
Sevilla, 11/VIII/2021
Dedicado a todo los profesionales del Sistema Nacional de Salud, por su ejemplo, dedicación y entereza ante situaciones dramáticas derivadas de la pandemia actual, que atienden todos los días, porque saben que ante la enfermedad nada humano les es ajeno. ¡Gracias de nuevo… y siempre!
Ayer se lamentaba una doctora del Hospital del Mar en Barcelona, ante el drama que están viviendo en los últimos tiempos en su centro sanitario por la última ola de la pandemia actual, en los siguientes términos: “Cuando sales de aquí y ves lo que está haciendo la gente me entra tristeza. No están entendiendo nada. La gente no puede actuar como si fuesen inmortales. Decían que de ésta saldremos mejores pero los aplausos duraron eso, dos minutos, y la COVID se queda, tendremos que aprender a vivir con él”. Siento lo mismo que ella ante el espectáculo diario en todo el país, ya da igual, como si esta pandemia no fuera con nosotros y como si aquellos aplausos hubieran caído en el olvido y desprecio más absoluto por parte de miles y miles de personas que, a diario, se saltan las normas impuestas para protegernos todos del virus letal que nos atosiga diariamente.
Lo que verdaderamente clama al cielo es el comportamiento citado y sus repercusión en el personal sanitario, que está obligatoriamente obligado a atender a miles de personas que ingresan en urgencias y cuidados intensivos porque les ha dado la gana de desoír lo que todos hemos escuchado sobre la letalidad del virus que no perdona a casi nadie. Lamentable espectáculo que vemos todos los días y ya no conmueve a casi nadie visto lo visto.
Hace más de un año, en plena pandemia, escribí un artículo en este cuaderno digital que llevaba por título, ¡Hemos aplaudido, quedad en buena hora!, donde contaba varias cosas que recupero ahora por su permanente actualidad, como si fuera necesario recordarlo a modo de punto y seguido, porque en relación con esta pandemia nos queda a todos mucho por hacer. Dije entonces que en una obra de Terencio, El Eunuco (161 a.C.), la frase final es recordada siempre como uno de los orígenes de los aplausos en la cultura occidental, puesta en boca de Fedria: Ya no queda nada por hacer; caminad vosotros por aquí. (A los espectadores: Vosotros quedad en buena hora, ¡y aplaudid! (¡Valete et plaudite!). Quizá sea el momento de intercambiar las palabras y decir: ¡hemos aplaudido, quedad en buena hora vosotros, profesionales que habéis atendido a los pacientes de coronavirus! Además, a diferencia de lo narrado finalmente en la obra de Terencio, nos queda a todos mucho por hacer.
Dos mil años después, el aplauso se fijó y dio esplendor en nuestro país, en el extraordinario Diccionario de Autoridades (RAE A 1726, pág. 341,1), como “contento y complacencia general, manifestada con palabras, júbilos y otras manifestaciones exteriores de saltos y palmadas, aprobando o alabando alguna cosa”, que en el devenir del país (DLE, edición del Tricentenario, última actualización de 2019) ha quedado hoy reconocido como “acción o efecto de aplaudir”, entendido este verbo como “palmotear en señal de aprobación o entusiasmo y celebrar a alguien o algo con palabras u otras demostraciones”, solo en dos escuetas acepciones. Me quedo con el detalle del diccionario de Autoridades, porque simboliza muy bien hoy lo que hemos querido expresar con aplausos de millones de personas, todos los días desde el inicio del estado de alarma, a las 20:00 horas. Hoy, esos aplausos suenan como si hubieran durado tan sólo dos minutos, tal y como lo afirma la doctora del Hospital del Mar en Barcelona, citada anteriormente, que lo resume de una forma muy cruda: “Cuando sales de aquí y ves lo que está haciendo la gente me entra tristeza. No están entendiendo nada. La gente no puede actuar como si fuesen inmortales. Decían que de ésta saldremos mejores pero los aplausos duraron eso, dos minutos, y la COVID se queda, tendremos que aprender a vivir con él”.
El aplauso nació en el teatro y en el gran teatro del mundo lo recuperamos el año pasado como complacencia general, con millones de palmadas, para agradecer a los profesionales sanitarios – sobre todo- su titánico esfuerzo por salvar vidas todos los días, en alta disponibilidad, junto a profesionales de todo tipo que coadyuvaron a esta atención integrada a pacientes afectados por el coronavirus.
Leí en cierta ocasión una frase del comediante, actor, autor y crítico social estadounidense George Carlin: “¿Quién decide cuándo deben cesar los aplausos? Parece una decisión grupal y todo el mundo empieza a decirse a sí mismo, al mismo tiempo, ¡bien, ya es suficiente!”, que me ha llevado ahora a muchas reflexiones. Creo que lo que ocurrió con la concentración de aplausos todos los días y a la misma hora, desde el comienzo del estado de alarma, fue una realidad de contagio social, ascendente y descendente, más potente que el propio coronavirus. Todas las personas que aplaudíamos proyectábamos en las palmadas la solidaridad ante el miedo a lo desconocido, reforzando con los aplausos el comportamiento de quienes han tenido la enorme responsabilidad de actuar con su conocimiento, habilidades y actitudes ante el drama que estábamos viviendo todos. Supimos entonces agradecerlo desde el más puro anonimato. Ahora tomamos conciencia que ante lo que está ocurriendo de falta de responsabilidad clamorosa de miles y miles de personas, jóvenes y de todas las edades, negacionistas y personas que gritan a los cuatro vientos que “tienen derecho a divertirse” importándoles nada lo y los demás, hemos silenciado los aplausos, sin darnos cuenta de que solo se debe dejar de aplaudir cuando, como en el arte de callar, no se tiene algo que decir más valioso que el silencio del ejemplo y la solidaridad plena con todos, sobre todo con los más vulnerables por la pandemia.
Finalizaba aquellas palabras con una frase premonitoria leyéndola hoy: “Es verdad. La ciencia y los profesionales van venciendo a la pandemia y la función dolorosa está acabando en esta larga, profunda y dolorosa representación diaria en el gran teatro del mundo. Pero estamos avisados de que esta obra puede volver a representarse en cualquier momento. ¡Ojalá que no tengan que decirnos los coregos de turno, a través de las redes sociales, que aplaudamos de nuevo porque lo mucho que teníamos que hacer con nuestra responsabilidad ciudadana, preservando siempre el interés general, ha fallado!”.
Llevamos ya cinco olas, cinco representaciones del coronavirus en este gran teatro del mundo. A diferencia del final de la obra de Terencio, queda mucho por hacer. No lo olvidemos, sobre todo en esta situación actual tan triste y dolorosa para muchos, porque es verdad que ahora estamos en la mejor hora para reafirmarnos como personas inteligentes que sabemos solucionar los problemas de la vida. Pensando ahora en los profesionales que están obligatoriamente obligados a atendernos a pesar de nuestro desafío ético ante la vida, porque al final, siguiendo a Terencio, nada humano no es ajeno. Ese es el gran dilema, que podemos resolver con ética sentida y compartida, que también es un deber de Estado garantizarla a todo los niveles cuando vivimos en democracia, salvaguardando, por encima de todo, el interés general de base constitucional.
CLÁUSULA ÉTICA DE DIVULGACIÓN: José Antonio Cobeña Fernández no trabaja en la actualidad para empresas u organizaciones religiosas, políticas, gubernamentales o no gubernamentales, que puedan beneficiarse de este artículo; no las asesora, no posee acciones ni recibe financiación o prebenda alguna de ellas. Tampoco declara otras vinculaciones relevantes aparte de su situación actual de persona jubilada.
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