
¡Seres de un día! ¿Qué es cada uno? ¿Qué no es? Sueño de una sombra, eso es el hombre
Píndaro, Pítica VIII, 95
Sevilla, 8/VIII/2021
Hoy se clausura la Olimpiada de Tokyo 2020, pero no la Olimpiada de la Vida, que sigue impertérrita en sus avatares diarios, con un denominador común mundial que se llama COVID-19, en su acepción más común para entendernos todos. Esta es la razón de por qué recurro a Píndaro (Beocia, c.a. 518 a.C. – Argos, 438 a.C.), un “periodista” de la época especializado en crónicas olímpicas, a las que daba un toque especial por su formación como poeta y músico, que se transmitían por medio de epinicios, unos cánticos corales en los que se ensalzaban a los ganadores de las diferentes competiciones de las primeras Olimpiadas griegas: “Las composiciones de Píndaro suelen utilizar la victoria deportiva como simple punto de partida para loar el valor personal del atleta: su triunfo refleja la victoria de lo Bello y lo Bueno sobre la mediocridad”. Quizás lo hago por el hartazgo que detecto en la concepción meramente competitiva de la Olimpiada actual, mediatizada por la realidad social de los países que participan en ella, con olvido absoluto de lo que pretendió Pierre de Coubertin con la recuperación del primer espíritu olímpico en Grecia.
Comienzo por lógica por presentar brevemente a nuestro protagonista de hoy. Píndaro fue un poeta lírico griego nacido en Cinoscéfalos, lugar cercano a Tebas (Beocia), en agosto del 518 a. C. Era de familia noble; hijo de Pagondas o Pagónidas y de Cleódice; hermano de Erotión o Eritimo; esposo de Megaclea y padre de Daifanto, Protómaca y Éumetis. Cuenta la leyenda que, como presagio de las futuras aptitudes del niño, una abeja hizo el panal en su boca mientras él dormía. Aprendió a tocar la flauta con su tío Escopelino y fue alumno en Atenas de los músicos Agatocles y Apolodoro. Con tales conocimientos descolló pronto en la composición de odas triunfales para los vencedores en los juegos griegos”. De su ingente obra, sólo se conservan las Odas, con diferentes nombres según el lugar de celebración de los Juegos: Olímpicas, juegos de Olimpo; Píticas, para los vencedores de los juegos de Delfos; Nemeas, de Nemea; e ístmicas, del istmo de Corinto.
Lo que importa destacar hoy es que por encima del ámbito deportivo, Píndaro resaltó siempre los valores humanos de los deportistas. Quizá sea la Oda a Trasideo de Tebas el mejor resumen de su canto a la vida, más allá de los éxitos fugaces de los Juegos: Pitónico y Trasideo triunfaron en las careras de carros de Olimpia y Pito, que de acuerdo con su edad lograron sus triunfos con su esfuerzo porque cuando lo hacen los mediocres, los de “en medio”, es decir, “poseen flor de prosperidad más duradera”, hay que echarse a temblar porque es el destino propio de las tiranías. Píndaro resalta algo muy importante en esta Oda: Dedicado estoy a los logros compartidos: fuera los envidiosos. / Mas cuando uno alcanza la cima / y con pacífica conducta escapa / de la funesta desmesura, puede hacer más bella travesía hasta el límite / de la negra muerte si a su gratísima descendencia / ha proporcionado renombrada gloria, más poderosa que todas las riquezas. Es lo que corresponde resaltar de participantes tales como Yolao, el hijo de Ificles, Cástor, Polideuces, Aristóclides, el hijo de Aristófanes, vencedor en el pancracio, “bello de cuerpo y con una conducta que no desdice de su hermosura”, un héroe en el mar, algo más allá de la Olimpiada.
En esta Oda, que he elegido a modo de discurso simbólico de clausura para hoy en Tokyo, Píndaro quiso que sus palabras se compadecieran de la forma más sublime, a modo de acto de justicia, al elogiar al valeroso, no al más alto, al más rápido o al más fuerte. Le bastaba un ejemplo final apropiado para su época: Del rubio Aquiles, ya de niño, cuando en casa de Fílira / vivía, grandes hazañas eran los juegos: muchas veces / con sus manos lanzaba, veloz como el viento, la jabalina de breve hierro, / en su lucha a leones salvajes la muerte causaba / y a los jabalís aniquilaba; / hasta los pies del Crónida Centauro / llevaba los cuerpos agonizantes, / a los seis años por vez primera y en todo el tiempo postrero…
Como he manifestado anteriormente en este cuaderno digital al comentar la Olimpiada de Tokyo, sería maravilloso que el Comité Olímpico Internacional recuperara el pentatlón de las musas y, también, una nueva visión de la ética del deporte en general, debiéndose operar un giro copernicano en su ordenación y organización a través del Comité Olímpico Internacional (COI). Creo que es urgente su recuperación y contar con muchas más manifestaciones artísticas. Es probable que en esa relación del deporte con el arte o del arte con el deporte, tanto monta monta tanto, se podría recuperar la belleza de la vida ensalzada por Coubertin en su Oda al Deporte, que ahora se podría completar con una nueva Oda al Deporte y al Arte. No faltarían candidatos. Otro gallo cantaría si un día decidiéramos buscar las musas de nuestra vida, sin distinción de género buscador y sin necesidad de Olimpiadas específicas, como si lo pudiéramos considerar como una rutina diaria, participando todos los días de nuestro quehacer cotidiano, sin competitividad alguna. Nos daríamos cuenta de que sólo consiste en estar atentos a lo que nos transmite la vida a través de pequeñas cosas, sobre todo de palabras que suenan como la música, el auténtico secreto de las musas que desean transmitir en todo momento.
Llevamos siglos con una invocación muy bien relatada por John Milton, en El paraíso perdido, cuando pide a las musas algo muy sutil: “Canta, celeste Musa, la primera desobediencia del hombre. Y el fruto de aquel árbol prohibido cuyo funesto manjar trajo la muerte al mundo y todos nuestros males con la pérdida del Edén, hasta que un Hombre, más grande, reconquistó para nosotros la mansión bienaventurada”. Como si no existieran otras Musas que nos indicaran una y mil veces el camino de la belleza y del amor sin tener que recurrir al pecado, al fracaso humano, a perder muchas veces en las diversas carreras de la vida sin alcanzar los sueños soñados. Lo explicó de forma espléndida Píndaro de Tebas hace ya veinticinco siglos, hablando de las Olimpiadas en Delfos: ¡Seres de un día! ¿Qué es cada uno? ¿Qué no es? Sueño de una sombra, eso es el hombre (Pítica VIII, 95).
Hoy Píndaro escribiría su Oda a Tokyo para el acto de clausura, resaltando tres hechos importantes y con nombre propio: la participación del equipo olímpico de refugiados (29 atletas originarios de 11 países, que representan a 82,4 millones de personas que han sido desplazadas por la fuerza en todo el mundo en 2020, según cifras del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (UNHCR), la petición de asilo en Polonia de la corredora bielorrusa Krystsina Tsimanouskaya, presunta represaliada por el régimen de su país de origen y, en tercer lugar, el testimonio de la gimnasta norteamericana Simone Biles, en nombre y representación de la forma en la que se prepara en muchos países del mundo el “alto rendimiento” de los deportistas de élite. Al igual que en la Oda a Trasideo y otros, Píndaro pondría hoy letra y música a sus palabras para cantar la belleza de sus cuerpos y almas, pero sobre todo “su conducta, porque no desdicen para nada su hermosura”.
Cuando Píndaro finalice su discurso, podremos darnos cuenta de que podemos vivir unidos por las emociones en la Olimpiada de la Vida, sin ser los más altos, rápidos o más fuertes, sólo porque nuestro cerebro trae de fábrica un recurso humano, fantástico, llamado hipocampo, sin necesidad de tener que comprarlo en el gran Mercado del Mundo, porque afortunadamente todavía no está catalogado como mercancía. Además, porque somos inteligentes, aunque a partir de hoy muchos sepamos que cada día tenemos que salir a cabalgar en un curioso equino cerebral, el hipocampo (caballo encorvado, caballito del mar), que juega un papel tan importante en la carrera de la vida humana, para susurrar a este pequeño corcel, en sus oídos, que hay que identificar bien el largo camino hacia Ítaca de la memoria emocional. Cabalgando despacio, porque sabemos que es posible conocerlo bien y saber qué papel tan trascendental juega en la vida de cada una, de cada uno, en la Olimpiada Diaria de la Vida.
CLÁUSULA ÉTICA DE DIVULGACIÓN: José Antonio Cobeña Fernández no trabaja en la actualidad para empresas u organizaciones religiosas, políticas, gubernamentales o no gubernamentales, que puedan beneficiarse de este artículo; no las asesora, no posee acciones ni recibe financiación o prebenda alguna de ellas. Tampoco declara otras vinculaciones relevantes aparte de su situación actual de persona jubilada.
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