
Sevilla, 28/VIII/2021
Salí muy temprano a buscar la historia de hoy, acompañado por Galeano, deteniéndome en una profecía vinculada a un protagonista de principios de siglo XX, el pequeño Nemo, que no hay que confundir con el protagonista de Pixar, con su encanto particular. La historia, que se llamaba “Profecías” era así:
¿Quién fue el que mejor retrató el poder universal, con un siglo de anticipación?
No fue un filósofo, ni un sociólogo, ni un politólogo.
Fue un niño llamado Nemo, que allá por 1905 publicaba sus aventuras, dibujadas por Windsor Mc Cay, en el diario New York Herald.
Nemo soñaba el futuro.
En uno de sus sueños más certeros llegó hasta Marte.
Ese desdichado planeta estaba en manos del empresario que había aplastado a sus competidores y ejercía el monopolio absoluto.
Los marcianos parecían tontos, porque hablaban poco y poco respiraban.
Nemo supo por qué: el amo de Marte se había hecho dueño de las palabras y del aire.
Las claves de la vida., las fuentes del poder.
Me interesó mucho esta historia, su texto y contexto, porque el mensaje era profundo. ¿Quién daba vida a Nemo? Un historietista -¡qué palabra tan bonita!- estadounidense, Winsor Mc Cay, con un papel relevante en la historia universal del cómic, autor del clásico Little Nemo in Slumberland (El pequeño Nemo en el País de los sueños), que abriría el camino al cine de animación e inspiraría entre otros autores al mismo Walt Disney: “Little Nemo in Slumberland está considerada una de las obras clásicas del cómic de todos los tiempos. Cada página de la serie corresponde a un sueño del niño Nemo –»nadie», en latín–, y tiene una estructura recurrente: en todas las páginas, en una pequeña viñeta del ángulo inferior derecho, Nemo despierta; la página siguiente, sin embargo, retoma el sueño donde había quedado la noche anterior, lo que confiere a la serie una estructura folletinesca que permite introducir numerosos personajes secundarios y mostrar un mundo de los sueños (Slumberland) de una gran riqueza narrativa. Por la importancia que concede a lo onírico, se ha relacionado la obra de Mc Cay con movimientos culturales posteriores, como el surrealismo o la literatura del absurdo. […] Su obra pone en escena arquitecturas fantásticas, elementos decorativos inspirados en el art nouveau, así como faunas y floras imaginarias, en un inacabable derroche de imaginación.
Quise conocer también el argumento de la serie dibujada por Mc Cay: El protagonista del cómic era un niño llamado Nemo -«nadie», en latín-, y cada página dominical de la serie correspondía a un sueño suyo. El protagonista despertaba siempre en la última viñeta de la página, a veces entre llantos, cayendo de la cama, o debiendo ser atendido por sus padres. Los sueños de Nemo, sin embargo, tenían continuidad narrativa, lo que daba a la serie una estructura folletinesca muy adecuada para introducir numerosos personajes secundarios y mostrar un mundo de los sueños (Slumberland) de una gran riqueza narrativa. Al comienzo de esta serie, visita a Nemo en sus sueños un emisario del rey Morfeo, con la orden de llevarle al País de los Sueños, donde deberá convertirse en compañero de juegos de la Princesa (cuyo nombre no se menciona en el cómic). Lo consigue, tras muchas vicisitudes, pero entonces su sueño es interrumpido por la aparición de un extraño personaje, Flip, que lleva un sombrero de copa con la frase «Wake Up» («Despierta») escrita en él. Desde entonces, Flip se convierte en el principal antagonista de Nemo, pues, sólo con verle, manda al protagonista de vuelta a la prosaica realidad. Flip termina convirtiéndose en un compañero algo gamberro de Nemo, y aparecen otros personajes secundarios, como el Doctor Píldora, el Imp, el Niño Caramelo y Santa Claus, además de los anteriormente citados.
Conocido el contexto de esta serie, lo que verdaderamente me llamó la atención fue la profecía que encierra esta historieta. Creo que hoy más que nunca nos suena Marte como un planeta bastante cercano, sus hipotéticos dueños y el gran vencedor de la batalla por adueñarse de su territorio, así como el resultado: el dueño de los dueños se había apropiado también del habla de los marcianos y del aire, las claves de la vida, las fuentes del poder. El que quiera entender que entienda, pero visto lo visto recientemente con el gran espectáculo del mundo orbital y marciano, habrá que estar pendientes para que no se vuelva a repetir la historia. Lo analicé en un artículo reciente sobre el insultante turismo espacial y la imprescindible perspectiva orbital.
Mientras leía lo que me indicaba Galeano, recordé otra historia suya, El mar (1), en el que el protagonista, el pequeño Diego, descubrió el mar y ante tanta inmensidad y fulgor, el niño se quedó mudo de hermosura y cuando al fin pudo hablar de nuevo, pidió a su padre una sola cosa: que lo ayudara a mirar:
Diego no conocía la mar. El padre, Santiago Kovadloff, lo llevó a descubrirla.
Viajaron al sur.
Ella, la mar, estaba más allá de los altos médanos, esperando.
Cuando el niño y su padre alcanzaron por fin aquellas cumbres de arena, después de mucho caminar, la mar estalló ante sus ojos. Y fue tanta la inmensidad de la mar, y tanto su fulgor, que el niño quedó mudo de hermosura.
Y cuando por fin consiguió hablar, temblando, tartamudeando, pidió a su padre:
—¡Ayúdame a mirar!
La diferencia entre la primera historia y la segunda estriba en que el poder omnímodo de quienes lo detentan de forma espuria, es capaz de quitar la palabra a las personas e incluso el aire que respiran, convirtiendo ese sueño en una realidad anunciada por un profeta niño. En el caso del pequeño Diego, la naturaleza libre es quien entrega su hermosura al niño que sólo quiere una cosa: mirar, al igual que nos sucede con muchas imágenes de nuestra vida en las que sólo viéndolas valen más que mil palabras. El problema siempre es el mismo a lo largo de la Historia: todo necio confunde siempre valor y precio.
Al igual que el pequeño Nemo, tenemos un derecho barato que es soñar despiertos, creando historias imaginables e incluso reales como la vida misma. Vivo rodeado de personas que sueñan con un mundo diferente, porque no les gusta el actual, porque hay que cambiarlo. A mí me gusta ir más allá, es decir, el mundo hay que transformarlo. Pero surge siempre la pregunta incómoda, ¿cómo?, si las eminencias del lugar, cualquier lugar, dicen que eso es imposible, una utopía, un desiderátum, como si ser singular fuera un principio extraterrestre, un ente de razón que no tiene futuro alguno. No me resigno a aceptarlo y por esta razón sigo yendo con frecuencia de mi corazón y sueños a mis asuntos, del timbo al tambo, como decía García Márquez en sus cuentos peregrinos, buscando como Diógenes personas con las que compartir formas diferentes de ser y estar en el mundo, que sean capaces de ilusionarse con alguien o por algo. De buscar historias junto a Galeano durante unos días, para dar un sentido a la vida. De soñar creando, porque los ojos, cuando están cerrados, preguntan.
NOTA: la imagen de cabecera es una fotocomposición formada por la imagen de la izquierda, una reproducción de la obra de McCay editada por Norma Editorial y la de la derecha, una reproducción recuperada hoy de 7-Winsor-McCay.jpg (2499×2076) (animationstudies.org).
(1) Galeano, Eduardo, El libro de los abrazos, 1993. Madrid: Siglo XXI de España.
CLÁUSULA ÉTICA DE DIVULGACIÓN: José Antonio Cobeña Fernández no trabaja en la actualidad para empresas u organizaciones religiosas, políticas, gubernamentales o no gubernamentales, que puedan beneficiarse de este artículo; no las asesora, no posee acciones ni recibe financiación o prebenda alguna de ellas. Tampoco declara otras vinculaciones relevantes aparte de su situación actual de persona jubilada.
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