Sevilla, 23/VII/2022
Tengo que reconocer que estoy descubriendo reflexiones que tiempo atrás quedaron en la memoria de secreto hasta que un día pudiera rescatarlas para comprenderlas mejor, en un mundo que cosifica todo, cuando sobre lo que escribo hoy es algo más esencial de lo que aparece diariamente ante nuestros ojos y nuestra actividad digital ordinaria. Hace unos días, visitando una tienda de ropa, me encontré con un mensaje que pertenece a esas reflexiones que citaba antes y que permanecen en mi memoria de hipocampo. Fue en una camiseta, donde se podía leer una frase de El Principito, lo esencial es invisible para los ojos, pronunciada por el zorro que se convierte en amigo del principito, al finalizar su famoso capítulo XXI:
—Adiós —dijo el zorro—. He aquí mi secreto, que no puede ser más simple : sólo con el corazón se puede ver bien; lo esencial es invisible para los ojos.
—Lo esencial es invisible para los ojos —repitió el principito para acordarse.
—Lo que hace más importante a tu rosa, es el tiempo que tú has perdido con ella.
—Es el tiempo que yo he perdido con ella… —repitió el principito para recordarlo.
—Los hombres han olvidado esta verdad —dijo el zorro—, pero tú no debes olvidarla. Eres responsable para siempre de lo que has domesticado. Tú eres responsable de tu rosa…
—Yo soy responsable de mi rosa… —repitió el principito a fin de recordarlo.
Es un relato perfectamente válido en el contexto actual, digital por supuesto, donde los otros son siempre relativos. He finalizado la lecturade un libro, No-cosas. Quiebras en el mundo de hoy, que me ha sorprendido por su fondo y forma, sobre el que ya he escrito unas palabras de su texto y contexto, sin adelantarme a interpretaciones críticas de su contenido para respetar la lectura del mismo por parte de quienes leen estas líneas. Me refiero en concreto a un capítulo dedicado a las “cosas queridas”, en el que entreteje una reflexión profunda desde la perspectiva de la amistad del principito con el zorro. Este capítulo, en sí mismo, es un tratado de la amistad que va más allá de las meras apariencias y se adentra en el conocimiento del otro, perfectamente detallado en un diálogo en torno a la falta de tiempo que tienen las personas para conocer nada, porque todo se compra en la tiendas:
—Sólo se conocen bien las cosas que se domestican —dijo el zorro—. Los hombres ya no tienen tiempo de conocer nada. Lo compran todo hecho en las tiendas. Y como no hay tiendas donde vendan amigos, los hombres no tienen ya amigos. ¡Si quieres un amigo, domestícame!
—¿Qué debo hacer? —preguntó el principito.
—Debes tener mucha paciencia —respondió el zorro—. Te sentarás al principio un poco lejos de mí, así, en el suelo; yo te miraré con el rabillo del ojo y tú no me dirás nada. El lenguaje es fuente de malos entendidos. Pero cada día podrás sentarte un poco más cerca…
Este diálogo es el que inspira a Byung-Chul-Han para decir lo siguiente en su libro, algo que tenemos muy cerca de nuestras manos, cada día, en nuestros teléfonos inteligentes: “Hoy, Saint-Exupéry podría haber afirmado que ahora hay también comerciantes de amigos con nombres como Facebook o Tinder”. A partir de aquí el capítulo es una lección para este autor de lo que significa escuchar al otro, simbolizado en la atención que el principito ha prestado a la rosa que le acompaña siempre. En un mundo apresurado, affrettato, que decía mi profesor romano en la Universidad, el factor tiempo es esencial y el cuidado de la rosa, el cuidado del otro, que siempre necesita tiempo y atención, es lo que entusiasma al zorro al destacar esta entrega a una rosa concreta entre miles de ellas en el campo:
—Vete a ver las rosas; comprenderás que la tuya es única en el mundo. Volverás a decirme adiós y yo te regalaré un secreto. El principito se fue a ver las rosas a las que dijo:
—No son nada, ni en nada se parecen a mi rosa. Nadie las ha domesticado ni ustedes han domesticado a nadie. Son como el zorro era antes, que en nada se diferenciaba de otros cien mil zorros. Pero yo le hice mi amigo y ahora es único en el mundo. Las rosas se sentían molestas oyendo al principito, que continuó diciéndoles:
—Son muy bellas, pero están vacías y nadie daría la vida por ustedes. Cualquiera que las vea podrá creer indudablemente que mí rosa es igual que cualquiera de ustedes. Pero ella se sabe más importante que todas, porque yo la he regado, porque ha sido a ella a la que abrigué con el fanal, porque yo le maté los gusanos (salvo dos o tres que se hicieron mariposas ) y es a ella a la que yo he oído quejarse, alabarse y algunas veces hasta callarse. Porque es mi rosa, en fin.
Es verdad el mensaje de la camiseta en un comercio al uso, en el que para muchas personas habrá pasado desapercibido en su mensaje intrínseco. Vuelvo a leer el final del capítulo, porque es una lección preciosa en tiempos revueltos, donde debemos tomar conciencia de que debemos “perder tiempo” con las personas que queremos, algo que nos roba la llamada “inteligencia” del teléfono móvil. Será, en este mundo al revés, algo que nos llenará de placer interno porque habremos domesticado, en el sentido más puro del término, lo que queremos en quien queremos, aunque en principio sea algo invisible para los ojos, algo que se parecerá mucho a la rosa del principito, como ejemplo precioso en nuestras vidas:
—Adiós —dijo el zorro—. He aquí mi secreto, que no puede ser más simple : sólo con el corazón se puede ver bien; lo esencial es invisible para los ojos.
—Lo esencial es invisible para los ojos —repitió el principito para acordarse.
—Lo que hace más importante a tu rosa, es el tiempo que tú has perdido con ella.
—Es el tiempo que yo he perdido con ella… —repitió el principito para recordarlo.
—Los hombres han olvidado esta verdad —dijo el zorro—, pero tú no debes olvidarla. Eres responsable para siempre de lo que has domesticado. Tú eres responsable de tu rosa…
—Yo soy responsable de mi rosa… —repitió el principito a fin de recordarlo.
El secreto del zorro está desvelado y me siento muy feliz al compartirlo. Yo también sigo teniendo rosas a las que cuidar cada día, porque sé que son una vida, la esencia misma de la vida, en un mundo al revés en el que lo esencial sigue siendo muchas veces invisible a los ojos.
CLÁUSULA ÉTICA DE DIVULGACIÓN: José Antonio Cobeña Fernández no trabaja en la actualidad para empresas u organizaciones religiosas, políticas, gubernamentales o no gubernamentales, que puedan beneficiarse de este artículo; no las asesora, no posee acciones en ellas ni recibe financiación o prebenda alguna de ellas. Tampoco declara otras vinculaciones relevantes aparte de su situación actual de persona jubilada.
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