Relato inacabado

LA MALETA DE MI PADRE PAMUK

Sevilla, 17/V/2020

Publico hoy un relato inacabado, sin título, que comencé a escribir en 1977 y que nunca finalicé. Lo he encontrado en este tiempo de confinamiento que me ha brindado la oportunidad de buscar objetos perdidos en la caja de sueños numerada que conservo intacta, a modo de maleta de cuero negro y bordes metálicos redondeados que, un día ya lejano, le regaló a Orhan Pamuk su padre, con el compromiso de que no la abriera hasta que él ya no estuviera caminando por este mundo, tal y como lo recordó en el discurso del acto de entrega del premio Nobel de literatura de 2006. Cuando al fin pudo abrirla, encontró allí el auténtico significado de la literatura a través de los escritos, manuscritos y cuadernos de su padre, es decir, “[…] lo que una persona crea cuando se encierra en un cuarto, se sienta delante de una mesa y se retira a un rincón para expresar sus pensamientos”.

A modo también de los cuentos peregrinos de Gabriel García Márquez, que los entregó finalmente a las personas que los quisieran leer libremente, yendo del timbo al tambo de la vida, pongo a disposición de la Noosfera este relato inacabado, pensando que cada persona que lo lea “sabrá qué hacer con él”: sugerir finales, enriquecerlo con nuevas reflexiones o guardarlo, tal y como está escrito, en una maleta imaginaria de Cristóbal Toral o en la real de Pamuk. Es lo mismo que me pasó a mí al escribirlo y rescatarlo hoy. Porque la perspectiva del tiempo es lo que permite poner cada cosa y palabra en su sitio y hacer, de vez en cuando, una parada en la posada más querida. Como peregrino de la felicidad, de la vida, porque es lo que me saca de mi corazón, de mis asuntos y es lo que me lleva a estar ahora “peleando para sobrevivir a las perversidades de la incertidumbreque estamos viviendo por el confinamiento y la desescalada que nos embarga. Como me “recomendaba” hace años Gabo cuando leía, en tiempos de silencio, uno a uno sus cuentos peregrinos. Porque entendí muy bien su estructura literaria volcada al mundo mediante sus estructuras cerebrales: somos peregrinos en un camino hacia alguna parte, aunque a veces vayamos del timbo al tambo, como desorientados, para comprender lo que solo se puede alcanzar en una disciplina de silencio y de encuentro con nosotros mismos, para responder a situaciones, preguntas y fracasos humanos y sociales que no alcanzamos a entender nunca.

Sinfonía en si menor, Inacabada, D. 759, de Franz Schubert

Cerré la puerta de casa como de costumbre, con la llave puesta en posición horizontal en la cerradura, para evitar también esos golpes secos que molestan a más de un vecino. La mañana era fresca, saludándome con un aire que me despejaba la mente, conciliador sobre todo, recordándome algunos aspectos positivos de la vida. El coche, mi gran compañero y aliado, amigo, confidente, me llevaba de nuevo acá y allá. Ahora al bar del pueblo, un lugar de paso o estancia según se miren las caras de los clientes asiduos.

– Un café, por favor

Mientras hojeaba la prensa, se enfriaba el café y cantaba la máquina de discos, el cerebro se iba poniendo a punto para rendir un día más. En vez de conflicto leía concierto, en lugar de divorcio, negocio, pero poco a poco todo se iba tornando real y las cosas volvían a su sitio. La carcajada del disminuido psíquico del pueblo, conocido por todos, que a mí se me antojaba muy listo, rompía de vez en cuando el silencio matinal añorado para quien está harto del ruido del mundo. Era un muchacho que miraba y sonreía a todos como negando pesimismo y seriedad a la vida. Entraba y salía del bar en un ir y venir sin sentido, como buscando algo que nunca acababa de encontrar. ¿No me pasa a mí igual? Me quedé contemplando las ondas del café en la taza, en esos pequeños torbellinos que dibujaba la cucharilla, movimientos rítmicos que se repetían una y mil veces. Los ojos fijos allí, los oídos en las mil cosas que acontecían en segundos en el bar: el adicto al alcohol que comenzaba muy temprano su jornada de divertimento, con una copa que vaciaba en voraz sorbo, el lotero con el pecho decorado de millones de pesetas en potencia, cogidos con alfileres de ropa que ya casi no se ven por ninguna parte, el corredor inquieto negando metros cuadrados al espacio de la barra, el intelectual del pueblo, el policía y muchas personas en paro. Una barra llena de inquietudes, fracasos, vidas, silencios, con camareros sirviendo desayunos para hombres y mujeres que comenzaban supuestamente su jornada, aunque sus ojeras delataban horas sin dormir en un despertar muy complicado.

Salí del bar. Filas de hombres con el ceño fruncido, en silencio sobrecogedor, poblaban la acera de enfrente con un pie reposando en la pared. Eran hombres sin trabajo, como yo al fin y al cabo, sin norte claro, solo a la espera del día y hora para cobrar el paro. Puse el coche en marcha de nuevo. Mientras llegaba a la autopista, pensé que algunas distracciones habían estado a punto de costarme algún disgusto, porque la mente estaba desde hace tiempo en otra parte. Desde hace meses ha crecido en mí la inseguridad conduciendo, hasta el punto de que muchas veces he sentido miedo al ponerme al volante.

CLÁUSULA ÉTICA DE DIVULGACIÓN: José Antonio Cobeña Fernández no trabaja para ninguna empresa u organización religiosa, política, gubernamental o no gubernamental, que pueda beneficiarse de este artículo, no las asesora, no posee acciones en ellas ni recibe financiación o prebenda alguna de ellas. Tampoco declara otras vinculaciones relevantes aparte de su situación actual de jubilado.

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