
Sevilla, 26/I/2022
El estudio comparado de la conducta de los animales con la del ser humano, etología en estado puro, nos permite avanzar en el comportamiento de patrones de conducta humana. Personalmente, sigo admirándome de los avances científicos que se producen a diario, porque en este siglo, al que llamo “siglo del cerebro”, al igual que el pasado fue dedicado plenamente al corazón, llegaremos a conocer secretos extraordinarios de las estructuras cerebrales que nos ayudarán, por ejemplo, a predecir enfermedades mentales. Será un gran paso para la humanidad. En este sentido prospectivo, he leído un artículo en Current Biology, Distinct movement patterns generate stages of spider web building, en el que se expone que se ha logrado descubrir cómo se dirige desde el diminuto cerebro de las arañas la creación asombrosa de sus intrincadas telarañas, con un objetivo claro: obtener comida por mera supervivencia, aunque la gran pregunta es cómo llevan a cabo estas tareas incluso de noche, cuando no hay luz, algo que ya se ha descubierto gracias a la inteligencia artificial y a cámaras de visión nocturna: “La complejidad geométrica y la estereotipia de las telas de araña han generado durante mucho tiempo interés en su origen algorítmico. Al igual que otros ejemplos de arquitectura animal, la construcción es el resultado de varias fases de ensamblaje impulsadas por distintas etapas de comportamiento coordinadas para construir una estructura exitosa. Las observaciones manuales han revelado una variedad de señales sensoriales y patrones de movimiento utilizados durante la construcción de la red, pero faltan métodos para cuantificar sistemáticamente la dinámica de estos patrones sensoriomotores. Aquí, aplicamos una prospección analítica para cuantificar el comportamiento de creación de telarañas de una especie, la tejedora de orbes Uloborus diversus. El seguimiento de posición reveló etapas estereotipadas de construcción que podrían ocurrir en progresiones típicas o atípicas entre individuos. Usando un enfoque de agrupación no supervisado, identificamos movimientos de patas, generales y específicos de la etapa. Un modelo jerárquico oculto de Markov reveló que las etapas de construcción de redes se caracterizan por secuencias estereotipadas de acciones compartidas en gran medida entre individuos, independientemente de si estas etapas progresan de manera típica o atípica. Las etapas podrían predecirse basándose únicamente en las secuencias de acción, lo que revela que las geometrías de las etapas web son una manifestación física de los regímenes de transición de comportamiento”.
El modelo desarrollado se ha obtenido gracias a la investigación que se ha llevado a cabo en el Departamento de Biología de la Universidad John Hopkins, por Andrew Gordus, biólogo conductual, que también firma el artículo citado anteriormente: “Me interesé por primera vez en este tema mientras observaba aves con mi hijo. Después de ver una telaraña espectacular, pensé: “si fueras a un zoológico y vieras a un chimpancé construyendo esto, pensarías que es un chimpancé asombroso e impresionante». Bueno, esto es aún más sorprendente porque el cerebro de una araña es muy pequeño y me frustró que no supiéramos más acerca de cómo ocurre este comportamiento notable». Ha llegado a afirmar que en la investigación llevada a cabo “han definido la coreografía completa para la construcción de la telaraña, lo que nunca se ha hecho para ninguna arquitectura animal con esta calidad de resolución». Esta maravillosa investigación se llevó a cabo rastreando millones de acciones individuales de las patas con un software de visión artificial diseñado específicamente para detectar el movimiento de estas extremidades.
La conclusión principal que este estudio aporta a la comunidad científica es que las reglas que usan las arañas para construir la telaraña son siempre las mismas, lo que confirma que estas reglas están codificadas en sus cerebros: “Ahora queremos saber cómo se codifican a nivel de las neuronas”, ha manifestado el profesor Gordus. Se están planteando ya estudios en los que se introduzcan experimentos con determinados fármacos que alteran la mente, con objeto de determinar qué circuitos en el cerebro de la araña son responsables de las diversas etapas de la construcción de telarañas: «La araña es fascinante porque aquí tienes un animal con un cerebro construido sobre los mismos bloques de construcción fundamentales que el nuestro, y este trabajo podría darnos pistas sobre cómo podemos entender sistemas cerebrales más grandes, incluidos los humanos, y creo que eso es muy emocionante», ha manifestado Abel Corber, uno de los coautores del artículo de Current Biology citado anteriormente, junto a Nicholas Wilkerson y Jeremy Miller. Me interesa destacar, por su proyección en la investigación del funcionamiento del cerebro, que este trabajo fue apoyado por el Programa de Becas de Investigación para Graduados de la Fundación Nacional de Ciencias y los Institutos Nacionales de Salud en los Estados Unidos.
Dicho lo anterior, he recordado ahora una referencia que utilicé hace años para explicar la presencia de la telaraña en un determinado patrón de conducta en los seres humanos, el de las personas tóxicas o tosigosas. Lo que se ha descubierto en las arañas, según la investigación expuesta anteriormente, nos puede servir para comprender, salvando lo que haya que salvar, que el patrón de este anómalo comportamiento humano, tiene también unas reglas codificadas en el cerebro humano que se repiten sin cesar. Veamos por qué. Un artículo que escribí en 2018, Ser o no se tóxico, esa es la cuestión, desarrolla ampliamente lo anteriormente expuesto en el símil de la acción querulante en las relaciones humanas, utilizando el símil de las telarañas, del que extraigo sólo la primera parte como aseveración de lo importante que es la de identificar la denominada conducta querulante en los seres humanos, porque al final atrapa siempre a las personas que quiere “cazar” en el sentido más amplio del término y los patrones suelen ser iguales, como el de las arañas Uloborus diversus, analizadas anteriormente y salvando lo que haya que salvar, aunque al buen entendedor pocas palabras bastan.
Dice la Real Academia que tóxico [tósigo], que proviene del griego τοξικόν φάρμακον, es un adjetivo que se define como “perteneciente a un veneno o toxina”. Su origen no es inocente porque “tósigo” es el veneno que emponzoñaba las flechas. Y para colmo y remate, “tosigoso” es otro adjetivo contundente, obviamente relacionado con el anterior, porque es su fundamento etimológico: envenenado, emponzoñado. Es decir, un cerebro tosigoso es un cerebro envenenado, emponzoñado. ¿A qué viene este comienzo tan bravío en un cuaderno de derrota [solo admitida por mí en el lenguaje marinero] como éste?
Voy a dar las explicaciones necesarias. Vivimos tiempos en los que es difícil moverse en tareas de identificación de cerebros sanos. Se habla mucho de varios mundos felices, de conquistas exitosas a cualquier precio, de felicidad envasada de mil formas, pero la realidad es que vivimos muy pre-ocupados [sic] con otra realidad bien distinta: proliferan los cerebros malvados y, sobre todo, tóxicos, que nos complican la vida hasta límites insospechados. En el trabajo, jefas y jefes, tosigosos; en la familia, parejas y parientes de diversos grados, también tosigosos; amigas, amigos, aún más tosigosos si cabe y, por proximidad en calendarios electorales y Parlamentos divididos, políticos tosigosos. Ante la necesidad de identificarlos de forma correcta y rápida, he pensado que vendría bien hacer un pequeño manual de primeros auxilios para identificar los cerebros tóxicos, las personas tosigosas, que envenenan sus alrededores, dándonos cuenta en la mayor parte de las ocasiones y amargándonos la vida, casi siempre, comenzando por uno de especial interés: La tela de araña o el arte de hacer la vida imposible a los demás, al que siguen otros que se pueden leer con detalle en el artículo citado, Ser o no ser tóxico, esa es la cuestión, que publiqué en 2018.
Una característica común, para empezar, es su estrategia querulante: tejen una tela de araña a su alrededor en la que solemos caer atrapados, porque la vida les corresponde vivirla solo a ellos y porque se hacen portavoces únicos y contumaces de las quejas de los demás para “solucionarlas”. Suelen tener el discreto encanto de la atracción ¿fatal?, porque enmascaran bien sus auténticas intenciones. Sucede cuando vislumbramos que alguna persona, en cualquier rol que ocupe, nos a-tosiga (¿recuerda la etimología de tóxico?): nos envenena paulatinamente. Primer indicador, porque trabajan normalmente a largo plazo, como el trabajo que realizan las arañas en sus telas transparentes y de dibujos insólitos. Pero cuando te quieres dar cuenta, ya estás en el interior de sus cerebros fruto del tósigo, del veneno que emponzoña sus flechas preferidas: palabras, miradas y gestos de cualquier tipo, fabricadas siempre en el interior de sus estructuras cerebrales. Es decir, son enemigos de cuidado. Leí en cierta ocasión profesional un artículo sobre psicología laboral, centrado en los “jefes nocivos que irradian malestar” (1), donde entre los estresores más importantes que se identifican en un estudio de gran interés científico, Informe Cisneros VI, la mala calidad de management (gestión directiva) alcanza un porcentaje muy relevante entre los analizados: el 45,70%, solo superado por el clima laboral deteriorado. El paso a la identificación de “mobbing” (acoso laboral de superiores y compañeros), y del “burnout” (síndrome del trabajador carbonizado o achicharrado) está dado, así como el nacimiento del neomanagement, como forma de dirigir organizaciones y personas mediante la continua destrucción de los recursos humanos, del clima laboral y del entorno organizativo (2).
En la Administración Pública, que conozco de primera mano y en la que he trabajado durante más de treinta años, también ocurren estos fenómenos y, lógicamente, por extrapolación también está afectada por los estilos tosigosos de dirección: narcisista (siempre busca subordinados que no le hagan sombra), psicópata (luce sus encantos y embauca a los más débiles para destruirlos después, paulatinamente) y paranoide (atento a cualquier movimiento de los subordinados, desconfiando de todo y de todos), que derivan en dos actitudes amenazantes, tosigosas: autoritarismo a ultranza o consentidores de todo para que nuca se le pueda recriminar nada pero donde el clima laboral se acaba haciendo irrespirable y las consecuencias en relación con la salud mental acaban siendo desastrosas. Las flechas tosigosas del jefe han hecho diana.
Bienvenidos sean este tipo de estudios científicos. Ayudarán en el futuro a muchas personas a comprender comportamientos que hoy día tienen difícil explicación. Comprender bien cómo funciona nuestro cerebro y cómo enferma, ayudará a muchas personas en este siglo a ser más felices y desarrollar la inteligencia como capacidad para resolver problemas de la vida diaria. La nuestra y la que desarrollamos todos los días con los demás.
(1) Ferrado, M. L. (2007, 12 de enero). Jefes nocivos que irradian malestar. El País, Salud (Mensual de biomedicina y calidad de vida), 1-4.
(2) Piñuel, I. (2004). Neomanagement. Jefes tóxicos y sus víctimas. Madrid: El País Aguilar.
CLÁUSULA ÉTICA DE DIVULGACIÓN: José Antonio Cobeña Fernández no trabaja en la actualidad para empresas u organizaciones religiosas, políticas, gubernamentales o no gubernamentales, que puedan beneficiarse de este artículo; no las asesora, no posee acciones ni recibe financiación o prebenda alguna de ellas. Tampoco declara otras vinculaciones relevantes aparte de su situación actual de persona jubilada.
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