Sevilla, 27/VI/2020
Las palabras se blanquean y adulteran con una facilidad pasmosa, aunque nos quedan en su sentido más puro y político, en la clave que nos enseñó hace ya muchos años Blas de Otero, que no deberían ser nada inocentes aunque se las maltrate en tiempos de coronavirus sin compasión alguna. Está ocurriendo ahora con la palabra “frugalidad”, que la escuchamos y leemos continuamente en noticias y, últimamente, como adjetivo referido a países europeos que no ven con buenos ojos la financiación para la reconstrucción de Europa y concretamente la referida a España. Se habla con bastante desparpajo de países “frugalistas”: “Los populares se apuntan al club de los “frugales”, un artículo publicado ayer en el periódico El País, que repasa la situación europea frente a España. Ya en febrero de este año, casi un mes antes de la declaración de la pandemia, se manejaba esta palabra entre los países que se autoproclamaban frugales, junto a la nueva liga hanseática o grupo de halcones, en el momento en que se daban los primeros pasos del presupuesto de la Unión Europea para el periodo 2021-2027, sin saber lo que se venía encima con la pandemia, partiendo de un principio de desconfianza plena en los fondos de cohesión que tanto ha beneficiado a países como España y, sobre todo ahora, en tiempos de reconstrucción, en ayudas especiales a los países más afectados por la pandemia: “La frugalidad históricamente, como el carácter austero, ha sido considerada un valor, de quien come y bebe lo justo, huyendo de banquetes, excesos y empachos. Y es el calificativo que han elegido Austria (Sebastian Kurz), Dinamarca (Mette Frederiksen), Suecia (Stefan Lofven) y Holanda (Mark Rutte) para definirse a sí mismos frente a los «amigos de la cohesión». Los dos extremos que pugnan en las negociaciones por el presupuesto de la UE para 2021-2027” (1).
Me he quedado con sus nombres y los nuevos “hombres frugales” o «halcones» sustituyen o complementan a “los de negro” de toda la vida (que nunca se han ido), sobre todo aquellos que mueven los hilos de la marioneta mundial o europea, tanto monta, monta tanto, a través del rating, de las primas de riesgo, de los bancos malos de remate, etcétera, etcétera. Todo cambia y lo de ellos es cambiar palabras como austeridad y recortes por frugalidad, cuando de lo que se debería tratar es de trabajar unidos en términos de solidaridad frente a codicia. Interés público, en definitiva, para salvar la situación de la economía europea que garantice el empleo, la educación, la salud y los servicios sociales para todos los que lo necesiten en estos tiempos de pandemia, no solo para los que puedan acceder a ellos con privilegios o porque puedan pagarlos.
En definitiva, está claro que la palabra “frugalidad”, en sus acepciones éticas primigenias, se aplica ahora a determinados Estados de la Unión Europea, perfectamente identificados y aplaudidos por el grupo popular europeo y español. Esta reconversión de las antiguas palabras “recorte y austeridad” se extiende como el aceite y ha venido para quedarse en el lenguaje cotidiano, pero ¿qué significa frugalidad? Si acudimos al Diccionario de la Lengua Española, tiene diversas acepciones, aunque escuetas, en su última actualización de 2019: “Templanza, parquedad en la comida y la bebida”, aunque paradójicamente el lema recogiera en su primera acepción del Diccionario de Autoridades de 1732, una acepción nada desdeñable para tiempos de crisis, en concreto la conjunción de “economía, templanza y moderación prudente en la comida, vestidos y otras cosas”, no solamente en las cosas del comer. Pero la historia de la frugalidad tiene muchos siglos a sus espaldas, enraizada en la filosofía estoica sobre todo, como paradigma de una forma de vivir diferente las otras cosas de ser y estar en el mundo. Ese es su auténtico sentido y no la devaluación política y torticera que ha sufrido en el tiempo y que se intenta rescatar ahora con urgencia política y nada inocente por cierto.
La pandemia ha dejado daños colaterales inmensos en el denominado “cuarto mundo”, el mundo de personas sin recursos que viven empotradas en el mal llamado “primer mundo”, supuestamente feliz para muchos que podemos ser cualquiera de nosotros y muy cerca de nuestras casas, siendo un ejemplo palpable las personas actualmente en paro, los niños y niñas que viven en pobreza infantil extrema, los integrantes de las colas del hambre o las personas mayores marginadas socialmente aunque estén aparentemente recogidas en residencias convertidas en empresas de mercado puro y duro. Pero la pandemia también nos ha dejado “tocados” aunque no “hundidos” en el sentido de nuestras vidas, visto lo visto. Creo que se escuchan tambores de ética que acompañan a un grito bastante unánime: ¡Frugales de todo el mundo, uníos!, porque la reconstrucción el mundo, de Europa, de nuestro país concreto, de nuestros barrios, empleos y familias actuales no puede ser igual que en el mundo “anterior de la antigua normalidad”, si es que era muy normal lo que estábamos viviendo en general con la altanería propia del primer mundo.
Estando en estas cuitas, he recordado una obra preciosa, las Meditaciones de Marco Aurelio, que quiero recuperar como manual para tiempos de coronavirus, porque es un canto a la frugalidad plena, la que puede cambiar el alma de las “otras cosas” que decía el Diccionario de Autoridades, es decir, la economía mundial, la templanza u parquedad en el vivir diario, alejados del mercado y consumo diario que sobrevuela por nuestras vidas por tierra, mar y aire. También , las cosas del querer. Además, traigo a colación este texto porque durante su mandato como emperador y pontifex maximus, Marco Aurelio tuvo que sufrir y gestionar la peste más feroz del Imperio Romano, la del año 166, que produjo centenares de miles de muertes, que incluso quedaron reflejadas en la famosa columna que lleva su nombre y que podemos contemplar hoy en todo su esplendor en la Plaza de la Columna en Roma.
En la obra citada, Marco Aurelio dedica en el Libro IV (la obra se compone de XII libros) unas palabras muy importantes para los que buscan siempre la felicidad fuera del propio ser. Es un texto largo, pero lleno de enjundia para la búsqueda de frugalidad estoica cuando comienza este verano (casi sin bicicletas…): “3. Se buscan retiros en el campo, en la costa y en el monte. Tú también sueles anhelar tales retiros. Pero todo eso es de lo más vulgar, porque puedes, en el momento que te apetezca, retirarte en ti mismo. En ninguna parte un hombre se retira con mayor tranquilidad y más calma que en su propia alma; sobre todo aquel que posee en su interior tales bienes, que si se inclina hacia ellos, de inmediato consigue una tranquilidad total. Y denomino tranquilidad única y exclusivamente al buen orden. Concédete, pues, sin pausa, este retiro y recupérate. Sean breves y elementales los principios que, tan pronto los hayas localizado, te bastarán para recluirte en toda tu alma y para enviarte de nuevo, sin enojo, a aquellas cosas de la vida ante las que te retiras. Porque, ¿contra quién te enojas? ¿Contra la ruindad de los hombres? Reconsidera este juicio: los seres racionales han nacido el uno para el otro, la tolerancia es parte de la justicia, sus errores son involuntarios. Reconsidera también cuántos, declarados ya enemigos, sospechosos u odiosos, atravesados por la lanza, están tendidos, reducidos a ceniza. Modérate de una vez. Pero ¿estás molesto por el lote que se te asignó? Rememora la disyuntiva «o una providencia o átomos», y gracias a cuántas pruebas se ha demostrado que el mundo es como una ciudad. Pero ¿te apresarán todavía las cosas corporales? Date cuenta de que el pensamiento no se mezcla con el hálito vital que se mueve suave o violentamente, una vez que se ha recuperado y ha comprendido su peculiar poder, y finalmente ten presente cuanto has oído y aceptado respecto al pesar y al placer. ¿Acaso te arrastrará la vanagloria? Dirige tu mirada a la prontitud con que se olvida todo y al abismo del tiempo infinito por ambos lados, a la vaciedad del eco, a la versatilidad e irreflexión de los que dan la impresión de elogiarte, a la angostura del lugar en que se circunscribe la gloria. Porque la tierra entera es un punto y de ella, ¿cuánto ocupa el rinconcillo que habitamos? Y allí, ¿cuántos y qué clase de hombres te elogiarán? Te resta, pues, tenlo presente, el refugio que se halla en este diminuto campo de ti mismo. Y por encima de todo, no te atormentes ni te esfuerces en demasía; antes bien, sé hombre libre y mira las cosas como varón, como hombre, como ciudadano, como ser mortal. Y entre las máximas que tendrás a mano y hacia las que te inclinarás, figuren estas dos: una, que las cosas no alcanzan al alma, sino que se encuentran fuera, desprovistas de temblor, y las turbaciones surgen de la única opinión interior. Y la segunda, que todas esas cosas que estás viendo, pronto se transformarán y ya no existirán. Piensa también constantemente de cuántas transformaciones has sido ya por casualidad testigo. «El mundo, alteración; la vida, opinión»”.
Vuelvo a mi rincón de pensar y leo a José Ferrater Mora su reflexión sobre los estoicos, los frugales por excelencia, por sus doctrinas filosóficas, su modo de vida y su concepción del mundo (2). Quiero repasar sus fundamentos éticos aprendidos en mi juventud, aunque tengo claro, leyendo a Marco Aurelio, que la frugalidad no está reñida con el cambio, es más le pertenece: “¿Se teme el cambio? ¿Y qué puede producirse sin cambio? ¿Existe algo más querido y familiar a la naturaleza del conjunto universal? ¿Podrías tú mismo lavarte con agua caliente, si la leña no se transformara? ¿Podrías nutrirte, si no se transformaran los alimentos? Y otra cosa cualquiera entre las útiles, ¿podría cumplirse sin transformación? ¿No te das cuenta, pues, de que tu propia transformación es algo similar e igualmente necesaria a la naturaleza del conjunto universal?”.
Con la frugalidad, como comportamiento ético, puedo cambiar de vida porque todo cambia, como cambia el rumbo el caminante / aunque esto le cause daño / y así como todo cambia / que yo cambie no es extraño. Esa es su verdadera historia como palabra que hace miles de años se fijó, brilló por sí misma y logró mantener todo su esplendor hasta hoy en personas dignas. Lo dije en su momento: viendo y escuchando el vídeo de Julio Numhauser junto a su hijo, cantando “su” canción «Todo cambia» compuesta en su exilio en Suecia, se comprende bien que me atreva a proponer esta canción como el himno del nuevo orden mundial, de la nueva normalidad. Divulguémosla porque nos llena el corazón de frugalidad, realidad y esperanza.
(1) https://www.eldiario.es/economia/austeridad-frugalidad-conceptos-UE-significados_0_998100800.html
(2) Ferrater Mora, José (1979). Historia de la Filosofía (volumen 2). Madrid: Alianza Editorial, p. 1036-1040.
NOTA: la imagen es un fragmento de la columna de Marco Aurelio en Roma que recoge las personas afectadas por la peste Antonina en Roma, en el año 166.
CLÁUSULA ÉTICA DE DIVULGACIÓN: José Antonio Cobeña Fernández no trabaja para ninguna empresa u organización religiosa, política, gubernamental o no gubernamental, que pueda beneficiarse de este artículo, no las asesora, no posee acciones en ellas ni recibe financiación o prebenda alguna de ellas. Tampoco declara otras vinculaciones relevantes aparte de su situación actual de jubilado
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