Necesito leer y escuchar a los clásicos populares

Ítalo Calvino / Stefan Zweig

Sevilla, 18/IX/2021

Si no salvamos los clásicos y la escuela, los clásicos y la escuela no podrán salvarnos

Nuccio Ordine, en Clásicos para la vida

Septiembre es un mes «académico» por excelencia. Es la ocasión de volver a estudiar, leer y escuchar a los clásicos populares que de una forma tan extraordinaria aprendí de Stefan Zweig en su obra Encuentros con libros (1) y de Ítalo Calvino, en un clásico popular, ¿Por qué leer los clásicos? (2), a los que siempre acudo en diversas épocas del año como bálsamo de Fierabrás en tiempos modernos, difíciles y controvertidos.

Leyendo de nuevo «Encuentros con libros», vuelvo a sentir sus palabras como un bálsamo en este mundo al revés, porque “desde que existe el libro nadie está ya completamente solo, sin otra perspectiva que la que le ofrece su propio punto de vista, pues tiene al alcance de su mano el presente y el pasado, el pensar y el sentir de toda la humanidad. En nuestro mundo de hoy, cualquier movimiento intelectual viene respaldado por un libro; de hecho, esas convenciones que nos elevan por encima de lo material, a las que llamamos cultura, serían impensables sin su presencia”. Maravillosa reflexión en estos momentos cruciales que estamos viviendo a escala mundial.

Hace exactamente un año publiqué en este cuaderno digital un artículo sobre este asunto tan generador de cultura del alma, Los clásicos deberían ser populares, que vuelvo a publicar hoy sin modificar una sola palabra. Creo que sigue vigente en todas sus líneas y espero que anoten la próxima lectura de los libros indicados, porque comprobarán que leer y escuchar los clásicos nunca ha sido, es y será un placer inútil.

Fernando Argenta era hijo de Ataúlfo Argenta, un director de orquesta extraordinario de mediados del siglo pasado, que falleció el 21 de Enero de 1958, una muerte que cogió por sorpresa al discreto encanto de la burguesía de Madrid, porque no le querían dados sus antecedentes “rojos” y donde yo crecía amando la música y la soledad sonora de mis diez años. He admirado siempre a Fernando Argenta, por el trabajo encomiable que ha desarrollado a lo largo de su vida y de la forma tan didáctica que lo presentó en sociedad, para que este país saliera de su catetez musical extrema y comenzara a conocer y sentir la música clásica a través de programas memorables en radio y televisión, Clásicos populares y El conciertazo, aunque él amaba sobre todo su Radio, la Nacional de España, llegando a afirmar con cierta sorna que “A los que trabajamos en radio no nos deberían poner cara jamás”. Hizo muy populares a los músicos clásicos y gracias a él hay varias generaciones en este país que hoy día aman la música de los clásicos.

Traigo a colación esta reflexión porque frecuento mucho la lectura de los clásicos en la literatura, la poesía, el teatro, la música, la pintura, la religión y otras artes y creencias clásicas dignas de guardar. Se lo debo a profesores y profesoras que he tenido a lo largo de mi vida, auténticos maestros y maestras, que me enseñaron la forma de aprehender la belleza de su pensamiento, de su pintura, de su capacidad de representación escénica de la vida, de su forma de componer obras musicales inolvidables, de sus creencias. Clásicos a veces no populares, por supuesto. En años de juventud y madurez clásica, tengo que reconocer que tuve la suerte de encontrar una referencia literaria de un gran autor, Ítalo Calvino, del que ya no me he separado y del que sigo aprendiendo a diario. En esta ocasión y cuando nos insisten de forma machacona en que nos instalemos en la “nueva normalidad”, de la que ignoro su quintaesencia, me encuentro de nuevo con una obra suya preciosa, ¿Por qué leer los clásicos?, sobre todo sus catorce “definiciones”, que deben ser leídas sin dejar ninguna atrás. Lo recomiendo encarecidamente como se decía en mi casa ante misiones culturales aparentemente imposibles e inútiles.

Hoy he elegido tres definiciones que justifican la lectura de este libro de Calvino, concatenadas siguiendo su docto criterio, que al final son cuatro y verán por qué, en un mes de septiembre que acaba de llegar, con su efecto halo académico que nunca abandono y que en mis años jóvenes esperaba entusiasmado con una canción de Bobby Darin, Cuando llegue septiembre, que pasó la censura del Régimen sin problema alguno: Y la noche sin final será el encanto de septiembre para mí, / porque así más tiempo habrá de oscuridad, de intimidad, de estar muy solos.

Les dejo ya con Ítalo Calvino en estado puro:

1. Los clásicos son esos libros de los cuales suele oírse decir: «Estoy releyendo…» y nunca «Estoy leyendo…».

Es lo que ocurre por lo menos entre esas personas que se supone «de vastas lecturas»; no vale para la juventud, edad en la que el encuentro con el mundo, y con los clásicos como parte del mundo, vale exactamente como primer encuentro. El prefijo iterativo delante del verbo «leer» puede ser una pequeña hipocresía de todos los que se avergüenzan de admitir que no han leído un libro famoso. Para tranquilizarlos bastará señalar que por vastas que puedan ser las lecturas «de formación » de un individuo, siempre queda un número enorme de obras fundamentales que uno no ha leído. Quien haya leído todo Heródoto y todo Tucídides que levante la mano. ¿Y Saint-Simon? ¿Y el cardenal de Retz? Pero los grandes ciclos novelescos del siglo XIX son también más nombrados que leídos. En Francia se empieza a leer a Balzac en la escuela, y por la cantidad de ediciones en circulación se diría que se sigue leyendo después, pero en Italia, si se hiciera un sondeo, me temo que Balzac ocuparía los últimos lugares. Los apasionados de Dickens en Italia son una minoría reducida de personas que cuando se encuentran empiezan enseguida a recordar personajes y episodios como si se tratara de gentes conocidas.

Hace unos años Michel Butor, que enseñaba en Estados Unidos, cansado de que le preguntaran por Émile Zola, a quien nunca había leído, se decidió a leer todo el ciclo de los Rougon-Macquart. Descubrió que era completamente diferente de lo que creía: una fabulosa genealogía mitológica y cosmogónica que describió en un hermosísimo ensayo. Esto para decir que leer por primera vez un gran libro en la edad madura es un placer extraordinario: diferente (pero no se puede decir que sea mayor o menor) que el de haberlo leído en la juventud. La juventud comunica a la lectura, como a cualquier otra experiencia, un sabor particular y una particular importancia, mientras que en la madurez se aprecian (deberían apreciarse) muchos detalles, niveles y significados más. Podemos intentar ahora esta otra definición:

2. Se llama clásicos a los libros que constituyen una riqueza para quien los ha leído y amado, pero que constituyen una riqueza no menor para quien se reserva la suerte de leerlos por primera vez en las mejores condiciones para saborearlos.

En realidad, las lecturas de juventud pueden ser poco provechosas por impaciencia, distracción, inexperiencia en cuanto a las instrucciones de uso, inexperiencia de la vida. Pueden ser (tal vez al mismo tiempo) formativas en el sentido de que dan una forma a la experiencia futura, proporcionando modelos, contenidos, términos de comparación, esquemas de clasificación, escalas de valores, paradigmas de belleza: cosas todas ellas que siguen actuando, aunque del libro leído en la juventud poco o nada se recuerde. Al releerlo en la edad madura, sucede que vuelven a encontrarse esas constantes que ahora forman parte de nuestros mecanismos internos y cuyo origen habíamos olvidado. Hay en la obra una fuerza especial que consigue hacerse olvidar como tal, pero que deja su simiente. La definición que podemos dar será entonces:

3. Los clásicos son libros que ejercen una influencia particular ya sea cuando se imponen por inolvidables, ya sea cuando se esconden en los pliegues de la memoria mimetizándose con el inconsciente colectivo o individual.

Por eso en la vida adulta debería haber un tiempo dedicado a repetir las lecturas más importantes de la juventud. Si los libros siguen siendo los mismos (aunque también ellos cambian a la luz de una perspectiva histórica que se ha transformado), sin duda nosotros hemos cambiado y el encuentro es un acontecimiento totalmente nuevo. Por lo tanto, que se use el verbo «leer» o el verbo «releer» no tiene mucha importancia. En realidad podríamos decir:

4. Toda relectura de un clásico es una lectura de descubrimiento como la primera.

¿Les ha gustado? Recuerdo que faltan diez definiciones para completar esta guía de lectura elaborada por Calvino, que pueden leer aquí facilitada por la editorial Siruela. No les va a defraudar y comprenderán por qué hay que leer a quienes tanto han aportado a la humanidad a través de sus textos y contextos. Nuccio Ordine, en Clásicos para la vida (3), hace una introducción extraordinaria al respecto en su pequeña pero densa obra, que me conmueve en su justo sentido y de la que próximamente hablaré en este salón virtual: Si no salvamos los clásicos y la escuela, los clásicos y la escuela no podrán salvarnos. Aviso para navegantes virtuales.

(1) Zweig, Stefan, Encuentros con libros, 2020, Barcelona: Acantilado-Quaderns Crema.

(2) Calvino, Ítalo, ¿Por qué leer los clásicos?, 2012. Madrid: Siruela.

(3) Ordine, Nuccio, Clásicos para la vida, 2017. Barcelona: Acantilado-Quaderns Crema.

CLÁUSULA ÉTICA DE DIVULGACIÓN: José Antonio Cobeña Fernández no trabaja en la actualidad para empresas u organizaciones religiosas, políticas, gubernamentales o no gubernamentales, que puedan beneficiarse de este artículo; no las asesora, no posee acciones en ellas ni recibe financiación o prebenda alguna de ellas. Tampoco declara otras vinculaciones relevantes aparte de su situación actual de persona jubilada.

Bertolt Brecht y su ópera de los tres centavos

Ópera de los tres centavos. Portada original del libreto. Viena: Edición universal A. G. 1928 / Bertolt Brecht

Sevilla, 17/IX/2021

En el mundo al revés en el que vivimos a diario, donde procuramos desenvolvernos de forma torpe ante quienes mueven los hilos de la humanidad, viene a cuento recordar una obra dialéctica de Bertolt Brecht, La Ópera de los tres centavos, un gran musical para su época, con partituras excelentes de Kurt Weill, que se estrenó en Berlín el 31 de agosto de  1928 y cuyo argumento nos transporta al Londres de la Reina Victoria, donde Macheath (Mackie el Navaja), un personaje no inocente en su forma de comportarse en su vida ordinaria, se casa con Polly Peachum, hija del jefe de los mendigos, a los que tiene completamente controlados y subyugados. Peachum no ve con buenos ojos el matrimonio de su hija, por lo que se introduce en el mundo de las autoridades del lugar para que ese farsante sea condenado a muerte, con la cooperación finalmente de Polly. Cuando finalmente parece que va a conseguir su objetivo, que ahorquen al prometido de su hija como castigo ejemplar, aparece de pronto un emisario de la Reina para comunicar que se le perdona la vida, junto al ofrecimiento de diversos cargos y el reconocimiento social con un título de barón. Todo parece real como la vida misma, aunque la figura del narrador que utiliza Brecht a lo largo de la obra, simbolizada en la canción introductoria de la misma, La Balada de Mackie Messer, conocida posteriormente como Mackie el Navaja (una conocida canción que pone bastantes cosas en su sitio a lo largo de sus casi cien años de recorrido histórico desde su estreno en 1928 y que recordamos bien a través de diversos intérpretes), dice algo muy importante y con carga de profundidad en estos días: Si el diablo tiene cuernos / la serpiente cascabel / Mackie tiene una navaja / pero nadie la puede ver. Como le gustaba a Brecht, es el espectador el que debe romper la cuarta pared y sacar sus propias conclusiones de un libreto no inocente de principio a fin. Se debían llevar la ópera a casa, en su persona de secreto.

Aquella obra supuso un ataque frontal al capitalismo y a la doble moral que acusaba la sociedad en general, en la dialéctica omnipresente de corrupción y pobreza. Fue prohibida “terminantemente” por el nazismo. Como pasa casi siempre con muchas canciones populares, en mis años jóvenes acompañábamos a Miguel Ríos en su versión de la canción fetiche de la obra de Brecht pero sin tomar conciencia de su mensaje. Estaba de moda por la influencia anglosajona que perduró a lo largo del siglo pasado en el género musical y Mackie el Navaja hasta casi nos caía bien, incluso nos parecía un héroe. Pero cualquier parecido con la realidad que nos quiso transmitir Brecht con su mensaje nos parecía como en las películas una pura coincidencia, aunque Mackie era realmente la representación del poder sin límites, de la corrupción desenfrenada y maquiavélica, que alcanzaba todas las esferas del poder y que finalmente era llevado a los altares de la vida ejemplar para muchos, es decir, una auténtica representación del mundo al revés, generador de tanto sufrimiento humano.

Sería una buena decisión representar hoy esa obra para comprender cómo determinados personajes de la sociedad actual repiten aquellos esquemas operísticos y, hablando claro, entender de una vez por todas, cómo determinados representantes de la sociedad en muchos ámbitos, no sólo en el político, siguen controlando la sociedad bajo el eufemismo de ir vestidos de negro o pertenecer a partidos imposibles desde la perspectiva democrática, cuando sólo son detentadores de poderes omnímodos a la sombra, profesionales de las puertas giratorias, dueños de los recursos naturales que necesitamos todos para vivir, el agua por ejemplo, la luz, el gas, el sol, que procuran buscar a un representante de la pobreza para casarse con él o ella, embaucarlos y, a pesar de reunir todo el conjunto de males sin mezcla de bien alguno, salir airosos de cualquier contienda ética, recibiendo los honores del poder y muchas veces del pueblo manipulado.

Elegir el elenco de “actores” para una representación actualizada de la ópera de Brecht sería hoy día una tarea fácil. Bordarían el papel y como ocurrió antes de estreno de Berlín, el actor principal seguiría reclamando una introducción especial que Brecht solucionó con la incorporación de última hora de la balada famosa. Escucho otra vez a Miguel Ríos y creo que comprendo hoy, mejor que en mis años jóvenes, que Mackie el Navaja sigue con nosotros y que está muy cerca de la realidad social que nos asola por momentos, porque si el diablo tiene cuernos / la serpiente cascabel / Mackie tiene una navaja / pero nadie la puede ver. “La corrupción, sabemos, tiene un gran futuro y, el Señor sabe, ¡vaya si tiene pasado!”, dijo en cierta ocasión en una entrevista la esposa del compositor Kurt Weill, autor de la partitura. Al buen entendedor, con pocas palabras basta, aunque el libreto de esta ópera, cargado de palabras y de dialéctica transformadora, tiene una actualidad excepcional en estos tiempos tan modernos, revueltos y de pérdida escandalosa de valores éticos. No olvido que la película de 1931 sobre esta obra de Brecht se tituló en España La comedia de la vida. Por algo sería.

CLÁUSULA ÉTICA DE DIVULGACIÓN: José Antonio Cobeña Fernández no trabaja en la actualidad para empresas u organizaciones religiosas, políticas, gubernamentales o no gubernamentales, que puedan beneficiarse de este artículo; no las asesora, no posee acciones ni recibe financiación o prebenda alguna de ellas. Tampoco declara otras vinculaciones relevantes aparte de su situación actual de persona jubilada.

Merece la pena vivir, a pesar de todo

José Jiménez Lozano

Sevilla, 16/IX/2021

Nos rodean por tierra, mar y aire, noticias inquietantes para el alma humana. Suelo utilizar la escritura circular en mi cuaderno digital y buscando hoy unos datos de interés cuando me he sentado ante la hoja en blanco, ha saltado ante mis ojos un aviso para navegantes en este mar proceloso que es el mundo al revés: merece la pena vivir, a lo que añado un estrambote final: a pesar de la que está cayendo, problemas de todo tipo que como lluvia fina acaban calando hasta el último rincón de nuestra alma. El artículo que escribí en 2018, Merece la pena vivir, destacando unas reflexiones extraordinarias de José Jiménez Lozano, es actual en su fondo y forma. Lo comparto de nuevo porque necesitamos creer en el ser humano, porque según el dios de nuestros antepasados, en ese proceso de la creación de cielos, tierra, animales y aguas, vio que crear al ser humano era muy bueno, insertando un adverbio, muy, no inocente, que nos diferenciaba de lo terrenal. Pasen y lean, porque supone vislumbrar luz al final del túnel.

Estoy interesado en buscar la amabilidad como hilo conductor de mi vida. En estos días difíciles de la normalidad anormal en los después de las sucesivas olas de la pandemia, sigo empeñado en una búsqueda constante de personas, cosas y noticias amables, que me enseñen a ser cada día más afable y de que se traten determinados asuntos que tanto nos preocupan en la actualidad “amorosamente, apaciblemente, con cariño y suavidad”. Amabilidad es una palabra amable, aunque suene a tautología. Esta palabra, junto a «amable» y «amablemente» formaron una tríada que se divulgó, brilló, fijó y dio esplendor en el siglo XVIII en este país a través de mi admirado Diccionario de Autoridades (1726, 256, 2 y 257,1). Cada una de ellas aportó una forma de entender determinados comportamientos de las personas que hacían más fácil vivir con los demás. Amabilidad (sustantivo femenino) se definía como “suavidad en el trato, afabilidad, dulzura y atractivo”. Amable (adjetivo), como “La Persona que por su natural dócil, suave, apacible y cariñoso se concilia la común estimación, aprecio y amor […] Y también se entiende y dice de la cosa que es digna de atención y aprecio: como la virtud, la verdad es amable”. Por último, amablemente (adverbio), “amorosamente, apaciblemente, con cariño y suavidad”.

No es cuestión de vivir en una burbuja de la amabilidad, sino de encontrar contextos amables en casi todo lo que se mueve. Lo necesitamos. Personalmente, lo necesito con ardiente impaciencia, porque el país necesita urgentemente liderazgo y convivencia amables desde la perspectiva ciudadana, para convencernos de una vez por todas de que merece la pena vivir. Recuerdo ahora que George Saunders, un escritor especializado en la búsqueda de la felicidad, pronunció un discurso en 2013, que se hizo viral a través de su publicación en el The New York Times. Tuvo tanta repercusión mundial -más de un millón de lectores-, que se publicó posteriormente en formato libro bajo el título Felicidades, por cierto (1), del que quiero destacar sobre todo y en este contexto una reflexión final para sus lectores en torno a su hilo conductor: la amabilidad, porque en la vida hay tiempo para hacer muchas cosas y él las enumera a título indicativo, no exhaustivo, pero haciéndolo siempre en la dirección correcta, es decir, en la de la amabilidad: “Y algún día, dentro de 80 años, cuando tengáis cien y yo ciento treinta y cuatro, y todos seamos tan afectuosos y amables que casi no se nos pueda aguantar, escribidme unas líneas para contarme cómo os ha ido la vida. Y confío en que me digáis que ha sido maravillosa”.

Afortunadamente, porque desde la perspectiva de un ser humano singular y corriente, como es mi caso, que hace millones de años sorprendió al dios correspondiente como una creación “muy” buena, estoy convencido en este aquí y ahora de que merece la pena vivir. Amablemente, por cierto.

Merece la pena vivir

En los momentos de turbación nacional que estamos viviendo, he leído con atención reverencial una entrevista a José Jiménez Lozano, larga, profunda, emocionante y esclarecedora, con un título que comparto en su más profundo sentido: “José Jiménez Lozano: «Merece la pena vivir porque hay personas, hay pájaros, hay cosas que están excelentemente bien»”. Me ha llamado la atención porque hace referencia a un texto del Génesis muy esclarecedor para comprender qué ha significado en la historia de la humanidad la creación del ser humano, un relato que ha pasado de padres a hijos durante miles de años.

Jiménez Lozano iguala a personas, pájaros y cosas, que están “excelentemente bien”, pero creo que cuando se conoce la lengua hebrea en profundidad, hay un matiz diferenciador, un adverbio no inocente que da una transcendencia especial al ser humano frente a cielos, tierra, fuego, pájaros y cosas cercanas a la humanidad, que siempre son útiles. Veamos por qué. En el Génesis, el Primer Libro, en su capítulo I, versículo 31, corroborado con la musicalidad del texto hebreo en su escritura primigenia, el relato de la creación dejaba muy claro que lo mejor que había ocurrido en aquellos días mágicos fue la creación del ser humano, porque a diferencia de los cielos, la tierra y el agua, que sólo eran buenos, en la del hombre y la mujer vio Dios que era muy bueno lo que había hecho. Un adverbio, meod, que en hebreo significa “muy” dejó claro para siempre que la existencia de los seres humanos justificaba por sí misma la creación del mundo, el evolucionismo o el punto alfa y omega de la vida. Son sólo creencias de siete días especiales, singulares, en los que había ocurrido algo muy bueno para la existencia humana, para cada uno (con su cadaunada).

Merece la pena vivir porque lo mejor que le ha ocurrido al mundo es contar con la presencia del ser humano, a pesar de todo lo que ocurre en el mundo actual por la intervención de la mano humana y su inteligencia. Decía Jesús Ruiz Mantilla en 2014, que el fotógrafo Sebastião Salgado, autor del proyecto Génesis, había salido a buscar en 2005 el paraíso terrenal y fotografiarlo durante ocho años: “¿Para qué? Para emular el ojo de Dios pero ser fiel a Darwin, para dar testimonio de los orígenes de la vida intactos, para certificar que corre el agua, que la luz es ese manantial mágico que penetra como un pincel y muta las infinitas sugerencias en blanco y negro que Salgado nos muestra del mundo. Para experimentar pegado a la tierra y los caminos aquello que relatan los textos sagrados pero también seguir la estela de la evolución de las especies; para comprobar que los pingüinos se manifiestan; para comparar la huella con escamas de la iguana y el monumental caparazón de las tortugas en Galápagos; para explicar que los indígenas llevan en la piel tatuado el mapa de su comunión con la de los ríos y los bosques; y que los elefantes y los icebergs emulan fortalezas de hielo y piel; y que la geología diseña monumentos y que todavía quedan santuarios naturales a los que aferrarnos”.

Es una delicia leer la entrevista completa a José Jiménez Lozano. He comprendido bien por qué es muy buena su existencia, porque me ha entregado con sus sabias palabras serias razones para seguir viviendo. Se la recomiendo.

(1) Saunders, George, Felicidades, por cierto, 2020. Barcelona: Planeta / Seix Barral.

CLÁUSULA ÉTICA DE DIVULGACIÓN: José Antonio Cobeña Fernández no trabaja en la actualidad para empresas u organizaciones religiosas, políticas, gubernamentales o no gubernamentales, que puedan beneficiarse de este artículo; no las asesora, no posee acciones ni recibe financiación o prebenda alguna de ellas. Tampoco declara otras vinculaciones relevantes aparte de su situación actual de persona jubilada.

Sergio Ramírez, imprescindible, no es un escritor de conveniencia

Sevilla, 15/IX/2021

Desde este blog quiero poner mi granito de arena en defensa del escritor nicaragüense Sergio Ramírez, adelantándome un día, con estas palabras de desagravio ante la presión del máximo dirigente de su país, sobre la fecha de publicación en España de su última novela, Tongolele no sabía bailar, la tercera entrega de la trilogía protagonizada por el inspector Dolores Morales, que así se llama y apellida el protagonista de esta serie, cuyo autor, según el presidente Daniel Ortega y sus secuaces, es uno de los causantes de todos los males de su querida tierra natal, hasta tal punto de que ha sido señalado y reclamado por la fiscalía de su país por «conspiración e incitación al odio», dictándose una orden de detención contra él. Dolores Morales inquieta al presidente actual de Nicaragua, un nombre controvertido en su esencia: “En Nicaragua es muy común que los niños sean bautizados con nombres de Vírgenes. Les ponen bajo la protección de la Virgen de Dolores, de la Virgen de Mercedes, de la Virgen del Pilar… Así que, llamarse Dolores Morales no es una invención, sino que en Nicaragua hay varios Dolores Morales que yo conozco» (1). Tongolele, es un personaje esencial en esta novela: “Se trata de Anastasio Prado, uno de los personajes estelares de la novela al que llaman «Tongolele». Muy a su pesar. Un personaje dramático que «actúa como pieza dentro de un poder» y que se va volviendo un personaje trágico. «Es un hombre que tiene convicciones, erróneas obviamente, pero él cree que está defendiendo una revolución que para el inspector Morales ya no existe». Esta obra tan controvertida para los máximos dirigentes de su país, es “un retrato literario de esa tragedia que se vive en Nicaragua desde hace años y, ante la cual, Sergio Ramírez asegura que «no podía permanecer callado», aunque fuera más que consciente de las consecuencias que podría tener su publicación: «La verdad que, cuando uno se decide a escribir una obra literaria que implica riesgos o que sabe que va a molestar a alguien, sobre todo al poder político, lo peor es la autocensura. Lo peor es decir «no voy a escribir esta novela porque me va a traer problemas y mejor este tema no lo toco». Así uno se vuelve un escritor de conveniencia, que es lo peor que le puede ocurrir a alguien que se dedica a escribir novelas o relatos».

La sinopsis oficial del libro no deja lugar a duda alguna sobre esta obra no inocente: “Estamos en pleno siglo XXI, en una Nicaragua en la que se están viviendo unas revueltas populares que son reprimidas brutalmente por el gobierno, apoyado en el siniestro brazo ejecutor del jefe de los servicios secretos. El inspector Dolores Morales debe enfrentarse en la distancia con ese ser terrible apodado Tongolele, responsable último de su exilio en Honduras, que mueve con frialdad y cinismo, en parte gracias a los consejos adivinatorios de su madre, muchos hilos de la desquiciada política del país. La magistral prosa de Sergio Ramírez va desvelando poco a poco un entramado turbio, lleno de secretismos, traiciones y oscuras maniobras al que tendrá que enfrentarse el inspector Morales, respaldado por el inefable Lord Dixon, doña Sofía Smith y el resto de sus socios. Porque, en esa Nicaragua siempre turbulenta, cualquier paso puede darse en falso y provocar el derrumbe definitivo de aquel que decida enfrentarse de algún modo, por ridículo que sea, al poder establecido”.

Basta leer las primeras líneas del libro a modo de dedicatoria, que reproduzco a continuación, para comprender su profundo mensaje: “Esta obra de ficción toma en cuenta los hechos sucedidos a partir de abril del 2018 en Nicaragua, cuando una serie de manifestaciones populares desató una brutal represión estatal. Mi tributo a los centenares de jóvenes caídos, y a sus familiares que siguen clamando justicia”.

Recuerdo como si fuese ayer la noche de julio de 1979, llegando a un hotel de Moguer, en la que escuché en la radio la noticia que saltó al mundo sobre el derrocamiento del presidente Anastasio Somoza Debayle, depuesto por la revolución triunfante del Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN), a la que inmediatamente se le pusieron nombres propios como Daniel Ortega, Sergio Ramírez o Ernesto Cardenal. ¡Cómo siento en mi persona de secreto lo ocurrido con Daniel Ortega!, al que admiré durante un tiempo hasta que llegaron años de su traición a la revolucionaria y necesaria causa sandinista cuando llegó al poder. Los otros dos nombres siempre fueron referentes, sobre todo el de Ernesto Cardenal, al que dediqué unas palabras en este blog con motivo de su fallecimiento y al que en un momento de mi vida muy especial, concretamente en 1978, escribí una carta para acompañarle en Solentiname en su admirable vida de entrega a los nadies. La admiración personal se debía a su discurso permanente de no violencia para alcanzar objetivos que hicieran la vida más amable a las personas que vivían con él en Solentiname, en los años setenta, aunque al final fuera necesaria una acción de fuerza del Frente Sandinista para derrocar a Somoza y formar parte del primer gobierno revolucionario nicaragüense como ministro de cultura.

Sobre Sergio Ramírez, guardo en mi persona de secreto las palabras que le dediqué en este cuaderno digital, con motivo de la celebración del Día Internacional del Libro de 2018, por una imagen que representaba esa efeméride con un mensaje alentador, ahora más que nunca en su persona de secreto: La lectura es mi soledad acompañada, «según Sergio Ramírez, Premio Cervantes 2018». Es verdad, porque leer un libro suele ser una opción personal e intransferible. Entre soledades y pájaros andaba el juego ese año en el cartel que decía algo precioso: los libros son como los pájaros, situaciones y seres animados que me conmueven en el acto de leer, defendiendo ahora la integridad ética de Sergio Ramírez a través de su trayectoria personal, guerrillera y como escritor, cuarenta y dos años después de haber conocido que unos jóvenes revolucionarios, entre los que se encontraba él, entregaban su vida para hacer más felices a sus compatriotas de Nicaragua que tanto esperaron de ellos. Sergio y Ernesto no los defraudaron, Daniel Ortega sí, y todavía hoy siguen luchando por ellos, a pesar de todo. Ernesto Cardenal, desde su cielo particular, hablará a su dios de su amigo Sergio, una persona digna representante de la dignidad humana a través de la palabra. No publica nada inocente, ni por pura conveniencia.

(1) ‘Tongolele no sabía bailar’, la nueva novela de Sergio Ramírez (rtve.es)

NOTA: la imagen de Sergio Ramírez en la fotocomposición personal de cabecera, se ha recuperado hoy de https://www.deia.eus/actualidad/mundo/2021/09/14/sergio-ramirez-volvera-nicaragua-seria/1150673.html.

CLÁUSULA ÉTICA DE DIVULGACIÓN: José Antonio Cobeña Fernández no trabaja en la actualidad para empresas u organizaciones religiosas, políticas, gubernamentales o no gubernamentales, que puedan beneficiarse de este artículo; no las asesora, no posee acciones ni recibe financiación o prebenda alguna de ellas. Tampoco declara otras vinculaciones relevantes aparte de su situación actual de persona jubilada.

Antonio Muñoz Molina, desde mi ventana discreta

Antonio Muñoz Molina / Volver a dónde / RTVE

Sevilla, 14/IX/2021

El confinamiento ha sido un tiempo de reflexión y encuentro con nuestra persona de secreto. Así lo ha vivido el escritor Antonio Muñoz Molina y así nos lo cuenta en su última publicación, Volver a dónde. Le aprecio, respeto y sigo de cerca desde hace ya muchos años, recordando también en mi tiempo profesional, en el ámbito público, el retrato que hacía de los funcionarios en su novela En ausencia de Blanca y que nunca he olvidado, porque a Blanca, la protagonista de esa obra no le gustaba pronunciar la palabra “funcionario”, aludiendo a Mario, su marido. Cuando Blanca quería referirse a las personas que más detestaba, las rutinarias, las monótonas, las incapaces de cualquier rasgo de imaginación, decía: “son funcionarios mentales”. Nunca lo fui.

Desde mi ventana discreta, que también me sirvió como horizonte al que podía mirar a través de la escritura de artículos en este blog durante el confinamiento, que luego materialicé en una publicación, La ventana discreta, observo ahora la publicación de Antonio Muños Molina, leo las entrevistas de presentación y me acerco a su lectura porque admiro la recurrencia en su vida y obra a sus ancestros ubetenses, un lugar mágico que visité en 2019, siguiendo una recomendación virtual de Antonio Muñoz Molina que me llenó de sentimientos encontrados con la vida y sus circunstancias. Él ha manifestado recientemente en una entrevista en el diario El País que “Hay que tener mucho cuidado con lamentar la pérdida de virtudes que existieron en el pasado”, como si el mito del eterno retorno, que aprendí en mis años jóvenes de Mircea Eliade, hubiera vuelto para quedarse con motivo de la pandemia, en un desafío metafísico con la nueva normalidad: “Ahora es cuando no tengo ganas de salir a la calle” justo cuando acaba de abolirse el estado de alarma es la primera línea de Volver a dónde (Seix Barral), el libro con el que Antonio Muñoz Molina (Úbeda, 65 años) desmenuza la realidad pandémica de nuestro tiempo y la suya propia, hecha de recuerdos de un niño de familia campesina. Entrelaza presente y pasado a través de una narración que comienza bucólica y termina siendo bellísima, brillante e implacable”. También advierte en otra entrevista que hay que tener cuidado con la nostalgia y con el embellecimiento del pasado, porque las personas que rondamos su edad sabemos que lo ocurrido en este país ha sido una lección de historia nada propicia para recrearse en aquellos tiempos difíciles.

La sinopsis oficial del libro nos abre una ventana discreta a su interior: “Madrid, junio de 2020. Tras un encierro de tres meses, el narrador asiste desde su balcón al despertar de la ciudad a la llamada nueva normalidad, mientras revive los recuerdos de su infancia en una cultura campesina cuyos últimos supervivientes ahora están muriendo. A la dolorosa constatación de que con él desaparecerá la memoria familiar, se le suma la certeza de que en este nuevo mundo nacido de una crisis global sin precedentes aún prevalecen unas prácticas dañinas que podríamos haber dejado atrás. Volver a dónde es un libro de una belleza sobrecogedora que reflexiona sobre el paso del tiempo, sobre cómo construimos nuestros recuerdos y cómo éstos, a su vez, nos mantienen en pie en momentos en que la realidad queda en suspenso; un testimonio imprescindible para entender un tiempo extraordinario y la responsabilidad que adquirimos con las nuevas generaciones. Certero observador de la actualidad, Antonio Muñoz Molina ofrece en estas páginas, a modo de una suerte de Diario del año de la peste de Daniel Defoe contemporáneo, un lúcido análisis de la España actual a la vez que refleja la transformación irreversible de nuestro país durante el último siglo”.

Abro el libro y leo algo más que las once primera palabras citadas anteriormente, en el punto y seguida de la fecha elegida para comenzar a narrar sus sentimientos personales y autobiográficos: Junio 2020. Aparece inmediatamente después una reflexión que me anima a seguir leyendo sin límite de tiempo ni espacio, porque comprendo perfectamente que el estado de alarma que acababa de ser abolido seguía en nuestro espíritu: “El mundo de después, sobre el que tanto se especulaba, ha resultado ser muy parecido al de antes, salvo por el incordio añadido de las mascarilla”.

Tengo a mano mi libro La ventana discreta, que abro por su prologo en el que leo en sus palabras finales: “En esta recta final, que se alargaba mucho más tiempo del previsto inicialmente por la prisa existencial que nos entró a todos para salir del túnel, había que escribir, en la medida de lo posible y sin faltar nunca al principio de realidad que todos teníamos que asumir, sobre la reconstrucción del país y con una mirada más ambiciosa todavía, sobre la reconstrucción del mundo, porque todo lo humano nos pertenece, con independencia de dónde vivamos: “Necesitamos pensar ya en la Reconstrucción del Mundo para poder reconstruir España. Así de claro y contundente. Es difícil salir de este túnel amargo de la COVID-19 sin una visión estratégica de alcance planetario que siente las bases para establecer un nuevo orden mundial político y económico para salvaguardar la salud pública, económica y democrática del planeta Tierra. Las soluciones que hasta ahora cohesionaban el mundo declarándolo una aldea común ya no valen y los ordenadores portátiles de los hombres de negro han comenzado a cerrarse masivamente sin capacidad de reinicio alguno. Eso sí, habiendo salvado previamente la totalidad del dinero invertido, dejando a millones de ciudadanos y Estados a su “mala” suerte. En este contexto, he recordado como tarea preparatoria un cuento precioso de Jorge Luis Borges, El Congreso, que ya he comentado una vez en este cuaderno digital, porque traduce una realidad existencial del devenir del mundo en el que todos estamos ahora obligatoriamente obligados a comprenderlo para entendernos mejor. Leerlo es casi una obligación de Estado”.

Vuelvo al libro de Antonio Muñoz Molina y tomo conciencia de que la pregunta que plantea en el título sigue hoy sin respuesta: volvemos, sí, pero a dónde, porque el mundo ya no es lo que era o lo que debería ser. Esa es la cuestión. Recuerdo ahora a Gabriel García Márquez, mi querido Gabo, en el Prólogo de Doce cuentos peregrinos – obra que recomendaré siempre para las mesillas de noche de las personas que me acompañan en “La Isla Desconocida”-, porque quiero cumplir una obligación ética al escribir palabras que se entregan a los demás, cuando se navega en los mares procelosos de la turbación ignaciana: “Aquí está, listo para ser llevado a la mesa después de tanto andar del timbo al tambo peleando para sobrevivir a las perversidades de la incertidumbre”, las que ahora estamos sufriendo al prepararnos para el futuro próximo que ya sabemos que no será lo que antes era, para volver a ser o tener lo que quizá nunca hemos sido o tenido antes. Es lo que me permite comprender ahora que somos peregrinos en un camino hacia alguna parte, aunque a veces vayamos del timbo al tambo, como desorientados, para asimilar lo que solo se puede alcanzar en una disciplina de silencio y de encuentro con nosotros mismos, para responder a situaciones, preguntas, fracasos humanos y sociales en torno a esta pandemia.

Lo que deseo ahora, de nuevo, siguiendo los consejos de Pablo Neruda, es agregar luz a la patria en tiempos revueltos, como ciudadano de a pie que solo camina a veces en la más profunda oscuridad e incertidumbre para encarar el futuro: “Otra vez, ya se sabe, y para siempre / sumo y agrego luz al patriotismo: / mis deberes son duramente diurnos: / debo entregar y abrir nuevas ventanas, / establecer la claridad invicta / y aunque no me comprendan, continuar / mi propaganda de cristalería” (El Sol). Navegando al desvío de aguja por las interferencias de la vida diaria, en el aquí de este momento y en el ahora de este orden nuevo mundial y doméstico, en el que el mundo de después, sobre el que tanto se especulaba, ha resultado ser muy parecido al de antes, en palabras premonitorias de las primeras líneas del último libro de Antonio Muñoz Molina, Volver a dónde, escritas por lo que vio y sintió el año pasado, durante el confinamiento, desde su ventana discreta.

CLÁUSULA ÉTICA DE DIVULGACIÓN: José Antonio Cobeña Fernández no trabaja en la actualidad para empresas u organizaciones religiosas, políticas, gubernamentales o no gubernamentales, que puedan beneficiarse de este artículo; no las asesora, no posee acciones ni recibe financiación o prebenda alguna de ellas. Tampoco declara otras vinculaciones relevantes aparte de su situación actual de persona jubilada.

Penélope Cruz, tejedora de éxitos y sueños

Penélope Cruz en la entrega de la Copa Volpi / Carteles oficiales de Madres paralelas

Sevilla, 13/IX/2021

Nuestro país no suele cuidar a las personas que triunfan porque siempre afloran en estas circunstancias sus sempiternos pecados capitales, entre los que destaca la envidia, entendida como tristeza o pesar del bien ajeno o «dolor concebido en el ánimo del bien y de la prosperidad ajena» (RAE A, 1732), unido al olvido casi inmediato y a los malos pensamientos en una frase tipo: «por algo será…», donde el presagio del «algo» nunca es bueno y cumple su misión como la mancha de aceite. Puede ocurrir ahora con la actriz Penélope Cruz que ha obtenido el máximo galardón en el 78º Festival Internacional de Cine de Venecia, la copa Volpi a la mejor interpretación femenina en la obra presentada por Pedro Almodóvar, Madres paralelas, que merece nuestro respeto por su trayectoria artística, aunque muchos sientan ese pesar malévolo por el mero hecho de triunfar en el mundo del cine. Es la primera vez que una actriz española obtiene este premio: “Es un honor. Aquí estamos, celebrando el cine. Gracias Pedro, esto es 100% tuyo. Tu trabajo impecable, tu dedicación, ¡son tan difíciles de encontrar en estos tiempos! Te adoro”, dedicándolo también a «sus madres paralelas»: «A mi madre, Encarna, los mejores valores, la mejor maestra y mejor amiga; y a mi suegra, Pilar Bardem», que «Hizo muchísimo por los actores y actrices en nuestro país, y su amor y pasión por esta profesión era enorme». El nombre del premio, copa Volpi, fue instituido en honor de Giuseppe Volpi di Misurata (1877-1947), fundador del Festival de Venecia y fue Pilar Bardem la que pronunció estas dos palabras, copa Volpi, poco antes de morir y dirigiéndose a Penélope como una premonición llena de cariño y admiración. Ella, escribió una carta con motivo del fallecimiento de Pilar el 17 de julio de este año, de la que reproduzco algunas líneas impecables: «[…] Gracias por haberte puesto siempre del lado del que más lo necesita. Por alzar tu voz ante las injusticias. Por dejarte la piel luchando por mejorar las condiciones de vida de los miembros más necesitados de nuestro sector, sin esperar nunca nada a cambio. No se puede olvidar que en nuestra profesión muchas cosas han mejorado gracias a tu grandísimo esfuerzo a lo largo de los años, sin rendirte en ningún momento. Eres admirable. Gracias por compartir conmigo todos estos años tu sabiduría. Y tu humor!. Te quiero muchísimo. Siempre te llevaré en mi corazón. Gracias Pilar».

Penélope ha sabido tejer sus éxitos y sus sueños. Este premio se suma a otros anteriores, tales como un Oscar, tres Goyas, un premio de interpretación femenina en Cannes -’ex aequo’- por «Volver», un BAFTA y un premio de la Academia del Cine Europeo. Poco a poco ha conseguido alcanzar una cima de prestigio en el cine mundial y es una carrera que merece la atención de sus compatriotas, en la clave que tantas veces he recordado de mi paisano Luis Cernuda: “el trabajo humano, con amor hecho, merece la atención de los otros”. Lo he repetido hasta la saciedad en este cuaderno digital: debemos reconocer todo lo que a diario se hace bien en este país, porque necesitamos esos refuerzos positivos y más en los tiempos que corren. Con este reconocimiento cinematográfico a Penélope Cruz, he recordado las palabras del cardiólogo Valentín Fuster, residente durante muchos años en América, que pronunció en 2013 durante una de sus múltiples visitas a España: “Yo puedo estar hablando todo el rato del desastre que hay en España. Pero igual podemos sacar unos minutos para saber si algo funciona…” o lo que es lo mismo, puedo estar hablando todo el rato de lo que hace mal este país, pero igual podemos sacar unos minutos para saber si algo funciona…, si alguien nos representa con dignidad más allá de nuestras fronteras y alegrarnos por ello, rompiendo los silencios cómplices a los que estamos acostumbrados o a desprestigiar a quien tanto lucha por sus ideales y principios. Y comprobaremos que es verdad, que funcionan muchas cosas que aparentemente son de otro mundo pero que gracias a una actriz excepcional española como Penélope Cruz contribuimos a dignificar el país en un premio internacional de cine que debería causar la admiración necesaria y justa de todos, sin excepción alguna.

Gracias Penélope, de cuyo nombre quiero acordarme hoy, que conocí gracias al viaje de Ulises a Ítaca tejiendo mil sueños en su larga espera y a una canción cantada por Serrat que me hizo pensar mucho en las desazones de la vida, sobre todo cuando escuchaba la estrofa final: Le sonrió / Con los ojos / llenitos de ayer / No era así su cara ni su piel / \»Tú no eres quien yo espero\» / Y se quedó / Con el bolso de piel marrón / Y sus zapatitos de tacón / Sentada en la estación”.

El sábado resplandeció su cara cuando sentada en el banco del andén de la vida, la copa Volpi premió su larga espera de reconocimientos cinematográficos que merece por su trabajo con amor hecho. Si por algo reconozco especialmente el trabajo realizado en la película por Penélope en su papel de Janis, es porque la actriz profundiza con su interpretación en unas palabras de Eduardo Galeano, en sus “clases en el mundo al revés” que enmudecen mi corazón: “El derecho de recordar no figura entre los derechos humanos consagrados por las Naciones Unidas, pero hoy es más que nunca necesario reivindicarlo y ponerlo en práctica: no para repetir el pasado, sino para evitar que se repita; no para que los vivos seamos ventrílocuos de los muertos, sino para que seamos capaces de hablar con voces no condenadas al eco perpetuo de la estupidez y la desgracia. Cuando está de veras viva, la memoria no contempla la historia, sino que invita a hacerla. Más que en los museos, donde la pobre se aburre, la memoria está en el aire que respiramos; y ella, desde el aire, nos respira”.

Penélope Cruz, junto al equipo profesional que la ha acompañado en esta aventura tan especial, ha realizado algo que va más allá del premio recibido: ha escrito unas páginas inolvidables para este país y su memoria histórica, que tanto necesitamos respetar y cuidar. De ahí mi humilde reconocimiento y respeto.

CLÁUSULA ÉTICA DE DIVULGACIÓN: José Antonio Cobeña Fernández no trabaja en la actualidad para empresas u organizaciones religiosas, políticas, gubernamentales o no gubernamentales, que puedan beneficiarse de este artículo; no las asesora, no posee acciones ni recibe financiación o prebenda alguna de ellas. Tampoco declara otras vinculaciones relevantes aparte de su situación actual de persona jubilada.

Las plumas de septiembre en el Día Después

Mario Benedetti / Pablo Neruda

Sevilla, 12/IX/2021

Estoy muy agradecido a Chile porque consta para la historia de este país que tuvo un comportamiento ejemplar con los exiliados españoles que participaron en la llamada Misión de Amor (1), un poema que recibió este título del mismo Neruda y del que decía “Que la crítica borre toda mi poesía. Pero este poema [Misión de Amor], que hoy recuerdo, no podrá borrarlo nadie”. En el puerto de Valparaíso, tan querido para Neruda, desembarcaron el 3 de setiembre de 1939, más de 2.300 exiliados españoles a bordo del Winnipeg, siendo recibidos por el presidente Aguirre Cerdá y por el jovencísimo y recién nombrado Ministro de Salubridad, Previsión y Asistencia Social, Salvador Allende: “[…] Al descender las movedizas escalinatas, ante ellos se abría la posibilidad de rehacer sus vidas y de retribuir con su trabajo y esfuerzos la hospitalidad que generosamente les brindaban el pueblo y el Gobierno chilenos. Manos fraternas acogieron a los inmigrantes, rescatados por el humanitario corazón de Neruda, para quienes, a contar de ese momento, la esperanza comenzó a ser una realidad” (2). Salvador Allende estuvo allí y con estas palabras simbolizo en este Día Después el agradecimiento de nuestro país al pueblo chileno, en clave democrática y de respeto a la memoria histórica.

Avanzando en el arduo camino de la vida, pienso mucho en el después de lo acontecido en Chile, en cada Día Después, tal y como lo explicó espléndidamente Mario Benedetti en un poema inédito publicado dos años después de su fallecimiento, El Después, formando parte de un conjunto de poemas seleccionados por el autor en los últimos años de su vida: “El Después nos espera / con las brasas y los brazos abiertos / ah pero mientras tanto / vemos pasar con su cadencia/ la muerte meridiana de los otros / los más queridos y los no queridos” (3).

En este Día después, quiero quedarme con todo lo bueno aprendido de Chile, recordando especialmente a Pablo Neruda en un poema dedicado a este mes de septiembre de infeliz memoria, ahora por lo ocurrido en su país con el golpe de estado y por el golpe mundial a la democracia y a la paz con el atentado de las Torres Gemelas. Estamos tan ocupados con el coronavirus, que casi no apreciamos lo que ocurre a nuestro alrededor, con una experiencia estacional que ya está con nosotros, la llegada de septiembre, el séptimo mes como su propio nombre indicaba en el calendario romano. Acudo una vez más a la poesía y llamo a su puerta, sabiendo que las oscuras golondrinas de Bécquer no volverán por ahora, sobre todo las que aprendieron nuestros nombres en los momentos en los que no conocíamos lo que vendría después. Esa es la razón que me ha llevado a encontrarme de nuevo con Neruda, porque hoy, en el Día Después, necesitaba volar sobre sus queridas alas de septiembre a través de una oda especial, Oda a las alas de septiembre (4), aunque sólo pueda hacerlo en mi imaginario particular y para poder compartir momentos amables con las personas que me acompañan a diario:

He visto entrar a todos los tejados
las tijeras del cielo:
van y vienen y cortan transparencia:
nadie se quedará sin golondrinas.

Aquí era todo
ropa, el aire espeso
como frazada y un vapor de sal
nos empapó el otoño
y nos acurrucó contra la leña.

En la costa del Valparaíso,
hacía el sur de la Planta Ballenera:
allí todo el invierno se sostuvo
intransferible con su cielo amargo.

Hasta que hoy al salir
volaba el vuelo,
no paré mientes al principio, anduve
aún entumido, con dolor de frío,
y allí estaba volando,
allí volvía
la primavera a repartir el cielo.

Golondrinas de agosto y de la costa,
tajantes, disparadas
en el primer azul,
saetas de aroma:
de pronto respiré las acrobacias
y comprendí que aquello
era la luz que volvía a la tierra,
las proezas del polen en el vuelo,
y la velocidad volvía a mi sangre.
Volví a ser piedra de la primavera.

Buenos días, señores golondrinas
o señoritas o alas o tijeras,
buenos días al vuelo del cielo
que volvió a mi tejado:
he comprendido al fin
que las primeras flores
son plumas de septiembre.

Un detalle. Si he elegido de nuevo, hoy, este poema, es porque en el hemisferio sur ha comenzado ahora la primavera -¡que bella realidad y deseo!- y para comprender el curso de la naturaleza si no la alteramos, sabiendo que las primeras flores que vimos en nuestra primavera reglada son plumas ahora en este hemisferio europeo de septiembre, aunque la primavera siempre volverá a nuestras vidas, a nuestras almas. Así una y mil veces. Ahora, las alas de septiembre están de paso hacia África pero nos regalan el vuelo del cielo sobre nuestra existencia, diciéndonos ¡hasta luego, hasta siempre!, recordándonos que la vida sigue y que es fiel a los que la aman si no perturbamos su curso.

María Dolores Pradera y Amaya Uranga, Golondrina presumida

Así lo escuché una vez cantar a María Dolores Pradera, en su “Golondrina presumida”: De allá del mar vendrás, / tienes que regresar / porque tú traes, porque tú traes… / porque tú traes mi vida”. Nuestra vida, en este Día Después de un mes de septiembre alado y tan especial. Lo confirma Benedetti en las estrofas finales del poema citado: no logramos soñar / solo esperamos / que alguien nos sueñe sin puñales / pero también sin melancolías / de segunda o quinta mano / de todos modos preparamos / la boca por si vuela un beso / y si no vuela siempre queda / uno que emerge del olvido.

(1) Neruda, Pablo. Misión de Amor, en Memorial de Isla Negra, 1964. Buenos Aires: Losada.

(2) https://winnipeg70.wordpress.com/a-historia-del-winnipeg/

(3) Benedetti, Mario, en Biografía para encontrarme, 2020. Madrid: Alfaguara.

(4) Neruda, Pablo, en Navegaciones y regresos, 1959. Buenos Aires: Losada.

CLÁUSULA ÉTICA DE DIVULGACIÓN: José Antonio Cobeña Fernández no trabaja en la actualidad para empresas u organizaciones religiosas, políticas, gubernamentales o no gubernamentales, que puedan beneficiarse de este artículo; no las asesora, no posee acciones ni recibe financiación o prebenda alguna de ellas. Tampoco declara otras vinculaciones relevantes aparte de su situación actual de persona jubilada.

Sigo sin olvidar a Víctor Jara, en tiempos de silencios cómplices

Sevilla, 11 de septiembre de 2021, en el 48º aniversario del golpe de Estado en Chile

Te recuerdo Amanda / la calle mojada / corriendo a la fábrica / donde trabajaba Manuel…

Víctor Jara, Te recuerdo Amanda

Es una cita anual que no olvido, junto a la del sangriento atentado de las Torres Gemelas -cada hecho luctuoso en su tiempo y momento-, porque tengo grabado en mi persona de secreto desde hace 48 años el golpe de Estado en Chile, por parte de un general de cuyo nombre no quiero hoy acordarme. Yo había crecido en aquellos años muy cerca de cantores, no cantantes, de este país y de Latinoamérica (cantante es el que puede cantar, mientras que cantor es el que debe cantar, según Facundo Cabral) y, sobre todo, de un grupo inolvidable, Quilapayún, junto a uno de sus fundadores, Víctor Jara. Su vida me marcó en mi juventud. Su muerte…, me creó un desosiego democrático que todavía perdura en mi alma de secreto, aunque utilizo siempre los mismos principios en relación con lo ocurrido, porque no tengo otros, no quedándome en las trincheras del desafío por frustración, sino saliendo al aire libre y de progreso de la vida, frecuentando el futuro propio y asociado, con el tu puedo y mi quiero de todos.

Hoy especialmente, cuando se cumplen 48 años de aquél día aciago para el pueblo chileno, para la democracia mundial. Lo he dicho en ocasiones anteriores y reitero mis palabras de homenaje perpetuo a la vida y obra de este cantor de la dignidad humana. No le olvido, porque Víctor Jara significó mucho en mi vida de secreto y en la de millones de personas dignas. Todavía hoy lo recuerdo en relatos de mi juventud comprometida con la vida y la muerte, tal y como lo describí en el post que adjunto de nuevo hoy, entre otros, escrito en 2009, cuando lo enterraron de forma digna “en el mismo sitio de 1973, después de que exhumaran su cadáver de nuevo para poder certificar la violencia con la que actuaron los soldados y oficiales de Augusto Pinochet contra sus palabras, su testimonio de vida, su compromiso ético».

El 27 de junio de 2016, una corte federal de Orlando, Estados Unidos, encontró a Pedro Pablo Barrientos Núñez responsable del asesinato de Víctor Jara, debiendo pagar una cantidad millonaria a su familia como compensación. Los cargos fueron de tortura y ejecución extrajudicial. Fue una noticia que sirvió al menos para comprobar que no debemos participar en silencios cómplices cuando la falta de honestidad y ética nos rodea, porque la verdad, al final, nos hace siempre más libres.

Nada más, porque estoy convencido de que el mundo sólo tiene interés cuando va hacia adelante, pero sin olvidar un sólo segundo su memoria histórica. Sé qué papel tan importante jugaron en esta última acción judicial su mujer Joan y su hija Amanda, tan recordada por su padre en una canción que nunca olvido, dedicada al amor de dos obreros, de esos que vemos por las calles, que podían ser sus padres, Amanda y Manuel, porque a veces no nos damos cuenta de lo que existe dentro del alma de las personas. Dos obreros, de cualquier fábrica, en cualquier ciudad, en cualquier lugar del mundo.

También, quiero recordar el trabajo incansable del Centro de Justicia y Responsabilidad por su trabajo encomiable para recuperar dignidad para aquellas personas que sufren violaciones de derechos humanos en todo el mundo, como lo hicieron con Víctor Jara. Solo me queda darles las gracias de nuevo, en esta fecha tan especial, por su ejemplo y porque estoy convencido de que defendiendo la democracia plena hoy es el tiempo que puede ser mañana.

«La sangre para ellos son medallas. La matanza es un acto de heroísmo ¿Es este el mundo que creaste, dios mío?»

Palabras de Víctor Jara dos horas antes de morir

Víctor Jara y mi memoria de hipocampo

Te recuerdo Amanda / la calle mojada / corriendo a la fábrica / donde trabajaba Manuel…

Es verdad que recuerdo la muerte de Víctor Jara, cuando yo llevaba un año trabajando en el Hospital Universitario San Pablo, en la antigua Base americana “San Pablo Frontera”, en septiembre de 1973, en unas condiciones difíciles para estar cerca de la vida y de la muerte de las personas que allí se atendían. Con veintiseis años. Fueron días de contradicción interna porque recordaba a Víctor Jara en canciones protesta que me sabía de memoria y no comprendía por qué le habían asesinado de forma tan brutal. Además, con escasa información en un país que agonizaba en su dictadura feroz, que asimilaba personalmente de forma difícil en mis compromisos con la Universidad de Sevilla.

Llevo días leyendo numerosas referencias a la muerte de Víctor Jara, en el Estadio Nacional que nunca olvidaré, gracias a Costa Gavras, en su película desgarradora, Missing, que tantas veces he recordado, como acicate para que no abandone el compromiso con la ética social.

El 16 de septiembre de 1973, lo enterraron de forma humilde y clandestina gracias al aviso de una persona que descubrió su cadáver junto a la tapia del cementerio. Y el pasado 5 de diciembre de 2009, volvió a recibir sepultura digna, en el mismo sitio de 1973, después de que exhumaran su cadáver de nuevo para poder certificar la violencia con la que actuaron los soldados y oficiales de Augusto Pinochet contra sus palabras, su testimonio de vida, su compromiso ético.

Treinta y seis años después, lo he acompañado por las calles de mi memoria de hipocampo, la de secreto, hasta depositarlo de nuevo en el mismo sitio que ha estado en estos treinta y seis años de mi vida, recordando su sonrisa, sus rizos, que tanto enfadaron al soldado que le golpeó brutalmente en el estadio, en una muerte lenta (1), porque era un cantante marxista-leninista (en interpretación celtibérica que tanto resonaba en mis oídos en aquella época y durante la famosa transición):

-¡Así que vos sos Víctor Jara, el cantante marxista, comunista concha de tu madre, cantor de pura mierda! -gritó el oficial.

Después, he buscado siempre a Víctor Jara a través de Quilapayún, conjunto con el que convivió durante años muy importantes de su vida. Y lo he encontrado hoy, escuchando de nuevo canciones de compromiso para que no olvide nunca mi memoria histórica, a Víctor Jara:

Levántate y mira la montaña
de donde viene el viento, el sol y el agua.
Tú que manejas el curso de los ríos,
tú que sembraste el vuelo de tu alma.

Levántate y mírate las manos
para crecer estréchala a tu hermano.
Juntos iremos unidos en la sangre
hoy es el tiempo que puede ser mañana.

Sevilla, 6/XII/2009

(1) Délano, M. (2009, 6 de diciembre). La muerte lenta de Víctor JaraEl País, Domingo, pág. 12s.

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Un día antes del 11 de septiembre de 2001

Fotograma de la película Chelsea Walls, una escena del videoclip de I’m Real y portada de Time and Again, de Nora Roberts

Sevilla, 10/IX/2021

Hace veinte años el mundo caminaba tal día como hoy por derroteros desconocidos del día después, en el que se produjo un hecho que conmocionó la democracia en el globo terráqueo. En concreto, el 11 de septiembre de 2001, en Estados Unidos, un lunes aparentemente normal bajo la presidencia del republicano George W. Bush, la gente escuchaba en ese país a Jennifer López cantando I’m Real, había comprado entradas para ver Chelsea Walls dirigida por Ethan Hawke y muchas personas leían la novela Time and Again, de Nora Roberts, que ya formaba parte de los best sellers mundiales en esa fecha. Unas horas después, al día siguiente, lo sucedido en la Torres Gemelas marcaría un antes y un después en la democracia mundial y el terrorismo pasó a ocupar todas las cabeceras de los medios de comunicación del globo terráqueo. A partir de ese día, ya nada sería igual y veinte años después seguimos viviendo con dolor y espanto aquellas imágenes irrepetibles del derrumbamiento de las famosas torres y creo que de una forma de ser y estar en el mundo por parte de sus pobladores.

¿Hemos aprendido la lección? Como todo en la vida, depende de cómo queramos ver el vaso, medio lleno o medio vacío, aunque lo sucedido con Afganistán supone un revés que todavía estanos intentando digerir, siendo conscientes de que el mundo aparentemente democrático y solidario ha dejado a sus suerte al pueblo afgano, a sus mujeres y niños. Es un símbolo triste y aleccionador de para qué ha servido la lucha antiterrorista en ese territorio y en otros lugares del mundo entre los que podemos destacar Madrid, París, Siria, Yemen, Libia y otros muchos lugares en los que las guerras y las migraciones, por causa del terror o de ideologías, casi nos dan igual desde el confort democrático que nos ofrece la atalaya ética de cada uno.

He querido detenerme en el día anterior al atentado de las Torres Gemelas. El día después supone veinte años de reconstrucción mundial de la democracia atacada permanentemente por el terrorismo ideológico y económico, que de todo hay en la viña del Señor o en las de los señores de la guerra y de negro. Creo, sinceramente, que no hemos aprobado en dignidad humana, porque a la desorientación mundial y al caos económico que hemos sufrido desde el estallido de la burbuja económica en 2008, unido a la desoladora pandemia que nos invade, junto con los millones de personas que están instaladas en la pobreza severa sin mezcla de dignidad alguna, se ha creado un estado de ánimo de preocupación mundial, más del presente rabioso que del futuro, con un eslogan que da miedo: a mí que no me llamen, porque los responsables son otros, recordando aquella canción de María y Federico de mi juventud en la que se cantaba que “la culpa de todo eso la tiene la gente”.

El 10 de septiembre de 2001, Jennifer López cantaba con éxito mundial I’m Real, ella, que era real como la vida misma: No me preguntes donde he estado / O lo que voy a hacer, / solo sé que estoy aquí contigo / No trates de entender, cariño, no hay misterio, / porque sabes cómo soy. Así una y otra vez hasta que la vida, al día siguiente, dejaba de permitir a millones de personas ser y estar en el mundo como la vida misma. La intranquilidad se convirtió desde ese fatídico día en una compañera inseparable.

Repasando la música de aquél día anterior, quizá tenga mayor sentido recordar una canción que triunfaba en Latinoamérica, Cómo se cura una herida, cantada por Jacy Velázquez, como una auténtica premonición de lo que sólo veinticuatro horas después iba a ocurrir con impacto mundial, algo muy doloroso: Qué triste es despertar y ver la realidad / ver que es mentira, lo que sentías saber / que es el final. / Qué triste es ver caer, esa pared que ayer / me resguardaba y no me dejaba ver, lo que hacías / Cómo se cura una herida / cuando perdonar es tan difícil, / y cuando olvidar no se consigue. / Cómo enfrentarse a la vida / con el corazón hecho pedazos / cuando la desilusión / te quiebra el mundo y pega, el golpe bajo / Nunca imaginé llorar tu engaño.

En ese día anterior, como todos los días, también comenzó todo. Igualmente, en el desdichado día después. Lo aprendí y lo practico a diario desde que conocí en profundidad una película de Bertrand Tavernier, director de cine al que siempre admiré en mi vida por su filmografía excelente y didáctica, que llevaba por título Hoy empieza todo, sobre un guion de Dominique Sampiero que leí completo para comprender bien su hilo argumental. El cine de calidad nunca es inocente, porque es la interpretación de una realidad más próxima de lo que parece. Cuando vemos una película contenemos la respiración. Todos nos enfrentamos a este momento en un cuerpo a cuerpo. Cuando encontramos las mejores historias, un gran corazón late, se alarma, va más despacio, sale de la sala cinematográfica con el deseo de seguir creyendo en un mundo diferente que todavía es posible. Todos los rostros miran en la misma dirección. Este impulso es el que aspiramos a que nos acompañe siempre, porque es el que nos permite descubrir y alimentar cualquier microhistoria saludable. ¿Saben por qué? Porque como decía el autor de la obra sobre la que está basada la película de Tavernier, aunque hoy comience todo, en verdad, todo se parece al amor digno que nos conmueve, es decir, que nos perturba, inquieta, altera, que nos provoca situaciones placenteras que consuelan a nuestra persona de secreto con fuerza y eficacia, afectando de lleno los sentimientos y emociones. Al fin y al cabo, porque aspiramos siempre a descubrir nuestra mejor historia.

El día después de lo narrado al comienzo de estas líneas, fue una fecha inolvidable, el 11 de septiembre de 2001, el fatídico en el que ocurrió el terrible atentado de las Torres Gemelas. Ya se ha escrito casi todo sobre lo ocurrido y hoy más que nunca tengo que defender que el mundo sólo tiene interés cuando va y mira hacia adelante. Es verdad que la canción de aquél día anterior, Cómo se cura una herida, era un manual de cómo se cura el daño que recibimos cuando se quiebra el amor humano. Quizá venga bien hoy tararear la letra de aquella canción porque a partir del día después de cada día nos damos cuenta de algo que decía el guionista de Hoy empieza todo: aunque hoy comience todo, en verdad, todo se parece al amor digno que nos conmueve, es decir, que nos perturba, inquieta, altera, que nos provoca situaciones placenteras que consuelan a nuestra persona de secreto con fuerza y eficacia, afectando de lleno los sentimientos y emociones. No por repetirlo es malo, que decían nuestros mayores.

Al fin y al cabo, porque aspiramos siempre a descubrir nuestra mejor historia para seguir viviendo, frecuentando hoy el futuro más amable para todos, lejos de atentados, guerras, terrorismo, migraciones imposibles, soledad, pobreza severa y tanto dolor de los nadies de Galeano, recordándolos hoy especialmente y porque están más cerca de nosotros de lo que parece: los hijos de nadie, los dueños de nada. / Los nadies: los ningunos, los ninguneados, / corriendo la liebre, muriendo la vida.

CLÁUSULA ÉTICA DE DIVULGACIÓN: José Antonio Cobeña Fernández no trabaja en la actualidad para empresas u organizaciones religiosas, políticas, gubernamentales o no gubernamentales, que puedan beneficiarse de este artículo; no las asesora, no posee acciones ni recibe financiación o prebenda alguna de ellas. Tampoco declara otras vinculaciones relevantes aparte de su situación actual de persona jubilada.

El mundo no está al revés por culpa de una manzana

René Magritte, La chambre d´ecoute, 1958

Sevilla, 9/IX/2021

El Museo Thyssen-Bornemisza inaugura la semana próxima una exposición temporal bajo el título La máquina Magritte, dedicada a este pintor surrealista y al que profeso una profunda admiración, tal y como se puede comprobar en las páginas de este cuaderno digital, en bastantes referencias pictóricas por su contenido y mensajes tan atractivos. Es la “primera retrospectiva de René Magritte (1898-1967) que se celebra en Madrid desde la que le dedicó la Fundación Juan March en 1989. El título La máquina Magritte destaca el componente repetitivo y combinatorio en la obra del gran pintor surrealista, cuyos temas obsesivos vuelven una y otra vez con innumerables variaciones. La muestra se divide en las siguientes secciones: (1) Los poderes del mago (2) Imagen y palabra (3) Figura y fondo (4) Cuadro y ventana (5) Rostro y máscara (6) Mimetismo y (7) Megalomanía. Comisariada por Guillermo Solana, director artístico del museo, la muestra reúne más de 90 pinturas. La exposición se completa con una instalación en la sala balcón mirador, en la primera planta del museo, de una selección de fotografías y películas domésticas realizadas por el pintor, por cortesía de Ludion Publishers”.

Hoy, en un mundo real  que no es el mundo que nos enseñaron en nuestras escuelas de antaño, donde la manzana, ese oscuro objeto de deseo de Magritte, era la única culpable de que el mundo esté así, al revés, recupero su representación simbólica y surrealista en una reflexión que me acompaña desde hace ya muchos años a través de una pintura suya, La chambre d´ecoute, 1958, un clásico de Magritte, en la que nos deja un mensaje críptico para este aquí y ahora, porque el mundo al revés que nos rodea no es el Mundo, ni es el culpable de todos nuestros males en el momento actual. Desentrañar esta reflexión junto a Magritte es el cometido principal de estas líneas. Sabíamos ya que su manzana a secas, no era una manzana y que el bien y el mal no nació por la tentación de una serpiente que estaba cerca de la fruta prohibida.

Llevo muchos años aproximándome a un dilema que nos aprisiona en vida: ¿por qué somos buenos o malos?, o mejor, ¿por qué actuamos bien o mal?, incluso con extrema violencia, o peor todavía ¿por qué cuando queremos hacer las cosas bien, salen mal, y además nos auto inculpamos o lanzamos las responsabilidades hacia los demás, sin com-pasión [sic] alguna? Los que hemos crecido en entornos nacional-católicos, apostólicos y romanos, lo teníamos fácil, en principio. Esas preguntas, que son terrenales para las iglesias, solo tienen una respuesta clara y contundente en la católica y la judía: la responsabilidad de actuar mal, cuando lo tuvimos todo a favor, para actuar bien, es de nuestros antepasados, Adán y Eva, que comieron de una manzana prohibida y desde entonces no hacemos otra cosa que sufrir el mal por todas partes. Así de sencillo (?). La verdad es que hemos crecido desentendiéndonos poco a poco de estos esquemas, sin que Dios, curiosamente, nos recogiera a tiempo…, con escapadas históricas y lógicas hacia otro tipo de razonamientos, como los que Galileo, Darwin, Einstein y tantos otros científicos nos ofrecieron para justificar razones de la razón para comprender mejor nuestra existencia, la ética de nuestro cerebro. Hoy, con la investigación exhaustiva de las estructuras cerebrales, con medios poderosos de laboratorio, nos atrevemos a hacer la pregunta sobre si la ética cerebral es instinto o aprendizaje, dejando la manzana maligna al margen, con el ardor guerrero de intentar encontrar respuestas coherentes con la inteligencia humana, con absoluto respeto a todas las personas que les sigue viniendo bien creer en la irresponsabilidad maldita de Adán y Eva.

El biólogo evolucionista Marc Hauser, que ha trabajado en los últimos veinticinco años sobre esta aproximación científica de la que he hablado anteriormente, sobre el que ya hice alguna presentación en un post de este cuaderno, Ética del cerebro, dice en su libro “La mente moral”, algo apasionante: “hemos desarrollado un instinto moral, una capacidad que surge de manera natural dentro de cada niño, diseñada para generar juicios inmediatos sobre lo que está moralmente bien o mal sobre la base de una gramática inconsciente de la acción. Una parte de esta maquinaria fue diseñada por la mano ciega de la selección darwiniana de años antes de que apareciera nuestra especie; otras partes se añadieron o perfeccionaron a lo largo de nuestra historia evolutiva y son exclusivas de los humanos y de nuestra psicología moral. Estas ideas se basan en lo que nos permite descubrir otro instinto: el lenguaje” (1). Creo, por tanto, que una obligación humana por excelencia es llegar al conocimiento de por qué tenemos que encontrarnos siempre con el gran dilema dialéctico del bien y del mal, así como de las consecuencias de las decisiones que tomamos a diario en las que siempre está presente y del que difícilmente aprendemos por acción o por omisión. Si alguna vez llegáramos a explicar la causa de la decisión u omisión ética de nuestro cerebro, por qué se producen algunas respuestas que no nos agradan o que incluso nos hacen fracasar en un momento o para toda la vida, viviendo un desposorio casi místico con la culpa, haríamos mucho más fácil la vida diaria porque al menos sabríamos a qué atenernos. Hoy, nos agarramos como a un clavo ardiendo, a Dios, a la naturaleza, a la sociedad o a las personas (José Ferrater Mora, El hombre en la encrucijada), en cualquiera de sus múltiples manifestaciones, para justificar nuestras acciones, olvidando que nuestra gran máquina de la verdad, nuestro cerebro, guarda el secreto ancestral de por qué existe el bien o el mal y de por qué actuamos de una forma u otra, muy lejos de la manzana que, como en el agigantamiento tan característico de Magritte, ha perdurado en el tiempo como causa de todos los males, ocupando nuestra habitación interior, la del alma y la de los secretos.

Maravillosa aventura para dejar de lado, definitivamente, el drama (¡con perdón!) de la serpiente malvada y la fruta prohibida, la manzana, sobre la que la Biblia nunca habla de ella, tal como se recogió en la famosas diez líneas del libro del Génesis, en la tríada serpiente/Adán/Eva (nunca la manzana), que son “la quintaesencia de una religión que ha dado vueltas al mundo y ha construido patrones de conducta personal y social. Y cuando crecemos en inteligencia y creencias, descubrimos que las serpientes no hablan, pero que su cerebro permanece en el ser humano como primer cerebro, “restos” de un ser anterior que conformó el cerebro actual. Convendría profundizar por qué nuestros antepasados utilizaron este relato “comprometiendo” al más astuto de los animales del campo [en un enfoque básicamente machista de la ética del cerebro humano]. Sabemos que el contexto en el que se escriben estos relatos era cananeo y que en esta cultura la serpiente reunía tres cualidades extraordinarias: “primero, la serpiente tenía fama de otorgar la inmortalidad, ya que el hecho de cambiar constantemente de piel parecía garantizarle el perpetuo rejuvenecimiento. Segundo, garantizaba la fecundidad, ya que vive arrastrándose sobre la tierra, que para los orientales representaba a la diosa Madre, fecunda y dadora de vida. Y tercero, transmitía sabiduría, pues la falta de párpados en sus ojos y su vista penetrante hacía de ella el prototipo de la sabiduría y las ciencias ocultas. (…) Estas tres características hicieron de la serpiente el símbolo de la sabiduría, la vida eterna y la inmortalidad, no sólo entre los cananeos sino en muchos otros pueblos, como los egipcios, los sumerios y los babilonios, que empleaban la imagen de la serpiente para simbolizar a la divinidad que adoraban, cualquiera sea ella” (2). Queda claro que la manzana fue harina del costal católico, apostólico y romano, por más señas.

El cerebro contiene un instinto básico que nos lleva a actuar bien o mal con patrones construidos hace millones de años. La estructura cerebral reptiliana que todavía permanece en nuestro cerebro guarda un gran misterio de millones años que debemos descubrir. Es probable que de esta forma sufriéramos menos en el difícil día a día de nuestra existencia y comprendiéramos mejor nuestros propios actos sorprendentes y, lógicamente, los de los demás, aprendiendo qué es la com-pasión (el sufrimiento con o junto a los otros). Básicamente en términos de responsabilidad personal y social, sabiendo que “responsabilidad” es la capacidad de dar respuesta individual o colectiva, con conocimiento y libertad como sus dos elementos esenciales, a cualquier situación que se nos presenta en el acontecer diario. Bien o mal, y hasta qué grado de compromiso o consecuencia, es harina de otro costal. Quizá, de un conjunto de estructuras cerebrales en funcionamiento permanente, sin descanso, que todavía no conocemos, bajo el mando del cerebro reptiliano todavía presente en las llamadas respuestas éticas.

Vuelvo al Museo Thyssen-Bornemisza y escucho el hilo conductor de la próxima exposición para intentar comprender mejor la Máquina de Magritte o, si lo prefieren, la Máquina del Tiempo o la de la Verdad. Su manzana, es cierto, no es la manzana pecadora que conocí en mi infancia, como causante de todos los males que nos asolan en la actualidad en un mundo al revés que detesto y que procuro obviarlo a diario. Es verdad también que la manzana no es la responsable de la situación del mundo actual, porque la manzana de Magritte nunca fue una manzana. La de la Biblia, tampoco, porque nunca existió, aunque haya ocupado millones de páginas de nuestra Historia causando un dolor irreparable a millones de personas que lo fiaron todo a una fruta del paraíso.

(1) Hauser, Marc (2008). La mente moral. Barcelona: Paidós Ibérica, pág. 17.

(2) Cobeña Fernández, J.A. (2007). Estereotipo machista 4: “¡mujer tenías que ser!”

CLÁUSULA ÉTICA DE DIVULGACIÓN: José Antonio Cobeña Fernández no trabaja en la actualidad para empresas u organizaciones religiosas, políticas, gubernamentales o no gubernamentales, que puedan beneficiarse de este artículo; no las asesora, no posee acciones ni recibe financiación o prebenda alguna de ellas. Tampoco declara otras vinculaciones relevantes aparte de su situación actual de persona jubilada.