En tiempos de coronavirus, podemos aprender del alma del colibrí

Dirige tu camino a través de las ruinas del altar y el centro comercial, dirige tu camino a través de las fábulas de la Creación y la Caída, dirige tu camino más allá de los Palacios y elévate por encima de la podredumbre, año tras año, mes a mes, día a día, pensamiento a pensamiento.

Leonard Cohen, Steer Your Way

Sevilla, 14/VI/2020

En tiempos de coronavirus me parece imprescindible sobrevolar como un colibrí aquello que no nos gusta para elevarnos por encima de la pandemia, a partir de ahora, año tras año, mes a mes, día a día, pensamiento a pensamiento. Así lo aprendí de Leonard Cohen y así lo recordé en la fecha de su fallecimiento el 7 de noviembre de 2016. Escribí días después sobre sensaciones cercanas que me había transmitido en lo que llamé “su viaje final”, buscando la mano tendida de la mujer a la que quiso tanto, Marianne: “Bueno, Marianne, somos realmente viejos y nuestros cuerpos se están deshaciendo. Creo que te seguiré pronto. Has de saber que estoy tan cerca de ti que, si estiras la mano, podrás coger la mía. Sabes que siempre te he amado por tu belleza y tu sabiduría, pero no hace falta que añada nada porque tú de sobras lo sabes. Ahora solo quiero desearte un buen viaje. Adiós, vieja amiga. Te envío mi amor infinito. Nos veremos pronto en el camino”.

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En estos días de confinamiento he visto un anuncio en repetidas ocasiones de un colibrí volando sobre un ordenador. Es como si me quisiera recordar hoy lo mucho que admiro a este pájaro, mucho más al haber leído en aquellos días un artículo precioso en el suplemento Babelia, del diario El País (1), que me recordó su belleza , un pájaro muy pequeño que se localiza en Sudamérica (ha sabido elegir una sabia cuna), con una especial presencia en Colombia, donde se localiza un hábitat que tiene mi apellido, playas de Cobeña, en el Caribe, aunque viajan sin cesar porque saben que su vida es muy corta: “El lunes 7 de noviembre, el alma de Leonard ascendió hacia los brazos de Marianne. En el disco, vemos un colibrí [aludiendo a su última canción, Escucha al colibrí (Listen to the hummignbird], que sale volando desde una luminosa ventana hacia la oscuridad»:

Escucha al colibrí
cuyas alas no puedes ver.
Escucha al colibrí;
no me escuches a mí.

Escucha a la mariposa,
cuya vida no llega a tres días.
Escucha a la mariposa
no me escuches a mí.

Escucha la mente de Dios,
que no necesita existir.
Escucha la mente de Dios;
no me escuches a mí.

Escucha al colibrí
cuyas alas no puedes ver.
Escucha al colibrí;
no me escuches a mí.

Recordaba en aquella ocasión que el colibrí es el ave más pequeña del mundo. ¡Qué maravilla de la naturaleza! Mueve sus alas entre 60 y 90 veces por segundo y su gran corazón late entre 500 y 1.200 veces por minuto, aunque por la noche sus latidos son mucho más lentos. En proporción a su tamaño, posee el cerebro y el corazón más grande del mundo. No puede caminar, solo posarse. De su alma sabemos poco, pero nos da señales de ella todos los días, volando siempre, que para él es su caminar diario.

Leonard Cohen nos ha acompañado durante muchos años, sobre todo a los que valoramos la belleza de las palabras cantadas, incluso cundo suenan a testamento vital que se declara a los cuatro vientos, llevadas en las alas del pequeño colibrí para quien lo quiera leer o contar, porque lo importante es saber disfrutar de los viajes cortos como a veces son los momentos bellos de la vida, en los que disfrutamos tanto. Seguirlo de cerca, volando por encima del coronavirus y sus circunstancias, es otra cosa, porque nos falta su alma, su preciosa vida. La del colibrí, la de Cohen cantando en su último disco, You want it darker (Lo quieres más oscuro), a modo de testamento vital: Escucha al colibrí / Cuyas alas no ves / Escucha al colibrí / No a mí. ¡Qué lección tan bella!, porque el colibrí sigue viviendo con su alma pequeña pero con un corazón que es el más grande del mundo.

(1) Manzano, Alberto (2016, 22 de noviembre). Escucha al colibrí. Babelia (El País.com).

CLÁUSULA ÉTICA DE DIVULGACIÓN: José Antonio Cobeña Fernández no trabaja para ninguna empresa u organización religiosa, política, gubernamental o no gubernamental, que pueda beneficiarse de este artículo, no las asesora, no posee acciones en ellas ni recibe financiación o prebenda alguna de ellas. Tampoco declara otras vinculaciones relevantes aparte de su situación actual de jubilado.

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