su madre después que lo abandonara en un coche de una familia adinerada. Chaplin lanzó mensajes no inocentes en la película, recordando ahora el momento de la salida del hospital al dar a luz la madre de John, el chico, como un grito reivindicativo a la sociedad americana tan dual y puritana, a través de las clásicas escenas de texto en el metraje: «La mujer cuyo pecado era ser madre» o el comportamiento despiadado de los servicios sociales americanos de la época al arrancarle al niño de su protección al ser un vagabundo, aunque sale victorioso de tal situación.
Chaplin ha sido siempre un compañero del gran viaje de mi vida. Escribí en este cuaderno digital, tiempo atrás, que cuando era pequeño me emocionaban las dos palabras inglesas, The End, que aparecían siempre en los últimos planos de las películas de sesión continua, en los cines refrigerados del ferragosto madrileño. Fue especial el día de Candilejas, porque Chaplin era un ídolo de mi vida en el barrio Salamanca, para un niño del Sur que soñaba con su tierra de origen, viviendo el discreto encanto de la burguesía, tan lejana de la ternura triste de Charlot, de los cómicos, como el que representaba el payaso Calvero en aquella hermosa película. También, el de El chico, con un mensaje que debido a mi corta edad me situaba más cerca del niño John en su experiencia vital al vivir separado de su madre.
Todas las películas tienen un final (es lo que tienen de malo…), pero la vida sigue dispuesta a ofrecernos siempre miles de oportunidades para creer que todavía es posible ser y estar en el mundo de otra forma, soñando despiertos para volver a verlas como en el caso de “El chico”, porque deseamos cambiar aquello que no nos hace felices, que mina a diario la persona de todos o la de secreto que llevamos dentro. El cine de mi infancia contemplaba siempre descansos pero, cuando soñamos, la vida no se detiene sino que solo esperamos, mientras caminamos, que se cumplan los deseos irrefrenables de alcanzar resultados pretendidos. Descansar es, a veces, despertar a nuevas experiencias de lo que está por venir, donde cualquier parecido con la realidad, a diferencia de lo que ocurre con las películas, no es pura coincidencia, sino el fruto de un sueño realizado, porque es legítimo que así sea.
Como en el campo, los sueños realizados son solo para quienes los trabajan. Como los de Charlot o Chaplin, protegiendo a John, El chico, escuchando ahora la canción final de la película, Dreamland o El Fin, como finalizaban las mejores películas de nuestra infancia.
CLÁUSULA ÉTICA DE DIVULGACIÓN: José Antonio Cobeña Fernández no trabaja en la actualidad para empresas u organizaciones religiosas, políticas, gubernamentales o no gubernamentales, que puedan beneficiarse de este artículo; no las asesora, no posee acciones en ellas ni recibe financiación o prebenda alguna de ellas. Tampoco declara otras vinculaciones relevantes aparte de su situación actual de persona jubilada.