
Sevilla, 19/VII/2022
No he olvidado todavía la visita que hice en 2017 al Museo de la Ciudad de Antequera, donde contemplé la colección de cuadros de Cristóbal Toral (Torre Alháquime (Cádiz), 1940), que sobrecogen por su realismo trágico, siendo las maletas su hilo conductor: “La vida es tránsito. El hombre nace en un punto y desaparece en otro: el tránsito que hay en medio es lo que importa. Hay una mudanza constante en lo que hago, figuras que no se sabe si van, si vienen, si esperan» (1). Hoy la he recordado especialmente al leer atentamente el artículo de mi admirado Jesús Ruíz Mantilla, El dandi que se la jugó por Lorca en los años cincuenta, una bella historia que se debería conocer por todas las personas que aman la democracia y la memoria histórica de este país acerca de la vida, obra y muerte de Federico García Lorca. Fundamentalmente, porque ese “dandi”, de cuyo nombre quiero acordarme hoy, Agustín Penón Ferrer, luchó por algo que conmueve al conocerlo ahora con todo lujo de detalles, en un viaje realizado a Granada desde Nueva York, concretamente al Ayuntamiento de Fuente Vaqueros, en 1955, con un objetivo muy claro: que se abriera allí una casa museo para Federico García Lorca, donde nació en 1898 y que se le hiciera una estatua, con algo muy definitorio de su sentir democrático: que se llevara a cabo esta petición por suscripción popular exclusivamente. Agustín Penón estaba relacionado con la alta sociedad de Costa Rica, dado que su primo José Figueres Ferrer, era entonces presidente de Costa Rica, donde su familia había llegado al comienzo de la guerra civil en España.
La aventura democrática de Penón en plena dictadura franquista adquiere hoy especial importancia gracias a la investigación llevada a cabo por Juan Carlos García de Polavieja, según refiere Jesús Ruíz Mantilla: “He decidido dedicar parte de mi vida a que Penón sea más conocido”, asegura el investigador. En ello anda: recabando datos e impulsando a la vez un congreso sobre su figura que quedó suspendido en la pandemia y se celebrará este año en noviembre”, sobre el que estaré muy atento para descubrir nuevas islas desconocidas en el Universo Lorca. Hay que reconocer que la aventura de Penón ya fue tratada en su momento por Ian Gibson en su Diario de una búsqueda lorquiana (1955-1956) y, posteriormente, revisada y ampliada por Marta Osorio, en una publicación del año 2000 bajo el título Miedo, olvido y fantasía. Crónica de la investigación de Agustín Penón sobre Federico García Lorca (1955-1956), de lectura obligada para conocer en profundidad todo lo ocurrido en las gestiones realizadas por Penón en favor del reconocimiento de este país a la figura internacional de Federico García Lorca. Esta obra se completó a su vez por otra publicación posterior de la autora en 2015, El enigma de una muerte, donde se resaltan nuevos datos y la correspondencia comentada entre Emilia Llanos y Agustín Penón durante los años 1955-58, que se conserva en el archivo, que demuestran la importancia del trabajo que realizó este investigador a lo largo de su vida.
Aquél intento de Penón en 1955 quedó finalmente en nada y cada día que pase se sabrá más de lo que verdaderamente ocurrió con sus gestiones. Si lo traigo a colación hoy, recordando a Cristóbal Toral, es porque “La obra y la figura de Agustín Penón Ferrer es aún poco conocida, a pesar de lo que ha supuesto el resultado de la documentación que guardó en su famosa maleta”, cuenta Polavieja. La custodió William Layton y se convirtió en una especie de enigma casi de Grial para seguir el rastro lorquiano: “En ella había entrevistas, fotos, cartas, certificados oficiales e incluso algunos originales lorquianos que hemos podido conocer gracias a él”, asegura Polavieja, que lo contó en el documental La maleta de Penón”. Otra vez el mundo sugerente de las maletas, tan respetadas por Toral, porque en ellas ve reflejado siempre el tránsito de la vida. En este caso, una que guarda el alma de Federico García Lorca.

Contemplo ahora una imagen de Toral en su estudio de Toledo, presidido por amplios ventanales discretos que aportan luz a su obra, caminando entre bocetos y sus sempiternas maletas, llevando una como para dar ejemplo de su eterno viaje hacia alguna parte. Figuran siempre en sus cuadros y esculturas recordándonos también la realidad de la soledad sonora que sienten muchas personas, básicamente mujeres y emigrantes, en sus diferentes viajes de vida. Principalmente, en el citado Museo, obras dedicadas a la mujer, siempre sola: “Trato mucho también el tema de la mujer. Mujeres en interiores de hoteles de no mucho tronío, frágiles, expuestas, con una sensualidad que las humaniza, solitarias… Interpreto esa soledad que existe, la sensación de tránsito. Me gustan las habitaciones de los hoteles, espacios de tránsito donde aparecen las maletas, las camas, las sábanas”.

Pienso ahora en las mujeres solas o mal acompañadas por la violencia en sus hogares que debe ser algo insoportable, mujeres a las que García Lorca cuidó tanto en su obra. Recuerdo que en la sinopsis de la obra de Cristóbal Toral, que figura en el museo, se dice textualmente y referido al periodo abierto sobre la mujer como hilo conductor de su obra en 1977, que aparece “siempre solitaria, despojada de toda algarabía, sola en su infinito silencio, como proclamando una identidad de origen y destino frente al cosmos. Distanciada, plena de pureza y sobriedad, rodeada de objetos banales, se funde y trasciende la soledad infinita del hombre”.
En mi tránsito particular, también hay una pequeña maleta que finalmente deshice en ese mismo año, 2017, después de haber viajado siempre conmigo, acompañándome como testigo muda en todas las mudanzas que he hecho incluso en tiempo de turbación. Hoy he vuelto a contemplarla a la luz de una ventana discreta, ahora decorada con sellos de hoteles ficticios en este viaje tan particular. En ella había recuerdos de mi infancia, cuadernos, lápices, dibujos, chapas con fotografías de ciclistas que me acompañaron a dar una imaginaria Vuelta a España en las aceras de Madrid, en el Retiro, construcciones modeladas a mano, notas del Cuadro de Honor, cartas, fotografías familiares, postales y recuerdos varios que guardo ahora en el corazón y en mis cajas de sueños 1 y 2.

Me acuerdo… también, ahora, siguiendo la dinámica que aprendí en su día de Joe Brainard, de un discurso que me marcó mucho la vida cuando lo leí, con un título sugerente, La maleta de mi padre, de Orhan Pamuk, premio Nobel de Literatura en 2006, porque comprendí la metáfora de su discurso en el acto de recepción oficial del galardón, como homenaje a lo que su padre le entregó un día en una pequeña maleta que contenía su tránsito por la vida: “Recuerdo que, después de que mi padre se fuera, estuve unos días dando vueltas alrededor de la maleta sin tocarla. Conocía desde niño aquella maleta pequeña de cuero negro, sus cierres y sus esquinas redondeadas. Mi padre la usaba cuando salía a algún viaje breve o cuando quería llevar algún peso a su oficina. Me acordaba de que cuando era pequeño, después de que regresar de algún viaje, me gustaba abrir la maleta y revolver sus cosas y aspirar olores a colonia y a país extranjero que salían de su interior. Aquella maleta era un objeto conocido y atractivo que me traía muchos recuerdos del pasado y de mi infancia, pero ahora no podía ni tocarla. ¿Por qué? Por el misterioso peso de la carga que ocultaba en su interior, por supuesto” (2). Sin desvelar su contenido, les aseguro que tiene mucho que ver con el efecto balsámico de la literatura.
Una cosa más y muy importante para la memoria democrática de este país: la maleta de Penón está en Granada y allí se quedará por decisión de la familia de Marta Osorio que falleció en 2016, respetando la voluntad de la escritora granadina. El archivo que ella conservaba en su casa, incluida la famosa maleta, contiene toda la documentación que Penón pudo recopilar en su visita a Granada en 1955, que se prolongaría a lo largo de casi dos años. En el tránsito actual hacia el nuevo orden mundial, que más que orden es desorden, como ejemplo del auténtico mundo al revés explicado tantas veces en este cuaderno digital, puede ser aleccionador acercarse a estas maletas simbólicas de Penón, Toral y Pamuk. Si las contemplamos y abrimos, podemos encontrar allí respuestas al gran viaje de la vida, una oportunidad para intentar llenarlas ahora de aquello que nos puede acompañar todavía, aun yendo, como Antonio Machado, ligeros de equipaje, conversando con la persona de secreto que siempre va con nosotros. Les aseguro que quien escribe esto, solo espera hablar a Dios un día, dado que “mi soliloquio es plática con ese buen amigo que me enseñó el secreto de la filantropía”. Yendo, viniendo y esperando, como las figuras de Toral, en este difícil tránsito de la vida, especialmente trágico para Federico García Lorca, a quien con estas palabras demuestro que no olvido.
NOTA: la imagen de cabecera se ha recuperado hoy de El dandi que se la jugó por Lorca en los años cincuenta | Cultura | EL PAÍS (elpais.com)
(1) http://www.elcultural.com/revista/letras/Cristobal-Toral/6606
(2) Pamuk, O., La maleta de mi padre, 2007. Barcelona: Mondadori, p. 11-44.
CLÁUSULA ÉTICA DE DIVULGACIÓN: José Antonio Cobeña Fernández no trabaja en la actualidad para empresas u organizaciones religiosas, políticas, gubernamentales o no gubernamentales, que puedan beneficiarse de este artículo; no las asesora, no posee acciones en ellas ni recibe financiación o prebenda alguna de ellas. Tampoco declara otras vinculaciones relevantes aparte de su situación actual de persona jubilada.
Debe estar conectado para enviar un comentario.