De ómicron a Omega

Primer carril bici fluorescente del mundo, en Nuenen. El cielo estrellado de Van Gogh sobre el asfalto.

Aquella luz que iluminaba todo
lo que en nuestro deseo se encendía
¿no volverá a brillar?

Ángel González, Aquella luz

Sevilla, 24/I/2022

Creo que en la actual pandemia el alfabeto griego llegará de un salto a su última palabra, Omega, una vez superada esta sexta ola de nombre ómicron y que llegó arrasando todos los continentes del planeta, con una “o” pequeña, la de ómicron, y una “O” grande, la de Omega, la última letra de ese alfabeto tan aleccionador, con un significado histórico y cultural de gran valor, tan próximo al valor del fin de todas las cosas y de todo lo que se mueve en el mundo. Lo escribo de esta forma porque el director regional de la Organización Mundial de la Salud en Europa, Hans Kluge, afirmó ayer en una entrevista a la agencia AFP, que “es “plausible” que la región [Europa] se esté acercando al final de la pandemia”, no al final de la COVID-19, aunque señaló también que hay que ser muy prudentes todavía ante la forma en que se han desarrollado las sucesivas olas de la misma: “Una vez descienda la ola de ómicron, habrá durante bastantes semanas y meses una inmunidad global, ya sea gracias a la vacuna o porque la gente será inmune debido a la infección y también a la disminución de la estacionalidad”. También explicó la diferencia entre entrar o no en una fase de endemia, cuando se está ante un periodo de certeza en el que se sabe qué va a pasar, pero con el coronavirus actual no ocurre así porque ya nos ha sorprendido más de una vez. En la región europea de la OMS, que incluye 53 países, se calcula que el 60% de sus habitantes “podrá contagiarse por Ómicron de aquí a primeros de marzo”. La variante actual es la que está afectando mayoritariamente a los 27 Estados miembros que componen la Unión Europea.  

Los más optimistas, al fin y al cabo pesimistas bien informados, dicen que estamos en la recta final de la pandemia, un acontecimiento mundial que nos está dejando una estela de dolor y sufrimiento, por el fallecimiento en nuestro país de 91.741 personas (5.591.195, en el mundo), con una cifra sorprendente de 8.975.458 de personas contagiadas (351.148.275, en el mundo), según datos oficiales a 21 de enero de 2022. A esta realidad numérica hay que agregar los daños colaterales de todo tipo, físicos, psíquicos y sociales, que deja la pandemia en su recorrido mundial. Aplicando el principio de realidad, es decir, aceptando que las cosas son como son y que contra hechos no valen argumentos, también es verdad que tenemos derecho a pensar en este último viaje en el túnel de la pandemia, que nos permita pasar de ómicron a Omega, como punto final de esta experiencia tan traumática, aunque tengamos que aprender a convivir con el virus como con con otras enfermedades a las que ya casi ni les prestamos atención. De ahí que estemos muy atentos a las noticias de la ciencia y de las organizaciones que tienen responsabilidades directas sobre lo que está pasando con la COVID-19, escuchando lo que manifiestan a diario a través de los medios de comunicación solventes. Ahora, en este tramo final, hay que centrarse en la vacunación y en las pautas que marquen las autoridades sanitarias. En España, los últimos datos son alentadores también para reforzar la idea expuesta por el Dr. Kluge: tras el comienzo de la inmunización en diciembre a los niños de entre cinco y once años, ya hay más de 40,7 millones de personas, el 86 % de la población, con al menos una dosis. De ellas, algo más de 38,2 millones, un 80,7 %,  tienen la pauta completa y 19,1 millones, el 40,3 %, han recibido una dosis de refuerzo. Ante esta legítima expectativa de salida de la crisis, hay que seguir este camino por ahora como garantía de protección e inmunización completa ante este virus tan resistente y dañino.

Buscando siempre el punto Omega de la vida, como vengo haciendo desde que tengo uso de razón, reflexión a la que dediqué una larga serie en 2006, escribí en ella una frase final que traigo hoy a colación por su significado: “El punto omega sigue construyéndose. Esa era la gran aportación de la creencia en el ser humano. Algunos científicos trabajan sobre el punto alfa, el origen de la vida […] Sólo queda que el siglo del cerebro nos depare descubrimientos importantes sobre las claves de la inteligencia. Nos aproximará a la referencia de omega como fin simbólico de la existencia humana. Entenderemos por qué nos preocupa saber el origen y final de nuestras vidas. Llevaba razón Teilhard de Chardin en dos grandes asertos suyos que nunca olvido: El mundo sólo tiene interés hacia adelante (el título de este blog) y El pasado me revela la construcción del futuro (a bordo del “Cathay”, 1935).

Esas son las razones de por qué me refugio con inusitada frecuencia en la poesía de Ángel González, como puede comprobar cualquier compañero o compañera de viaje en este camino digital. Vuelvo a leer con atención reverencial un poema suyo, Aquella luz, precioso, que nos anima a ver el mundo brillar como nunca ha sido, cuando veamos aparecer en nuestro horizonte la letra Omega, ya no como variante sino como el fin de este largo camino.

¡Volver a ver el mundo como nunca
había sido…!

En los últimos días del verano,
el tiempo detenido en la gran pausa
que colmaría septiembre con sus frutos,
demorándose en oro
octubre,
y el viento de noviembre que llevaba
la luz atesorada por las hojas
muertas hacia más luz,
arriba,
hacia
la transparencia pálida de un cielo
de hielo o de cristal
cuando diciembre
y la luna de enero
hacían palidecer a las estrellas:
altas constelaciones ordenando
la vida de los hombres,
el misterio tan claro,
la esperanza aún más cierta…

Aquella luz que iluminaba todo
lo que en nuestro deseo se encendía
¿no volverá a brillar?

Es verdad que esta pandemia lo ha cambiado todo y creo que tenemos una oportunidad de experimentar una nueva forma de situarnos en el nuevo mundo, cuando finaliza enero de 2022, dejando pasar los días, los meses, hasta que las altas constelaciones ordenen nuestra nueva vida, que nos permitan vislumbrar la claridad en medio de poderosos misterios y con un objetivo claro: mantener intacta la esperanza. Porque necesitamos creer que la luz que tiempos atrás nos iluminaba incluso en los momentos más difíciles, la que se encendía siempre en nuestros legítimos deseos, volverá a brillar creando un efecto halo a la letra Omega, aunque el mundo ya no sea el mismo. ¿Por qué no? Porque creo, sinceramente, que algo hemos aprendido.

CLÁUSULA ÉTICA DE DIVULGACIÓN: José Antonio Cobeña Fernández no trabaja en la actualidad para empresas u organizaciones religiosas, políticas, gubernamentales o no gubernamentales, que puedan beneficiarse de este artículo; no las asesora, no posee acciones ni recibe financiación o prebenda alguna de ellas. Tampoco declara otras vinculaciones relevantes aparte de su situación actual de persona jubilada.

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