Un cerdo en el Jardín de Epicuro

Augusto Monterroso (Tegucigalpa, 21 de diciembre de 1921- Ciudad de México, 7 de febrero de 2003)

Sevilla, 20/I/2022

Llevamos más de tres semanas en las que los cerdos son los grandes protagonistas de este país, sin olvidar a otros animales compañeros de su triste viaje vital, por su hábitat indeseable en las macrogranjas, no en las dehesas de encinas de toda la vida, aunque ellos, según me cuentan, están muy interesados con el debate, porque bastante sufren con su trato industrial, a veces inhumano, gracias al todopoderoso Mercado y a su Industria. Lo que verdaderamente desean es que los dejen en paz en su territorio natural, tratados como se merecen, como los vi una vez revolcarse y hozar en una pequeña dehesa de la sierra de Huelva, ante la mirada de su dueño, que vareaba las encinas con sumo cuidado para que tuvieran la alimentación adecuada. Si los cerdos hablaran otro gallo cantaría, por seguir fabulando, que algo queda.

Estando en estas cuitas, he recordado una fábula de Augusto Monterroso, El cerdo de la piara de Epicuro (1), porque he encontrado en ella una clave para comprender mejor al ganado porcino, en general y a cada cerdo en particular. Dice así Monterroso:

En una quinta de los alrededores de Roma vivía hace veinte siglos un Cerdo perteneciente a la famosa piara de Epicuro.

Entregado por completo al ocio, este Cerdo gastaba los días y las noches revolcándose en el fango de la vida regalada y hozando en las inmundicias de sus contemporáneos, a los que observaba con una sonrisa cada vez que podía, que era siempre.

Las Mulas, los Asnos, los Bueyes, los Camellos y otros animales de carga que pasaban a su alrededor y veían lo bien que era tratado por su amo, lo criticaban acerbamente, cambiaban entre sí miradas de inteligencia, y esperaban confiados el momento de la degollina; pero entre tanto él de vez en cuando hacía versos contra ellos y con frecuencia los ponía en ridículo.

También se entretenía componiendo odas y escribiendo epístolas, en una de las cuales se animó inclusive a fijar las reglas de la poesía.

Lo único que lo sacaba de quicio era el miedo a perder su comodidad, que tal vez confundía con el temor a la muerte, y las veleidades de tres o cuatro cerditas, tan indolentes y sensuales como él.

Murió el año 8 antes de Cristo.

A este Cerdo se deben dos o tres de los mejores libros de poesía del mundo; pero el Asno y sus amigos esperan todavía el momento de la venganza.

En el debate actual, donde la inteligencia porcina brilla por su ausencia, hemos olvidado que el ejemplo del cerdo de Epicuro debería enseñarnos a mantener los silencios necesarios cuando no conocemos su vida interior, porque demostraba ante el mundo que era bastante más inteligente que sus adversarios y detractores. Todo estribaba en que su amo lo trataba muy bien, cosa que hoy es una asignatura pendiente en determinadas experiencias industriales con ellos, lo que los lleva a hozar en terreno propicio, alimentados por las barbaridades que tienen que escuchar a su edad y a esta altura de la historia. Aquél cerdo se entretenía escribiendo poesías, una antítesis aparente del mundo porcino y cuidaba mucho que no le sacaran de su zona de confort, es decir, tenía muy claro que de macrogranjas ni hablar. Por algo la historia nos recuerda una frase antológica de Horacio (65 a. C.) en su Epístola (carta) a Alpio Tibulo (Ep. I 4, 16), para los que aman la vida y el placer de ser felices: soy “un cerdo de la piara de Epicuro” (Epicuri de grege porcum), es decir, los que frecuentaban el jardín de su casa en Atenas, donde él enseñaba a sus alumnos la doctrina del placer austero, un lugar al que asistían también mujeres y esclavos, un auténtico escándalo para su época, convirtiéndose en auténticos cerdos en la granja-jardín de su maestro. 

Creo que todo se ha confabulado para demostrar ante el mundo que con este tipo de animales no hay que tener consideración alguna. El Mercado tiene la palabra. Ha llegado el día de la gran venganza de las Mulas, los Asnos, los Bueyes, los Camellos que nos rodean y, eso, el ministro de consumo lo sabe.

(1) Monterroso, Augusto, Cuentos, fábulas y lo demás es silencio, 2003, Madrid: El País.

CLÁUSULA ÉTICA DE DIVULGACIÓN: José Antonio Cobeña Fernández no trabaja en la actualidad para empresas u organizaciones religiosas, políticas, gubernamentales o no gubernamentales, que puedan beneficiarse de este artículo; no las asesora, no posee acciones ni recibe financiación o prebenda alguna de ellas. Tampoco declara otras vinculaciones relevantes aparte de su situación actual de persona jubilada.

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