
Sevilla, 1/II/2021
Febrero es un mes de marcada historia romana, que debe su nombre a Februa (Februario), mes en el que se celebraba el festival Februalia, exactamente el día 15, dedicado a la purificación personal para expiar las equivocaciones humanas, tratadas siempre de forma errónea, con perdón, como “pecados” y sus consecuencias, en el que respetando la mitología etrusca se adoraba también al dios Februus, dios de la muerte y la purificación, aunque los etruscos lo denominaron Febris, dios de la malaria y de la fiebre. Este festival se celebraba al mismo tiempo que las Lupercales en honor a Fauno, que según fuentes históricas diversas compartía la deidad con Februus. Se incorporó este mes durante el reinado de Numa Pompilio, segundo rey de Roma (716 a.C. a 674 a.C.). Para Roma era un mes muy importante porque las Lupercales se celebraban en honor a Fauno y la famosa loba Luperca que amamantó a Rómulo y Remo, fundadores de Roma.
¿Qué aporta esta referencia histórica al mes que comienza hoy? Fundamentalmente, sabiendo leer la historia entre líneas, es una oportunidad para reflexionar y purificar el alma, llenándola de refuerzos positivos. Hace un año, lo traducía a una reflexión en la que resaltaba la importancia de “llenarse de febrero”, tal y como me lo enseñó un día ya lejano el poeta Ángel González (1):
[…] Un hombre lleno de febrero,
ávido de domingos luminosos,
caminando hacia marzo paso a paso,
hacia el marzo del viento y de los rojos
horizontes —y la reciente primavera
ya en la frontera del abril lluvioso… […]
Él vivió esa experiencia en Madrid, en 1954, como un hombre solo en un “áspero mundo”. El problema es que en Sevilla, en 2021, también me encuentro solo, a veces, en un mundo diseñado por el enemigo, como aprendí a definirlo en su día del poeta Juan Cobos Wilkins. Las circunstancias actuales en relación con la pandemia nos crean desasosiego y necesitamos encontrar paz interior. Sigo leyendo a Ángel González para salir de este mar de dudas existenciales y creo que me da un salvoconducto para transitar por días venideros caminando hacia marzo, hacia el calendario completo, paso a paso:
[…] —Más tarde vendrá mayo y luego junio,
y después julio y, al final, agosto—.
Un hombre con un año para nada
delante de su hastío para todo.
Al igual que el año pasado a la altura de este primitivo calendario romano, en el que febrero era el último mes del año, quiero pensar de nuevo que tengo por delante un mes y un año para todo, aunque me pese mucho el hastío para nada que suelo vivir en lo más profundo de mi ser, porque soy un optimista bien informado que, sinceramente, no es más que la forma de convivir a diario con la razón de ser y estar en un mundo muy complejo, en lo más íntimo de mi propia intimidad, un pesimista existencial, tal y como lo aprendí del haiku 123, precioso, escrito por Benedetti (2) en 1999: Un pesimista / Es sólo un optimista / Bien informado. Entre pesimismo y optimismo, la duda está servida al comenzar la purificación de febrero y llenarnos de este mes. Esa es la cuestión.
Purificamos el alma en el silencio de la lectura de estos versos de Ángel González. Además, cuando la lectura cuida el alma, suele estar acompañada siempre del silencio, del arte de callar, en la clave preciosa que un día aprendí de Joseph Antoine de Dinouart, en un libro muy cuidado (3) sobre este arte tan peculiar, el de callar, donde todo el secreto se encierra, como ocurre con los mandamientos, en un gran principio primero: solo se debe dejar de callar cuando se tiene algo que decir más valioso que el silencio. Mientras…, leo para cuidar el alma, siendo el motivo principal de por qué se hace imprescindible proclamar la necesidad de la lectura como medio de descubrimiento, en tiempos de silencio, de la palabra articulada en frases preciosas, cuando lo que se lee nos permite comprender la capacidad humana de aprehender la realidad de la palabra escrita o hablada. Maravillosa experiencia que se convierte en arte cuando la cuidamos en el día a día, aunque paradójicamente tengamos que aprender el arte de leer la vida siendo mayores, porque la realidad amarga es que muchas veces no lo sabemos hacer en momentos transcendentales de nuestra vida.
Quizá podamos hacerlo ahora, en este mes de febrero tan especial, callado y perfecto. Sobre todo, para que no enfermemos del alma, pero sí purificarla y llenarnos de ella, sabiendo que nuestros antepasados le dieron un sentido muy especial a un mes que nos preparaba para una nueva vida.
(1) González A. Palabra sobre palabra. Barcelona: Planeta (Seix Barral), 2018 (6ª imp.), p. 16.
(2) Benedetti M. Rincón de haikus. Madrid: Visor Libros.
(3) Dinouart, Joseph Antoine (2003). El arte de callar. Madrid: Siruela, p. 53 (4ª ed.).
CLÁUSULA ÉTICA DE DIVULGACIÓN: José Antonio Cobeña Fernández no trabaja en la actualidad para empresas u organizaciones religiosas, políticas, gubernamentales o no gubernamentales, que puedan beneficiarse de este artículo; no las asesora, no posee acciones en ellas ni recibe financiación o prebenda alguna de ellas. Tampoco declara otras vinculaciones relevantes aparte de su situación actual de persona jubilada.
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