El buscador de historias / 2. Las huellas que no se borran

Leonard Cohen, Steer your way

Sevilla, 25/VIII/2021

Esta es una historia breve y dos veces buena de Galeano en el libro de mi cabecera en estos días (1), de una sola palabra en su título, Huellas, donde el amor y el dolor tienen un protagonismo especial:

El viento borra las huellas de las gaviotas.
Las lluvias borran las huellas de los pasos humanos.
El sol borra las huellas del tiempo.
Los cuentacuentos buscan las huellas de la memoria perdida, el amor y el dolor, que no se ven, pero no se borran.

Es lo que nos dejó escrito para demostrarnos que hemos nacido para caminar y volar, para contar nuestros viajes particulares buscando historias propias o asociadas, porque somos pies y bocas del tiempo y porque nuestros pensamientos, deseos y sueños también pueden volar si nos deja hacerlo la propia vida. Su mensaje es claro y circular: los años son los que vuelan, porque nosotros permanecemos un tiempo, el de cada uno, porque cada día tiene su afán y cada tiempo su momento, sabiendo como sabemos y nos lo transmitieron los sabios del lugar histórico de cada cual que, vanidad de vanidades, todo es vanidad, porque somos los pies y bocas del tiempo, porque de tiempo somos y sabemos que nos habla: Los pies del tiempo caminan en nuestros pies. A la corta o a la larga, ya se sabe, los vientos del tiempo borrarán las huellas. ¿Travesía de la nada, pasos de nadie? Las bocas del tiempo cuentan el viaje (2). Sólo sabemos que el amor y el dolor permanecen en «nuestro» tiempo.

Hablando de huellas siempre resuena Antonio Machado en mi memoria de hipocampo, como un referente en mi caminar diario, en un poema que nunca olvido, sobre todo cuando reconozco errores en mi vida de todos y en la de secreto, así como cada vez que me levanto después de una caída, una decepción o un fracaso: “Caminante, son tus huellas /el camino, y nada más / caminante, no hay camino: / se hace camino al andar. / Al andar se hace camino, / y al volver la vista atrás / se ve la senda que nunca / se ha de volver a pisar. / Caminante, no hay camino, / sino estelas en la mar” (Proverbios y Cantares (XXIX). También recuerdo unas palabras de Rebecca Solnit, “Lo ideal sería caminar en un estado en el cual la mente, el cuerpo y el mundo estén alineados, como si fueran tres personajes que por fin logran mantener una conversación, tres notas que de pronto alcanzan un acorde” (Wanderlust. Una historia del caminar), sobre todo para hacernos más fácil este deambular por la vida no de forma lineal sino yendo muchas veces del timbo al tambo.

¿Será que lo que traducen mis huellas en mi caminar diario es que mi fin es mi principio y mi principio mi fin? Este palíndromo ha recorrido siglos desde el aserto presocrático del “todo fluye, nada permanece”, entregado a la posteridad por Heráclito de Éfeso. Es la circularidad vital como hilo conductor de las personas que solemos caminar volviendo sólo la vista atrás para ver la senda que nunca se ha de volver a pisar, aunque descubramos con el tiempo que solo hay camino siguiendo las estelas de la mar. O cruzando ríos que van a dar a esa mar, por sitios que nunca van a ser los mismos cuando se vuelven a cruzar. Esta es la razón que justifica el mito del eterno retorno simbolizado en esta frase enigmática: mi fin es el principio y mi principio mi fin. Lo conocía por haber escuchado hace muchos años un rondó de Guillaume de Machaut (Ca. 1370), Ma fin est mon commencement, que todavía resuena en territorios lejanos.

Esas huellas de caminos que nunca más he de volver a pisar es lo que cantó excelentemente Leonard Cohen en Steer Your Way, cuando decía: Dirige tu camino a través de las ruinas del altar y el centro comercial, dirige tu camino a través de las fábulas de la Creación y la Caída, dirige tu camino más allá de los Palacios y elévate por encima de la podredumbre, año tras año, mes a mes, día a día, pensamiento a pensamiento. Es la tarea que cuido todos los días porque si no creo que es difícil avanzar en la creencia de que otro mundo es posible, buscando también historias de cuentacuentos, porque sé que buscan las huellas de la memoria perdida, el amor y el dolor, que no se ven, pero no se borran.

Galeano no se equivocó al escribir esta preciosa historia, porque me enseña que mi vida no debe ser travesía de la nada o pasos de nadie o del olvido, donde el amor y el dolor me han enseñado a comprender y querer el camino humano, que no me es indiferente y que recorro todos los días.

(1) Galeano, Eduardo. El cazador de historias, 2016. Madrid: Siglo XXI.

(2) Galeano, Eduardo. Tiempo que dice, en Bocas del tiempo, 2004. Madrid: Siglo XXI.

CLÁUSULA ÉTICA DE DIVULGACIÓN: José Antonio Cobeña Fernández no trabaja en la actualidad para empresas u organizaciones religiosas, políticas, gubernamentales o no gubernamentales, que puedan beneficiarse de este artículo; no las asesora, no posee acciones ni recibe financiación o prebenda alguna de ellas. Tampoco declara otras vinculaciones relevantes aparte de su situación actual de persona jubilada.

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