Matilde Vilariño se ha llevado a Periquín y a Marcelino, a su cielo particular

Matilde Vilariño y Pedro Pablo Ayuso, en Matilde, Perico y Periquín

Sevilla, 21/VIII/2021

En memoria de la actriz Matilde Vilariño, que falleció ayer en Madrid, a los cien años, llevándose de la mano a Periquín y a Marcelino, Pan y Vino, a quienes tanto quiso, a su cielo particular…

Cuando era niño tenía varios amigos virtuales en Madrid, de cuyos nombres quiero acordarme hoy especialmente, entre los que destaco a Periquín y Marcelino. Al primero, un niño de cinco años, porque le escuchaba los miércoles en la radio de cretona, antes del Parte de las diez de la noche, con himno nacional incluido, en el programa que llevaba por nombre Matilde, Perico y Periquín, un serial radiofónico que protagonizaban tres actores inolvidables de Radio Madrid, que pertenecía a la Sociedad Española de Radiodifusión (SER): Matilde Conesa (Matilde), Pedro Pablo Ayuso (Perico) y Matilde Vilariño, que ponía la voz y daba vida a mi querido Periquín. Ayer supe que falleció a los 100 años de edad y en mi fonoteca particular se acumularon múltiples recuerdos de aquellos años dorados y, por supuesto, no inocentes. El autor de la serie era Eduardo Vázquez, un clásico guionista de Radio Madrid.

Aquella familia se pasaba todo el tiempo aparentando lo que no era y Periquín los descubría a través de sus palabras y aventuras, expresando entonces algo que comprendería después: no sólo los reyes van desnudos, como el del cuento de Andersen, sino que a muchas personas que nos acompañan en la vida, incluida a veces la familia, les ocurre lo mismo. Además, estas pequeñas cosas o verdades de su estatura las contaba a su maestra, Doña Pepa Cifuentes o ante la clásica vecina que siempre estaba cerca de la familia por puro cotilleo. Desde 1955, escuchar esta serie me ayudaba a encontrar un amigo en mí, Periquín, que me acompañaba un día a la semana para contarme cosas que me hacían reír entonces y que después, supe que llevaban mensajes nada inocentes en una España que nos helaba el corazón con la dictadura. Cola-Cao se encargaba de financiar a esta familia, en la que el patio de su casa, tan particular, cuando llovía se mojaba como todos los demás, a modo de metáfora que no olvido.

La voz trémula de Perico, a la que daba vida Pedro Pablo Ayuso, un mito radiofónico de la época, era como un aviso para navegantes después de cada travesura de mi amigo: «Periquín guapo, ven aquí…”, a lo que seguía la expresión infantil de Periquín, “Nene, pupa no”, aunque confieso que yo era un niño del que decían que era muy bueno y además podían preguntárselo a Doña Antonia mi querida maestra, que daría siempre fe de ello. Al menos así lo sentía personalmente y en eso no rivalizaba con Doña Pepa Cifuentes. Quedaba claro que con aquella serie, la familia que la escuchaba unida, permanecía siempre unida, en la clave de las misiones del famoso Padre Peyton, del que se hablaba en casa frecuentemente, no olvidando que yo vivía en un barrio en Madrid en el que brillaba el discreto encanto de la burguesía.

Pero Matilde Vilariño suena hoy en mi cabeza de una forma especial al recordar la voz de mi gran amigo Marcelino (pan y vino), que era la suya a pesar de que no lo supe hasta muchos años después, por el doblaje de la película homónima. Corría el año 1953 cuando en una tarde fría de invierno en el Madrid de ese discreto encanto de la burguesía, fui con mi abuela a los estudios Chamartín, a probar suerte en el casting que se iba a llevar a cabo para elegir al protagonista de una película que forma parte de la crónica sentimental de este país: Marcelino, pan y vino, dirigida por Ladislao Vajda. Se anunciaba que sólo fueran los niños que tuvieran “cara de santo”, algo que no supe en aquél momento qué significaba pero que mi familia creyó que yo la tenía así. Lo que sí sabía es que tenía sólo seis años y allí acudí en esa tarde de invierno con un abrigo de solapas generosas de la época y con mi sempiterna bufanda amarilla de cuadros, que perdí en el bullicio de las abuelas con nietos empujando cuando pasó la comitiva que realizaba el casting, queriendo que sus nietos ocuparan todos la primera fila. No hubo suerte y fue elegido Pablito Calvo, al que volví a ver el día del estreno de la película en el cine Coliseum, con la suerte de que sortearon un ejemplar del cuento homónimo en el que se basaba la película, escrito por José María Sánchez Silva, que me tocó y que me permitió subir al escenario donde Pablo y yo nos dimos un beso, entregándome también el autor del libro un ejemplar dedicado, junto con un muñeco de Marcelino con una tostada en la mano, recordando una escena de la película. Fue inenarrable la emoción que sentí a los seis años por aquél cúmulo de sentimientos y emociones.

Matilde Vilariño fue la voz de Marcelino y la de Periquín. Al darme cuenta de que ayer los llevaba de la mano a su cielo particular, me ha recordado que no debo olvidar nunca el niño que fui y que siempre llevo dentro. De ahí mi agradecimiento en este pequeño homenaje a aquella actriz, que me hizo tan feliz en mi infancia en tierras de Castilla, donde la radio y el cine me entregaron momentos inolvidables de compañía. Con la verdad verdadera de Periquín y el alma delicada de Marcelino, que también se fue un día a su cielo casi sin darme cuenta. Ambos, con su voz inolvidable, su proximidad y su misterio.

CLÁUSULA ÉTICA DE DIVULGACIÓN: José Antonio Cobeña Fernández no trabaja en la actualidad para empresas u organizaciones religiosas, políticas, gubernamentales o no gubernamentales, que puedan beneficiarse de este artículo; no las asesora, no posee acciones ni recibe financiación o prebenda alguna de ellas. Tampoco declara otras vinculaciones relevantes aparte de su situación actual de persona jubilada.

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