
Clara Bow, en Sangre Rebelde, dirigida por John Francis Dillon, 1932.
Sevilla, 27/X/2022
Una vez más regreso al mundo al cine como homenaje a una etapa en su larga y fructífera historia, porque se demuestra que encumbra el papel de la cultura: respetar los auténticos valores populares, dignos, con el tiempo dentro. En esta ocasión he encontrado una isla bastante desconocida, la del cine americano de Hollywood en la época previa a la entrada en vigor del llamado Código Hays (Motion Picture Production Code), a través de un nuevo Ciclo de la Fundación Juan March, Protagonistas del Hollywood Pre-Code, coordinado por Carlos F. Heredero, con la proyección de ocho películas “que se rodaron en los albores del cine sonoro y justo antes de que se empezara a aplicar el llamado Código Hays, una serie de normas aprobadas por los grandes estudios que transformaron el cine en EEUU a partir de los años 30. El ciclo, coordinado por el crítico Carlos F. Heredero, explora títulos que reflejan la atmósfera libertina de Hollywood antes de este código, que prohibió el sexo, los desnudos y la violencia más explícita en pantalla a partir de 1934”.
El Ciclo comienza con la proyección de la película “Sangre rebelde”, “estrenada en 1932 por el cineasta John Francis Dillon. Protagonizada por la actriz Clara Bow, la película cuenta la historia de una atractiva joven tejana de buena familia que se abre camino en la vida en un entorno hostil. Este texto explica en detalle los motivos por los que este título es un buen ejemplo de las películas que se rodaron antes del código: dos camareros vestidos de mujer, referencias explícitas al sexo o un comunista gritando un eslogan a favor del proletariado”.
En la sinopsis del ciclo se detalla que “Clara Bow, Miriam Hopkins, Jean Harlow, Barbara Stanwyck, Katharine Hepburn, Mae West, Greta Garbo y Joan Blondell son solo algunas de las grandes estrellas de Hollywood que, en los comienzos del cine sonoro, a principios de los años treinta, desafiaban abiertamente desde la pantalla los códigos morales y las tradiciones conservadoras de buena parte de la sociedad estadounidense de la época. Mujeres que hacían valer sus deseos y su sensualidad, que hablaban con descaro, luchaban con decisión por escalar peldaños en la pirámide social, tenían profesiones tradicionalmente asociadas a los hombres y ponían en cuestión las ataduras de su propia clase. Aquel Hollywood abordaba con atrevimiento temas, historias y situaciones que rompían con los cánones establecidos durante los tiempos en los que todavía el denominado Código Hays no se aplicaba con extremo rigor. Y lo hacía desde todos los géneros de la producción: el cine de gánsteres, el melodrama, el musical, la comedia sofisticada, las aventuras exóticas e incluso el cine histórico”.
El Código Hays, un conjunto de normas a observar por la producción cinematográfica, redactadas básicamente por William H. Hays, miembro destacado de la Asociación de Productores Cinematográficos (MPPA), se estableció en 1930, aunque no comenzó a aplicarse hasta 1934. Estuvo en vigor hasta 1967 y fue fiel reflejo del doble rasero ético que siempre ha estado presente en el cine americano, constituyéndose Hollywood como el embajador mundial de la doble moral del país a través de sus productores y películas, porque se creó con un manto de acción progresista nació con carácter progresista, para aislar el belicismo, la igualdad entre clases y como plataforma de denunciar contra el abuso de poder, pero la realidad es que fue una férrea censura acabó siendo una censura que tergiversó guiones hasta límites ridículos. La censura de Estado ha hecho siempre de las suyas y esta película con la que comienza el Ciclo citado, Sangre rebelde, es un ejemplo de cómo la “sangre rebelde” siempre ha existido en la sociedad americana por mucho que se la haya querido contener a través de códigos estrictos que enmascaraban siempre una realidad terca y presente en cualquiera de sus múltiples manifestaciones.
Una muestra de este Código Hays nos puede ayudar a comprender bien la forma de abordar la ética cinematográfica cuando se refiere a las “Decisiones particulares sobre la sexualidad”: “Por respecto al carácter sagrado del matrimonio y del hogar el “triángulo” –si se entiende por tal el amor de un tercero por una persona ya casada— será objeto de un tratamiento particularmente circunspecto. No debe presentar la institución del matrimonio como antipática. Las escenas de pasión deber ser tratadas sin olvidar qué es la naturaleza humana, y cuáles son las acciones habituales. Numerosas escenas no pueden ser presentadas sin despertar emociones peligrosas en los jóvenes, los retardados y los criminales. Incluso en los límites del amor puro, hay hechos cuya presentación ha sido siempre considerada por los juristas como peligrosas. Cuando se trata de un amor impuro, de un amor que la sociedad siempre ha tenido por malo o que la ley divina condena, importa observar las reglas siguientes: un amor impuro nunca debe parecer atractivo o hermoso, No debe ser objeto de una comedia o de una farsa o utilizado para provocar la risa, no debe originar en el espectador el deseo o una curiosidad malsana, no debe parecer justo ni permitido y, en general, no se deben detallar ni en el método ni en la manera”. Creo que sobran comentarios, aún respetando el contexto dual en el que se promulgó el Código, porque estoy convencido, una vez más, que ese conjunto de normas, redactadas por “mentes calenturientas”, eran reflejo exacto de los vicios privados y públicas virtudes de aquellos representantes de la sociedad americana.
En este contexto recuerdo un artículo que escribí en 2018, La trastienda de la doble moral de Hollywood, en el que exponía esta triste realidad: “Siempre me ha llamado la atención la trastienda ética de Hollywood. He crecido con el glamur de las grandes producciones rodadas en la meca del cine americano durante décadas inolvidables del siglo pasado, en un país como España donde nunca se hablaba de la que se cocía de verdad entre bambalinas americanas, aunque fueran secretos a voces. Traigo a colación esta reflexión a pocos días del estreno en España de una película paradigmática, Las estrellas americanas no mueren en Liverpool, porque representa muy bien la doble moral de Hollywood y su atracción fatal hasta la muerte. Lo que ocurre es que una gran actriz americana, protagonista de la película, Gloria Grahame, la ganadora del Oscar por “Cautivos del mal”, lanza un mensaje en la película contradictorio, poniendo a Hollywood en su sitio al final de su vida, porque su auténtico amor no estaba finalmente allí. La historia que se cuenta en la película es real como la vida misma, donde el protagonista es Peter Turner, que en 1978 “era un actor de Liverpool de 26 años que intentaba ganarse la vida en Londres con muy poco éxito. En la pensión en la que vivía llegó un día una actriz veterana estadounidense de 54 años, que había sido repudiada de Hollywood, y se había pasado al teatro. «Recuerdo la primera vez que la vi. Yo ocupaba una de las habitaciones superiores y ella el apartamento principal de abajo», rememora Turner en Madrid. «Un segundo que lo visualizo». Para un momento. «No era como yo me la esperaba. Me habían hablado de una estrella de Hollywood, y recuerdo que abrió la puerta como escondiéndose, con pinta de haber llegado cinco minutos antes». Ella necesitaba 4 libras y 75 peniques; él se los prestó. «Nunca supe para qué, pero me lo devolvió en un cheque que aún conservo». Un par de días después se pusieron a bailar juntos en la casa Saturday Night Fever, y semanas más tarde se hicieron amantes” (1).
Dije en aquél artículo que admiraba a las actrices y actores americanos, su “sangre rebelde” hoy, “que se enfrentaron al mundo mafioso de Hollywood durante décadas y se siguen enfrentando en nuestros días, cuando estalló recientemente el escándalo del productor Weinstein. Esa es la razón por la que deseo ensalzar el discreto encanto de esta excelente actriz, Gloria Grahame, que iniciando su exilio interior y exterior en Liverpool y con solo una petición humilde de 4 libras y 75 peniques a un chico desconocido que se alojaba en su pensión, 28 años más joven que ella, escribió realmente las páginas más bellas de su vida y la de la persona con la que compartió las postrimerías de un viaje hacia una parte importante de su alma de secreto. Aunque a nadie le dijera la razón de por qué no quería morir en Liverpool, donde encontró su razón de existir y, paradójicamente, pidiera regresar a Hollywood que tanto le había negado en su azarosa vida. Con esta decisión final, creo que ganó el Oscar a la actriz más digna de Hollywood”, una de las representantes de “sangre rebelde”.
Sé que Peter Turner rodó hace ya bastantes años un documental, I Used to Be in Pictures, que me parece fundamental para comprender el maleficio del Código Hays. ¿Saben por qué? Porque creo que ha encontrado muchas y sorprendentes razones del comportamiento de los actores y actrices de Hollywood, en su trastienda, con un identificador común: todos y todas protagonizaron el cine mudo y ahora compartían los últimos días de su vida en un Asilo de la Academia del Cine en Hollywood. Eran lo que se veía. No hablaban en aquellas películas, pero nos enseñaban a sentir su pasión por aquello que hacían con una dignidad absoluta. Con sus noventa años contaron a Turner, en voz baja, cómo funcionaba la trastienda de Hollywood y, quizá, cómo era el alma auténtica de Gloria Grahame o de Clara Bow en Sangre Rebelde, sin ir más lejos. Maravilloso y aleccionador.
(1) https://elpais.com/cultura/2018/04/26/actualidad/1524744847_367894.htm
UCRANIA, ¡Paz y Libertad
CLÁUSULA ÉTICA DE DIVULGACIÓN: José Antonio Cobeña Fernández no trabaja en la actualidad para empresas u organizaciones religiosas, políticas, gubernamentales o no gubernamentales, que puedan beneficiarse de este artículo; no las asesora, no posee acciones ni recibe financiación o prebenda alguna de ellas. Tampoco declara otras vinculaciones relevantes aparte de su situación actual de persona jubilada.
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