
Los civiles tienen miedo a los militares. Los militares tienen miedo a la falta de armas.
Las armas tienen miedo a la falta de guerra.
Eduardo Galeano, Patas arriba. La escuela del mundo al revés
Sevilla, 3/VII/2022
Preparando la clase de hoy a primera hora de la mañana, con el telón de fondo de la Cumbre de la OTAN en Madrid, me detuve a leer una entrevista por videoconferencia con el historiador militar Antony Beevor, en el diario El País, con un título premonitorio, “La guerra de Ucrania puede desatar una catástrofe global”, que he considerado de interés para proponerla hoy como tema prioritario a dialogar en el Curso para entender el mundo al revés. Este encuentro se ha producido dentro de la campaña de promoción de su última obra, Rusia. Revolución y guerra civil 1917-1921, publicada en Crítica. Es verdad que la guerra de Ucrania, sin eufemismo alguno, está rediseñando el orden mundial, del que nosotros percibimos en este país el impacto económico en la inflación que crece como caballo desbocado, aunque el análisis de Beevor es más drástico: “El terror y la crueldad son elementos esenciales como arma de guerra”, de la que Rusia es especialista a lo largo de los siglos, desde el XIII como mínimo, para afirmar más adelante que “Putin ha distorsionado completamente la historia de todas las formas posibles. Putin se está comportando mucho más como Hitler que como Stalin, a pesar de su obsesión con que, de alguna manera, esto es una repetición de la Segunda Guerra Mundial, contra lo que él considera una especie de Estado fascista”.
Sobre Beevor y su rigor científico ya hice una llamada de atención hace quince años, en 2005 concretamente, en una carta que envié a la Revista dominical Magazine, Paz civil, como reflexión sobre otra entrevista en la que hacía referencia a una obra que publicó en España ese año, La guerra civil española, a lo largo de novecientas páginas, que me hizo buscar en el cajón donde guardo recuerdos de lo vivido lejano y encontrar una foto de mi padre en el frente de Extremadura, a sus dieciocho años, unos meses antes de resultar herido de gravedad y de arrastrar una minusvalía motora y acústica hasta su muerte a los veintisiete años. Confesé en aquella reflexión que no he podido interpretarla nunca. Precisamente, por no haber podido cruzar ninguna palabra con él, soy hijo póstumo, me permitía en aquella ocasión darle las gracias por posar con la arrogancia y frescura de quien no entendía nada de lo que estaba pasando pero que lo tenía que pasar para la posteridad, como la foto en color sepia, por la cerrazón de unos y otros. Agregaba en aquella ocasión, que gracias a muchos como él, que vivieron mutilaciones físicas, psíquicas y sociales durante muchos años, se puede reinterpretar por mucho tiempo el “entendimiento civil” a través de la Constitución, que se puede cambiar, claro que sí, siempre y cuando se construya con el respeto a los demás, a la diversidad y a la posibilidad de que el otro tenga la razón. Paz civil, por supuesto, aunque esta breve historia de la guerra civil española necesitara por imperativos del guion periodístico sólo veinte líneas de interpretación del continuado silencio histórico para entenderla, frente a las novecientas páginas del libro de Beevor.
Con la entrevista realizada por El País bajo el brazo he llegado a mi clase y en el momento en el que cada día se solicita aportaciones para centrar la clase diaria a propuesta de los alumnos y alumnas que compartimos esta escuela de verano, he propuesto que se diera hoy protagonismo a Antony Beevor, porque sabe lo que escribe sobre historia militar, como resultado de investigaciones científicas prolijas y llenas de contenido. Salió elegida esta propuesta y leímos la entrevista completa, abriéndose el tueno de intervenciones. Por mi parte, recordé que Galeano estaba presente en esa clase y que él había escrito un poema en el libro de texto que todos llevamos en nuestras mochilas y carteras, El miedo global (1), fundamentalmente porque en él se dice algo verdaderamente sobrecogedor y porque reconozco que lo que está pasando y estamos viendo en Ucrania da miedo, sintetizado en uno de sus versos: Las armas tienen miedo a la falta de guerra y un corolario anterior: Los militares tienen miedo a la falta de armas, porque la realidad es que estamos viviendo en un mundo al revés:
Los que trabajan tienen miedo de perder el trabajo.
Y los que no trabajan tienen miedo de no encontrar nunca trabajo.
Quien no tiene miedo al hambre, tiene miedo a la comida.
Los automovilistas tienen miedo a caminar y los peatones tienen miedo de ser atropellados.
La democracia tiene miedo de recordar y el lenguaje tiene miedo de decir.
Los civiles tienen miedo a los militares. Los militares tienen miedo a la falta de armas.
Las armas tienen miedo a la falta de guerra.
Es el tiempo del miedo.
Miedo de la mujer a la violencia del hombre y miedo del hombre a la mujer sin miedo.
Miedo a los ladrones y miedo a la policía.
Miedo a la puerta sin cerradura.
Al tiempo sin relojes.
Al niño sin televisión.
Miedo a la noche sin pastillas para dormir y a la mañana sin pastillas para despertar.
Miedo a la soledad y miedo a la multitud.
Miedo a lo que fue.
Miedo a lo que será.
Miedo de morir.
Miedo de vivir.
Comenté también que en 2020, año central de la pandemia, escribí en una serie dedicada al futuro imperfecto sobre lo que vendría después de la pandemia, que necesitamos ahora más que nunca: seríamos capaces de superar el miedo. Decía también algo que era necesario rescatar en su fondo y forma, cambiando lo que hay que cambiar en referencia a la guerra en Ucrania, porque en este tiempo de miedo existencial, a lo que fue, a lo que será, a lo que ahora mismo está pasando y estamos viendo, creo que Galeano lo resume todo en un futuro imperfecto que supone tomar conciencia del miedo a la libertad de asumir o no lo que será después de esta guerra y a lo que será de y en nuestras vidas, si el espíritu imperialista de Rusia sigue por estos derroteros, después de casi cinco meses de guerra asfixiante parta Ucrania y para el mundo global. En el fondo, es el miedo legítimo a la libertad del día después de un acontecimiento de la magnitud que nos está tocando vivir. He vuelto a buscar razones de la razón humana en la clínica del alma cercana a mí y he leído palabras que tengo grabadas en mi persona de secreto, que también rescato ahora junto a las de Galeano, en un esfuerzo por encontrar sentido a la vida. Cuando leí por primera vez El miedo a la libertad, de Erich Fromm, recuerdo que lo que más me impactó fue su página de presentación anterior al prefacio, que me ha acompañado a lo largo de mi vida, siendo uno de los libros que llevo siempre en mi búsqueda permanente de islas desconocidas viajando en patera, en mar abierto, como tantas veces he descrito en este cuaderno de derrota, en el lenguaje del mar:
“No te di, Adán, ni un puesto determinado ni un aspecto propio ni función alguna que te fuera peculiar, con el fin de que aquel puesto, aquel aspecto, aquella función por los que te decidieras, los obtengas y conserves según tu deseo y designio. La naturaleza limitada de los otros se halla determinada por las leyes que yo he dictado. La tuya, tú mismo la determinarás sin estar limitado por barrera ninguna, por tu propia voluntad, en cuyas manos te he confiado. Te puse en el centro del mundo con el fin de que pudieras observar desde allí todo lo que existe en el mundo. No te hice ni celestial ni terrenal, ni mortal ni inmortal, con el fin de que —casi libre y soberano artífice de ti mismo— te plasmaras y te esculpieras en la forma que te hubieras elegido. Podrás degenerar hacia las cosas inferiores que son los brutos; podrás —de acuerdo con la decisión de tu voluntad— regenerarte hacia las cosas superiores que son divinas”.
Este texto, presentado bajo el epígrafe de “El discurso de Dios al hombre”, corresponde a la Oratio de hominis dignitate, un texto introductorio de Giovanni Pico della Mirandola (1463-1494) a las 900 Tesis (Conclusiones Filosóficas Cabalistas y Teológicas) que presentó a la Iglesia de Roma en 1486, en las que buscaba una confluencia sincrética entre diversas creencias y postulados religiosos de la época, con una trazabilidad importante de filósofos y teólogos latinos y árabes. Es importante conocer este contexto histórico, que le costó finalmente la excomunión al poner al hombre (como ser humano primigenio) en un puesto muy importante en la vida humana gracias a su libertad. Tras este breve análisis, comprendo mucho mejor por qué Fromm lo eligió como texto introductorio de su libro, de su miedo personal a la libertad y por qué ha pasado a la posteridad como el Manifiesto del Renacimiento.
Comenté con todos los asistentes al Curso que repasar palabra a palabra el texto expuesto en el libro de Fromm, nos podía dar una idea de lo que se llegó a pensar de la libertad humana en tiempos en los que lo más importante que había que hacer, visto cómo estaba la sociedad en general, era reforzar al ser humano por encima de todas las cosas: Te puse en el centro del mundo con el fin de que pudieras observar desde allí todo lo que existe en el mundo. No te hice ni celestial ni terrenal, ni mortal ni inmortal, con el fin de que —casi libre y soberano artífice de ti mismo— te plasmaras y te esculpieras en la forma que te hubieras elegido. Se comprende perfectamente que el miedo a la libertad estriba en la decisión de abordar el futuro imperfecto actual como brutos (no hacen falta muchas explicaciones) o hacer “cosas superiores” que nos devuelvan la alegría de vivir despiertos y libres en el nuevo Renacimiento del Mundo, que algunos llaman ahora “Reconstrucción Mundial”, que nadie entiende ahora con guerras como la de Ucrania. Ese es el gran reto para saber qué significa tener miedo a la libertad de querer vivir con dignidad en un mundo que las guerras ponen otra vez al revés, como si no supiéramos lo que son.
Mi intervención fue interrumpida en diversas ocasiones pero suscitó un serio debate. Tengo que decir alto y claro que me encuentro muy a gusto en estas clases, porque las comparto con personas que están pre-ocupadas (con guion) como yo con lo que está pasando en el mundo, en nuestro país, en nuestra Comunidad Autónoma. Nada les es ajeno, porque es humano lo que analizamos a diario, con noticias de actualidad que nos conmueven y nos conturban. Eduardo Galeano hace el resto, para enseñarnos a convivir con el mundo al revés, para entenderlo sobre todo, porque sé que estamos obligatoriamente obligados a hacerlo.
(1) Eduardo Galeano, Patas arriba. La escuela del mundo al revés, 1998. Madrid: Siglo XXI Editores de España.
CLÁUSULA ÉTICA DE DIVULGACIÓN: José Antonio Cobeña Fernández no trabaja en la actualidad para empresas u organizaciones religiosas, políticas, gubernamentales o no gubernamentales, que puedan beneficiarse de este artículo; no las asesora, no posee acciones ni recibe financiación o prebenda alguna de ellas. Tampoco declara otras vinculaciones relevantes aparte de su situación actual de persona jubilada.
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