Hopper seguirá buscando islas desconocidas

Martha Mckeen
Edward Hopper, El «Martha Mckeen» de Wellfleet – 1944

Sevilla, 11/VI/2020

Hoy he conocido que un cuadro de Edward Hopper, El «Martha Mckeen» de Wellfleet (1), junto a otros tres, abandona definitivamente su “amarre” en el Museo Nacional Thyssen-Bornemisza (Madrid), porque la baronesa ha decidido venderlo, junto a otros cuadros, debido a sus problemas económicos. Es lo que tiene un museo de estas características, porque está siempre pendiente de los patronatos mixtos público-privados y de los mercados. Desde el inicio de sus actividades, el fondo del museo ha perdido ya el 35% del mismo, sufriendo una gran devaluación pictórica. A pesar de ello y a través de la garantía económica otorgada por parte del Estado, tiene una cobertura en la actualidad de 390 millones de euros del erario público, tal y como se puede leer con detalle en la Orden publicada en el BOE el pasado 28 de abril, en plena pandemia, en la que el cuadro de Hopper ya no figura entre los bienes asegurados por el Estado.

Recupero con este motivo el post que publiqué en 2015, En busca de islas desconocidas, con motivo del viaje de este cuadro a la exposición temporal que se celebró en la sede de Málaga del Museo Thyssen, porque recordé el hilo conductor de este cuaderno digital: el viaje, necesario siempre, a la isla desconocida de nuestra vida que somos nosotros mismos. El barco de Hopper viajará de nuevo a no se sabe dónde, aunque con las garantías del poderoso caballero don dinero, al verse sometido al tráfico mercantil de compraventa por parte del mejor postor. Pasará a manos privadas, probablemente, hurtándose la posibilidad de que el público de este país, fundamentalmente, pueda seguir contemplándolo en su emplazamiento actual.

Esta vez, desde Andalucía, quiero manifestar con fuerza que, por desgracia, la venta de cuadros en este tipo de contratos de préstamo no pertenece a las cosas del querer sino del dinero. Me queda la duda de si se podía haber negociado con la baronesa, desde el Ministerio correspondiente, algún acuerdo para no moverlo de su puerto seguro, como consta según negociaciones llevadas a cabo a tal efecto el año pasado. Me atrevo a pensar que Hopper, quizá, lo hubiera agradecido, con una proposición imaginaria de Saramago: soñar que a babor y estribor de su velero, alguien ha pintado con letras blancas un nuevo nombre: LA ISLA DESCONOCIDA.

En busca de islas desconocidas

Hopper está en Málaga, en el Museo Carmen Thyssen, con motivo de una exposición temporal bajo el título de “Días de verano. De Sorolla a Hopper”, que se podrá visitar desde el 28 de marzo hasta el 6 de septiembre de 2015. Este cuadro de portada me ha recordado una vez más el compromiso contraído con Saramago de buscar incesantemente islas desconocidas, en la clave que nos regaló con sus palabras trazadas en un libro inolvidable, El cuento de la isla desconocida, que me acompaña siempre en los viajes hacia alguna parte de mi vida.

Cualquier situación puede ser una buena excusa para volver a iniciar esta apasionante búsqueda. El año pasado, con motivo de la publicación de un libro precioso, Atlas de islas remotas, conocidas hasta donde he podido investigar, propuse que también se debería hacer un atlas de islas desconocidas, que sería maravilloso compartir en la Noosfera de miles de millones de personas que ahora vivimos en el planeta tierra. Aunque en el libro se hacía una reflexión sorprendente y, quizá, disuasoria: “El paraíso es una isla. Y el infierno también”.

El barco de Hopper, situado físicamente en Wellfleet, un pueblo pequeño ubicado en el condado de Barnstable en el estado estadounidense de Massachusetts, me ha recordado también que hay que saber hacia dónde navegamos en el río, océano o mar de la vida todos los días y a qué puerta se llama de las ofertas reales de cada vida para descubrir el amor que lo mueve todo, pero saliendo cada uno de sí mismo para contemplar lo que hay que cambiar en cada persona de secreto para compartirlo con los demás. Existen además, varias puertas a modo de oportunidades, a las que podemos llamar y entrar dependiendo de nuestra actitud ante la vida: la Puerta de las Peticiones, la de los Obsequios y… la del Compromiso. Además, ese atlas de nuestras islas desconocidas, a configurar, es siempre personal e intransferible, de difícil localización por personas ajenas a nuestro barco de secreto. A menos que la mujer de la limpieza que nos presentó Saramago en su cuento acuda también en nuestra ayuda…

Así lo escribí un día, no tan lejano, cuando describía la forma de acceder a esas islas tan necesarias para vivir con dignidad humana: “Sigo entretejiendo una telaraña digital en torno a la divulgación científica de las estructuras del cerebro humano, de la inteligencia digital, porque estoy convencido que la Noosfera es la gran aventura por descubrir en toda su potencialidad”, porque […] “El viaje de la “Isla desconocida” que me regaló en el más puro anonimato su autor, José Saramago, no se me olvidará nunca. Gracias a él, fueron 43 pequeñas páginas las que el 10 de diciembre de 2005, cuando registré este blog, aparecieron como por arte de magia en mi memoria a largo plazo como abriéndose paso, hoja a hoja, para tener un sitio preferente -intercaladas- en este cuaderno de derrota, en términos marinos. Quizá fuera porque siempre he insistido en mi vida que lo importante es viajar hacia alguna parte, buscándonos a nosotros mismos y, a veces, en compañía de algunas y algunos, los más próximos y cercanos. Al fin y al cabo, tal y como finalizaba el cuento de Saramago. Su compromiso”.

El paraíso y el infierno existen, sin lugar a dudas, en el viaje hacia alguna parte, hacia islas desconocidas, que hacemos cada día. Quizá deberíamos aprender en el aquí y ahora de cada uno, de la misión y visión perfecta del charrán ártico, que persigue un objetivo claro que siempre cumple: alcanzar las metas propuestas volando por esos mundos de dios. Porque buscar islas desconocidas, es decir, descubrir cómo somos cuando decidimos vernos desde fuera, es lo mejor que nos puede pasar en la vida sola o asociada. Al fin y al cabo, la vida se nos pasa… volando.

Sevilla, 6/IV/2015

(1) Hopper, Edward (Nyack, 1882 – Nueva York, 1967). El «Martha Mckeen» de Wellfleet, 1944, Óleo sobre lienzo – 81,5 x 127,5 cm.

CLÁUSULA ÉTICA DE DIVULGACIÓN: José Antonio Cobeña Fernández no trabaja para ninguna empresa u organización religiosa, política, gubernamental o no gubernamental, que pueda beneficiarse de este artículo, no las asesora, no posee acciones en ellas ni recibe financiación o prebenda alguna de ellas. Tampoco declara otras vinculaciones relevantes aparte de su situación actual de jubilado.

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