
A todos los que a través de su vida se han emocionado con la copla lejana que viene por el camino, a todos los que la paloma blanca del amor haya picado en su corazón maduro, a todos los amantes de la tradición engarzada con el porvenir, al que estudia en el libro como al que ara la tierra, les suplico respetuosamente que no dejen morir las apreciables joyas vivas de la raza, el inmenso tesoro milenario que cubre la superficie espiritual de Andalucía.
Federico García Lorca, extracto de la presentación oficial en 1922, en Granada, del l Concurso de Cante Jondo.
Sevilla, 22/VII/2022
Ya he hablado recientemente en este cuaderno digital de algo que nos caracteriza en Andalucía: somos escuchaores del dolor, algo que significa una seña de identidad importante de esta tierra tan bella, que también existe. Cuando estamos recibiendo minuto a minuto noticias alarmantes sobre todo lo que se mueve y que nos complican la vida por segundos, como escuchaor de esta tierra he recordado unas estrofas de unas sevillanas que sabe cantar cualquier andaluz que se precie de serlo, porque también podemos ser escuchaores de la alegría, No me cuentes penas, de Los amigos de Gines, porque pertenecen al patrimonio cultural de Andalucía, aunque como lo definía bien Cernuda los andaluces seamos a veces “enigmas al trasluz”, palabras que recogí este año en un artículo en homenaje a la cantora cordobesa María José Llergo, como escuchaora de su abuelo: De penitas y alegrías, están llenos los caminos / Están llenos los caminos / De la gente que al pasar / Va marcando su destino / No me cuentes penas / Cuéntame alegrías / Que yo a nadie le cuento / Las penitas mías // Yo me quiero divertir, hasta el día en que me muera / Porque la vida es mentira / Un engaño, una quimera / No me cuentes penas / Cuéntame alegrías”.
He sintetizado diversas estrofas de la primera parte que he escuchao, por enésima vez, de unas sevillanas realistas y muy acordes con la realidad actual, salvando lo que haya que salvar, que decían los clásicos (mutatis mutandis). Reinterpretando esta letra y llevándola a la realidad actual de este país, de esta Comunidad, tomo conciencia de que no sé lo que nos debemos unos a otros o a la sociedad en general, con sentimiento de clase o al menos tomando conciencia de que nada que sea humano me es ajeno, siguiendo al pie de la letra la máxima de Terencio, aunque es verdad que por el mero hecho de vivir estamos cumplíos, volcados en un mundo diseñado a veces por el enemigo: “barquitos veleros / Que se cruzan por el río / No me cuentes penas / Cuéntame alegrías / Que yo a nadie le cuento / Las penitas mías / Caminante del camino, aunque mires hacia atrás / El caminito perdío / Ya no lo vuelves a andar”. Vuelvo a afirmar una vez más, que suelo viajar en patera, con una fragilidad extrema, en una cáscara de nuez golpeada permanentemente por la vida.
Es verdad, porque a veces es muy difícil volver a encontrar el camino que hemos perdido con tanta tragedia a nuestro alrededor, el que queríamos recorrer con alguien o algunos muy queridos, por mucho que la mercadotecnia nos lleve a olvidarlo o que los sucesos de los últimos años nos hayan llevado a un túnel de difícil salida. Como escuchaor privilegiado en esta tierra, sé cómo termina la sevillana expuesta y, hoy la canto bajito: No me cuentes penas / Cuéntame alegrías / Que yo a nadie le cuento / Las penitas mías.
Sé también que mi deber como andaluz es convertirme en “escuchaor” de lo que Andalucía canta a través de su dolor, de su quejío. También, de su alegría en sus “alegrías”, un palo precioso lleno de encanto y felicidad a raudales, sabiendo que incluso detrás de unas sevillanas se esconde el dolor de un pueblo. Cuando Federico García Lorca hizo la presentación oficial en 1922, hace ya cien años, del l Concurso de Cante Jondo del que haya constancia escrita, organizado por Falla y por él en Granada, en nombre del Centro Artístico de Granada, al que la prensa conocía también como la “Simpática Sociedad”, en el que figuraban también otros escritores y poetas contemporáneos, pronunció una Conferencia que llevaba por título “Importancia histórica y artística del primitivo canto andaluz llamado cante jondo”, cuyas palabras finales no olvido: “A todos los que a través de su vida se han emocionado con la copla lejana que viene por el camino, a todos los que la paloma blanca del amor haya picado en su corazón maduro, a todos los amantes de la tradición engarzada con el porvenir, al que estudia en el libro como al que ara la tierra, les suplico respetuosamente que no dejen morir las apreciables joyas vivas de la raza, el inmenso tesoro milenario que cubre la superficie espiritual de Andalucía y que mediten bajo la noche de Granada la trascendencia patriótica del proyecto que unos artistas españoles presentamos”.
La palabra “escuchador” [escuchaor] ya figuraba en el Diccionario de Autoridades (RAE A, 1732), en el siglo XVIII, tan querido por mí en el trabajo diario de escribir con alma, para encontrar sentido a las palabras que utilizamos en nuestra forma de escribir y hablar a diario, con la siguiente definición: “El que oye con atención y escucha lo que otros hablan y dicen”. Ya se hace la observación no inocente de que “tiene poco o raro uso”, porque escuchar, lo que se dice escuchar, es una práctica poco común desde el principio de los siglos. En la actualidad, la Real Academia de la Lengua (Edición del Tricentenario, actualización de 2021) recoge este lema con la siguiente descripción, muy escueta por cierto, como si no tuviera la mayor importancia: “Que escucha”. Lo más curioso es que en Andalucía sí ha tenido siempre un sentido muy especial, vinculada al flamenco, porque una cosa es cantar y tocar la guitarra, cantaores y cantaoras, así como guitarristas y, otra, escuchar, por parte de los escuchaores o escuchaoras, como le gustaba decir a Antonio Mairena: ¨[…] la actitud experimental , la búsqueda, la inquietud y la curiosidad, son cualidades imprescindibles para ser y hacer flamenco. La cantaora y el bailaor, la guitarrista o el fotógrafo que intenta captar el duende inaprensible, así como el oyente o escuchaor -que diría Antonio Mairena- buscan -o deberían buscar- no salir indemnes de la experiencia. Quiero decir con ello que el flamenco no resbala por la piel, sino que la modifica para siempre. Es un elogio de la caricia o, si quieren, una exaltación del impacto” (1).
Quizás, hoy, tenga que escuchar también a Antonio Machado para comprender que se hace camino al andar cuando dejamos huellas, porque al andar se hace el camino, y al volver la vista atrás se ve la senda que nunca se ha de volver a pisar. El problema radica en que, verdaderamente, no hay camino, sino estelas en la mar, viajando en barquitos veleros o pateras que se cruzan por el río de la vida. A veces, por caminitos o mares procelosos, perdíos, por los que no podemos volver a pisar o navegar. Algo se podría arreglar si los informadores mayores del Reino nos contaran no solo penas sino también, y de vez en cuando, alguna alegría, porque yo a nadie le cuento / Las penitas mías, aunque sé, tal y como lo aprendí con Federico García Lorca, que el cante de esta tierra es un inmenso tesoro milenario que cubre la superficie espiritual de Andalucía y porque también me he emocionado hoy con una sevillana lejana que ha venido a mi mente por un camino perdío.
(1) Ordóñez Eslava, Pedro, Flamenco y vanguardia. En un instante, un quejío y un anhelo, en Andalucía en la historia, 74, 2022, p. 41.
CLÁUSULA ÉTICA DE DIVULGACIÓN: José Antonio Cobeña Fernández no trabaja en la actualidad para empresas u organizaciones religiosas, políticas, gubernamentales o no gubernamentales, que puedan beneficiarse de este artículo; no las asesora, no posee acciones en ellas ni recibe financiación o prebenda alguna de ellas. Tampoco declara otras vinculaciones relevantes aparte de su situación actual de persona jubilada.
Debe estar conectado para enviar un comentario.