Necesitamos compartir un nuevo álbum cívico

Palau Vera, J. (1918). La educación del ciudadano. Barcelona: S.A.I.G. Seix&Barral Herms. Editores (edición facsímil publicada por RBA Coleccionables, 2007)

Sevilla, 8/VI/2022

En 2007 publiqué en este cuaderno digital una serie dedicada a la añorada asignatura Educación para la Ciudadanía, erradicada desgraciadamente del programa curricular educativo en años posteriores, que completé con la lectura de un libro sorprendente, La educación del ciudadano, publicado en Barcelona, en 1918, por la S.A.I.G. Seix Barral Herms. Editores (1). Lo he leído de vez en cuando, sobre todo en momentos de este país en los que la educación, en el sentido más puro del término, brilla por su ausencia. En aquella ocasión por lo controvertida que fue su entrada en vigor como asignatura, que derivó en momentos tensos de una aplicación de la Ley y disposiciones vigentes que propugnaban la impartición de una asignatura dedicada a ese claro objeto de deseo democrático. Desde este foro digital intenté, ignoro el éxito, divulgar los contenidos concretos de tres versiones de la asignatura en función de las editoriales que las publicaban, a través de diez post integrados en una publicación posterior, Educación para la Educación en Ciudadanía y Derechos Humanos, , que se pueden volver a leer enlazando la serie dedicada a una materia excelente, necesaria, deseada, deseante, urgente, imprescindible, creativa y detentadora del principio escolástico que tanto defiendo: el bien es siempre difusivo de sí mismo (bonum diffusivum sui).

Hoy, después de tantos años en los que se ha borrado del mapa educativo esta signatura y visto lo visto en este país, maleducado por definición, he entrado en mi clínica del alma, mi biblioteca, rescatando de nuevo esta joya de 1918, La educación del ciudadano, donde ya existía en su contexto histórico antecedente y consecuente, una necesidad de que las adolescentes y los adolescentes de aquella época, los llamados “jóvenes”, debían conocer la sociedad, de lo que se debe siempre a la comunidad y de cómo, prácticamente, se debe contribuir a la vida social. Para no contaminar su contenido, prefiero trasladar exactamente las palabras del Prefacio escrito por el autor del libro, Juan Palau Vera, en Barcelona, año1918, con una Nota final fantástica como idea a propagar en todos los hogares del país: Todos los datos, grabados, postales y dibujos que pueda recoger el alumno, pueden conservarse ordenados en un álbum que podría llamarse álbum cívico.

PREFACIO DEL AUTOR

Este libro tiene por objeto servir de base a una completa educación del ciudadano en el amplio sentido que debe darse a la palabra educación. La finalidad rebasa, pues, los límites de la pura instrucción cívica que se concreta a dar nociones escuetas de derecho civil, y a indicar los deberes del ciudadano en sus relaciones con los organismos oficiales.

Toda la obra tiende a ilustrar al joven de lo que es la sociedad, de lo que debe a la comunidad y del modo práctico cómo puede y debe cada ciudadano contribuir a la vida social; tiende, en una palabra, a darle la impresión de que todo lo que es lo debe a la sociedad y le enseña que su deber primordial consiste en vivir para la comunidad de que forma parte.

Pero el libro por sí mismo sería un instrumento de poca eficacia sin la labor del Maestro o del padre, los cuales en esta formación de la moral cívica tienen ancho campo donde practicar las más nobles funciones de su ministerio.

Los niños, dicen las Pedagogías, han de desarrollarse integralmente, es decir, física, moral e intelectualmente. En la práctica, los esfuerzos por conseguir este desarrollo en esos tres sentidos, son esfuerzos dispersos; para el desarrollo físico se practica la gimnasia y se organizan juegos; para el desarrollo moral se predican bellas cosas y se leen historietas; para el desarrollo intelectual se enseñan las distintas materias del programa. Aunque sea sobradamente conocida se olvida, no obstante, el mantener ante los ojos la finalidad de esos esfuerzos. ¿Para qué desarrollar el cuerpo, el carácter moral y la inteligencia? La contestación no puede ser más que ésta: para formar buenos ciudadanos, es decir, miembros sanos y útiles de la Comunidad.

Si todo en la escuela se mantiene fiel a esta finalidad, los detalles de la vida escolar y de los estudios adquieren mayor valor y sentido y aumentan la capacidad social del alumno. No obstante, hace falta algo que hable al niño o joven más directamente de la vida social, que trate ésta y los deberes y derechos que con ella se relacionan, de un modo metódico y completo. A esta necesidad obedecen los manuales de educación cívica como el presente.

Antes de terminar me permito insistir en la conveniencia de que se hagan los ejercicios prácticos que van intercalados en el texto, muchos de ellos exigen un trabajo de ligera información que han de hacer los alumnos mismos para acostumbrarse a buscar datos, cosa utilísima en todas las actividades. Una manera práctica de facilitar una información completa puede consistir en elegir parejas de alumnos inteligentes y encargar a cada pareja el trabajo de hacer determinadas informaciones. Luego en clase cada grupo aporta el fruto de su trabajo para la ilustración de todos. Estos ejercicios adquieren así un carácter moral, puesto que representan una cooperación al trabajo común de la clase con vistas a un resultado colectivo.

Con alma de niño, ávido de emociones como las que sentí el día que abrí por primera vez este precioso libro, vuelvo a compartir su lectura, dando vueltas a mi forma de comprender la vida educada, para la ciudadanía, bajándome al mundo real y entregando de nuevo a la Noosfera el Índice completo de este apasionante álbum cívico.

Fragmento (facsímil) del Libro La educación del ciudadano, 1918

Utilizando una reproducción facsímil, comienzo por recordar mediante atenta lectura la primera página real del Índice, donde la familia, la escuela, la ciudad o el pueblo y lo que debe el ciudadano a la Comunidad, es una forma de adentrarse en una forma de corresponsabilidad social que nos asombra quizá en la realidad actual, más de cien años después de su publicación. La siguiente página aborda realidades cotidianas para el bienestar personal y comunitario: la salud, la solidaridad con los más débiles o disminuidos desde la dimensión persona física, psíquica y social, respectivamente. Y la vida espiritual, donde centra la preocupación de la Comunidad (con mayúscula) respecto de la instrucción y educación del ciudadano. Recoge un ejemplo que no deja indiferente en su lectura: la importancia de los Museos: “Además del sistema escolar, la Comunidad contribuye a educar al ciudadano por medio de sus Museos. Y siempre comentando lo que “cuesta” mantener esta estructura educativa. Deliciosas las frases dedicadas a los “maestros” en la Universidad, de los que se reciben “método de trabajo, un ejemplo de conducta y un contagio de entusiasmo científico”. Y se adentra en el análisis de la estructura de la gran Comunidad nacional, estableciendo diferencias sutiles entre Nación y Estado, que haría temblar a las Cámaras actuales si se hiciera en algún momento una operación rescate para quedarnos, evangélicamente hablando, con lo “bueno”. Cito textualmente: “Es tan fuerte el sentimiento de nacionalidad, que es imposible destruirlo por medios materiales, pues resiste a todas las pruebas y resurge muchas veces cuando parecía muerto para siempre. (…) En España mismo podemos leer en la prensa y en folletos cómo algunas regiones formulan claramente sus aspiraciones nacionalistas, habiendo sido ya tratada esta cuestión en el Parlamento”. Es que estamos hablando de un gran reto: conocer e identificarse con la gran Comunidad nacional [sic] y con sus aciertos y debilidades.

Fragmento (facsímil) del Libro La educación del ciudadano, 1918

La página tercera del Índice me ofrece de nuevo grandes sorpresas: hay que defender los intereses generales contra los apetitos individuales, como una función maestra del Estado español. Y camina en terrenos difíciles definiendo, por ejemplo, la política: arte de gobernar a los pueblos. Define a los políticos, hacer política, estableciendo la diferencia clara y contundente con hablar de política: “Hay individuos que pierden horas y horas sentados en las mesas de los cafés hablando de política, pero que se retraen y no votan llegando el periodo de elecciones, que es cuando el ciudadano puede con su voto influir directamente en la vida pública y hacer política”. Votar es un “sagrado deber cívico”.

Fragmento (facsímil) del Libro La educación del ciudadano, 1918

A partir de aquí y para finalizar, comienza el sacrosanto deber contemporáneo de los deberes del ciudadano, destacando la escala gradual de los compromisos al respecto de los niños, los jóvenes y los adultos como ciudadanos con deberes muy concretos. Se define, por ejemplo, “cómo llega un joven a ser un buen ciudadano, con frases tan esclarecedoras que pueden constituir el mejor fotograma final, The End (Fin), de esta película de papel de filigrana ética impresa: “El ciudadano ideal es aquél que vive sobre todo por la sociedad, es aquel que puesto ante el dilema de tener que elegir entre su interés particular y el interés colectivo, sacrifica su interés particular en aras de la Comunidad”.

Sobran más palabras y reinterpretaciones. Sigo creyendo que es impecable en su contexto y aleccionador, hoy, para los timoratos mayores del Reino, que haberlos haylos. Como pasaba en mi niñez rediviva, antes de comenzar la proyección de películas en sesión continua y cuando se presentaban los tráiler de los próximos estrenos con una frase final rotunda: ¡próximamente en este salón!, lo expuesto anteriormente es sólo un extracto de una joya literaria que conviene leerla completa, con una recomendación añadida: ¡Acomódense bien en sus butacas, porque la palabra admiración ha sido sustituida por intrepidesssssss!, que anunciaba por megafonía el director de pista del Circo que se montaba en la parcela que ocupa hoy en Madrid el Palacio de los Deportes, cuando actuaba aquella familia portuguesa, con sus motos voladoras, que daban vueltas y vueltas en el cilindro metálico, vertical, sorprendiéndonos en nuestras almas de niñas y niños en el Madrid antiguo.

Fragmento (facsímil) del Libro La educación del ciudadano, 1918

Cuando he finalizado, de nuevo, la lectura de este libro y de determinados pasajes del mismo, me he ido a mi “ambigú” particular al igual que hacía cuando asistía a la sesión continua del cine Tívoli, en Madrid, porque ya sabía que la mejor película de vida ciudadana es la que estaba por venir. Perdón: por poner, por echar. Por vivir. Apasionadamente, con los visos de aquella educación de los años cincuenta, diferente, como ciudadano bajito (sin la locura atribuida por Serrat a los niños de aquellas épocas…) por mis pocos años de difícil existencia. Ahora sí que se puede afirmar algo muy vinculado con los títulos de crédito del cine de mi infancia: cualquier parecido de lo que se expone en La educación del ciudadano con la realidad actual es pura coincidencia.  

(1) Palau Vera, J. (1918). La educación del ciudadano. Barcelona: S.A.I.G. Seix&Barral Herms. Editores (edición facsímil publicada por RBA Coleccionables, 2007).

UCRANIA, ¡Paz y Libertad!

CLÁUSULA ÉTICA DE DIVULGACIÓN: José Antonio Cobeña Fernández no trabaja en la actualidad para empresas u organizaciones religiosas, políticas, gubernamentales o no gubernamentales, que puedan beneficiarse de este artículo; no las asesora, no posee acciones ni recibe financiación o prebenda alguna de ellas. Tampoco declara otras vinculaciones relevantes aparte de su situación actual de persona jubilada.

Setenta y cinco años persiguiendo sueños

Luz López y Mario Benedetti / Zenobia Camprubí y Juan Ramón Jiménez / Waldo Leyva

Sevilla, 7 de junio de 2022

Hoy cumplo setenta y cinco años, mucho tiempo si lo convierto en cumpledías, aunque prefiero esta última expresión siguiendo de cerca a Mario Benedetti en su poema “Como siempre”, en su fondo y forma, sentándome junto a él y sintiendo al mismo tiempo la influencia de Luz  López, su compañera de vida, recordándome también que ya he recorrido un camino vital de novecientos meses en mi cumpledías vital, más de media vida con María José, aplicando las palabras de su poema en primera persona, porque así lo he leído una y otra vez en lo más íntimo de mi propia intimidad agustiniana, adaptándolo a mi yo  y mis circunstancias, que diría Ortega y Gasset. Es verdad, porque esta matusalénica edad que alcanzo hoy “no se me nota cuando en el instante en que vencen los crueles entro a diario a averiguar la alegría del mundo, volando gaviotamente sobre las fobias, desarbolando los nudosos rencores. He alcanzado una buena edad para cambiar estatutos y horóscopos, dejando que mi manantial mane amor sin miseria”. También vuelvo a tener presente a Juan Ramón Jiménez, tan próximo, el poeta con el que compartí su casa de juventud en Moguer durante algún tiempo, que escribió unas palabras hace más de cien años que rescato hoy en la celebración de mi cumplevidas, concretamente en una bella introducción a su querido diario (1), recogidas del sánscrito -¡ay, la influencia de Zenobia Camprubí!-, porque resumen perfectamente la atención que debemos prestar a cada día, espacio y tiempo en el que se desarrolla la vida personal e intransferible de cada uno y las compañeras de vida, por ejemplo Luz, Zenobia, Margarita y María José:

¡Cuida bien de este día! Este día es la vida, la esencia misma de la vida. En su leve transcurso se encierran todas las realidades y todas las variedades de tu existencia: el goce de crecer, la gloria de la acción y el esplendor de la hermosura.

El día de ayer no es sino sueño y el de mañana es sólo una visión. Pero un hoy bien empleado hace de cada ayer un sueño de felicidad y de cada mañana una visión de esperanza. ¡Cuida bien, pues, este día!

En este contexto he recordado hoy también al poeta cubano Waldo Leyva, porque cuando cumplió setenta y cinco años intervino en Ciudad de México, el 13 de septiembre de 2018, en un encuentro cultural bajo la denominación Setenta y cinco años de perseguir el sueño, leyendo poemas escogidos de su espléndida obra poética, de la que destaco El rumbo de los días (2), que ganó en 2010 el X Premio Casa de América de Poesía Americana y de la que escribió el poeta brasileño Ledo Ivo la siguiente semblanza a modo de sinopsis del libro: “La mirada de Waldo Leyva (Cuba, 1943) no sólo contempla. Es una mirada que escucha los rumores de la vida y del mundo. Al mismo tiempo que alcanza las noches estrelladas y los días radiantes de Cuba, se extiende más allá de la frontera insular habitada por el eterno martilleo del mar. Un sentimiento amoroso del mundo, fundado en la solidaridad y en la fraternidad guía los pasos de este gran poeta viajero. Su poesía es ora clara como el agua más lípida, ora teñida de esa oscuridad que marca al ser nocturno y solitario. Sus secretos y misterios, sus sueños y deslumbramientos jamás lo separan de los otros hombres y de los otros paisajes, de la materialidad y la trascendencia que rigen el transcurrir de la vida. ¿Quién es este Waldo Leyva, con su poesía que torna espléndidos los seres y las cosas más simples, humildes y cotidianas, pan puesto en la mesa y aura permanente de amor? Es un amigo del mundo”.

Leyendo bastantes poemas de su trayectoria vital, he escogido uno que me ha tocado el alma que sueña, titulado Contra la desmemoria, dedicado a José Omar Torres, hermano:

Cantemos la canción de los soñadores,
que no nos detengan las espaldas que se alejan
ni los oídos que sólo quieren escuchar
el repetido canto de las sirenas;
por muy sólo que se anuncie el camino,
cantemos siempre la canción de los soñadores,
que el canto nos acompañe
con su melodía incorruptible.
El fin no es tocarlo sino perseguir el sueño.
Y si algún día, no quiero pensarlo,
nadie canta la canción de los soñadores
si alguna vez, no quiero imaginarlo,
sólo se escucha el alarido de las sirenas,
entonces yo, contra esa desmemoria,
seguiré cantando con mi torpe voz
y estoy seguro, eso quiero creer,
que alguien, cuyo recuerdo ignoro todavía,
se levantará de las aguas para sumarse al coro
y descubrir conmigo la canción de los soñadores.

En este cumpleaños, cumpledías y cumplevidas, sólo sé que he perseguido sueños que hoy no quiero olvidarlos, ni siquiera un momento, porque no quiero dejarme apesadumbrar por la desmemoria. Leo una y otra vez el poema de Waldo Leyva, precioso, porque no quiero dejar de soñar despierto como tantas veces he escrito en este cuaderno digital. Hoy, cuando cumplo setenta y cinco años persiguiendo sueños, quiero cantar la canción de los soñadores (Leyva), entrando a diario a averiguar la alegría del mundo, volando gaviotamente sobre las fobias, desarbolando los nudosos rencores (Benedetti), porque sé que el día de ayer no es sino sueño y el de mañana es sólo una visión. Pero un hoy bien empleado hace de cada ayer un sueño de felicidad y de cada mañana una visión de esperanza. Por esas razones, sueños en definitiva, sé que lo que aprendí un día ya lejano de Juan Ramón Jiménez, ¡Cuida bien, pues, este día!, es lo que me permite seguir viviendo, porque un hoy bien empleado hace de cada ayer un sueño de felicidad y de cada mañana una visión de esperanza. Sé que el fin no es tocarlos sino perseguir los sueños.

(1) Jiménez, Juan Ramón, Diario de un poeta recién casado (1916-1917), 2011. Madrid: Visor Libros.

(2) Leyva, Waldo, El rumbo de los días, 2010, Madrid: Visor Libros.

UCRANIA, ¡Paz y Libertad!

CLÁUSULA ÉTICA DE DIVULGACIÓN: José Antonio Cobeña Fernández no trabaja en la actualidad para empresas u organizaciones religiosas, políticas, gubernamentales o no gubernamentales, que puedan beneficiarse de este artículo; no las asesora, no posee acciones ni recibe financiación o prebenda alguna de ellas. Tampoco declara otras vinculaciones relevantes aparte de su situación actual de persona jubilada.

Sigo cavando, cada día, el pozo de mi alma con una aguja

Sevilla, 3/VI/2022

Escribo porque solamente modificando la realidad puedo soportarla, […] escribo para ser feliz.

Orhan Pamuk, en el discurso del acto de entrega del Premio Nobel de Literatura 2006

De vez en cuando miro por el retrovisor de este cuaderno digital y tomo conciencia de que llevo casi diecisiete años escribiendo artículos en él, con paciencia turca, unos detrás de otros, habiendo alcanzado hace tan solo unos días los dos mil, a veces copiando lo que ya he dicho, a modo de reafirmación de mi pensamiento circular que lo envuelve todo. En este contexto, siempre vuelven a mi inteligencia particular unas palabras de Orhan Pamuk en el acto de entrega del Premio Nobel de Literatura en 2006, publicadas después con un título muy sugerente, La maleta de mi padre (1), cuando nos explicó qué significaba en su vida un dicho de su tierra con un valor especial: “escribir es como cavar un pozo con una aguja”, expresión fantástica a la que dediqué un artículo en este cuaderno digital con motivo de la celebración del Día Internacional del Libro en el año 2017. Es verdad que la vida de un escritor se hace poco a poco, horadando la persona de secreto que todos llevamos dentro, aunque no todos lo descubran, es decir, cavando el pozo del alma con una aguja virtual a imagen y semejanza de cada uno. Esa es la razón de que existan pocos escritores que aporten al mundo sus pozos con agua, porque es su misión, no la de estar secos clamando solos en su desierto personal. Y sigo buscando cada día las razones de Orhan Pamuk cuando hablaba de la maleta que un día le entregó su padre y que reflejaba lo que había aprendido de él y de una premonición hecha hacia él después de un abrazo de silencio: “…me dijo de repente y como si tal cosa que algún día me darían el premio [Nobel de Literatura] que hoy recibo con gran alegría”.

En aquella ocasión dediqué aquellas palabras a las personas que desde que comencé a escribir por primera vez las páginas de este blog, en diciembre de 2005, se acercan cada día a este cuaderno de inteligencia digital para buscar islas desconocidas, a cuantos sienten el placer de leer libros y palabras unidas en otros formatos, que dan sentido a sus vidas; a quienes descubren el sentido de la existencia a través de autores concretos, a las personas que se sienten acompañadas por libros de cabecera que nunca les abandonan, a quienes confían en que quienes escriben tienen la paciencia turca de cavar pozos con una aguja, porque solo desean transformar la realidad poco a poco para poder soportarla. Hoy, sigue teniendo el mismo valor esta dedicatoria, que reafirmo en todos sus términos.

Después de muchos años de oficio vital, creo que comprendí qué significa escribir cuando leí a Pamuk en su memorable discurso en el acto de recepción del premio Nobel: “[…] el secreto del escritor no es la inspiración, pues nunca se sabe de dónde viene, sino la obstinación y la paciencia. Hay una hermosa expresión turca, “cavar un pozo con una aguja”, y a mí me parece que fue inventada pensando en nosotros, los escritores. Para mí, ser un escritor significa observar con atención las heridas que llevamos dentro, sobre todo las heridas secretas de las que no sabemos nada o casi nada, descubrirlas con paciencia, estudiarlas y sacarlas a la luz para luego asumirlas y hacer de ellas una parte consciente de nuestra escritura y nuestra identidad. Ser escritor es hablar de cosas que todos conocen sin saberlo. Descubrir este conocimiento, desarrollarlo y compartirlo, ofrece al lector el placer del asombro en el recorrido de un mundo que le es familiar”.

Con el hilo conductor de transmitir una idea circular en este blog desde su primer día de vida literaria, vuelvo a utilizar aquellas palabras, salvando lo que debo salvar simplemente por la actualización temporal, aspecto de forma que no de fondo, recordando a José Manuel Blecua, ex director de la RAE, cuando dijo en una ocasión que al escribir copiamos siempre de los autores que hemos leído a lo largo de nuestra vida y nos han marcado. En esta ocasión, lo hago copiando de mí mismo, porque estos siguen siendo mis principios y, si no gustan, no tengo otros, separándome por un momento de mi admirado Groucho Marx. En un tiempo en el que se arrojan valores por la ventana desde nuestro vehículo vital, vuelvo a hacer una declaración de principios sobre por qué escribo en este blog, en una etapa de jubilación en la que sigo asumiendo, cada día que pasa, que lo nuestro es pasar, con ardiente impaciencia personal y social, sabiendo que ahora tengo un compromiso intelectual con la sociedad en la que vivo. Explico a continuación esta declaración de principios, como suelo hacer una vez al año, para que no se olvide, ni siquiera un momento. A veces, siguiendo tan solo la ruta de un pájaro herido, leyendo de nuevo a Pamuk para no sentirme así, por no vivir así, perdido. Gracias anticipadas si está interesado o interesada en leer unas palabras necesarias en mi vida, casi imprescindibles para seguir escribiendo.

Pamuk, en ese delicioso discurso de recepción del premio Nobel, confesó por qué escribía y hoy lo recuerdo de nuevo: “¡Escribo porque quiero hacerlo, con toda el alma! Escribo porque a diferencia de otros, no me siento a gusto con un trabajo común y corriente. Escribo para que libros como los míos sean escritos y para poderlos leer. Escribo porque estoy molesto con ustedes, con todo el mundo. Escribo porque me complace enormemente sentarme en un cuarto a escribir sin descanso. Escribo porque solamente modificando la realidad puedo soportarla. Escribo para que el mundo entero sepa cómo yo, cómo nosotros en Estambul y en Turquía hemos vivido y vivimos. Escribo porque amo el olor del papel, de la pluma y de la tinta. Escribo porque creo más en la literatura, en el arte de la novela, que en cualquier otra cosa. Escribo porque es un hábito, una pasión. Escribo porque tengo miedo de ser olvidado. Escribo porque me gusta la celebridad y toda la notoriedad que el escribir conlleva. Escribo para estar solo. Escribo en la esperanza de entender por qué estoy furioso con ustedes, con todos. Escribo porque me gusta ser leído. Escribo para terminar de una vez por todas esta novela, este texto, esta página que en algún momento comencé a escribir. Escribo porque todos esperan que escriba. Escribo porque tengo una fe infantil en la inmortalidad de las bibliotecas y en el lugar que mis libros tendrán en los estantes. Escribo porque la vida, el mundo, todo es increíblemente bello y maravilloso. Escribo porque gozo traduciendo en palabras toda la belleza y la opulencia de la vida. Escribo, no para contar historias sino para construir historias. Escribo para liberarme del sentimiento de que siempre existe un lugar al que -como en una pesadilla- jamás podré llegar. Escribo porque nunca he conseguido ser feliz. Escribo para ser feliz”.

Otro día, yendo del timbo al tambo de la vida, en expresión muy querida por Gabriel García Márquez, me atreví a responder también a esa pregunta, ¿por qué escribo?, que reproduzco a continuación como justificación personal e intransferible de por qué lo hago, siendo consciente de que tengo que volver a leer las palabras de Pamuk para aprender de él cómo se cava, con una aguja, un pozo literario de secreto en mi alma. Lo hago porque es una pregunta a la que todavía no había dado respuesta, como a tantas preguntas de mi vida, sobre todo tres que superan con creces a ésta (Eclesiastés, 3, 1-22), a veces sintiendo profundamente aquellas palabras de aquél ejemplar ciudadano llamado Jesús, “triste está mi alma hasta la muerte”, que me cuesta descifrar en el terco día a día: ¿Qué gana el que trabaja con fatiga? o en otra variación sobre el mismo tema: ¿qué saca el hombre de todo su fatigoso afán bajo el sol?; ¿quién sabe si el aliento de la vida de los humanos asciende hacia arriba y si el aliento de la bestia desciende hacia abajo, hacia la tierra? y, por último, ¿quién guiará al hombre a contemplar lo que ha de suceder después de él? A día de hoy, la única respuesta que me sigue pareciendo coherente es la del propio Eclesiastés, un auténtico líder de las asambleas: hay que hacer camino al andar y aprender una gran respuesta provisional en la vida: es mejor caminar con otros, porque si nos caemos siempre habrá alguien que te levante, porque la amistad es como la cuerda de tres hilos: jamás se puede romper.

¿Por qué escribo, hoy, por ejemplo? En primer lugar, porque es la forma de expresar de forma especial, con palabras, la esencia de mi persona de secreto, interpretando la realidad que rodea permanentemente mi vida de forma voluntaria pero no inocente. Ser dueño de las palabras, es el acto humano por excelencia porque es una posibilidad que solo pertenece a mi especie, aunque genere en el acto de escribirlas un miedo cerval ante la página en blanco. Cada vez que me enfrento a esta realidad, recuerdo algo que aprendí hace ya muchos años de Ítalo Calvino en su obra póstuma “Seis propuestas para el próximo milenio”: “…es un instante crucial, como cuando se empieza a escribir una novela… Es el instante de la elección: se nos ofrece la oportunidad de decirlo todo, de todos los modos posibles; y tenemos que llegar a decir algo, de una manera especial” (Ítalo Calvino, El arte de empezar y el arte de acabar).

En segundo lugar, porque considero que escribir es un acto de militancia activa en el compromiso intelectual, por varias razones: el mero hecho de cuestionar la existencia de uno mismo al servicio estrictamente personal, es decir, el trabajo permanente en clave de autoservicio, así definido e interpretado, rompiendo moldes y preguntándonos si lo importante es salir del pequeño mundo que nos rodea como privilegiada zona de confort y mirar alrededor, ya es un signo de capacidad intelectual extraordinaria que muchas veces no está al alcance de cualquiera por imperativos del mercado. Desgraciadamente. Además, porque al escribir se hace patente el compromiso con uno mismo y con los demás, fundamentalmente con los más desfavorecidos por la vida. Siempre lo he asociado con la responsabilidad social, porque me ha gustado jugar con la palabra en sí, reinterpretando la responsabilidad como “respuestabilidad”. Ante los interrogantes de la vida, que tantas veces encontramos y sorteamos, la capacidad de respuestabilidad al escribir (valga el neologismo temporalmente) exige dos principios muy claros: el conocimiento y la libertad. Conocimiento como capacidad para comprender lo que está pasando, lo que estoy viendo y, sobre, todo lo que me está afectando, palabra esta última que me encanta señalar y resaltar, porque resume muy bien la dialéctica entre sentimientos y emociones, fundamentalmente por su propia intensidad en la afectación que es la forma de calificar la vida afectiva. Libertad, en segundo lugar, para decidir siempre, hábito que será lo más consuetudinario que jamás podamos soñar, porque desde que tenemos lo que he llamado a veces “uso de razón científica”, nos pasamos toda la vida “decidiendo”. Cuando tienes la “suerte” de conocer las interioridades del dilema al escribir, ya no eres prisionero de la existencia. Ya decides y cualquier ser inteligente se debe comprometer consigo mismo y con los demás porque conoce esta posibilidad, este filón de riqueza. Aunque nuestros aprendizajes programados en la Academia no vayan por estas líneas de conducta. Cualquier régimen sabe de estas posibilidades. Y cualquier régimen, de izquierdas y derechas lo sabe. Por eso lo manejan, aunque siempre me ha emocionado la sensibilidad de la izquierda organizada o la de “los de abajo” que dicen ahora. La de los nadies organizados, también.

En tercer lugar, porque me transforma y renueva continuamente el alma, porque podemos escribir la historia mejor y jamás contada, pero si le falta alma, no es nada: Y eso el lector lo nota. Intuye que a esa perfección le falta algo. Se llama corazón, alma, un texto en el cual se nota si el autor se ha enamorado de su libro más allá de las ideas que quiere contar. Y me reafirmo en lo que ya he expresado en los últimos años sobre escribir con el alma, tal y como lo estoy haciendo ahora: “Esto me ha pasado a mí. Me he enamorado de mis libros y estoy viviendo esos momentos en los que mi alma está pendiente de todo, para que no falte nada a las personas que quieres y a las desconocidas que van a captar esos sentimientos y emociones que adornan siempre la inteligencia conectiva que escribe, que se expresa desde dentro de cada autor, siendo Internet un medio poderoso y lleno de recursos para difundir este momento mágico, dando la razón a San Agustín cuando escribía en un perfecto latín un constructo que me ha acompañado siempre: bonum est diffusivum sui (el bien, se difunde a sí mismo). O lo que es lo mismo: la buena literatura, escrita con alma, se difunde a sí misma. Todavía más, con la ayuda de las tecnologías y sistemas de información, porque se construye y difunde con la inteligencia digital, cada día más al alcance de muchas personas que saben qué es escribir con el alma de la pasión.

José Manuel Blecua, ex director de la RAE, dijo en una ocasión que al escribir copiamos siempre de los autores que hemos leído a lo largo de nuestra vida y nos han marcado. Quizá, al escribir hoy estas palabras especiales, para decir algo especial, he copiado una experiencia contada una vez por el escritor portugués António Lobo Antúnes, sobre una idea preciosa aportada por un enfermo esquizofrénico al que atendió tiempo atrás: “Doctor, el mundo ha sido hecho por detrás”, como si detrás de todo está el alma humana que fabrica el cerebro. Porque según Lobo Antúnes “ésta es la solución para escribir: se escribe hacia atrás, al buscar que las emociones y pulsiones encuentren palabras. “Todos los grandes escribían hacia atrás”. También, porque todos los días, los pequeños, escribimos así en las páginas en blanco de nuestras vidas, como cavando un pozo del alma con una aguja.

(1) Pamuk, Orhan (1997). La maleta de mi padre. Barcelona: Random House Mondadori.

UCRANIA, ¡Paz y Libertad!

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Elecciones al Parlamento de Andalucía 2022 / y 10. ¿Qué hay de verdad en los programas políticos?

Selección, por relevancia política, de los programas oficiales de cinco partidos y una coalición, entre las veintisiete candidaturas proclamadas

Nada te va a causar más problemas en la política que decir la verdad

Michael Ignatieff,  Fuego y cenizas. Éxito y fracaso en política

Sevilla, 2/VI/2022

En el último artículo de esta serie parto de un principio de realidad: estamos instalados en las falsas noticias, falsas declaraciones, acusaciones falsas y así sucesivamente sin solución de continuidad, que se amplifican en las redes sociales de cualquier marca, contaminadas por la mentira despiadada. Ante la próxima campaña electoral en Andalucía, acudo a una de mis preguntas habituales en este cuaderno digital que busca encontrar islas desconocidas en la política verdadera: ¿los programas políticos tendrían que incorporar en sus índices, la llamada de atención sobre la ficción que encierran en sí mismos? Vuelvo a leer una obra de Vargas Llosa que leí en 2016, La verdad de las mentiras, para comprobar si a través de la palabra literaria puedo encontrar la verdad que no encuentro en la realidad política actual: la ficción literaria, dice él, es por sí sola “una acusación terrible contra la existencia bajo cualquier régimen o ideología: un testimonio llameante de sus insuficiencias, de su ineptitud para colmarnos. Y, por lo tanto, un corrosivo permanente de todos los poderes, que quisieran tener a los hombres satisfechos y conformes. Las mentiras de la literatura, si germinan en libertad, nos prueban que eso nunca fue cierto. Y ellas son una conspiración permanente para que tampoco lo sea en el futuro”. No es que Vargas Llosa sea santo de mi devoción, pero suelo separar en mi vida la paja del heno sin demonizar a nadie, porque nada humano me es ajeno. Incluso el neoliberalismo, para analizarlo y denunciar sus pies de barro cuando tiene poco que ofrecer a los que menos tienen.

Si nos dijeran la verdad mentirían”, escribí después de las elecciones generales en España en diciembre de 2015 y finalizaba con una reflexión sobre la que vuelvo a hacer hoy una operación rescate para comprobar si a través de mis palabras encuentro sentido a esta verdad que nos corroe en la película real del día a día: “El problema radica también en que estamos sobrepasados por experiencias políticas pasadas, enmarcadas en mentiras que parecían en el mejor de los casos verdades a medias, muy lejos del interés general. Ahora hace falta altura de miras, sensatez extrema, diálogo donde la búsqueda de la verdad sea un esfuerzo común, guardándose cada uno la suya en aquello que no une, no toda la verdad, aunque comprendamos ahora mejor que nunca algo que experimentó en su experiencia vital el gran político canadiense Michael Ignatieff en su frustrada carrera hacia la presidencia de su nación: “Nada te va a causar más problemas en la política que decir la verdad”. Porque si no, solo nos quedará en nuestro pensamiento y sentimiento una reflexión […] que se podría convertir los próximos días en trending topic popular a todas luces: si nos dicen la verdad (algunos políticos, no todos), mentirían. Aprendiendo con humildad de la paradoja de Epiménides, cuando afirmó que todos los cretenses eran unos mentirosos, porque casualmente…, él también lo era”.

Necesitamos leer programas que contengan verdad verdadera que emerja sobre todas las querellas más o menos criminales en torno a las personas que trabajan en política y elaboran programas electorales, porque muchas personas están convencidas de que en política se miente continuamente: “los políticos, mienten más que hablan” y sus programas, en campaña electoral, dan buena fe de ello. Es una realidad flagrante, que solo se puede combatir si el poder político en todas sus escalas se instala de una vez por todas en la verdad, teniendo una clave machadiana contundente al respecto: “¿Tu verdad? No, la verdad. Y ven conmigo a buscarla. La tuya guárdatela”. La izquierda lo sabe y en la próxima campaña debería dar ejemplo segundo a segundo de que se instala definitivamente en la verdad política, en la credibilidad, no en la ficción política, meramente literaria, de la que hablábamos anteriormente y que también existe.

En el contexto expuesto anteriormente y para que se aplique el principio de realidad sobre las verdades políticas, adjunto los programas de los cinco partidos y una coalición con más posibilidades de obtener escaños en el Parlamento de Andalucía para gobernar en la próxima legislatura, sin interpretación alguna por mi parte para no contaminar a quien lea estas reflexiones “políticas”, figurando por estricto orden alfabético de su denominación o siglas: Adelante Andalucía, Ciudadanos, Por Andalucía, Partido Popular, PSOE-A y VOX, aunque conviene recordar que todavía quedan por conocer bien los programas de los restantes partidos federaciones y coaliciones, veintidós, que suman en total veintisiete candidaturas electorales, con diferente presencia en las ocho provincias andaluzas. De todas formas, me van a permitir que exprese algo muy claro en relación con mis principios porque, de verdad, no tengo otros, a diferencia del eufemismo de Groucho Marx: todos los programas no son iguales, ni todos respetan el interés general, con especial atención al Estado de Bienestar o, dicho de forma más cercana, a la Comunidad Andaluza del Bienestar. Por tanto, creo que es una obligación ética leerlos en todas y cada una de sus páginas para poder emitir un voto bien informado. Las razones múltiples que me llevan a esta reflexión final están expuestas en los nueve artículos anteriores.

Gracias sinceras por haber llegado hasta aquí. Leídos por mi parte los programas citados, algunos en muy pocos minutos por su escasa consistencia, me reafirmo en algo que he manifestado ya en esta serie: los nadieslos hijos de nadie, los dueños de nada. / Los nadies: los ningunos, los ninguneados, / corriendo la liebre, muriendo la vida, a los que siempre defendió Eduardo Galeano, están siempre en su sitio y pocos partidos los representan y escriben sobre ellos, porque todos no son ni somos iguales. Tampoco lo olvidaré a la hora de votar el próximo 19 de junio, navegando en mi patera ética por la memoria histórica de Andalucía. Llegado a puerto, la amarraré al noray ético de mi vida, que también existe. Hasta el próximo viaje hacia alguna parte de la nueva política, que espero con la ardiente paciencia de Neruda a pesar de su fragilidad extrema.

ELECCIONES AL PARLAMENTO DE ANDALUCÍA 2022 (Serie)

Elecciones al Parlamento de Andalucía 2022 / 1. Hay que votar de forma diferente

Elecciones al Parlamento de Andalucía 2022 / 2. Ideología, ideología, ideología

Elecciones al Parlamento de Andalucía 2022 / 3. Austeridad, por encima de todo

Elecciones al Parlamento de Andalucía 2022 / 4. Todos los partidos políticos no son iguales

Elecciones al Parlamento de Andalucía 2022 / 5. Andalucía sufre una pobreza crónica

Elecciones al Parlamento de Andalucía 2022 / 6. Un excelente breviario de campaña electoral

Elecciones al Parlamento de Andalucía 2022 / 7. La corrupción de la mente daña de forma irreversible a la democracia

Elecciones al Parlamento de Andalucía 2022 / 8. Es hora de reivindicar el deber de los deberes humanos

Elecciones al Parlamento de Andalucía 2022 / 9. ¿Es posible aplicar la teoría de la navaja de Ockham?

Elecciones al Parlamento de Andalucía 2022 / y 10. ¿Qué hay de verdad en los programas políticos?

UCRANIA, ¡Paz y Libertad!

CLÁUSULA ÉTICA DE DIVULGACIÓN: José Antonio Cobeña Fernández no trabaja en la actualidad para empresas u organizaciones religiosas, políticas, gubernamentales o no gubernamentales, que puedan beneficiarse de este artículo; no las asesora, no posee acciones ni recibe financiación o prebenda alguna de ellas. Tampoco declara otras vinculaciones relevantes aparte de su situación actual de persona jubilada.

Elecciones al Parlamento de Andalucía 2022 / 9. ¿Es posible aplicar la teoría de la navaja de Ockham?

Sevilla, 1/VI/2022

Instalados en el mundo de la complejidad líquida, donde todo cambia en segundos, incluso el pensamiento crítico, es conveniente rescatar la teoría de la navaja de Ockham (Guillermo de Ockham, (ca. 1280/1288-1349), aplicada en este momento al voto político en las próximas elecciones en Andalucía, porque hay que rasurar las barbas de la indecencia política que nos invade, al igual que hizo Ockham con las de Platón y su complejo mundo. La formulación sencilla de esta teoría proclama que la solución más simple sobre lo que está pasando en política es la correcta, es decir, se sabe que se están cometiendo errores concretos sobre la sana política y éstos son los que hay que erradicar, porque sabemos quiénes los cometen y, además, nos hemos quedado con la cara de sus representantes. ¿Quién lo debe hacer? Aplicando la navaja de Ockham, el partido que erradique en su programa las prácticas destructivas de la correcta política, en la que ocupa un papel estelar la corrupción. Es verdad que cualquier elector puede pensar que todos los partidos son iguales y sus representantes también, pero las hipótesis de creencias para decidir sobre la elección más justa, debe ser la más simple: votar a aquellos que practican continuamente la verdad política, porque existen, salvaguardando el interés general. Llegados a este punto, habría que seguir de cerca a Einstein sobre su posicionamiento ante la navaja de Ockham, puesto que elegir lo más simple en política no significa que haya que emitir juicios no bien informados a través del voto: “A duras penas se puede negar que el objetivo supremo de toda teoría es convertir los elementos básicos en simples y tan pocos como sea posible, pero sin tener que rendirse a la adecuada representación de un solo dato de la experiencia. Simple, pero no más simple” (1).

La situación descrita anteriormente la conocemos bien y la describí en el segundo artículo de esta serie, dedicado a las ideologías, donde afirmaba que lo que verdaderamente es un clamor popular, como analizaba recientemente a tenor de los últimos resultados del Barómetro del CIS en abril de este año, es que hay un denominador común de desconcierto ciudadano ante el desencanto por hechos irrefutables de corrupción política y por el paro galopante que sigue sufriendo esta Comunidad y que sobre todo afecta a los jóvenes. Ante este panorama tan complejo y preocupante, es necesario reflexionar en voz alta sobre las actuaciones que pueden ayudar a despejar las incógnitas electorales que nos abruman en estos días que anteceden al 19 de junio de 2022. Hay que considerar, en primer lugar, una base política, como ciudadanos de a pie, como punto de partida para preparar un voto razonable y que lo sustente. Se resume en una sola palabra, ideología, porque cuando existe la ideología, que forja siempre una creencia, la política se hace virtud ciudadana, porque es consecuente, porque somos ciudadanos políticos, en la clave que enseñó Aristóteles. Las ideologías no son inocentes, como tantas veces he explicado en este blog al acudir a lo manifestado en tal sentido por Georg Lukács. Solo me refiero en la situación actual a las ideologías democráticas, las que pueden considerarse por su contenido de respeto a las personas y a la sociedad en general, en el largo camino que existe desde la izquierda a la derecha del arco político actual. Las ideologías son soportadas por las creencias, algo simple, pero no más simple, siguiendo a Einstein.

En este contexto, el último barómetro elaborado por el Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS), correspondiente al mes de abril, ha contemplado una pregunta que considero de sumo interés para su análisis y toma de consideración por quien corresponda a la hora de aplicar la navaja de Ockham en política. La formulación era la siguiente: ¿Cuál es, a su juicio, el principal problema que existe actualmente en España? ¿Y el segundo? ¿Y el tercero? (RESPUESTA ESPONTÁNEA). (MULTIRRESPUESTA). He tomado en consideración sólo las diez primeras respuestas de un total de 71, porque creo que representan bien el estado anímico de la Nación y porque porcentualmente hablando son muy significativas. Queda claro que un gran problema es el de la política actual, no sólo la crisis económica o el paro, porque de las diez respuestas, tres de ellas, referidas a asuntos políticos, suman un total del 42,9%, es decir, ocuparían el segundo puesto en esta clasificación estadística al darles un tratamiento homogéneo. Es muy significativo el resultado porque en política en este país no se salva nadie, ni el Gobierno y partidos o políticos concretos/as, ni los problemas políticos en general y, tampoco, el mal comportamiento de los/as políticos/as. La verdad es que es un resultado lamentable, que debería hacernos reflexionar ante las próximas elecciones al Parlamento de Andalucía, concretamente el 19 de junio.

Todo, al final, es cuestión de principios, como he manifestado en ocasiones anteriores al respecto. A diferencia de la famosa frase atribuida dudosamente a Groucho Marx, “Estos son mis principios. Si no le gustan tengo otros”, siempre escribo y no me escondo sobre mis principios éticos para vivir dignamente, interpretando la política e intentando transformar la sociedad salvando siempre el interés general. Si estos principios ideológicos no gustan a los demás, no tengo otros. Así de simple, pero no más simple. Sé que las personas que lean estas palabras pensarán con nostalgia en días ya lejanos para algunos, en los que con orgullo, conciencia y sentimiento de clase no nos importaba sentirnos parte de lo que todo el mundo conocía como “la izquierda” y que te identificaran como integrante de sus formaciones políticas que no ocultaban con actitud vergonzante sus siglas e ideologías implícitas. Tampoco importaba que los que no estaban en este espacio ético de la izquierda se burlaran de nuestras «utopías», como la de los ideólogos de siempre, porque para tranquilizar sus conciencias han llamado y siguen llamando hoy a toda pre-ocupación por los demás desde las políticas de izquierda, la de los “comunistas”, sobre todo cuando se centran en el beneficio del interés general, de los nadies de Eduardo Galeano, de los que menos tienen (por cierto, no solo en relación con el dinero). Esa ideología es la que hay que recuperar en beneficio de todos, la que permita devolver el interés de vivir a los hijos de nadie, los dueños de nada. / Los nadies: los ningunos, los ninguneados, / corriendo la liebre, muriendo la vida. Si se consigue con una ideología concreta, porque todas no son iguales, podremos ser felices por nuestra responsabilidad electoral llevada a feliz término a través del voto. Aplicando la teoría de la navaja e Ockham, es decir, decidiendo de forma responsable sobre la elección más justa el próximo 19 de junio, que debe ser la más simple: votar a aquellos que practican continuamente la verdad política, porque existen, salvaguardando el interés general en beneficio de todos. Así de simple.

(1) Einstein, A. (1934), On the Method of Theoretical Physics. Philosophy of Science, 1, 163-169.

UCRANIA, ¡Paz y Libertad!

CLÁUSULA ÉTICA DE DIVULGACIÓN: José Antonio Cobeña Fernández no trabaja en la actualidad para empresas u organizaciones religiosas, políticas, gubernamentales o no gubernamentales, que puedan beneficiarse de este artículo; no las asesora, no posee acciones ni recibe financiación o prebenda alguna de ellas. Tampoco declara otras vinculaciones relevantes aparte de su situación actual de persona jubilada.