
Sevilla, 12/VII/2022
Un artículo de opinión, mejor, una tribuna, del pasado 25 de junio, Buzz Lightyear: hasta las lesbianas y más allá, podría ser una clase práctica extraordinaria de cómo se ha construido el imperio Disney y sus mentiras en casi un siglo dibujando películas del mundo al revés, porque la felicidad imposible de Disney y su lenguaje ambiguo, no inocente, está fuera de toda duda, a pesar del síndrome de Peter Pan que nos rodea en el mundo del nunca jamás. En estos días de fiestas del arco iris por doquier -por ahora y no se sabe si por mucho tiempo-, hay una auténtica revolución en la calle sobre reivindicaciones en voz muy alta del colectivo LGTBIQA+ (lesbianas, gais, trans, bisexuales, intersexuales, queer, asexuales y otros no cisheteronormativos), que no son una sopa de letras, como se le intenta ridiculizar por las fuerzas vivas de la derecha cavernícola, sino un conjunto de realidades humanas, casi siempre muy dolorosas por la falta de aceptación y de sensibilidad social que manifiesta parte de la sociedad ante otras formas de ser y estar en el mundo.
Se puede escribir mucho y bien sobre la defensa de este colectivo y lo que representan, que es algo extraordinario para convivir humanamente, porque nada de lo que son, dicen y hacen nos debería ser ajeno, como le gustaba decir, hace ya muchos siglos, a Terencio, recordando a Cremes, un personaje curioso que protagoniza una obra suya, El enemigo de sí mismo (165 a.C.), cuando pronunció una frase al comienzo, inolvidable, profunda, que no ha perdido su frescura a pesar de los siglos que han transcurrido desde que se escribió en un texto y contexto muy concretos: Hombre soy; nada humano me es ajeno (Homo sum; humani nihil a me alienum puto). Para no olvidarlo en estas celebraciones masivas y reivindicativas de derechos humanos, cuando al criticar a este colectivo nos convertimos en enemigos de nosotros mismos.
Decía anteriormente que la tribuna citada es una clase magistral por lo que expresa a través del estreno de la película de Disney, Lightyear, de la factoría Disney/Pixar, inseparable por ahora a pesar de las diferentes culturas de origen que ya abordé en un artículo en 2020, Steve Jobs, el genio visionario que sigue con nosotros, reflexionando sobre aspectos que ayudan a comprender la travesía del desierto que han tenido que sufrir los trabajadores cercanos al colectivo LGTBIQA+ dentro de los propios estudios de Pixar, con su cultura grabada a fuego desde su fundación por Steve Jobs, fundamentalmente, porque la película es una denuncia de algo que ya estaba en su ADN de producción y argumentos en Toy Story, hace 27 años, por lo que se convierte en una precuela auténtica aunque silenciada en su argumento de origen: “La primera genialidad del beso lésbico que aparece por primera vez en la historia de Disney en la recién estrenada Lightyear (y que tristemente ha supuesto la censura de la cinta en 14 países de Oriente Próximo y Asia) es que tiene lugar en 1995, es decir, hace 27 años. De modo que consigue que el primer beso homosexual de la factoría Disney Pixar nazca recordando que llega con años de retraso. Porque resulta que se trata de un beso noventero, tan viejuno como el mismísimo siglo XX. ¿Qué cómo puede ser eso? Muy fácil. Porque la cinta arranca con la siguiente premisa: en 1995 Andy (el protagonista de Toy Story) fue al cine a ver Lightyear. Y ésta (que se estrena ahora) es la película que vio entonces”. Han pasado muchos años para que Disney deje de ocultar sus vicios privados a través de públicas virtudes, sobre todo porque su unión con Pixar fue una bocanada de aire fresco para la tradicional forma de entender la vida por parte Disney y cómo se la ha presentado al mundo mágico de los niños y niñas del mundo durante tanto tiempo. Así lo escribí también con ocasión del estreno en España de una película atrevida, Luca, el verano pasado, en la que se detalla una amistad real como la vida misma, porque el guion estaba en el corazón de las vivencias del director, Enrico Casarosa, que acabó proyectándolo en vivencias reales con su amigo Alberto, dejando abierta la puerta del amor homosexual: “Tenía razón Steve Jobs cuando dijo en cierta ocasión que el mundo era mejor gracias a las películas que hacía Pixar y que por muy brillantes que fueran los productos de Apple, todos terminarían en el vertedero, pero que no pasaría así con las películas de Pixar porque vivirían para siempre en la mente de millones de niños y niñas del mundo y en su tránsito a personas adultas y mayores. Este tránsito es el que también se ha querido recoger en Lightyear, que sin ánimo de hacer spoiler lo sintetizo a continuación.
Para empezar, lo que ha causado más conmoción en el mundo es que antes del estreno la propia productora, Disney, se ha visto envuelta en un auténtico escándalo porque sus directivos tuvieron la voluntad manifiesta de eliminar las escenas del llamado beso lésbico, para que el poderoso caballero don dinero no sufriera ante las invectivas de la falsa moral de América, Oriente Próximo y Asia, en las que se ordenó ese corte ético por “escandaloso”. A estas alturas de desarrollo social en el mundo, parece mentira que la noticia no haya sido el poderoso argumento de la película sino una escena cotidiana de amor entre dos personas que se respetan y quieren. Nada más, con independencia de su forma de ser y estar en el mundo. Lo manifiesta de forma impecable el artículo que recomiendo leer una y otra vez: “Otro asunto importante del beso es que además de ser entre dos mujeres sucede entre dos madres y se produce el día en que celebran un cumpleaños de su hijo. No es pues el clásico ósculo made in Disney que culmina el amor romántico entre la pareja protagonistas, sino uno fragmentario, robado a uno de esos instantes de anodina felicidad. Es un beso fugaz, insignificante en la historia de las amantes, dura apenas segundos, no está cargado de ningún significado especial en la historia de amor y nos habla de una manera de construir afectos y sentido distinta a la que impone el tradicional canon heterosexual: una donde los gestos de amor parecen poco importantes y, sin embargo, lo son todo».
Agrego otra reflexión más, que me parece poderosa y ejemplarizante: “Alisha —mujer, lesbiana, negra— no tiene tantos minutos de metraje como Buzz Lightyear —varón, blanco y núcleo del relato— sino que es “solamente” la amiga del protagonista, su confidente e inspiración. Juntos quedan atrapados en un planeta inhabitable por un error que él cometió y a partir de ese momento sus vidas transcurren de manera paralela aunque radicalmente distinta. Casi como la historia del amor lésbico y el heterosexual. Ella se adapta a las circunstancias y empieza a vivir la vida que le ha tocado sin rechazar sus dificultades. Las condiciones no son las mejores, pero Alisha se enamora (de una mujer) y celebra su suerte, juntas tienen un hijo y en el camino ella cuida a todos los que ama, tiene una nieta, lucha, investiga, consigue llenar su vida de sentido y finalmente muere. Él, en cambio, se empeña en “terminar la misión”, en “ser importante”, “salvar el mundo”, “tener éxito”, “ser un héroe”, “hacer las cosas solo” y “llegar el primero”. Buzz, que no conocerá el amor, encarna muchos de los valores tradicionales del amor heteronormativo, empezando por el ansia de protagonismo y sentido de una vida lineal narrada a través de hitos amorosos o curriculares que solo conducen al más profundo e íntimo fracaso”.
Estoy de acuerdo con Nuria Labari, la autora de la tribuna, sobre el resumen final de la película, al considerarla “una obra maestra, llena de acción, de sentido, humor e imaginación. Y su apuesta por la diversidad incluye a una guerrera de más de setenta años, rebelde, gánster e imprescindible para salvar al mundo. Una vieja de la que nadie está hablando por la sencilla razón de que la vejez sigue invisibilizada aunque ocupe el centro de la escena”. Igualmente, porque ”A estas alturas era difícil explicar por qué los humanos queremos seguir yendo hasta el infinito y más allá. Pero hay un momento, al final de la cinta, en que lo entiendes. Cuando el cuerpo de élite para la protección del universo observa emocionado la estatua de bronce a Alisha: mujer, negra, lesbiana y fuente de sentido para la humanidad, pues ella es esa que supo vivir con grandeza una vida pequeña”.
Genial, porque no hacen falta más explicaciones. Creo que he aprendido a interpretar en su justo sentido la magia de un beso lésbico en el mundo al revés de Disney, que aprendí a conocer cuando era un niño, hacía las cosas de niño y me aferraba en algunas ocasiones a Peter Pan, tan niño como yo, porque no quería crecer en un mundo al revés de cartón piedra diseñado por el enemigo.
CLÁUSULA ÉTICA DE DIVULGACIÓN: José Antonio Cobeña Fernández no trabaja en la actualidad para empresas u organizaciones religiosas, políticas, gubernamentales o no gubernamentales, que puedan beneficiarse de este artículo; no las asesora, no posee acciones en ellas ni recibe financiación o prebenda alguna de ellas. Tampoco declara otras vinculaciones relevantes aparte de su situación actual de persona jubilada.
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