Se acabó la estabilidad en nuestra vida porque casi todo lo que tocamos es precario. Es un adjetivo que nos acompaña especialmente en estos tiempos revueltos, especialmente en los trabajos que llevan a cabo los parados que malviven en la larga estela de la crisis que asola el mundo o de la legislación laboral actual en este país (que hay que cambiar con prioridad absoluta), aunque estoy de acuerdo desde hace ya muchos años con Ilya Prigogine, Premio Nobel de Química en 1977, cuando defendía que estamos instalados en la inestabilidad, afirmación derivada de su actividad científica. Ya lo vaticinó también y muchos siglos atrás Heráclito de Éfeso en su clásico discurso sobre “todo fluye, nada permanece”, pero sin que todavía se hubiera impregnado del magma de la miseria social, cuando la ausencia de democracia tomó el control férreo del rumbo social de la humanidad. Por cierto, sin enterarse la Iglesia a lo largo de los siglos de lo que en realidad le pasaba al mundo, al interpretar que aquello era la constatación más plena de que hay tiempo de todo en la existencia y que la precariedad de precariedades es solo precariedad total. O lo que es lo mismo, vanidad de vanidades, todo es vanidad.
La precariedad, como cualidad del lema “precario”, tiene una tradición oral en España que se recoge por primera vez en el Diccionario de Autoridades, al que acudo con frecuencia reverencial, porque creo que la definición de “precario” tiene un valor extraordinario en nuestro tiempo moderno: “[…] en lo forense se aplica a lo que solo se posee como en préstamo y a voluntad de su dueño”. También, en la definición actual del DRAE, se jerarquiza su comprensión correcta: “De poca estabilidad o duración. Que no posee los medios o recursos suficientes. Que se tiene sin título, por tolerancia o por inadvertencia del dueño”. Es verdad, la precariedad es la anti dignidad en estado puro, porque no se tiene nada por la vía del derecho o del deber, sino como préstamo y a voluntad de la autoridad competente (sin suponer que tenga por ahora tics militares). Pero el Diccionario de Autoridades recoge a continuación una explicación de la utilización del término que me parece mucho más sugerente todavía, al interpretar literalmente su larga vida latina, de donde procede: “Que el respeto de los Consejos se apoya en la Majestad de los Reyes, y es el espíritu que los anima, que cuando esta falta, como sucedía en aquella ocasión, era precaria cualquier obediencia”. Es decir, todo es cuestión de Majestad, del principio de autoridad bien entendido.
Creo que esta última acepción corrobora lo que está pasando en este país donde casi todo es precario o se vive en la precariedad más absoluta: falta la autoridad ética suficiente en quienes tienen que ejercerla y se legisla de una forma que no es tolerable para muchas personas de este país, refiriéndome en concreto y para que se entienda bien, a la situación de paro y trabajos en precario que asolan el país. Cualquier obediencia está también en precario, porque casi nadie se fía del orden y poder político establecido, porque lo único a lo que se puede acceder, salvo honrosas excepciones, es a un trabajo que no tiene correspondencia casi nunca con los títulos universitarios que se posean y por tolerancia de una legislación complaciente. Lo que ocurre con el trabajo precario es solo una manifestación de la precariedad que se extiende como una gota de agua o un mar en el que falta “majestad ética ejemplar” para exigir la obediencia debida en todos los órdenes de la vida. Ya lo decía anteriormente: precariedad de precariedades, todo es precariedad. Falta ejemplaridad política y eso es lo que nos pasa, como siglos atrás pasaba con la falta de Majestad de los Reyes. De ahí a la obediencia precaria universal en todo lo que se mueve, solo hay un paso. Estamos avisados por la Historia.
Sevilla, 25/V/2017
NOTA: la imagen se ha recuperado de la edición de hoy de elpais.com
Debe estar conectado para enviar un comentario.