Sevilla, 9/II/2021
José Saramago pronuncio una conferencia el 10 de julio de 2006, en Potes (Cantabria), en el marco de un seminario sobre «El júbilo del aprendizaje: Beatos y bibliófilos en la pedagogía de la imagen”, organizado por la Universidad Internacional Menéndez y Pelayo, en la que expresó su concepción del mundo de la imagen en la sociedad actual, donde ahora se vive «una especie de culto a la imagen como un valor en sí mismo» y donde la televisión hace una utilización «totalmente gratuita» de esas imágenes, «echando a la cara» de quien mira la pantalla una tras otra sin otro resultado que el aturdimiento. Es verdad porque en bastantes informativos y no digamos en programas de “entretenimiento”, se mezcla muchas veces lo divino con lo humano, en un acto puro y duro de lo que él llamaba “insensibilidad”, donde se pasa de comentar de forma soez e irrespetuosa la vida de cualquier personaje “famoso” con la información de las personas fallecidas por el coronavirus, «lo que significa que tanta importancia tiene una cosa como la otra». Él se refería en aquél acto a acontecimientos contemporáneos como las bombas en Irak o una epidemia de Sida en África.
El problema radica en que hemos elevado al santoral digital, una palabra inglesa, el rating o audiencia, donde sumar y aumentar dígitos es el Santo Grial de los medios de comunicación y, sobre todo, de las televisiones por lo que significa en ingresos por publicidad. En ese acto, Saramago comentó que ahora existe una «santa venerada en los altares de todo el mundo», que es la «santa audiencia (rating)», en cuyo nombre se cometen muchos crímenes contra la razón honesta y verdadera, la sensibilidad y el buen gusto, con el aplauso además de las propias víctimas, porque «el sistema ha convertido a las víctimas en cómplices y eso pasa todos los días», subrayó Saramago, quien considera que los ciudadanos deberían exigir que se les respetase, sobre todo a los medios y también el poder político correspondiente, utilizando el medio por excelencia, la palabra. El problema se radicaliza cuando se funden palabra e imagen con el mismo sentido espurio, cuando cabe la posibilidad ética de que imagen y palabra se conviertan en aliados en el territorio del conocimiento, que también es una palabra pero que según él «está diciendo algo».
Comento lo anterior porque me han informado de que ayer Telecinco, al comenzar su programa estrella “Sálvame”, utilizó como cebo una imagen personal de José Saramago, una fotografía suya, para enumerar una serie de “famosos” que llevan ese nombre, José, acabando con el claro objeto de su deseo, llegar a un personaje del corazón que también se llama así y que garantizaba la “santa audiencia” del programa de ayer. Creo que en este caso, como en el de otras personas de bien, no vale el “todo vale”, porque es radicalmente innecesario en su fondo y forma. He recordado inmediatamente el artículo que Manuel Vicent publicó en 1980 en la revista Triunfo, No pongas tus sucias manos sobre Mozart, en el que intentaba explicar de forma rotunda que no debemos confundir nunca la ética con la estética, el valor de las palabras y de las cosas, con su precio; la dignidad de las personas, con la “santa audiencia”, la mediocridad galopante actual de determinados medios de comunicación en nuestro país con el arte de vivir dignamente y transmitir lo que verdaderamente vale la pena leer, ver o escuchar en cada momento. Anoche lo pudimos contemplar también al ver la cara de perplejidad del presentador del informativo de la noche en Telecinco, Pedro Piqueras, al producirse la transición al mismo desde «Sálvame» con unas imágenes grotescas, pasando directamente a la noticia de arranque que era la del número de contagios y fallecidos en el día por el coronavirus, sin contemplarse ni siquiera un segundo de respiro ético en el citado cambio de programa. Todo vale por la «santa audiencia».
Me rebelo contra este tipo de manipulaciones torticeras. Me pasa igual cuando se utilizan de forma espuria canciones emblemáticas para una parte de la sociedad que lucha todos los días por la democracia y al final acaba adulterándose todo por el famoso “todo vale” para garantizar la “santa audiencia”. Así lo escribí en 2019 en relación con dos canciones que forman parte de la banda sonora de las democracias mundiales: Bella Ciao y El pueblo unido, jamás será vencido. Mi generación puso mucho empeño en cambiar las cosas para que cambiaran de verdad y pudiéramos vivir en democracia. Muchos decidimos comprometernos en la búsqueda de futuro marcado por el bienestar común, propiciado por la aprobación de la Constitución en 1978 y por las llamadas políticas de izquierdas a partir de 1982, con la entrada triunfal del partido socialista en el Gobierno de nuestro país. En la banda sonora de cualquier persona de izquierda suenan estas canciones de una forma especial. Si escribo hoy estas líneas es debido a la utilización torticera actual de estas canciones o de la imagen de líderes intelectuales, sus letras y su música. Por una parte, por el mercado puro y duro, que las incluye como banda sonora de películas o música para escuchar a cualquier precio o, por otra, por partidos políticos que entonan estribillos tergiversados del tipo “la derecha unida jamás será vencida”, descontextualizándolas de su auténtico sentido primigenio.
En mi biblioteca particular o clínica de mi alma, Saramago ocupa un lugar principal y me molesta que sea utilizado como parte del cebo de un programa de televisión dedicado al entretenimiento a cualquier precio. Él es el hilo conductor de este cuaderno digital a través de un mensaje extraordinario que figura en El cuento de la isla desconocida: hay que salir cada día de nuestro mundo de confort y navegar hacia islas desconocidas donde no valga todo igual, que permita no seguir confundiendo, como todo necio, valor y precio.
Avanzando en la difícil singladura del coronavirus, hoy quería dedicar a Saramago unas palabras de desagravio, con el ruego prestado de Vicent a los que dirigen esos programas y viven obsesionados con la “santa audiencia”: no pongáis, por favor, de esa forma, vuestras manos sobre Saramago, porque merece siempre el respeto a su legado literario y personal en beneficio de todos los que aman la democracia y la libertad por encima de todo, en silencio anónimo a veces, sin necesidad de formar parte de los datos de esa «santa audiencia» que a muchos no les interesa para nada.
CLÁUSULA ÉTICA DE DIVULGACIÓN: José Antonio Cobeña Fernández no trabaja en la actualidad para empresas u organizaciones religiosas, políticas, gubernamentales o no gubernamentales, que puedan beneficiarse de este artículo; no las asesora, no posee acciones en ellas ni recibe financiación o prebenda alguna de ellas. Tampoco declara otras vinculaciones relevantes aparte de su situación actual de persona jubilada.
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