Futuro imperfecto / 7. Todo será un paréntesis

Sevilla, 7/VII/2021

La situación que estamos atravesando después de quince meses de pandemia, nos lleva hoy a reflexionar sobre lo que deberíamos vivir a parir de ahora como un paréntesis, que es la vida misma, tal y como lo aprendí de Mario Benedetti en un poema precioso, La vida, ese paréntesis (1), si la analizamos desde su perspectiva creadora:

Cuando el no ser queda en suspenso
se abre la vida ese paréntesis
con un vagido universal de hambre

somos hambrientos desde el vamos
y lo seremos hasta el vámonos
después de mucho descubrir
y brevemente amar y acostumbrarnos
a la fallida eternidad

la vida se clausura en vida
la vida ese paréntesis
también se cierra incurre
en un vagido universal
el último

y entonces sólo entonces
el no ser sigue para siempre

Es el nuevo momento de la nueva normalidad, de la nueva vida, después de uno de sus paréntesis más dolorosos, esta pandemia que nos ha atenazado durante un tiempo que nos ha parecido una eternidad. Al fin y al cabo, para demostrarnos que deberemos estar hambrientos de la vida, como el gemido y el llanto de un recién nacido (así somos ahora en la nueva normalidad), intentando descubrir a diario sus islas desconocidas, que existen, con la experiencia de amar breve o extensamente y acostumbrarnos a que la vida, si no miramos hacia adelante, se clausura en vida.

Lo que nos deberá preocupar a partir de ahora, en un mágico futuro imperfecto, es que sólo merecerá la pena vivirla con dignidad plena para que nuestro ser siga existiendo para siempre, junto a las personas que más queremos, para salvarnos el mayor número de personas posible, cada uno, cada una, con su compromiso vital activo. Eso sí, con las condiciones que también nos señaló Benedetti en un poema necesario e imprescindible, No te salves (2), que ahora, precisamente ahora, no olvido con la voz del poeta:

No te quedes inmóvil
al borde del camino
no congeles el júbilo
no quieras con desgana
no te salves ahora
ni nunca
no te salves
no te llenes de calma
no reserves del mundo
sólo un rincón tranquilo
no dejes caer los párpados
pesados como juicios
no te quedes sin labios
no te duermas sin sueño
no te pienses sin sangre
no te juzgues sin tiempo

pero si
pese a todo no puedes evitarlo
y congelas el júbilo
y quieres con desgana
y te salvas ahora
y te llenas de calma
y reservas del mundo
sólo un rincón tranquilo
y dejas caer los párpados
pesados como juicios
y te secas sin labios
y te duermes sin sueño
y te piensas sin sangre
y te juzgas sin tiempo
y te quedas inmóvil
al borde del camino
y te salvas
entonces
no te quedes conmigo.

(1) Benedetti, Mario, Preguntas al azar, 1986. Madrid: Visor.

(2) Benedetti, Mario, Poemas de otros, 1998. Madrid: Visor.

CLÁUSULA ÉTICA DE DIVULGACIÓNJosé Antonio Cobeña Fernández no trabaja en la actualidad para empresas u organizaciones religiosas, políticas, gubernamentales o no gubernamentales, que puedan beneficiarse de este artículo, no las asesora, no posee acciones en ellas ni recibe financiación o prebenda alguna de ellas. Tampoco declara otras vinculaciones relevantes aparte de su situación actual de persona jubilada.

Futuro imperfecto / 6. Lo moderno será clásico

Sevilla, 6/VII/2021

Tenemos una oportunidad en estos días de futuro imperfecto de aprender lo aportado por la humanidad a lo largo de su historia, en las diferentes vertientes clásicas que nos enseña el Diccionario de la Lengua Española (RAE) en su lema “clásico”, como adjetivo, de las que he escogido las cinco primeras acepciones porque cada una de ellas es un compendio de aprendizaje multisecular: “Dicho de un período de tiempo: de mayor plenitud de una cultura, de una civilización, de una manifestación artística o cultural, etc.; dicho de un autor, de una obra, de un género, etc.: que pertenece al período clásico. Aplicado a un autor o a una obra: “esa película es un clásico del cine”; dicho de un autor o de una obra: que se tiene por modelo digno de imitación en cualquier arte o ciencia; perteneciente o relativo al momento histórico de una ciencia en el que se establecen teorías y modelos que son la base de su desarrollo posterior y dicho de un autor, de una obra, de un género, etc.: que pertenece a la literatura o al arte de la Antigüedad griega y romana.

Admiro la cultura clásica desde todas las perspectivas posibles, para lo bueno y para lo malo, porque estoy convencido de que nada humano me es ajeno, aunque tengo que reconocer una debilidad clásica: los autores denominados presocráticos, tales como Pitágoras, Parménides, Tales de Mileto, Heráclito, Diógenes, Demócrito y Anaximandro, entre otros menos conocidos, constituyen mi pensamiento armado en lo clásico que sigue siendo moderno. Una publicación reciente que trata esta realidad inexorable, El hilo de oro. Lo clásico en el laberinto de hoy (1), de David Hernández de la Fuente, nos confirma esta imperiosa necesidad de admirarnos, en el sentido aristotélico más profundo, de las aportaciones de los clásicos cada vez más populares, según afirma el propio autor en su introducción: “Y es que lo clásico tiene futuro, parafraseando el título de un conocido libro de Salvatore Settis, y lo sigue mostrando generación tras generación. Incluso hoy, pese al aparente descrédito y postergación que sufren las humanidades en nuestra sociedad y en nuestros planes de estudios, si tuviésemos que juzgar por las novedades que, año tras año, se siguen publicando sobre las antiguas Grecia y Roma, constataríamos el interés que sigue suscitando el mundo clásico, en el que reconocemos invariablemente el origen de nuestra cultura. Es un eterno retorno: desde la idea de ciudadanía a las artes o los géneros literarios, seguimos mirándonos en los modelos clásicos como en un espejo familiar. Su vigencia se constata cada día, incluso en nuestras actuales circunstancias excepcionales: son textos casi oraculares, de consulta siempre pertinente. Merece la pena detenerse a pensar en los clásicos como aquellos textos que nunca nos terminan de decir lo que tienen que decir, como escribía Ítalo Calvino en Por qué leer los clásicos”

Hojear este cuaderno digital en el que escribo casi a diario como cavando un pozo con una aguja, demuestra mi admiración por Calvino, del que ya no me he separado y del que sigo aprendiendo a diario, cuando me enfrento al fenómeno de la página en blanco, sabiendo el aprecio que él tenía por los clásicos, demostrado en una obra preciosa que recomiendo leer una y mil veces:  Por qué leer los clásicos (2), en el que ofrece catorce razones para leer a estos autores, que deben ser leídas sin dejar ninguna atrás. Lo recomiendo encarecidamente como se decía en mi casa ante misiones culturales aparentemente imposibles e inútiles, entre las que destaco hoy la tercera, una vez llegado este momento de frecuentar el futuro imperfecto de nuestra vida: “Debe haber, por tanto, un momento en la vida adulta dedicada a revisar los libros más importantes de nuestra juventud. Hay grandes clásicos que ejercen una influencia tan particular en nosotros que se niegan a ser erradicados de la mente escondiéndose en los pliegues de la memoria, camuflándose como el inconsciente colectivo o individual. Es por ello por lo que deben releerse una vez alcanzamos la madurez. Incluso si los libros siguen siendo los mismos (aunque ellos no cambian, a la luz de una perspectiva histórica alterada), sin duda nosotros sí hemos cambiado, y nuestro encuentro con esa misma lectura será una cosa totalmente nueva. En realidad podríamos decir: 4 [cuarta razón]. Toda relectura de un clásico es una lectura de descubrimiento como la primera”. Traigo a colación esta reflexión porque frecuento mucho la lectura de los clásicos en la literatura, la poesía, el teatro, la música, la pintura, la religión y otras artes y creencias clásicas dignas de guardar. Se lo debo a profesores y profesoras que he tenido a lo largo de mi vida, auténticos maestros y maestras, que me enseñaron la forma de aprehender la belleza de su pensamiento, de su pintura, de su capacidad de representación escénica de la vida, de su forma de componer obras musicales inolvidables, de sus creencias. Clásicos a veces no populares, por supuesto.

Creo que el futuro imperfecto se ennoblecerá si acudimos a los clásicos, en un alarde de modernidad, aunque parezca un oxímoron (3) al uso. ¿Les ha gustado la propuesta de Calvino para frecuentar el futuro? Recuerdo que faltan trece razones para completar esta guía de lectura elaborada por Calvino, que pueden leer aquí facilitada por la editorial Siruela. No les va a defraudar y comprenderán por qué hay que leer a quienes tanto han aportado a la humanidad a través de sus textos y contextos. Nuccio Ordine, en Clásicos para la vida (4), hace una introducción extraordinaria al respecto en su pequeña pero densa obra, que me conmueve en su justo sentido: Si no salvamos los clásicos y la escuela, los clásicos y la escuela no podrán salvarnos. Aviso para navegantes virtuales en busca de futuros más sutiles y perfectos, sobre todo en la educación integral e integrada que tanto necesita este país, que serán modernos pero muy clásicos al mismo tiempo.

(1) Hernández de la Fuente, David, El hilo de oro. Lo clásico en el laberinto de hoy, 2021. Barcelona: Ariel.

(2) Calvino, Ítalo, ¿Por qué leer los clásicos?, 2012. Madrid: Siruela.

(3) Oxímoron (RAE. (Diccionario de la lengua española, RAE, 2020): “combinación, en una misma estructura sintáctica, de dos palabras o expresiones de significado opuesto que originan un nuevo sentido, como en un silencio atronador”.

(4) Ordine, Nuccio, Clásicos para la vida, 2017. Barcelona: Acantilado-Quaderns Crema.

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Futuro imperfecto / 5. Superaremos el miedo

Sevilla, 5/VII/2021

El coronavirus nos da miedo y la vacuna nos está ayudando a superarlo, aunque las noticias diarias nos recuerdan que los jóvenes de este país lo están desafiando como en una huida hacia atrás, nunca hacia adelante, sin respetar los principios de coexistencia humana actual ante una realidad inexorablemente en modo pandemia. En este contexto, he acudido de nuevo a un consultor de cabecera, Eduardo Galeano, a través de un poema dirigido a almas inquietas, El miedo global (1):

Los que trabajan tienen miedo de perder el trabajo.
Y los que no trabajan tienen miedo de no encontrar nunca trabajo.
Quien no tiene miedo al hambre, tiene miedo a la comida.
Los automovilistas tienen miedo a caminar y los peatones tienen miedo de ser atropellados.
La democracia tiene miedo de recordar y el lenguaje tiene miedo de decir.
Los civiles tienen miedo a los militares. Los militares tienen miedo a la falta de armas.
Las armas tienen miedo a la falta de guerra.
Es el tiempo del miedo.
Miedo de la mujer a la violencia del hombre y miedo del hombre a la mujer sin miedo.
Miedo a los ladrones y miedo a la policía.
Miedo a la puerta sin cerradura.
Al tiempo sin relojes.
Al niño sin televisión.
Miedo a la noche sin pastillas para dormir y a la mañana sin pastillas para despertar.
Miedo a la soledad y miedo a la multitud.
Miedo a lo que fue.
Miedo a lo que será.
Miedo de morir.
Miedo de vivir.

En este tiempo de miedo existencial, a lo que fue, a lo que será, creo que Galeano lo resume todo en un futuro imperfecto que supone asumir el miedo a la libertad de asumir o no lo que será después de esta pandemia y a lo que será de y en nuestras vidas. En el fondo, es el miedo legítimo a la libertad del día después de un acontecimiento de la magnitud que nos está tocando vivir. He vuelto a buscar en la clínica del alma cercana a mí y he leído palabras que tengo grabadas en mi persona de secreto, escritas el año pasado cuando hablábamos de la nueva normalidad. Cuando leí por primera vez El miedo a la libertad, de Erich Fromm, recuerdo que lo que más me impactó fue su página de presentación anterior al prefacio, que me ha acompañado a lo largo de mi vida, siendo uno de los libros que llevo siempre en mi búsqueda permanente de islas desconocidas viajando en patera, en mar abierto, como tantas veces he descrito en este cuaderno de derrota, en el lenguaje del mar:

“No te di, Adán, ni un puesto determinado ni un aspecto propio ni función alguna que te fuera peculiar, con el fin de que aquel puesto, aquel aspecto, aquella función por los que te decidieras, los obtengas y conserves según tu deseo y designio. La naturaleza limitada de los otros se halla determinada por las leyes que yo he dictado. La tuya, tú mismo la determinarás sin estar limitado por barrera ninguna, por tu propia voluntad, en cuyas manos te he confiado. Te puse en el centro del mundo con el fin de que pudieras observar desde allí todo lo que existe en el mundo. No te hice ni celestial ni terrenal, ni mortal ni inmortal, con el fin de que —casi libre y soberano artífice de ti mismo— te plasmaras y te esculpieras en la forma que te hubieras elegido. Podrás degenerar hacia las cosas inferiores que son los brutos; podrás —de acuerdo con la decisión de tu voluntad— regenerarte hacia las cosas superiores que son divinas”.

Este texto, presentado bajo el epígrafe de “El discurso de Dios al hombre”, corresponde a la Oratio de hominis dignitate, un texto introductorio de Giovanni Pico della Mirandola (1463-1494) a las 900 Tesis (Conclusiones Filosóficas Cabalistas y Teológicas) que presentó a la Iglesia de Roma en 1486, en las que buscaba una confluencia sincrética entre diversas creencias y postulados religiosos de la época, con una trazabilidad importante de filósofos y teólogos latinos y árabes. Es importante conocer este contexto histórico, que le costó finalmente la excomunión al poner al hombre (como ser humano primigenio) en un puesto muy importante en la vida humana gracias a su libertad. Tras este breve análisis, comprendo mucho mejor por qué Fromm lo eligió como texto introductorio de su libro, de su miedo personal a la libertad y por qué ha pasado a la posteridad como el Manifiesto del Renacimiento.

Seguimos teniendo miedo porque la Covid-19 sigue ahí, como el dinosaurio de Monterroso. Repasar palabra a palabra el texto expuesto nos puede dar una idea de lo que se llegó a pensar de la libertad humana en tiempos en los que lo más importante que había que hacer, visto cómo estaba la sociedad en general, era reforzar al ser humano por encima de todas las cosas: Te puse en el centro del mundo con el fin de que pudieras observar desde allí todo lo que existe en el mundo. No te hice ni celestial ni terrenal, ni mortal ni inmortal, con el fin de que —casi libre y soberano artífice de ti mismo— te plasmaras y te esculpieras en la forma que te hubieras elegido.

Se comprende perfectamente que el miedo a la libertad estriba en la decisión de abordar el futuro imperfecto actual como brutos (no hacen falta muchas explicaciones) o hacer “cosas superiores” que nos devuelvan la alegría de vivir despiertos y libres en el nuevo Renacimiento del Mundo, que algunos llaman ahora “Reconstrucción Mundial”. Ese es el gran reto para saber qué significa tener miedo a la libertad de querer vivir con dignidad en un mundo que el coronavirus ha puesto al revés.

(1) Eduardo Galeano (1998). Patas arriba. La escuela del mundo al revés. Madrid: Siglo XXI Editores de España.

NOTA: la imagen es del autor

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Futuro imperfecto / 4. Iremos juntos, con el futuro detrás y el presente delante

Sevilla, 4/VII/2021

Hace un año hacía estragos de esperanza un constructo, nueva normalidad, que era difícil de descifrar porque ignoraba entonces (y me sigue pasando ahora), quién tenía y tiene la patente de corso para definir qué es lo normal en el futuro de un mundo tan desconcertado, confundido y variopinto como es el que nos da cobijo en estos momentos. Estando en estas cuitas de nuevo, he vuelto a recordar una realidad cultural que tiene más de diecisiete mil años, la aimara, que todavía hoy no tiene esta preocupación. He escrito con anterioridad sobre ella en este cuaderno y abro la página digital en la que vuelve a sorprenderme esta respuesta ante cuestiones transcendentales de la vida y de respeto a la madre naturaleza que nos enseña a diario la generación de vida y el progreso sin tanto sobresalto, es decir, visualizar rasgos de futuro que estamos obligatoriamente obligados a frecuentar. Siempre recuerdo a tal efecto algo que leí hace años y que no olvido, la recomendación del Dr. Cardoso al Sr. Pereira en “Sostiene Pereira”, una obra maestra de Tabucchi, situada en el contexto de una estancia del protagonista en la clínica talasoterápica de Parede, cerca de Lisboa: “… deje ya de frecuentar el pasado, frecuente el futuro. “¡Qué expresión más hermosa!”, dijo Pereira”. Hoy, un futuro simple, imperfecto.

Estando en estos vuelos tan necesarios en tiempos de coronavirus, desescalada y búsqueda de futuro, leo de nuevo que la cultura aimara, población del altiplano andino radicada en Bolivia, Perú, Argentina y Chile, tiene una característica antropológica que todavía se sigue investigando por su peculiar forma de comprender el futuro, que siempre está detrás de cada persona, entre otras manifestaciones sociales, así como el pasado, que siempre está delante. Nada que ver con nuestra forma de entender y expresar el futuro, que siempre lo comprendemos como situado delante de nosotros, nunca detrás. Igual que el pasado, que siempre está detrás de nuestras vidas. Me llama la atención esta forma de proceder en la vida que mantiene el pueblo aimara después de miles de años, cuestión que me apasiona porque nada es inocente en las acciones humanas. Los aimaras no comprenden el futuro porque sólo saben lo que está ocurriendo, que es presente y los sucesivos presentes conforman el pasado, que se sabe cómo se desarrolló, pero nunca pueden hablar de futuro, sencillamente porque es algo que no existe, no ha llegado todavía y no se sabe lo que es porque permanece oculto según su experiencia multisecular.

El futuro aimara no existe, porque sus creencias están basadas alrededor del sol, que todos los días sale o no, sin que necesiten predecir que saldrá. El sol no falla nunca porque, aunque no salga algún día, saben todos que está oculto por alguna razón, pero allí está, no necesita futuro. Además, en Bolivia se han recogido en su Constitución estos principios porque cada año que nace es para entregar prosperidad al pueblo aimara. Ese es su futuro. Saben que el Tata-Inti (dios sol) o la Pachamama (la madre tierra), son los núcleos existenciales de la vida aimara, su presente que se forja en un pasado milenario. Todas las ceremonias se inician siempre mirando hacia arriba, hacia el sol, nunca a un futuro desconocido sino a lo que alumbra la vida encadenada de presentes y para ser todos los días más felices.

Esta realidad aimara me ha recordado un cuento de Augusto Monterroso, El eclipse, donde se narra una artimaña de sabiduría futurible por parte del protagonista del cuento:

Cuando Fray Bartolomé Arrazola se sintió perdido aceptó que ya nada podría salvarlos. La selva poderosa de Guatemala lo había apresado, implacable y definitivamente. Ante su ignorancia topográfica se sentó con tranquilidad a esperar la muerte. Quiso morir allí, sin ninguna esperanza, aislado con el pensamiento fijo en la España distante, particularmente en el convento de Los Abrojos, donde Carlos Quinto condescendiera una vez a bajar de su eminencia para decirle que confiaba en el celo religioso de su labor redentora.

Al despertar se encontró rodeado por un grupo de indígenas de rostro impasible que se disponían a sacrificarlo ante un altar, un altar que a Bartolomé le pareció como el lecho en que descansaría, al fin, de sus temores, de su destino, de sí mismo.

Tres años en el país le habían conferido un mediano dominio de las lenguas nativas. Intentó algo. Dijo algunas palabras que fueron comprendidas.

Entonces floreció en él una idea que tuvo por digna de su talento y de su cultura universal y de su arduo conocimiento de Aristóteles.

Recordó que para ese día se esperaba un eclipse total de sol. Y dispuso, en lo más íntimo, valerse de ese conocimiento para engañar a sus opresores y salvar la vida.

-Si me matáis -les dijo- puedo hacer que el sol se oscurezca en su altura.

Los indígenas lo miraron fijamente y Bartolomé sorprendió la incredulidad en sus ojos. Vio que se produjo un pequeño consejo, y esperó confiado, no sin cierto desdén.

Dos horas después el corazón de fray Bartolomé Arrazola chorreaba su sangre vehemente sobre la piedra de los sacrificios (brillante bajo la opaca luz de un sol eclipsado), mientras uno de los indígenas recitaba sin ninguna inflexión de voz, sin prisa, una por una, las infinitas fechas en que se producirían eclipses solares y lunares, que los astrónomos de la comunidad maya habían previsto y anotado en sus códices sin la valiosa ayuda de Aristóteles.

Los mayas sabían mucho de su pasado presente, igual que los aimaras. No les hacía falta la insolencia del fraile sabiondo que quiso remedar al sabio sol de aquellas tierras, intentando predecir su futuro personal, cuando los que le rodeaban solo conocían el pasado presente de todos a través de los siglos. Para pensarlo hoy, inexcusablemente, para aprender de errores propios y ajenos. Entre tanta búsqueda de lo desconocido, he encontrado unas palabras sorprendentes en lenguaje aimara: Tanta sarañani. Me ha impresionado su significado en nuestra lengua celtibérica que obligamos a conocerla a los indígenas aimaras, acusando un cansancio multisecular para narrar los desastres presentes: iremos juntos. A buscar el pasado presente que algunos llaman ahora nueva normalidad y que nos lleva al precioso futuro innecesario de los aimaras porque hoy es el tiempo que puede ser mañana, con el futuro detrás y el pasado delante, como cantaba de forma preciosa Víctor Jara, en su Plegaria a un labrador:

Levántate y mírate las manos
para crecer estréchala a tu hermano.
Juntos iremos unidos en la sangre
hoy es el tiempo que puede ser mañana.

NOTA: la imagen se recuperó el 4 de agosto de 2017 de http://www.elintra.com.ar/salta/2010/10/20/kollas-instan-modificar-nombres-apellidos-espanol-quechua-aymara-39065.html

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Futuro imperfecto / 3. Vendrán tiempos mejores

Charles Chaplin, en El gran dictador (1940)

Sevilla, 3/VII/2021

Todo futuro imperfecto que se precie expresa siempre un deseo. Hoy elijo uno en estos tiempos modernos de coronavirus, vendrán tiempos mejores, porque necesitamos poner letras de oro a aquellas situaciones que deseamos que ocurran más pronto que tarde. Los pesimistas, que se precian de ser optimistas bien informados, suelen ver el horizonte negro casi siempre, aunque el haiku 123 de Benedetti, Un pesimista / Es sólo un optimista / Bien informado, escrito en 1999 (1),  tiene una carga de profundidad ética que siempre recuerdo amablemente. Esto nos lleva indefectiblemente a recordar una pintada en un muro de la ciudad de Bogotá, ¡Dejemos el pesimismo para tiempos mejores!, que escribió alguien, quién sabe quién, tal y como lo cuenta Eduardo Galeano en su obra Patas arriba. La escuela del mundo al revés, a la que acudo con frecuencia en este ir del timbo al tambo de la vida.

Vamos despejando incógnitas en esta serie, dos en concreto, el amor es el mejor camino para vivir en el futuro y todo va a depender del color con el que miremos ese futuro simple o imperfecto, porque así lo podemos llamar con profundo respeto a la gramática española, aunque la verdad radica en que tomamos conciencia, cada día que pasa, de que el futuro, por simple o imperfecto que sea, ya no es lo que era, sin que esta reflexión sea negativa en principio, porque sabemos que hay una toma de conciencia popular de que vendrán, efectivamente, tiempos mejores, porque el mundo sólo tiene interés hacia adelante. Así lo comprobamos en el contador mundial de población, que nos facilita la información en tiempo real sobre cada persona que nace o muere en cualquier parte del mundo, siendo conscientes de que a esta hora, constituimos una población mundial de casi siete mil novecientos millones de personas, tantas como deseos tenemos o tendrán, atendiendo a la edad, los que formamos parte del presente y futuro de este loco mundo al derecho y al revés.

En este contexto de recordado una experiencia que conocí en 2013, sobre un constructor de globos terráqueos, Peter Bellerby, que me sugirió en su momento reflexionar sobre un oficio de trasfondo ético muy actual: ¿quién no ha pensado en momentos de intimidad bajarse del mundo presente, en clave marxiana, para crear y construir uno nuevo, un nuevo futuro en definitiva, un tiempo mejor, más acorde con el respeto a los derechos humanos esenciales y con las expectativas para ser y estar en el mundo de la forma más digna, solidaria y humana posible? También, para dibujarlo y pintarlo de forma diferente, como Bellerby y diseñarlo de forma más acorde con la realidad soñada de cada uno, porque pertenezco al Club de los que pensamos que otro mundo es posible, trabajando día a día para pintar otra realidad y otro futuro más amable con todo y todos, en el micromundo donde vivimos, estamos y somos.

Recuerdo siempre aquella imagen de Chaplin, en El gran dictador, con un mundo en sus manos. También, sus palabras finales dirigidas a Hannah en el personaje del entrañable barbero judío/Hynkel: “Hannah, ¿puedes oírme? Donde quiera que estés, mira a lo alto, Hannah! ¡Las nubes se alejan, el sol está apareciendo, vamos saliendo de la tinieblas hacia la luz, caminamos hacia un mundo nuevo, un mundo de bondad, en el que los hombres se elevarán por encima del odio, de la ambición, de la brutalidad! ¡Mira a lo alto, Hannah, al alma del hombre le han sido dadas alas y al fin está empezando a volar, está volando hacia el arco iris, hacia la luz de la esperanza, hacia el futuro, un glorioso futuro, que te pertenece a ti, a mí, a todos! ¡Mira a lo alto, Hannah, mira a lo alto!”.

En 2018, con motivo de la celebración de la exposición ARCO en Madrid, se divulgó el lema de la misma, “El futuro no es lo que va a pasar, sino lo que vamos a hacer”, como declaración programática de lo que tenemos que hacer a diario sobre el futuro imperfecto de todos y cada uno, no inocente, porque es verdad, el futuro, que ya es parte del presente inmediato, depende de lo que queramos hacer en los tres mundos en los que tenemos que hacer deberes todos los días: el mundo de alrededor o ecosistema en el que vivimos, el mundo con los demás y el mundo personal e intransferible con en el que caminamos a diario haciendo camino al andar. Pero, ¿qué es lo que hay que hacer en cada uno de esos mundos de cara al futuro?, o de forma más abreviada (para no andarnos con rodeos): ¿qué hacer? (de trasfondo cultural leninista). Es verdad que cuando solemos acometer respuestas tomamos conciencia de que nos cambian constantemente las preguntas, pero la diferencia planteada por la pregunta citada de la exposición estriba en que cuando esperamos sólo lo que va a pasar, estamos quietos, paralizados en cualquier tipo de respuesta a los interrogantes de la vida, mientras que si pasamos al terreno de la acción escribimos páginas extraordinarias en el libro vital de cada uno. Si lo compartimos así, mejor, porque comprenderemos mejor que nunca que el amor y el sufrimiento es la única fuerza que no se equivoca al construir el futuro propio y el de los demás que lo buscan apasionadamente, porque aúna voluntades, como cantaba Quilapayún en su preciosa “Cantata de Santa María de Iquique”, tantas veces citada en este cuaderno digital y que no olvido. Sin tener que esperar a que el futuro imperfecto nos lo diseñen otros.

Cuando dicen esos otros que estamos saliendo de cualquier crisis, ahora de la pandemia, uno de los eufemismos más duros que hemos conocido en su efecto halo negativo, nos encontramos con la frialdad o bienestar de nuestro suelo firme, el ético, sobre el que se asientan todas nuestras verdades, nuestras respuestas a la vida personal e intransferible, al que le cambian el guion continuamente, porque cambian constantemente las preguntas de la vida: quiénes somos, por qué estamos, por qué vivimos a veces desesperadamente, por otras muy duras: qué somos, qué tenemos, por qué perdemos el norte del futuro que nos corresponde vivir y por qué morimos en vida cuando sufrimos cualquier revés no esperado.

Seguimos buscando las mejores respuestas para preparar a diario el futuro con lo que hacemos todos los días. Las que nos proporciona la inteligencia personal e intransferible, aquella que nos reconduce permanentemente a la búsqueda de la felicidad, porque intentamos solucionar los problemas que nos invaden. Aquella que supone aceptar que la infelicidad también existe, aunque traduce algo muy claro en la dialéctica derivada del uso de la razón y del corazón, porque debería figurar en el catálogo humano de las mejores respuestas al genérico qué hacer: la respuestabilidad (perdón por el neologismo) en estado puro, entendida como la capacidad para responder a las preguntas de la vida, presentes y futuras, con inteligencia y libertad, sabiendo que el mal y los hijos e hijas de las tinieblas también existen. Aunque nos las cambien constantemente.

Es curioso, pero es verdad: el futuro sigue siendo muchas veces lo que era porque no nos empeñamos en comprender que todo depende de lo que queramos hacer y en pensar que debemos salir del encierro cultural en una frase popular que nos deja inmóviles: cualquier tiempo pasado fue mejor. No es eso, no es eso. Está demostrado que el mundo sólo tiene interés cuando va hacia adelante, compartiendo entre todos tiempos mejores y posibles. Futuro imperfecto y simple, como deseos legítimos y necesarios en estado puro. Ante las sofisticadas dictaduras que todavía existen y se propagan en la política, en la mala y aviesa educación, en determinados trabajos, en las guerras, en el mercado y sus mercancías, en el poderoso caballero de negro «don dinero», Chaplin nos ofreció la mejor visión del futuro imperfecto: «¡al alma del hombre le han sido dadas alas y al fin está empezando a volar, está volando hacia el arco iris, hacia la luz de la esperanza, hacia el futuro, un glorioso futuro, que te pertenece a ti, a mí, a todos!

(1) Benedetti, Mario (2001). Haiku 123 en Rincón de haikus. Madrid: Visor Libros.

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Futuro imperfecto / 2. Todo dependerá de las Kas con que se contemple la vida

Sevilla, 2/VII/2021

La afirmación ha hecho estragos con el campeonato europeo de fútbol, porque la propaganda para contemplar los partidos ha supuesto un problema en muchos hogares por el famoso síndrome de la última versión. ¿Cómo ver un partido, con inmersión garantizada incluida, si no tengo un televisor inteligente de 8K? Y la publicidad ha hecho estragos económicos en bolsillos maltrechos muchas veces, porque lo que dicen que ofrece esta tecnología es el no va más de lo que se puede contemplar cómodamente desde el sofá de casa. Mucho más después de lo que hemos pasado con la pandemia, sobre todo por la ausencia humana de los campos de fútbol, aunque a mí esta música cuasi militar nunca me supo levantar, dicho sea de paso y con todos los respetos.

He repasado la citada propaganda y verán que no tiene desperdicio. Comencemos.

1. ¿Qué es 8K? Algo muy “sencillo y asequible”, una tecnología de la imagen en los televisores, por ejemplo, que permite contemplar la transmisión de cualquier evento con una pantalla con 7.680 píxeles horizontales y 4.320 píxeles verticales para un total de aproximadamente 33 millones de píxeles. La «K» en 8K significa Kilo (1000), lo que significa que un televisor ha alcanzado un horizonte de resolución de aproximadamente 8.000 píxeles. Me imagino un concierto dirigido por Gustavo Dudamel con esta tecnología de grabación y reproducción, porque tengo que confesar de nuevo que el fútbol no es mi pasión actual. Más tarde hablaremos de ese deporte “rey” (aunque a veces vaya desnudo…), porque tengo que reconocer también que ahora es su momento.

2. La frustración está servida porque esta tecnología mejora nuestra percepción cerebral cuatro veces, es decir, hablando de imágenes tiene cuatro veces más píxeles que un televisor 4K, otro tipo de resolución UHD, fundamentalmente porque los píxeles son tan pequeños que no se pueden distinguir ni siquiera de cerca. El síndrome de la última versión se afianza poco a poco y toda la publicidad intenta demostrar que lo que tenemos en casa no es igual, es decir, se ha quedado obsoleto. Para que lo tengamos claro de una vez como consumidores probablemente irresponsables: la resolución en televisores 8K es 4 veces mayor que la de los televisores 4K UHD y 16 veces mayor que la de los televisores Full HD. Para que nos vayamos enterando.

3. Dicen que con esta tecnología se ve sudar a los delanteros que aprecian los seguidores más apasionados, con la garantía de que son los más famosos porque son los que más veces aparecen en pantalla: “Ver sudar al delantero a la hora de ejecutar un penalti o seguir al milímetro la curva del balón en el aire. La altísima resolución de los televisores 8K hace sentir al espectador que está mirando a través de la pantalla, no a ella. Es la gran experiencia audiovisual inmersiva”. ¿Cómo nos vamos a perder eso? Estar o no inmersos en lo que está pasando, esa es la cuestión.

4. La necesidad está creada y este campeonato europeo está siendo la ocasión para no perdernos nada de lo que nos dicen que se ve, se siente y está pasando. Me imagino qué pasaría si se hiciera esta publicidad con un concierto de música. Veríamos a Dudamel, por ejemplo, atusándose su alocada cabellera en pleno concierto, sudando también y no descomponiendo su figura. Pero eso es harina de otro costal: “Un 43% de los europeos planea comprar una televisión para estar entretenido en el hogar, según un estudio realizado por Ipsos. Buscar la forma de que los aficionados vivan los goles de su equipo desde casa como si estuvieran en el estadio se ha convertido en una prioridad para ingenieros, diseñadores, realizadores y organizaciones deportivas. La calidad de imagen 8K, con cuatro veces más píxeles que el 4K, y la capacidad de los televisores “X” de mostrar el 100% del volumen de color, lo que les permite alcanzar el máximo detalle de la imagen en movimiento, es la experiencia televisiva por excelencia. “Si el contenido está bien capturado y enviado a un televisor 8K, uno debería quedar impresionado con la claridad y nitidez general de la imagen”, comenta Chris Chinnock, director ejecutivo de la Asociación 8K”. ¿Se diría esto de un acto cultural, de un concierto de música clásica, por ejemplo?

5. La publicidad no es inocente, una vez más, y la ciencia viene a demostrarnos que la pregunta está servida en este contexto: ¿cómo nos vamos a perder ese avance científico si dicen que el cerebro es el que decide con qué imagen quedarse de todo lo que estamos viendo: “Las imágenes se crean en el cerebro, por lo que cuando vemos una que es más realista, resulta más fácil para el cerebro aceptarla. En otras palabras, con 8K puedes sentirte como si estuvieras realmente en el campo”, señala Chinnock. Ahí queríamos llegar: con esta tecnología todo pasa como si estuviéramos físicamente, realmente, emocionalmente, donde están pasando las cosas. Y esa decisión tan importante la toma exclusivamente mi cerebro (y las multinacionales del sector).

6. Esta tecnología K nos abre, además, múltiples posibilidades de contacto y de relación con los demás, incluso aunque estén a miles de kilómetros de distancia, sabiendo que yo no me muevo y que sigo en mi casa solo como la una: “La forma en la que se consume la televisión ha cambiado en los últimos años. Antes, se comentaban los programas o los partidos con los colegas de al lado. Hoy, además, se ven las estadísticas del juego y las noticias sobre el programa en tiempo real y se debate sobre ellos en las redes sociales. En ocasiones, a la vez que se juega un partido de fútbol en el campo, se disputa otro simultáneo en plataformas como Twitter. A veces los usuarios teclean a toda velocidad. Solo desde España en un único partido se han llegado a publicar más de un millón de tuits, según datos de Kantar Media. O lo que es lo mismo, unos 10.000 por minuto”. Alucinante.

7. Para rematar, nos insisten en que el tamaño sí que importa. Me lo temía: “La experiencia del espectador también cambia según el tamaño de la pantalla del televisor. Desde la asociación UHD SPAIN indican que el tamaño es un elemento fundamental, “a tener en cuenta cuando, además de información, se quieren comunicar y transmitir sensaciones”. “Hay producciones audiovisuales que están concebidas para ser vistas en pantallas que ofrezcan un ángulo de visión grande. Para transmitir sensaciones de inmersión, transportando al espectador a la escena, es más fácil en pantallas grandes que en pequeñas”, señalan”. ¡Qué hago yo con el televisor de toda la vida, que parecía grande hace un año y ahora me dicen que de inmersión nada, que lo que tengo no sirve y que me olvide de las sensaciones extraordinarias que sólo me garantizan muchas K! La frustración está servida con una definición de libro: sentimiento displacentero de incompletud que surge como consecuencia de un conflicto psicológico no resuelto. Encima eso, porque… ¿no estábamos hablando sólo de “Kas”?

El futuro imperfecto está servido con esta tecnología, aunque es verdad que como toda tecnología de doble uso, abre unas posibilidades extraordinarias en campos de la ciencia, como por ejemplo la medicina, que serán una auténtica revolución. Cada cosa en su sitio. La verdad es que prefiero apagar el televisor que tengo ahora con muchas menos K y salir a la calle para disfrutar de lo que mis ojos ven y contemplan en una inmersión continua con la vida. Sigo a pies juntillas lo que un día ya lejano aprendí de Antonio Machado, porque tengo que confesar que me ha ido muy bien en la vida: “El ojo que ves no es ojo porque tú lo veas; es ojo porque te ve”. Además, en ese paseo voluntario por lo que me apetece ver, vuelvo en este mes de julio a mi caja de sueños no teledirigidos, que contiene centenares de negativos para repasar una vida llena de blanco y negro en mi infancia y de un inmenso color después, fundamentalmente porque nunca quise ser ciego al color, como pasaba a los habitantes de las dos islas de la Micronesia, Pingelap y Pohnpei, que nos dio a conocer Oliver Sacks en un libro precioso, La isla de los ciegos al color.

La vida es algo más que el blanco y negro, que los grises, que las Kas de las nuevas tecnologías sin más, porque el cerebro está preparado para interpretar todos los matices cromáticos de la vida sin dejar ninguno atrás, la vida de cada una, de cada uno, que es lo más parecido a veces a una fotografía o película en blanco y negro, con la acromatopsia ética que corresponda, mucho más presente que nunca en este tiempo de coronavirus, recuperando esos momentos que tanto nos reconfortan y que nos devuelven felicidad. Hasta que un día revelamos los negativos de nuestra vida, guardados con esmero en una caja de sueños, devolviéndoles la vida real que contienen en su discreto encanto del color o del blanco y negro, según la luz del momento, con todos sus matices (píxeles) sabiendo que a veces, en nuestra persona de secreto, tienen el tiempo dentro y con un color especial. Algo que nunca me ofrecerán millones de píxeles ordenados en Kas, tanto en el presente como en el futuro imperfecto actual.

CLÁUSULA ÉTICA DE DIVULGACIÓNJosé Antonio Cobeña Fernández no trabaja en la actualidad para empresas u organizaciones religiosas, políticas, gubernamentales o no gubernamentales, que puedan beneficiarse de este artículo, no las asesora, no posee acciones en ellas ni recibe financiación o prebenda alguna de ellas. Tampoco declara otras vinculaciones relevantes aparte de su situación actual de persona jubilada. 

Futuro imperfecto / 1. ¿Será el amor el mejor camino?

Sevilla, 1/VII/2021

Comienza el mes de julio y el afianzamiento de la desescalada de todas las medidas tomadas en relación con la pandemia que nos ha envuelto la vida durante quince meses. Está claro que podemos frecuentar ya el futuro, que se me antoja imperfecto o simple, entendido según la Real Academia Española de la Lengua como “tiempo absoluto que expresa que algo existirá o tendrá lugar en un momento posterior al momento del habla”, pero indudablemente incierto. Este será el hilo conductor de esta serie en la que estableceré siempre una dialéctica en cada artículo sobre lo que ha sido y lo que será, tomando conciencia clara de que el futuro ya no será lo que era, porque nadie se baña dos veces en el mismo río y porque tampoco deseo que vuelva con sus errores históricos. La memoria ayuda a resolver sus muchos enigmas y fracasos, de los que deberíamos aprender para no volver a tropezar con la misma piedra.

Se ha atribuido durante mucho a tiempo a Groucho Marx la frase “el futuro ya no es lo que era”, cuando todo apunta a que su autor fue el poeta Paul Valéry, exactamente con esta expresión: “El problema de nuestro tiempo es que el futuro ya no es lo que era”, junto a otra que me parece de un contenido similar y didáctico en este tiempo de coronavirus: “El futuro es preparar al hombre para lo que no ha sido nunca”. Cualquiera de las dos aborda de forma breve lo que verdaderamente nos está pasando, aunque también debo afirmar sin ambages que lo que nos pasa es que no sabemos lo que nos pasa y, mucho menos, lo que nos pasará a partir de ahora. Sea de quien sea la autoría, estoy seguro de que Groucho lo pensó siempre por su problemático devenir existencial, aunque él resolvió este dilema amando profundamente el presente: ¿Por qué debería preocuparme de la posteridad? ¿Qué ha hecho la posteridad por mí?

En esta primera entrega, planteo una pregunta en torno al amor, un clásico popular donde los haya, pero que hoy tiene un sentido especial al haber encontrado una isla desconocida en el cine francés, una película que se estrena esta semana en este país, “Las cosas que decimos, las cosas que hacemos”, una película de factura francesa pura, dirigida por Emmanuel Mouret, ampliamente conocido por su trayectoria de cine existencial, durante la última década, en torno a una palabra, amor, de base contradictoria en sí misma. Hechos son amores y no buenas razones, se dice en este país y sobre el amor, no digamos. Lo he leído en una crítica cinematográfica de esta película y me ha parecido una reflexión extraordinaria: “La historia arranca cuando un joven escritor viaja, tras un cataclismo sentimental, a casa de su primo en el campo. El familiar no está, pero sí su joven prometida, embarazada, y la pareja de desconocidos entabla una relación de confianza en la que se cuentan sus penas amorosas. Pronto la narración se ramifica y retuerce, según avanza el relato y crecen los personajes. “Cuando hablamos de amor”, cuenta Mouret por videoconferencia, “todo el mundo parece estar de acuerdo en qué es, aunque si intentamos definir ese sentimiento y sus reglas, empiezan las confrontaciones”. Y apunta: “San Agustín decía: ‘¿Qué es el tiempo? Si nadie me pregunta, lo sé; pero si quiero explicárselo al que me lo pregunta, no lo sé’. A mí con el amor me pasa lo mismo”. Y por eso puede que vuelva a él una y otra vez: “Las cosas que me parecen más interesantes son las que no se pueden aprehender”.

Admiro el cine francés y recientemente lo expresaba a raíz de la muerte de otro gran director, Bertrand Tavernier, del que he sido un seguidor fiel de sus obras. De su filmografía excelente y didáctica siempre, destaco una película preciosa, Hoy empieza todo, sobre un guion de Dominique Sampiero que leí completo para comprender bien su hilo argumental. El cine de calidad nunca es inocente, porque es la interpretación de una realidad más próxima de lo que parece. Cuando vemos una película contenemos la respiración. Todos nos enfrentamos a este momento en un cuerpo a cuerpo. Cuando encontramos las mejores historias, un gran corazón late, se alarma, va más despacio, sale de la sala cinematográfica con el deseo de seguir creyendo en un mundo diferente que todavía es posible. Todos los rostros miran en la misma dirección. Este impulso es el que aspiramos a que nos acompañe siempre, porque es el que nos permite descubrir y alimentar cualquier microhistoria saludable. ¿Saben por qué? Porque como decía el autor de la obra sobre la que está basada la película de Tavernier, aunque hoy comience todo, en verdad, todo se parece al amor digno que nos conmueve, es decir, que nos perturba, inquieta, altera, que nos provoca situaciones placenteras que consuelan a nuestra persona de secreto con fuerza y eficacia, afectando de lleno los sentimientos y emociones. Al fin y al cabo, porque aspiramos siempre a descubrir nuestra mejor historia.

Para empezar a aprehender estas cuestiones tan serias y profundas, ¿se podría concluir que el amor será el mejor camino para este verano? No se sabe, porque cada uno, con su cadaunada, responderá a la pregunta de San Agustín que contaba Mouret con el correlato del amor, ¿qué es el amor? y ahí empezará el problema, contarlo cada uno como mejor lo entiende y, sobre todo, lo vive, aunque la pregunta de la película siempre será nuestra sombra que no cesa: ¡cuidado con las cosas que decimos, porque probablemente no son las que hacemos! O al revés. El éxito está garantizado para el director francés porque ha puesto el dedo en la llaga del amor. Futuro imperfecto de este verano y en estado puro.

CLÁUSULA ÉTICA DE DIVULGACIÓNJosé Antonio Cobeña Fernández no trabaja en la actualidad para empresas u organizaciones religiosas, políticas, gubernamentales o no gubernamentales, que puedan beneficiarse de este artículo, no las asesora, no posee acciones en ellas ni recibe financiación o prebenda alguna de ellas. Tampoco declara otras vinculaciones relevantes aparte de su situación actual de persona jubilada.