
José Luis Ágreda, Libros que dejan huella (detalle del cartel de la Feria del Libro 2022, en Sevilla)
Sevilla, 29/X/2022
Estamos viviendo en esta ciudad, en la que Stefan Zweig dijo hace ya muchos años “que se podía ser feliz”, un acontecimiento que me entusiasma en cada celebración anual y que sé que, socialmente hablando, entrega felicidad a raudales en formato libro. Me refiero a la Feria del Libro 2022, una apuesta por el otoño literario según los organizadores, que este año se ha presentado con un cartel oficial que simboliza perfectamente el fenómeno de la mente en blanco cuando nos acercamos a un libro, porque desconocemos su contenido, aunque es posible que nos deje huella para siempre, con un lema muy atractivo propuesto por el autor del mismo, José Luis Ágreda, artista nacido en esta ciudad “que plantea en su creación “un juego” para lectoras y lectores, bajo un lema Libros que dejan huella”. Me ha recordado inmediatamente algo que me ocurre cada día al acercarme también a la pantalla en blanco del ordenador cuando redacto estas líneas, siguiendo la recomendación literaria que un día ya lejano aprendí de Ítalo Calvino, en El arte de empezar y el arte de acabar: “…es un instante crucial, como cuando se empieza a escribir una novela… Es el instante de la elección: se nos ofrece la oportunidad de decirlo todo, de todos los modos posibles; y tenemos que llegar a decir algo, de una manera especial”. Cuando nos acercamos a la lectura de un libro nos puede suceder algo parecido, porque estamos ante una página escrita que nos puede decir todo o nada, pero lo importante es cuando sentimos que su lectura nos deja una huella indeleble, probablemente para toda la vida, algo esencial, que decía Calvino.
Tengo que confesar que mis visitas a la Feria, acompañado siempre de mi inventario de lecturas pendientes para posibles compras en este paseo imaginario por la librería más importante de Sevilla por unos días, suelen acabar con algunas adquisiciones y muchas imágenes impresas en mi memoria de secreto, huellas, alejándome bastante de la mercadotecnia que suele rodear este acontecimiento. En esta ocasión, llevo anotadas dos obras que ocupan un sitio preferente: El lugar (1), de Annie Ernaux, Premio Nobel de Literatura 2022 y Salvo mi corazón, todo está bien (2), de Héctor Abad Faciolince, escritor colombiano al que profeso admiración y respeto. A ambos he dedicado algunas páginas de este cuaderno digital y estoy ávido de leer estas obras porque me han inspirado búsquedas de palabras hermosas que dejen huella en un mundo diseñado a veces por el enemigo. En el caso de Annie Ernaux, porque ella misma ha calificado El Lugar como su mejor libro, del que está más orgullosa de haberlo escrito, a título individual, incluso colectivo, y así lo recogí en el artículo citado, con motivo de la entrega del Nobel de Literatura de este año: “Me ha conmovido conocer el momento en que abandonó la ficción. Fue con motivo del fallecimiento de su padre, según contaba en una entrevista de 2016 en la que manifiesta qué es lo que ocurrió realmente para abrazar su propia vida y publicarla por entregas: “Fue cuando escribí El lugar (1983), a partir de la muerte de mi padre. Utilizar la ficción me pareció una especie de traición. Sentí que no tenía derecho a transformar su experiencia real en una novela. Su fallecimiento fue brutal. Murió cuando yo tenía 26 años, me había casado con un hombre de otra clase social y me había distanciado del núcleo familiar. Con su muerte, despertó mi conciencia de clase, que hasta entonces siempre había logrado reprimir… […] Desde mi adolescencia, había reprimido todo lo que no me gustaba de mi familia. Por ejemplo, que no éramos intelectuales, sino proletarios. Nunca me reconcilié del todo con el mundo de mi padre, ni tampoco con él. No por haber escrito ese libro se solucionó el problema, aunque era lo mejor que podía hacer. Pero era mejor que limitarme a olvidar. Creo que El lugar es el libro del que estoy más orgullosa, a título individual y colectivo. Mucha gente que vivió ese mismo luto [al cambiar de clase social] se dijo que no estaba sola, puede que por primera vez…”. Creo que ella misma nos ofrece una seña de identidad a través de El lugar, lo que significa que es un buen motivo para comenzar a conocer bien su sociobiografía”.
En el caso del libro de Héctor Abad Faciolince, porque vuelvo con frecuencia al reencuentro con la dialéctica pascaliana entre razón y corazón, sabiendo lo que trata su tercera novela, Salvo mi corazón, todo está bien, una historia del corazón y porque ese órgano me importa mucho, sobre todo cuando lo dirige la inteligencia, en armonía con todas las estructuras del cerebro: “todo lo que se puede escribir sobre el corazón se convierte en imagen y metáfora” que ayuda a conocer con todas “sus razones que la razón no conoce”, como dijo Pascal, centrándose sobre todo en el Amor. En el artículo que le dediqué recientemente a este autor me preguntaba algo esencial en la lectura: ¿Saben por qué he descubierto este libro hasta ahora desconocido, como una isla entre las que busco a diario? Porque aprecio la escritura sentida, con alma, de este autor colombiano, sobre todo después de haber leído una obra suya emblemática, El olvido que seremos (3).
Ambas obras me han dejado huella al conocerlas. Ahora, al leerlas, creo que ratificaré esa impronta que siempre dejan lecturas que llegan al cerebro y al corazón. La Feria del Libro me lo ha recordado y lo agradezco. En este sentido, no olvido a Guido Orefice, el protagonista de La vida es bella, que tenía tres grandes proyectos en su vida: distinguir el norte del sur, leer a Schopenhauer por su canto a la voluntad como motor de la vida y abrir una librería. De todo hizo un arte para vivir, para enseñar a leer las señales de la vida, porque hablar es solo cosa de personas. Leer, igual de bello. Es una maravilla constatar que estamos preparados desde la preconcepción y a través del cerebro, para leer, cuando todo está conjuntado para comenzar a unir letras y grabarlas con unas determinadas formas en el cerebro. Agregando, además, sentimientos y emociones en relación con lo que nuestro cerebro lee, en una dialéctica permanente de razón y corazón. Ahí reside el encanto de la huella de la lectura, la que dejan precisamente algunos libros.
(1) Ernaux, Annie, El lugar, 2020. Barcelona: Tusquets.
(2) Abad Faciolince, Héctor, Salvo mi corazón, todo está bien, 2022. Madrid: Alfaguara.
(3) Abad Faciolince, Héctor, El olvido que seremos, 2017. Madrid: Alfaguara.
UCRANIA, ¡Paz y Libertad!
CLÁUSULA ÉTICA DE DIVULGACIÓN: José Antonio Cobeña Fernández no trabaja en la actualidad para empresas u organizaciones religiosas, políticas, gubernamentales o no gubernamentales, que puedan beneficiarse de este artículo; no las asesora, no posee acciones ni recibe financiación o prebenda alguna de ellas. Tampoco declara otras vinculaciones relevantes aparte de su situación actual de persona jubilada.
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