Sevilla, 15/III/2020, Día Uno
Empezamos bien porque no hablamos de cuarentena en el sentido literal del término, sino de una quincena especial de confinamiento domiciliario con motivo de la entrada en vigor del estado de alarma. He leído la publicación oficial del Real Decreto con la atención que merece y creo que hay una línea transversal llamada responsabilidad personal e intransferible a la hora de acatarlo. Cada uno, cada una, debe poner de su parte para contribuir a neutralizar de la forma más rápida posible el avance del coronavirus.
En lo que a mí respecta, he pensado poner a disposición de la Noosfera de este país, como ya vengo haciendo desde hace casi quince años, a través de más de 1.300 posts, las publicaciones en este cuaderno digital que busca islas desconocidas y que hoy, una vez más, me encuentro con el fenómeno de la hoja en blanco a la hora de empezar a escribir estas palabras, siguiendo el espíritu y la letra de Ítalo Calvino en su obra póstuma “Seis propuestas para el próximo milenio”: “…es un instante crucial, como cuando se empieza a escribir una novela… Es el instante de la elección: se nos ofrece la oportunidad de decirlo todo, de todos los modos posibles; y tenemos que llegar a decir algo, de una manera especial” (Ítalo Calvino, El arte de empezar y el arte de acabar). Será una serie que durará quince días, los mismos del estado de alarma y donde publicaré de forma indistinta nuevos posts junto a los que he elegido para esta ocasión especial. Ayudarán a cubrir un espacio de lectura en el rincón de pensar que todos llevamos dentro.
Lo primero que quiero publicar es la razón de por qué escribo. En esta ocasión cobra especial interés porque así intercambiamos valores culturales e intelectuales en momentos de crisis de salud pública, que se vuelcan en cada palabra de este cuaderno porque la escritura tampoco es inocente, como casi todo en la vida. Son señas de identidad y de principios que conviene conocer antes de abordar esta singladura de quince días en la que, a modo de aviso para navegantes, sigo al pie de la letra una consigna de José Saramago en su “Cuento de la isla desconocida” en un tiempo en el que no se deben hacer mudanzas físicas aunque sí psíquicas y sociales: “Si no sales de ti, no llegas a saber quién eres, El filósofo del rey, cuando no tenía nada que hacer, se sentaba junto a mí, para verme zurcir las medias de los pajes, y a veces le daba por filosofar, decía que todo hombre es una isla, yo, como aquello no iba conmigo, visto que soy mujer, no le daba importancia, tú qué crees, Que es necesario salir de la isla para ver la isla, que no nos vemos si no nos salimos de nosotros, Si no salimos de nosotros mismos, quieres decir, No es igual…”.
A tenor de lo expuesto anteriormente, entrego a la Noosfera, la malla pensante en España que utiliza las tecnologías de la información y de la comunicación, así como las redes sociales, el post que dediqué en 2017 a dar razones de por qué escribo, encontrándolas en una frase preciosa de Orhan Pamuk pronunciadas en el acto de entrega del Premio Nobel de Literatura en 2006: “¡Escribo porque quiero hacerlo, con toda el alma!”, acompañada de múltiples razones que adopto y adapto a mi realidad sonora de cada día, donde al escribir demostramos, al igual que Pamuk, que tenemos la paciencia turca de cavar pozos con una aguja, porque solo deseamos transformar la realidad poco a poco para poder soportarla, como puede ser la realidad actual de esta quincena especial.
Quien no desee seguir esta secuencia propuesta, puede utilizar el buscador del blog para localizar aquella palabra que más necesite desarrollar en su persona de secreto leyendo mi opinión sobre ella. Tendrá el mismo valor de lo aquí propuesto, porque el fondo de estas publicaciones siempre tiene el mismo hilo conductor: ayudar a convencernos de que el mundo sólo tiene interés hacia adelante. Hoy, todavía con más sentido.
NOTA: imagen recuperada de: http://lachachara.org/2013/06/propuestas-de-italo-calvino-para-la-literatura-del-siglo-xxi/
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ESCRIBIR ES COMO CAVAR UN POZO CON UNA AGUJA
Dedicado, el Día Internacional del Libro 2017, a las personas que desde hace más de diez años se acercan a este cuaderno de inteligencia digital para buscar islas desconocidas, a cuantos sienten el placer de leer libros y palabras unidas en otros formatos, que dan sentido a sus vidas; a quienes descubren el sentido de la existencia a través de autores concretos, a las personas que se sienten acompañadas por libros de cabecera que nunca les abandonan, a quienes confían en que quienes escriben tienen la paciencia turca de cavar pozos con una aguja, porque solo desean transformar la realidad poco a poco para poder soportarla.
Un día ya lejano aprendí el significado de este dicho turco leyendo el discurso de Orhan Pamuk en el acto de entrega del Premio Nobel de Literatura en 2006, publicado después con un título muy sugerente, tanto como las palabras escritas en su dilatada vida: La maleta de mi padre. Es verdad que la vida de un escritor se hace poco a poco, horadando la persona de secreto que todos llevamos dentro, aunque no todos lo descubran, es decir, cavando el pozo del alma con una aguja virtual a imagen y semejanza de cada uno. Esa es la razón de que existan pocos escritores que aporten al mundo sus pozos con agua, porque es su misión, no la de estar secos.
El día 23 de abril de cada año se celebra el Día Internacional del Libro en lugares concretos, una de las preocupaciones de más de veinticinco años de soledad de Pamuk en Estambul, buscando su lugar ansiado de escritor, encerrado en una habitación con fronteras domésticas. En este día, cada año vuelvo a hacer la reflexión que acompaña a este autor a lo largo de su vida, todavía hoy: ¿por qué escribo? Y he buscado las razones de Orhan Pamuk cuando hablaba de la maleta que un día le entregó su padre y que reflejaba lo que había aprendido de él y de una premonición hecha hacia él después de un abrazo de silencio: “…me dijo de repente y como si tal cosa que algún día me darían el premio [Nobel de Literatura] que hoy recibo con gran alegría”.
Pamuk, en ese delicioso discurso, confesó por qué escribía y hoy lo he recordado: “¡Escribo porque quiero hacerlo, con toda el alma! Escribo porque a diferencia de otros, no me siento a gusto con un trabajo común y corriente. Escribo para que libros como los míos sean escritos y para poderlos leer. Escribo porque estoy molesto con ustedes, con todo el mundo. Escribo porque me complace enormemente sentarme en un cuarto a escribir sin descanso. Escribo porque solamente modificando la realidad puedo soportarla. Escribo para que el mundo entero sepa cómo yo, cómo nosotros en Estambul y en Turquía hemos vivido y vivimos. Escribo porque amo el olor del papel, de la pluma y de la tinta. Escribo porque creo más en la literatura, en el arte de la novela, que en cualquier otra cosa. Escribo porque es un hábito, una pasión. Escribo porque tengo miedo de ser olvidado. Escribo porque me gusta la celebridad y toda la notoriedad que el escribir conlleva. Escribo para estar solo. Escribo en la esperanza de entender por qué estoy furioso con ustedes, con todos. Escribo porque me gusta ser leído. Escribo para terminar de una vez por todas esta novela, este texto, esta página que en algún momento comencé a escribir. Escribo porque todos esperan que escriba. Escribo porque tengo una fe infantil en la inmortalidad de las bibliotecas y en el lugar que mis libros tendrán en los estantes. Escribo porque la vida, el mundo, todo es increíblemente bello y maravilloso. Escribo porque gozo traduciendo en palabras toda la belleza y la opulencia de la vida. Escribo, no para contar historias sino para construir historias. Escribo para liberarme del sentimiento de que siempre existe un lugar al que -como en una pesadilla- jamás podré llegar. Escribo porque nunca he conseguido ser feliz. Escribo para ser feliz”.
Otro día, yendo del timbo al tambo, en expresión muy querida por Gabriel García Márquez, me atreví a responder también a esa pregunta, que reproduzco a continuación como justificación personal e intransferible de por qué escribo, siendo consciente de que tengo que volver a leer las palabras de Pamuk para aprender de él cómo se cava, con una aguja, un pozo literario de secreto.
Lo hago porque es una pregunta a la que todavía no había dado respuesta, como a tantas preguntas de mi vida, sobre todo tres que superan con creces a ésta (Eclesiastés, 3, 1-22): ¿Qué gana el que trabaja con fatiga? o en otra variación sobre el mismo tema: ¿qué saca el hombre de todo su fatigoso afán bajo el sol?; ¿quién sabe si el aliento de la vida de los humanos asciende hacia arriba y si el aliento de la bestia desciende hacia abajo, hacia la tierra? y, por último, ¿quién guiará al hombre a contemplar lo que ha de suceder después de él? A día de hoy, la única respuesta que me sigue pareciendo coherente es la del propio Eclesiastés, un auténtico líder de las asambleas: hay que hacer camino al andar y aprender una gran respuesta provisional en la vida: es mejor caminar con otros, porque si nos caemos siempre habrá alguien que te levante, porque la amistad es como la cuerda de tres hilos: jamás se puede romper.
¿Por qué escribo? En primer lugar, porque es la forma de expresar de forma especial, con palabras, la esencia de mi persona de secreto, interpretando la realidad que rodea permanentemente mi vida de forma voluntaria pero no inocente. Ser dueño de las palabras, es el acto humano por excelencia porque es una posibilidad que solo pertenece a mi especie, aunque genere en el acto de escribirlas un miedo cerval ante la página en blanco. Cada vez que me enfrento a esta realidad, recuerdo algo que aprendí hace ya muchos años de Ítalo Calvino en su obra póstuma “Seis propuestas para el próximo milenio”: “…es un instante crucial, como cuando se empieza a escribir una novela… Es el instante de la elección: se nos ofrece la oportunidad de decirlo todo, de todos los modos posibles; y tenemos que llegar a decir algo, de una manera especial” (Ítalo Calvino, El arte de empezar y el arte de acabar).
En segundo lugar, porque considero que escribir es un acto de militancia activa en el compromiso intelectual, por varias razones: el mero hecho de cuestionar la existencia de uno mismo al servicio estrictamente personal, es decir, el trabajo permanente en clave de autoservicio, así definido e interpretado, rompiendo moldes y preguntándonos si lo importante es salir del pequeño mundo que nos rodea como privilegiada zona de confort y mirar alrededor, ya es un signo de capacidad intelectual extraordinaria que muchas veces no está al alcance de cualquiera por imperativos del mercado. Desgraciadamente. Además, porque al escribir se hace patente el compromiso con uno mismo y con los demás, fundamentalmente con los más desfavorecidos por la vida. Siempre lo he asociado con la responsabilidad social, porque me ha gustado jugar con la palabra en sí, reinterpretando la responsabilidad como “respuestabilidad”. Ante los interrogantes de la vida, que tantas veces encontramos y sorteamos, la capacidad de respuestabilidad al escribir (valga el neologismo temporalmente) exige dos principios muy claros: el conocimiento y la libertad. Conocimiento como capacidad para comprender lo que está pasando, lo que estoy viendo y, sobre, todo lo que me está afectando, palabra esta última que me encanta señalar y resaltar, porque resume muy bien la dialéctica entre sentimientos y emociones, fundamentalmente por su propia intensidad en la afectación que es la forma de calificar la vida afectiva. Libertad, para decidir siempre, hábito que será lo más consuetudinario que jamás podamos soñar, porque desde que tenemos lo que he llamado a veces “uso de razón científica”, nos pasamos toda la vida decidiendo. Cuando tienes la “suerte” de conocer las interioridades del dilema al escribir, ya no eres prisionero de la existencia. Ya decides y cualquier ser inteligente se debe comprometer consigo mismo y con los demás porque conoce esta posibilidad, este filón de riqueza. Aunque nuestros aprendizajes programados en la Academia no vayan por estas líneas de conducta. Cualquier régimen sabe de estas posibilidades. Y cualquier régimen, de izquierdas y derechas lo sabe. Por eso lo manejan, aunque siempre me ha emocionado la sensibilidad de la izquierda organizada o la de “los de abajo” que dicen ahora.
En tercer lugar, porque me transforma y renueva continuamente el alma, porque podemos escribir la historia mejor y jamás contada, pero si le falta alma, no es nada: Y eso el lector lo nota. Intuye que a esa perfección le falta algo. Se llama corazón, alma, un texto en el cual se nota si el autor se ha enamorado de su libro más allá de las ideas que quiere contar. Y me reafirmo en lo que ya he expresado en los últimos años sobre escribir con el alma, tal y como lo estoy haciendo ahora: “Esto me ha pasado a mí. Me he enamorado de mis libros y estoy viviendo esos momentos en los que mi alma está pendiente de todo, para que no falte nada a las personas que quieres y a las desconocidas que van a captar esos sentimientos y emociones que adornan siempre la inteligencia conectiva que escribe, que se expresa desde dentro de cada autor, siendo Internet un medio poderoso y lleno de recursos para difundir este momento mágico, dando la razón a San Agustín cuando escribía en un perfecto latín un constructo que me ha acompañado siempre: bonum est diffusivum sui (el bien, se difunde a sí mismo). O lo que es lo mismo: la buena literatura, escrita con alma, se difunde a sí misma. Todavía más, con la ayuda de las tecnologías y sistemas de información, porque se construye y difunde con la inteligencia digital, cada día más al alcance de muchas personas que saben qué es escribir con el alma de la pasión.
José Manuel Blecua, ex director de la RAE, dijo en una ocasión que al escribir copiamos siempre de los autores que hemos leído a lo largo de nuestra vida y nos han marcado. Quizá, al escribir hoy estas palabras especiales, para decir algo especial, he copiado una experiencia contada una vez por el escritor portugués António Lobo Antúnes, sobre una idea preciosa aportada por un enfermo esquizofrénico al que atendió tiempo atrás: “Doctor, el mundo ha sido hecho por detrás”, como si detrás de todo está el alma humana que fabrica el cerebro. Porque según Lobo Antúnes “ésta es la solución para escribir: se escribe hacia atrás, al buscar que las emociones y pulsiones encuentren palabras. “Todos los grandes escribían hacia atrás”. También, porque todos los días, los pequeños, escribimos así en las páginas en blanco de nuestras vidas, como cavando un pozo con una aguja.
Sevilla, 23/IV/2017
NOTA 1: la imagen de Ítalo Calvino se ha recuperado de http://lachachara.org/2013/06/propuestas-de-italo-calvino-para-la-literatura-del-siglo-xxi/
NOTA 2: la imagen, que representa el Cartel del Día del Libro 2017, del Ministerio de Educación, Ciencia y Deporte y cuyo autor es Javier Sáez Castán, Premio Nacional de Ilustración 2016, inspirado en la obra Sin noticias de Gurb del último Premio Cervantes, Eduardo Mendoza, se ha recuperado hoy de: http://www.librerosmadrid.es/cartel-del-dia-del-libro-2017-del-ministerio-educacion-cultura-deporte/
CLÁUSULA ÉTICA DE DIVULGACIÓN: José Antonio Cobeña Fernández no trabaja para ninguna empresa u organización religiosa, política, gubernamental o no gubernamental, que pueda beneficiarse de este artículo, no las asesora, no posee acciones en ellas ni recibe financiación o prebenda alguna de ellas. Tampoco declara otras vinculaciones relevantes aparte de su situación actual de jubilado.
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