
Sevilla, 25/XII/2021
Anoche escuché atentamente el Mensaje de Navidad del Rey, un nuevo discurso desnudo en su fondo y forma, porque no hizo una sola referencia a la falta de ejemplaridad ética de la Corona como institución afectada por las noticias que a lo largo del año se han dado en referencia al rey emérito, su padre, que sigue figurando como parte de la Casa Real, por mucho que hiciera una referencia concreta a las instituciones públicas porque «[…] tenemos la mayor responsabilidad. Debemos tener siempre presente los intereses generales y pensar en los ciudadanos, en sus inquietudes, en sus preocupaciones, estar permanentemente a su servicio y atender sus problemas. Debemos estar en el lugar que constitucionalmente nos corresponde; asumir, cada uno, las obligaciones que tenemos encomendadas; respetar y cumplir las leyes y ser ejemplo de integridad pública y moral». En este punto del Mensaje, así como en otros, faltó alma.
El Rey puede pronunciar el discurso mejor y jamás pronunciado, pero si le falta alma, no es nada y eso la ciudadanía lo nota. Intuye que a esa perfección monárquica le falta algo. Se llama corazón, alma, en su discurso, si en el texto o en la creencia profunda en los cuales se apoya el Rey, se nota que Él se ha enamorado o no de lo que piensa, siente y transmite, más allá de las ideas que quiere contar. Y me reafirmo en lo que ya he expresado en los últimos años sobre escribir y transmitir con palabras lo sentido con el alma. Al rey se le debería notar que su alma está pendiente de todo, para que no falte nada a la ciudadanía de este país, a las personas que respeta, grandes desconocidos que van a captar o no esos sentimientos y emociones que adornan siempre la inteligencia conectiva sobre lo que dice y transmite. San Agustín lo decía en un perfecto latín, en un constructo que me ha acompañado siempre: «bonum est diffusivum sui» (el bien, se difunde a sí mismo). O lo que es lo mismo: un buen Mensaje, pronunciado con alma, se difunde a sí mismo, con el alma de la pasión humana en la que supuestamente cree la propia Monarquía y quiere transmitir en este acontecimiento único. Si no es así, el mensaje del Rey está desnudo de alma.
Hoy he leído el Mensaje varias veces con atención casi reverencial y por el motivo citado de la nueva desnudez ética extrema, por su silencio clamoroso sobre la conducta de su padre que afecta directamente a la institución de la Corona, a la Constitución en definitiva, como «viga maestra» de nuestra convivencia ciudadana, utilizando sus palabras, “que ha favorecido nuestro progreso, la que ha sostenido nuestra convivencia democrática frente a las crisis, serias y graves de distinta naturaleza, que hemos vivido, y merece por ello respeto, reconocimiento y lealtad”, vuelvo a publicar a mi pesar el artículo que escribí el año pasado, el día después de su discurso de 2020, actualizando solamente la referencia al de este año y algunas citas con su tiempo dentro, pero siendo consciente de que, desafortunadamente, no hay casi nada que cambiar.
El discurso desnudo del Rey
He leído con profunda atención el discurso que pronunció anoche el Rey, según la costumbre nacional en Nochebuena y que había levantado una gran expectación. Es verdad que recorrió la agenda de lo ocurrido en este país en los últimos meses, frecuentando el futuro con soluciones y visión de Estado, pero tuvo un silencio cómplice que no me ha pasado por alto: alguna referencia de lo que ha pasado con los líos éticos y económicos de su Padre, que son un clamor popular. En el cuento de Andersen, El traje nuevo del emperador, en sus párrafos finales, se menciona un supuesto traje nuevo del emperador que nadie veía aunque nadie decía nada, excepto un niño, recurso que también utilizó Groucho Marx en Sopa de ganso, la sabiduría infantil sin filtro alguno, salvando lo que haya que salvar: “¡Hasta un niño de cuatro años sería capaz de entender esto!… Rápido, busque a un niño de cuatro años, a mí me parece chino“:
-¡Pero si no lleva nada! -exclamó de pronto un niño.
-¡Dios bendito, escuchen la voz de la inocencia! -dijo su padre; y todo el mundo se fue repitiendo al oído lo que acababa de decir el pequeño.
-¡No lleva nada; es un chiquillo el que dice que no lleva nada!
-¡Pero si no lleva nada! -gritó, al fin, el pueblo entero.
Aquello inquietó al Emperador, pues barruntaba que el pueblo tenía razón; más pensó: «Hay que aguantar hasta el fin». Y siguió más altivo que antes; y los ayudas de cámara continuaron sosteniendo la inexistente cola.
Es un cuento hecho realidad ahora, porque el nuevo discurso de anoche estaba desnudo de referencias de Felipe VI a su padre y su alargada cola de despropósitos que tanto ha salpicado la ya dolorosa pandemia, haciendo un daño irreparable. En el mes de agosto de 2020 escribí un artículo con motivo de la salida vergonzante del Rey emérito de este país, Agosto 2020 / 4. El traje nuevo del rey, en el que contaba que el Rey emérito ya no estaba en España: “Se ha ido después de haberlo consultado con su espejo. Fue una noticia de un calado excepcional porque comprometió muchas cosas, fundamentalmente la Constitución, al tocar de lleno a la Jefatura del Estado, de la que se debe esperar siempre no heroicidades sino la máxima ejemplaridad en todos los ámbitos de la vida real. Correrán ríos de tinta para analizar todo lo ocurrido, verdaderamente lamentable, pero cada uno tiene una parte en la responsabilidad de analizarlo como es debido”.
Esa es la razón de por qué vuelvo a abrir un libro al que tengo especial aprecio, el cuento de Andersen citado, El traje nuevo del emperador, pero interpretado y leído por actores que son amigos de Steven Spielberg. Hace ya muchos años conocí una experiencia dirigida por este afamado director, el proyecto Starbright (hoy Starlight), del que aprendí muchas cosas. Pero sobre todo me llamó la atención la publicación de un cuento, El traje nuevo del emperador (1), editado por la Fundación del mismo nombre y con el prólogo de Spielberg, que servía para financiar una parte de los gastos de los diferentes proyectos de la Fundación, que recomiendo leer en su versión al castellano y por sus magníficas ilustraciones. Suelo leerlo a menudo, sobre todo para refrescar siempre una recomendación del reconocido director: ¡Cuidado con los tejedores espabilados! (incluidos determinados partidos políticos y militares de este país).
Hojeándolo de nuevo con atención, he vuelto a leer la interpretación que del mismo hace la actriz Geena Davis, dedicado especialmente al espejo imperial [o real], que en estos momentos reales creo que ha tenido un papel decisivo y refiriéndome en estos momentos al discurso de anoche, donde cada uno, cada una, vuelve a desempeñar perfectamente su papel:
“Soy PERFECTO
No bromeo, soy perfectísimo. Reflejo las cosas exactamente como son. Soy incapaz de cometer un error.
Es cierto que el emperador y yo hemos discutido a menudo por unos cuantos kilos o por la progresiva extensión de su calva, pero por lo general termina aceptando mi punto de vista. Por esta razón me había divertido tanto con la farsa de los tejedores. Estaba seguro de que una vez que el emperador se contemplara en mi luna el día de la gran prueba final vería la verdad: los ladrones quedarían en evidencia, y al final todos nos desternillaríamos de risa.
Pero no: el emperador se plantó delante de mí y nos miramos el uno al otro. Con los ojos buscaba el reflejo de su persona, pero no podía dejar de mirar los de sus consejeros, que seguían el “ensayo general” desconcertados. Estoy convencido de que Su Majestad vio lo que yo, sin dejar lugar a dudas, reflejaba: un emperador prácticamente desnudo, enmarcado en un espejo; un par de nerviosos “tejedores”; el transparentemente siniestro primer ministro, y todo el cabeceo aprobatorio de la corte imperial de tontos.
Sin embargo, no dijo esta boca es mía. Nadie dijo una palabra. Yo casi me hago añicos por la frustración. Había creído que el emperador era un hombre sensato.
¡Por mi gloria! ¿Es que no se daba cuenta?
Parece ser que no. Muchas veces, los “tejedores” más próximos [del Rey] son los que menos ayudan a ser uno mismo, por muy perfectos que sean (al buen entendedor en este país con pocas palabras basta, porque de todo hay en en esa viña del Señor). Hasta que un día cualquiera, en un momento especial, un niño de Andersen o de Groucho Marx o cualquier persona digna, incluso un juez, da igual que sea mujer u hombre, nos desmontan todos los esquemas de la rutina diaria y salta la posibilidad de que podamos ser otros, porque son los que de verdad denuncian a personas que suelen ir desnudas por el mundo con la obsesión de vivir la perfección apasionadamente, convencidos de que llevan incluso ropa de emperadores, reyes o reinas, cosidos puntada a puntada por modistos o tejedores -supuestamente imparciales- que se refugian en ellos y son incapaces de decir la verdad de lo que está pasando a quienes cosen. Sobre todo, porque son profesionales de la farsa a cualquier precio y de los silencios cómplices.
Así lo leí un día ya lejano y así lo he vuelvo a contar hoy, con un problema serio a diferencia de cómo finalizaban los cuentos en mi infancia: colorín, colorado, este cuento real no se ha acabado. Confío ahora en el niño avispado de Andersen o en el de cuatro años de Groucho Marx, para que nos digan la verdad de una vez por todas y nos interpreten de la mejor forma posible el nuevo discurso desnudo, anoche, del Rey. La necesitamos, porque en el caso de la Jefatura del Estado constitucional, no se trata, como en el cuento, de «aguantar hasta el fin» como si nada hubiera pasado.
(1) The Starbright Foundation (1998). El traje nuevo del emperador. Barcelona: Ediciones B.
NOTA: la imagen se ha recuperado hoy de la página oficial dela Casa Real.
Este libro puede ser un regalo con estela
CIUDADANO JESÚS (2ª edición, revisada y aumentada)
CLÁUSULA ÉTICA DE DIVULGACIÓN: José Antonio Cobeña Fernández no trabaja en la actualidad para empresas u organizaciones religiosas, políticas, gubernamentales o no gubernamentales, que puedan beneficiarse de este artículo; no las asesora, no posee acciones ni recibe financiación o prebenda alguna de ellas. Tampoco declara otras vinculaciones relevantes aparte de su situación actual de persona jubilada.
Debe estar conectado para enviar un comentario.