
Sevilla, 19/VIII/2021
Se ve el cinismo mundial sobre Afganistán a través de los agujeros de nuestras túnicas occidentales, recordando lo que le sucedió un día a Diógenes de Sinope, prototipo de la escuela cínica, cuando “buscaba a un hombre”. Un día estaba en los baños al mismo tiempo que Aristipos de Cirene, el cirenaico. Éste, al salir, cambió su vestidura purpúrea por la túnica desgarrada de Diógenes. Y cuando Diógenes se dio cuenta, se puso rabioso y de ninguna manera quiso ponerse el vestido purpúreo. ¿Por qué? En definitiva, se podría observar la vanidad de Diógenes a través de los agujeros de su túnica, dejaba de ser él al vestirse de púrpura y esto constituía un grave problema de representación, cara a los espectadores. He recordado esta anécdota histórica hoy porque si alguien desea conocer qué ha pasado con Afganistán durante los últimos veinte años, no solamente conocer la noticia de la realidad de lo que estamos viviendo estos días con la llegada al poder de los talibanes, con la conquista última de Kabul, recomiendo la lectura completa de un artículo de opinión, excelente, publicado en elDiario.es por Olga Rodríguez, con un título que simboliza lo que de verdad ha ocurrido en este largo tiempo transcurrido: El cinismo ante Afganistán. El artículo, que no tiene desperdicio, se podría resumir perfectamente en una frase del mismo: “La paz solo llega con inversión en educación y sanidad públicas, con libertad, con democracia, con políticas de igualdad. No con injerencias militares al servicio de intereses ajenos a los de la población, ni con «inversiones» corruptas, ni con bombas, ni con el suministro de armamento. Eso solo perpetúa la violencia”. Cinismo en estado puro.
Otra idea expresada en el citado artículo me ha hecho reflexionar sobre la importancia de conocer la verdad que hay detrás de estos veinte años de ocupación militar en Afganistán, por parte de Estados Unidos y otros Estados del mundo, bajo el eufemismo de «aliados», entre los que se encuentra España. Cuenta la periodista que “En 2004 Abdul, un refugiado afgano alojado en la periferia de Kabul –cuya historia relato en el libro El hombre mojado no teme la lluvia– me decía que «si Estados Unidos gastara menos en esfuerzos militares y más en planes humanitarios, quizá esta población aceptaría mejor a sus tropas». Han transcurrido diecisiete años desde aquella frase premonitoria que he vuelto a leer en el libro citado.
Conociendo la trayectoria profesional de Olga Rodríguez se conoce también la verdad de lo que cuenta en sus experiencias profesionales en Oriente Medio. La sinopsis del libro El hombre mojado no teme la lluvia, a pesar del tiempo transcurrido desde su publicación, refleja una realidad que suena como si hubiera sido publicado hoy mismo: “Decía Lorca que «debajo de las multiplicaciones hay una gota de sangre». En este libro Olga Rodríguez nos muestra la sangre y la vida que fluyen por las calles de Oriente Medio y que rara vez consiguen asomar detrás de los grandes titulares o las estadísticas. Con una sencillez limpia de prejuicios y una humanidad poco habitual, la autora nos acerca a esta conflictiva región a través de sus habitantes, hombres y mujeres aparentemente comunes cuyas vidas conforman sin quererlo la Historia con mayúsculas. Leer este libro es conocer a Yamila y Minal, que fueron torturadas en el Irak ocupado; acercarse a los Elhanan, una familia judía de Jerusalén que perdió a su hija en un atentado suicida; escuchar a Ibrahim, que vio morir a sus amigos en ejecuciones extrajudiciales israelíes y vivió el encierro en la iglesia de la Natividad de Belén; entrar en la tienda de campaña de un refugiado afgano, exiliado en su propio país; o sudar con el esfuerzo de Ka-reem, un sindicalista pluriempleado egipcio que no renuncia a soñar mientras trabaja todas las horas del reloj. En la mejor tradición de lo que una vez fue el periodismo, la posibilidad real de conocer el mundo a través de sus gentes siendo testigo directo de lo que se narra, este libro es imprescindible para entender una región que se ha convertido ya en el centro de la disputa de los grandes conflictos de este joven siglo”.
También, recuerdo ahora el Prólogo, breve pero muy bueno, en el que explica el origen del título del libro, que se debe a una historia que vivió en Iraq sobre un miembro de la resistencia armada, Yaser Alí, que conoció durante su estancia en Iraq y al que le preguntó si quería que figurara su identidad en la misma: “Se quedó pensativo unos segundos y después contestó: “Como dice el refrán iraquí, “el hombre mojado no teme la lluvia”. Ya no tengo nada que perder. No me preocupa que aparezca mi nombre, y si quieres, con fotos”. Enseguida supe que ése sería el título de este libro. En Oriente Medio hay muchos hombres y mujeres “mojados” como Yaser, que sienten que ya no tienen nada que perder. Sus vidas, su forma de pensar y de sentir, sus biografías, son mapas en los que se puede leer la Historia de sus países y comprender el presente de sus sociedades y gobiernos”.
Al leer estas palabras, no se puede describir mejor lo que siento hoy al recordar las imágenes del pasado lunes, cuando veía como caían al vacío personas que se había subido a cualquier parte del exterior del avión militar en el que pretendían huir de los talibanes, iniciando el despegue del aeropuerto de Kabul. Se me estremeció el alma y me comprometí a escribir sobre ellos, como un sencillo acto de solidaridad humana, así como sobre tantos millones de refugiados y futuros habitantes de esa nación que sufrirán las decisiones gubernamentales de los nuevos mandatarios. Las palabras de Olga Rodríguez en el prólogo descrito suenan hoy como una premonición, porque son millones de hombres y mujeres “mojados”, que sienten que ya no tienen nada que perder a partir del triunfo talibán. Sus vidas, su forma de pensar y de sentir, sus biografías, son y serán mapas en los que se puede y podrá leer la Historia de Afganistán y comprender el presente y futuro de sus sociedades y gobiernos.
En 2009 escribí una carta en una revista dominical, en la que decía que la lucha por la libertad en ese país era muy difícil, casi un sueño, al encontrarse muchas personas con el “corazón negro”, en palabras de comerciantes que se asombraban por presenciar las compras imposibles en cualquier calle comercial, donde el miedo hacía estragos a diario por bombas. Esa situación tan oscura obedecía a la negación permanente de la inteligencia humana, al estar instalados en el gobierno unos señores de la guerra analfabetos que eran protegidos, paradójicamente, por algunos gobiernos occidentales, en una visión del mundo al revés que se simbolizaba por urnas electorales transportadas a lomos de asnos, que todavía eran leales. Por otra parte, supe que dos días antes de las elecciones generales en agosto de 2009, a preguntas de un periodista, un niño afgano en Kabul, aguador profesional, vivía con la ilusión de volar muy alto porque quería ser piloto. El problema radicaba en que cuando se le pedía que concretara el sitio al que quería volar, no sabía responder sobre lugares alternativos a su dura proximidad, porque no conocía otra posibilidad que volver a su casa cada día, volando bajo, con unos cuantos afganis que recaudaba, quizá, por la sed de expertos en matar sueños. Era un niño “mojado” que ya no temía la lluvia.
Lo que de verdad no acabo de comprender es la actitud vergonzante de Estados Unidos y sus aliados militares, incluida España, ante una situación que clama justicia y protección internacional, con una salida apresurada que supone un espectáculo de silencios cómplices internacionales en estos momentos, donde quedan abandonadas millones de personas, candidatas a formar parte del mayor campo de refugiados del mundo, así como muerte y destrucción de valores y cultura democrática en Afganistán. Otra frase del artículo lo dice todo: “Washington invadió Afganistán porque quería demostrar que respondía ante los atentados del 11S. Su objetivo no fue mejorar la vida de los afganos o democratizar el país. En veinte años de ocupación lo ha dejado claro. En un mundo idílico podemos creer en los unicornios. Pero en la vida real las invasiones con ejércitos buscan intereses propios que a menudo chocan con los de la población autóctona. Y en medio de todo ello, las mujeres suelen ser un argumento de quita y pon para justificar operaciones militares y estrategias geopolíticas”. Leer este artículo es una misión de solidaridad y respeto a la verdad de la auténtica noticia sobre qué está pasando en Afganistán. Además, lo estamos viendo. Ya no vale disculpa alguna.
CLÁUSULA ÉTICA DE DIVULGACIÓN: José Antonio Cobeña Fernández no trabaja en la actualidad para empresas u organizaciones religiosas, políticas, gubernamentales o no gubernamentales, que puedan beneficiarse de este artículo; no las asesora, no posee acciones ni recibe financiación o prebenda alguna de ellas. Tampoco declara otras vinculaciones relevantes aparte de su situación actual de persona jubilada.
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