Cuando un cuadro habla y nos emociona

 Artemisia Gentileschi, María Magdalena en éxtasis

Sevilla, 13/IX/2020

Carlos del Amor suele cerrar el informativo de la noche en RTVE1 y siempre me ha admirado su forma de aprehender la cultura. Gracias a él he descubierto cómo en unos minutos, con la velocidad estratosférica de los espacios de noticias, te deja prendado de un cuadro, de una mirada, de una fotografía, de una escena de película. Lo traigo a este cuaderno porque recientemente le han otorgado el Premio Espasa 2020 por su obra Emocionarte. La doble vida de los cuadros, un premio literario otorgado desde 1984 por la Editorial Espasa Calpe para la difusión de trabajos periodísticos.

La editora justifica este premio porque “Con un estilo literario y profundamente divulgativo y personal, Carlos del Amor nos ofrece un viaje por 35 cuadros de todos los tiempos, con especial atención a la pintura femenina y a la española. Un viaje a través de texturas, colores, claroscuros, historias, miradas, vidas, abrazos, besos…, que nos descubre un caleidoscopio donde se aúnan verdad y ficción, historia del arte, imaginación y emoción”.

Durante el confinamiento escuché una noche una referencia que Carlos del Amor hizo sobre unos cuadros de Hopper, porque me sentí muy identificado con él, inspirándome una reflexión que vuelvo a compartir hoy de nuevo: “Hopper abordaba con frecuencia la realidad de la espera en muchos cuadros con ventanas y puertas que suponen un respiro en la soledad de cada protagonista y en situaciones personales, familiares, de pareja, a modo de juego existencial en las que cada uno tenemos que buscar la mejor salida al conflicto de vivir confinados con virus o sin él. Los óleos representan muy bien nuestra situación actual, porque son retratos anticipados. Estamos muchas veces solos ante el peligro, en silencio y permitiéndonos algo muy importante: reflexionar, reflexionar, reflexionar y pasar a la acción, porque las ventanas de la vida ofrecen siempre oportunidades. Parando un momento. Estamos viviendo todavía, durante el estado de alarma, en espacios cerrados frente al enemigo único, atrincherados, aunque siempre nos quedan ventanas amplias o pequeñas, desnudas, como invitando a saltar a través de ellas observando los cuadros de Hopper, porque no tienen limitación alguna, solo el vértigo existencial legítimo para trascenderlas y volver a la vida para recorrer las grandes alamedas de la desescalada en libertad”.

Recientemente he expresado la emoción que sentí un día al descubrir dos cuadros concretos de Artemisia Gentileschi, en los que la protagonista era siempre la misma mujer, María Magdalena en estado de melancolía, pero sobre todo cuando vi un tercero, el de María Magdalena en éxtasis, dando la razón a una reflexión muy acertada de Víctor Hugo, la melancolía es la felicidad de estar triste, porque no creo tanto en la situación de éxtasis de la Magdalena como en la de su auténtica melancolía, es decir, un estado de soledad y tristeza, un sentimiento que puede inundar el alma humana y recrearnos en él porque siempre queda la esperanza de la espera de algo o alguien que estuvo o que llegará a tiempo para hacernos felices. Contemplando esta María Magdalena, suenan muy bien las palabras de Neruda en este momento: Mariposa de sueño, te pareces a mi alma y te pareces a la palabra melancolía.

Me emociona tanto este cuadro que provoca en mí un sentimiento de plenitud en mi alma de secreto, pero la emoción es algo muy diferente del sentimiento. Es un estado afectivo pasajero pero de alcance incalculable. El sentimiento, por el contrario, nos deja con un afecto permanente hacia algo o alguien. Somos emocionentes, personas que vivimos las emociones de una forma muy especial y que intenté describir en un relato publicado en este cuaderno digital en 2010, Emocionentes, que vuelvo a hacerlo hoy porque creo que explico en él la forma de vivir plenamente las emociones en nuestra vida. Emocionarte al contemplar un cuadro junto a Carlos del Amor puede ser una gran lección de vida.

EMOCIONENTES

Hace ya mucho tiempo, se descubrió en un país de nunca jamás, una palabra sorprendente, porque el rey del cerebro (así lo llamaban los habitantes del lugar) no sabía cómo explicarla: emocionentes. Solo se conocía una muy parecida: inteligentes, pero era cierto que tendría que salir a cabalgar en un curioso equino cerebral, el hipocampo (caballo encorvado, caballito del mar), que juega un papel tan importante en la carrera de la vida humana, para susurrar a este pequeño corcel, en sus oídos, que hay que identificar bien el largo camino de la memoria. Cabalgando despacio, porque el rey entendió que era posible conocerle bien y saber qué papel tan trascendental juega en la vida de cada una, de cada uno.

Él, bravucón donde los haya, recordaba los ojos de María Celeste, el mascarón de proa preferido de Neruda, que lloraba cada vez que el calor del fuego que ardía en la chimenea de su casa, en la Isla Negra, condensaba el vapor en sus ojos de cristal. Sabía que algo le ocurría al mirar esos ojos saltones y que sucedía algo esencial para la vida de los emocionentes, porque normalmente siempre se escucha al corazón mucho más fuerte que al viento, ya que si esta búsqueda al galope, no tiene corazón, es solo eso, búsqueda.

El rey, tan sabio, sabía que las palabras nuevas (ésta, emocionentes, la había localizado en una larga misiva de carácter regio) no ruborizan, recordando una cita de Cicerón a la que profesaba gran estima: una carta no se ruboriza (Epistola enim non erubescit). El rey del cerebro, en sí mismo, no se ruboriza. ¡Faltaría más! Solo sabía que podía pedir auxilio a los sentimientos cuando la maquinaria perfecta cerebral atisba el sufrimiento humano.

Y descubrió algo maravilloso en su consulta: él era propietario de un caballo encorvado, conocido como hipocampo, que ya se encontraba hace millones de años en los mamíferos primitivos, es decir, ¡estaba en su cerebro! Y lo sustancial: formaba parte del sistema límbico, como estructura fundamental de diferentes tipos de memorias y almacén de las emociones por su proximidad con la amígdala. Vamos por partes, decía ruborizado a pesar de él mismo.

El rey no daba crédito. “¡Soy propietario de un caballo maravilloso y nadie me lo había anunciado!”. Pero he aquí que lleno de curiosidad quiso conocerlo de forma más cercana. Y comenzó a leer y leer, a preguntar en todas partes de aquél mundo de nunca jamás, y supo que si quería conocer y domesticar su caballo encorvado tenía que “abrir su cerebro” para localizarlo. El consejo de sabios fue contundente: no se ve desde fuera. Y comenzaron a explicarle que hace muchos años, unos científicos especializados abrieron uno por curiosidad y se encontraron estructuras donde cabalgaba tranquilamente un caballo como el suyo.

Siguió preguntando, más y más, hasta que una sabia mujer le susurró algo al oído:

– cabalgas porque te emocionas.

De pronto, supo que la información que entra por los sentidos llega al hipocampo dejando siempre una “huella” de lo que se ha “visto” o “sentido”. Así lo confirmaba aquél grupo de expertos. Y que también puede llegar a la amígdala, para evaluar emocionalmente la “escena” o “reacción sensorial” a grabar. Y que comienza la carrera interna del hipocampo como caballo disciplinado o desbocado, en función de los márgenes que dejen los neurotransmisores y las hormonas correspondientes. ¡Qué palabras tan desconocidas!

Aquél rey supo en ese momento que este caballo encorvado es mayor y más activo en las mujeres, es decir, ellas pueden estar en todos los “detalles” de lo que ocurre en determinadas ocasiones; sufre cambios hormonales constantes en una dialéctica entre el estrógeno y la progesterona, activas “amazonas” en la carrera de la vida personal y en pareja.

Se lo diría a la reina: en el primer día del periodo, el hipocampo es activado por el estrógeno reforzando e incrementando en un 25% sus conexiones: se recuerda y aprende más y mejor, es decir, la actividad recordatoria puede ser frenética en la segunda semana del ciclo menstrual. Y él sabía que conocer estas realidades fisiológicas ayuda a los hombres a respetar más a la mujer, entre otras cosas porque sus posibilidades de aprendizaje son una continua lección programada, mes a mes, que hace muy valiosa la experiencia menstrual desde esta óptica contrastada por la ciencia. También le contaron que se había investigado el envejecimiento en esta maravillosa estructura cerebral y que si se mantiene la terapia hormonal en mujeres menopáusicas, su memoria tenderá a envejecer más lentamente, porque las dosis de estrógenos activan la memoria verbal y de largo plazo.

El rey agradeció a los sabios y sabias del lugar, la aproximación que le habían ofrecido sobre el cerebro desnudo. Como era un rey moderno, supo que existía un acto que “susurraba a los caballos” como metáfora de la aprehensión de la vida.

Y comenzó a correr y correr anunciando su “descubrimiento”: él como persona, más que como rey, no solo era inteligente, sino también emocionente, porque sabía a ciencia cierta, que en el cerebro, junto al caballo que acababa de descubrir, se encuentra una estructura cerebral, del tamaño de una almendra, que se llama “amígdala”, situada exactamente en el lóbulo temporal y que forma parte, junto a otras estructuras cerebrales, como el hipotálamo, el septum y el hipocampo, fundamentalmente, de los circuitos responsables de la emoción, de la motivación y del control del sistema autónomo o vegetativo. Y que galopaba directamente al sistema límbico, responsable directo de la codificación del mundo personal e intransferible de los sentimientos y de las emociones. Con el control férreo de la corteza cerebral.

Lo que había descubierto sobre la amígdala era fascinante. Supo que es una estructura muy pequeña y evolutivamente muy antigua. Además y dependiendo de su tamaño se puede identificar el carácter de una persona, llegándose a saber que una atrofia de la amígdala llevará a la persona que la sufra a una seria dificultad en el reconocimiento de los peligros, siendo realmente asombrosa la asociación que se puede llegar a dar entre su hipertrofia y la violencia y agresión. También, que se puede llegar a conocer el coeficiente de las emociones en cada lado de la amígdala.

Había leído, además, que el cerebro es capaz de decodificar el significado y el sentido emocional de palabras que se presentan a las personas de su reino, de manera subliminal. De ahí la importancia de los anuncios publicitarios y su falta de inocencia, en aquél mundo del nunca jamás. Obvio. Y qué campo tan interesante se abría en su reino para la educación infantil y en casa, en el trabajo y en la Universidad Regia. Los elementos de contexto en los que vivían las personas de aquél lugar, hacían evidente las emociones de cada día, de su existencia diaria, ¡cuántas palabras e imágenes, cuantos estados afectivos momentáneos (emociones) y duraderos (sentimientos) se pueden estar desarrollando y elaborando en el interior de las personas sin que se tome plena conciencia de ello! Es lógico que a veces las personas más próximas al rey le dijeran: “no sé lo que me está pasando”. Responsable: la amígdala personal e intransferible y su integración en circuitos más complejos.

Conoció que el estrógeno, la progesterona y la testosterona son actores y actrices invitados en el funcionamiento de la amígdala en el cerebro sexuado. Todo lo que ocurra a nivel hormonal afecta a la amígdala. La razón es obvia: si el estrógeno está equilibrado en su funcionamiento ordinario, complejísimo, la amígdala hará vivir y sentir las emociones conscientes e inconscientes de forma regular, modulando actuaciones preprogramadas. Después, los sentimientos y emociones que se construyen en la amígdala, en compañía del hipocampo y del hipotálamo, se bifurcan en razón del protagonismo que concurra en relación con las hormonas masculina o femenina: la progesterona y la testosterona. Y en cada ciclo de vida personal, el protagonismo es diferente. Por ello, supo el rey, que la inteligencia individual, comienza a escribir en el libro de vida de cada persona en particular, cómo se aborda la resolución de problemas diarios para vivir de forma adecuada. Sin florituras agregadas. Solo se regula la mejor forma de vivir, sabiendo que la amígdala es sensible de forma particular con todo lo que a mí me pasa y me acaba afectando de forma momentánea (emociones) o duradera (sentimientos).

El rey, con su caballo desbocado, tuvo la impresión de que la próxima vez que se comiera una almendra, iba a tener una sensación (¿emoción, sentimiento?) diferente de lo que hacía a diario. Probablemente, porque la amígdala cerebral de cada una, de cada uno, ha mandado unas señales neurológicas diciendo a la corteza cerebral que recuerde algo que ya protegió el caballo encorvado, porque ya sabe por qué está sintiendo algo especial.

El rey ya lo había dicho: somos emocionentes.

Y consideró su misión cumplida, aunque para él, este maravilloso cuento humano, plebeyo en definitiva, no había hecho nada más que empezar…

CLÁUSULA ÉTICA DE DIVULGACIÓNJosé Antonio Cobeña Fernández no trabaja en la actualidad para empresas u organizaciones religiosas, políticas, gubernamentales o no gubernamentales, que puedan beneficiarse de este artículo; no las asesora, no posee acciones en ellas ni recibe financiación o prebenda alguna de ellas. Tampoco declara otras vinculaciones relevantes aparte de su situación actual de persona jubilada.

A %d blogueros les gusta esto: