
Finalizo esta serie dedicada a la quintaesencia de las próximas elecciones generales con un homenaje al suelo firme de la vida, a la solería ética que justifica todos los actos humanos, incluso el de votar. Como los mandamientos de mi infancia, todo lo que se diga en torno a las elecciones generales se encierra siempre en dos decisiones extraordinarias: el voto y el respeto al interés general cuando se lleva a cabo como derecho fundamental en este país. Siempre me ha gustado asimilar la ética a la solería de nuestras casas. Así lo aprendí del profesor López-Aranguren hace ya muchos años, cuando comparaba la ética al suelo firme que justifica todos los actos humanos a lo largo de la vida: es la “raíz de la que brotan todos los actos humanos, o todavía mejor, el suelo firme que justifica dichos actos, en definitiva, una forma de vida”. Y es verdad, porque la ética no debería estar sometida a la moda o al mercado, como una mercancía más, como sucede ahora, porque bien entendida es una actitud permanente ante la vida personal y social, pública y privada, sostenida en el tiempo que corresponda vivir a cada uno, es decir, una forma de vida.
Hace casi 36 años que publiqué un artículo en el diario ODIEL, en Huelva, que llevaba por título “Ética del Municipio” (viernes, 27 de mayo de 1983), en pleno ecuador de mi vida. Hoy, vuelvo a recuperar aquellas palabras, en un contexto diferente, pero he leído entrelíneas lo que desearía reafirmar de nuevo de forma sencilla, cuando nos aproximamos a las elecciones generales, donde como ciudadano que va a votar, con creencias y con una clara conciencia de la ética del voto, cambiaría muy poco de aquellas palabras escritas con pensamiento y sentimiento, con mucha más fuerza que el viento, en la clave de Rafael Alberti, a quien tanto leía y seguía en aquellos días. Estos son mis principios de la ética del voto y si no gustan, no tengo otros.
Esta nueva lectura, actualizada, va a consistir en poner en cursiva las palabras cambiadas por su necesaria actualización de texto y contexto. Nada más.
“Dicen los principios éticos más ortodoxos, que la «cosa», la plata, por ejemplo, sólo sirve cuando es para las personas. La plata en sí no es nada, porque el valor se lo ha dado el ser humano. En este caso, el voto, el «papel» que se utiliza en las papeletas sólo sirve para la persona, porque en sí tampoco vale nada. ¿A qué viene esto? Sencillo. Comenzamos una nueva etapa de Estado y no vendría mal adentrarse en un mundo olvidado con frecuencia: la ética del Estado.
Las bases éticas nacen en cada persona. En cualquier persona en su condición, ahora, de ciudadana. Las raíces de la conducta no son debidas en principio a unas normas establecidas, sino a la posibilidad de ser persona. Luego partimos del ser humano y su conducta. No son las manos las que votan, sino toda la persona la que vota. Y ese ciudadano deposita en un papel su persona «votando». Una persona que, en principio, confía (o debe confiar) en un programa, en unas personas, en una ideología, en un progreso, etc. Y esa persona quiere ser escuchada en su silencio, a veces, de los sin voz. Porque el silencio de la urna existe ante los ruidos propagandísticos. En pocos centímetros de papel una persona se proyecta y proyecta la sociedad. Sueña con unir muchos papeles y así, casi pegados, afirmar conjuntamente que se cree en la posibilidad de ser pueblo y ser escuchado.
El problema ético nace cuando se rompen o pierden los papeles, nunca mejor dicho. El símbolo de la papelera es el fantasma que recorre las mentes de los que votan. Y el recuerdo de ese acto debe estar presente, de forma cautelar, en las mentes de los elegidos democráticamente. Cada voto representa a una persona eligiendo y elegir es la posibilidad más seria de libertad que podemos gozar. La actitud ética del respeto al voto se constituye condición sin la cual no se puede hacer política de Estado.
Otro principio ético en este contexto de elecciones generales es el del respeto a la razón por un sentido de responsabilidad. La razón es humana y no tiene color. Sí, por el contrario, ideología y personas. Ya ha demostrado la historia de forma suficiente que «ninguna ideología es inocente», como señaló Lukács. Y la ideología simbolizada en programas políticos ha perdido su inocencia de base. Pero eso no es «malo», para que nos entendamos. Perder la inocencia para ser responsable, es «bueno». Y ser responsable conlleva, por un lado, conocer la «cosa» política (programa, por ejemplo…), el contenido de la acción y, además, ser libre para decidir en nombre de unos votos.
Conocimiento y libertad, se constituyen así en elementos imprescindibles para ejercer el sentido de responsabilidad, es decir, de «respuestabilidad» (valga la expresión) ante situaciones políticas municipales muy puntuales. Arreglar una calle, poner farolas, o estudiar los impuestos, en si no son nada, sino que conocidos que son «para cada persona», para el ciudadano, valen, en el mejor sentido de la palabra.
Por último, el tema de llevar o no razón política: «La razón misma no es ni puede ser algo que flota por encima del desarrollo social, algo neutral o imparcial, sino que refleja siempre el carácter racional (o irracional) concreto de una situación social, de una tendencia del desarrollo, dándole claridad conceptual y, por tanto, impulsándola o entorpeciéndola» (1). Lo que pretende la razón política es reflejar la situación social de un Estado, una ciudad, de un pueblo; eso sí, teniendo las ideas claras, porque de lo contrario se puede llegar a estropear la construcción de un sentimiento ciudadano de crecimiento, progreso y desarrollo. Tener las ideas claras, también es punto de partida ético imprescindible en la política a ejercer después de unas elecciones generales. ¿Por qué? Sencillamente porque es búsqueda de verdad, criterio ético que, a pesar del paso del tiempo, siempre se sitúa como conquista. Y es que la verdad está en la «cosa», como decíamos al principio, en ese papel alargado con nombres y apellidos, que es mi voto.”
Solo he cambiado algunas palabras para respetar la perspectiva de género y el contexto de las próximas elecciones generales. En aquellos años se utilizaba siempre el vocablo “hombre”, para caracterizar una representación del ser humano.
Las reflexiones que he publicado a lo largo de esta serie deberían tenerse en cuenta en los programas políticos concretos y factibles de las próximas elecciones generales, para que podamos elegir aquellos que se comprometan con la ética en todos sus niveles, porque todos los partidos políticos no son iguales. Quien defiende el mercado puro y duro, la austeridad y abrocharse permanentemente el cinturón, defiende normalmente las mercancías en todos los niveles de la vida y la ética no suele aparecer por ningún sitio, porque compromete y mucho. Además, suele convivir mal con el capital. Es más, no se pueden diseñar programas políticos éticos, si no se conoce qué significa esa palabra en las vidas de los que los diseñan. Y cada voto lo debería tener en cuenta.
Ahora, solo me queda esperar con la ardiente impaciencia de Neruda la jornada electoral de 28 de abril. Nada más.
#IzquierdaJamásVencida
Sevilla, 26/III/2019
NOTA: La imagen representa un fragmento de solería árabe con estrella de 8 puntas más crucetas con estrella vidriada.
(1) LUKACS, G (1976). El asalto a la razón. Barcelona: Grijalbo, pág. 5.
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