
Sevilla, 10/IX/2022
La primera foto oficial del rey Carlos III tiene un detalle que no pasa desapercibido. Como en todo protocolo británico nada se deja al azar, ni las palabras pronunciadas ni los objetos y entorno escénico que le rodea. Nada es inocente, como he pensado que no lo es el vade que tiene sobre la mesa de escritorio, en blanco, que resalta sobre los negros y oscuros del conjunto, excepto el azul sempiterno de Isabel II.
El vade, en blanco, espera que sobre él se escriban las mejores páginas de la nueva historia del Reino Unido, por parte el nuevo rey. Es el símbolo de lo que tantas veces he escrito sobre una idea de Ítalo Calvino que me acompaña siempre, reflejadas en El arte de empezar y el arte de acabar, ante el fenómeno de la hoja en blanco: “…es un instante crucial, como cuando se empieza a escribir una novela… Es el instante de la elección: se nos ofrece la oportunidad de decirlo todo, de todos los modos posibles; y tenemos que llegar a decir algo, de una manera especial”. No sé si las palabras de este discurso expresan algo especial, pero conociendo el devenir de esta familia, con tantos claroscuros y escándalos de amplio espectro, algo me queda claro: no sé si el rey va desnudo interiormente, porque su pasado no es precisamente ejemplar. La memoria histórica debe entrar en juego en estos momentos para que no nos deslumbre el protocolo británico ante el acontecimiento del fallecimiento de Isabel II, cubriendo el traje nuevo del Rey Carlos III.
A continuación, transcribo el discurso íntegro del nuevo Rey, ya proclamado como tal cuando escribo estas líneas. El vade en blanco seguirá allí, alejado para siempre del plano principal de este momento transmitido para el mundo mundial. No sé si las páginas de la historia que se escriban en él, metafóricamente hablando, serán con contenidos esenciales para ese país y para la humanidad. Palabras esenciales o no, esa es y será la cuestión, siguiendo el espíritu de Shakespeare, tan británico él. Tiempo al tiempo.
«Hoy les hablo con sentimientos de profundo dolor. A lo largo de su vida, Su Majestad la Reina, mi amada madre, fue una inspiración y un ejemplo para mí y para toda mi familia, y tenemos con ella la deuda más sentida que una familia puede tener con su madre; por su amor, cariño, guía, comprensión y ejemplo. La reina Isabel disfrutó de una vida bien vivida, con el destino cumplido. Esa promesa de servicio de por vida que hizo ella la renuevo ante todos ustedes hoy.
Además del dolor personal que siente toda mi familia, también compartimos con muchos de ustedes en el Reino Unido, en todos los países donde la Reina fue Jefa de Estado, en la Commonwealth y en todo el mundo, un profundo sentimiento de gratitud por los más de 70 años en que mi madre, como Reina, sirvió a los pueblos de tantas naciones.
En 1947, cuando cumplió 21 años, se comprometió en una transmisión desde Ciudad del Cabo a la Commonwealth a dedicar su vida, ya fuera a corto o largo plazo, al servicio de sus pueblos. Eso fue más que una promesa: fue un profundo compromiso personal que definió toda su vida. Hizo sacrificios por el deber. Su dedicación y devoción como Soberana nunca cedieron, en tiempos de cambio y progreso, en tiempos de alegría y celebración, y en tiempos de tristeza y pérdida. En su vida de servicio vimos ese amor a la tradición que perduraba, junto al abrazo que daba al progreso, que nos hace grandes como Naciones. El cariño, la admiración y el respeto que inspiró se convirtieron en el sello distintivo de su reinado. Y, como todos los miembros de mi familia pueden atestiguar, ella combinó estas cualidades con calidez, humor y una habilidad infalible para ver siempre lo mejor en las personas.
Rindo homenaje a la memoria de mi madre y honro su vida de servicio. Sé que su muerte trae una gran tristeza a muchos de ustedes y comparto esa sensación de pérdida con todos ustedes. Cuando la Reina llegó al trono, Gran Bretaña y el mundo todavía estaban lidiando con las privaciones y las secuelas de la Segunda Guerra Mundial, y seguían viviendo según las convenciones de épocas anteriores. En el transcurso de los últimos 70 años hemos visto a nuestra sociedad convertirse en una mezcla de culturas y religiones.
Las instituciones del Estado han cambiado. Pero, a través de todos los cambios y desafíos, nuestra nación y la Commonwealth, de cuyos talentos, tradiciones y logros estoy tan inexpresablemente orgulloso, han prosperado y florecido. Nuestros valores se han mantenido y deben permanecer constantes. El papel y los deberes de la Monarquía también permanecen, al igual que la relación y responsabilidad particular del Soberano hacia la Iglesia de Inglaterra, la Iglesia en la que mi propia fe está tan profundamente arraigada. En esa fe y los valores que inspira, he sido educado para albergar un sentido del deber hacia los demás y para tener el mayor respeto por las preciosas tradiciones, libertades y responsabilidades de nuestra historia única y nuestro sistema de gobierno parlamentario.
Como lo hizo la propia Reina con tanta devoción inquebrantable, yo también me comprometo ahora solemnemente, durante el tiempo restante que Dios me conceda, a defender los principios constitucionales de nuestra nación. Y dondequiera que viva en el Reino Unido, o en los Reinos y territorios de todo el mundo, y cualquiera que sea su origen o creencias, me esforzaré por servirle con lealtad, respeto y amor, como lo he hecho a lo largo de mi vida. Por supuesto, mi vida cambiará a medida que asuma mis nuevas responsabilidades
Ya no me será posible dedicar tanto de mi tiempo y energías a las organizaciones benéficas y los asuntos que me importan tanto. Pero sé que este importante trabajo continuará en las manos de otras personas en las que confío. Este también es un momento de cambio para mi familia. Cuento con la amorosa ayuda de mi querida esposa, Camilla. En reconocimiento a su leal servicio público desde nuestro matrimonio hace 17 años, se convierte en mi reina consorte. Sé que aportará a las exigencias de su nuevo cargo la firme devoción al deber en la que he llegado a depender tanto. Como mi heredero, Guillermo ahora asume los títulos escoceses que tanto han significado para mí.
Me sucede como duque de Cornualles y asume las responsabilidades del ducado de Cornualles que he asumido durante más de cinco décadas. Hoy me enorgullece nombrarlo Príncipe de Gales, Tywysog Cymru, nación cuyo título he tenido el gran privilegio de llevar durante gran parte de mi vida y de mi deber. Con Catherine a su lado, nuestro nuevo Príncipe y Princesa de Gales, lo sé, continuarán inspirando y liderando nuestras conversaciones nacionales, ayudando a trasladar lo marginal al centro de atención, donde se puede brindar ayuda vital. También quiero expresar mi amor por Harry y Meghan mientras continúan construyendo sus vidas en el extranjero.
Dentro de poco más de una semana nos uniremos como nación, como Commonwealth y, de hecho, como comunidad mundial, para dar el último adiós a mi amada madre. En nuestro dolor, recordemos y saquemos fuerzas de la luz de su ejemplo. En nombre de toda mi familia, solo puedo ofrecer el más sincero y sentido agradecimiento por sus condolencias y apoyo. Significan más para mí de lo que jamás podría expresar. Y a mi querida mamá, ahora que comienzas tu último gran viaje para unirte a mi querido y difunto papá, solo quiero decir esto: gracias. Gracias por tu amor y devoción a nuestra familia y a la familia de naciones a las que han servido tan diligentemente todos estos años. Que los ‘vuelos de los ángeles te canten para tu descanso’”.
Carlos III ha podido pronunciar el discurso mejor y jamás escuchado, pero si detectamos que le falta alma, no es nada y eso la ciudadanía lo nota y es quien lo juzga, llegando a intuir que a esa perfección monárquica le falta algo. Se llama corazón, alma, en su discurso, si en el texto o en la creencia profunda en la que se apoya el Rey, se sabe captar si Él se ha enamorado o no de lo que piensa, siente y transmite, más allá de las ideas que quiere contar. Y me reafirmo en lo que ya he expresado en los últimos años sobre escribir y transmitir con palabras lo sentido con el alma. A Carlos III se le debería notar que su alma está pendiente de todo, para que no falte nada a la ciudadanía de su país, a las personas que respeta, grandes desconocidos que van a captar o no esos sentimientos y emociones que adornan siempre la inteligencia conectiva sobre lo que dice y transmite, más allá de los protocolos al uso. San Agustín lo decía en un perfecto latín, en un constructo que me ha acompañado siempre: “bonum est diffusivum sui” (el bien, se difunde a sí mismo). O lo que es lo mismo: un buen discurso, pronunciado con alma, se difunde a sí mismo, con el alma de la pasión humana en la que supuestamente cree la propia Monarquía inglesa y quiere transmitir en este acontecimiento único. Si no es así, al mensaje del Rey Carlos III le faltaría algo “esencial”, como decía Calvino: estaría desnudo de alma.
NOTA: el texto completo es una traducción del discurso oficial de Carlos III, publicada por el Huffington Post el 9 de septiembre de 2022.
CLÁUSULA ÉTICA DE DIVULGACIÓN: José Antonio Cobeña Fernández no trabaja en la actualidad para empresas u organizaciones religiosas, políticas, gubernamentales o no gubernamentales, que puedan beneficiarse de este artículo; no las asesora, no posee acciones en ellas ni recibe financiación o prebenda alguna de ellas. Tampoco declara otras vinculaciones relevantes aparte de su situación actual de persona jubilada.
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