Stefan Zweig visita de nuevo Sevilla

“Aquí se puede ser feliz”. Así se expresaba Stefan Zweig en su visita a Sevilla en 1905, cuando comenzaba a despertar el siglo XX. Leo con atención las páginas dedicadas a esta ciudad en un libro suyo muy interesante, De viaje II: Francia, España, Argelia e Italia (1), escritas por un joven de veinticuatro años, buscando rincones que ya conocía por la obra de Mozart, pensando que la barbería de Fígaro iba a devolverle la comprensión de la relación de Don Juan y Carmen. Me acompaña un “momento estelar de la humanidad” que sobrecogió a Zweig, la resurrección de Händel a través de su obra magna “El Mesías”, que escucho con atención reverencial. Quizá me ayude a comprender bien y en toda su extensión esa frase rotunda de Zweig, «aquí [en Sevilla] se puede ser feliz», tras una experiencia de juventud en esta ciudad.

El escritor austriaco ha vuelto ahora a esta ciudad como protagonista de una película, Stefan Zweig: Adiós a Europa, en la que se resaltan episodios que justifican el dolor por el exilio a Sudamérica debido al sentimiento de fracaso de Europa, aun creyendo firmemente en ella, dominada por la ideología nazi que le lleva finalmente a la decisión del suicidio como única salida a su desgarrador exilio ideológico interior. Es una película conmovedora que deja al espectador la gran tarea de componer el puzle inhumano de Zweig, que retrata con desgarro y calculada frialdad. Salvando lo que haya que salvar, Europa está atravesando otra vez una encrucijada histórica en la que movimientos de extrema derecha están cobrando un protagonismo sospechoso, ante el fracaso de la denominada izquierda organizada en torno a la socialdemocracia y con la llegada de partidos antisistema que también desean ocupar espacio político en el rescate de este viejo continente. ¿Adiós a Europa otra vez?

Es por esta razón que deseo recordar a Zweig y agradecerle su visita a esta ciudad en la primavera de 1905 y ahora, en la de 2017, con esta película de culto que afortunadamente ha entrado en el circuito de distribución comercial para público de amplio espectro. He vuelto a leer sus reflexiones del viaje a Sevilla y deseo compartir algunas semblanzas que deberían ayudarnos a comprender mejor a este controvertido autor, ahora rescatado por un programa en Be Mad, dirigido por Mercedes Milá y que lleva el sello de Zweig, Convénzeme.

Hace ciento doce años, comenzaba el autor austriaco sus apuntes sobre esta sacrosanta ciudad con una expresión que probablemente mantenga todavía hoy su vigencia: “Hay ciudades en las que nunca se está por primera vez. Deambulas por sus calles desconocidas y sientes como si de todos los rincones te acudieran los recuerdos, te llamaran voces amigas. Su rostro -porque las ciudades puedes ser como las personas: tristes y viejas, risueñas y jóvenes, amenazadoras y gráciles, dulces y afligidas- te suena de una ciudad hermana, o de una imagen, de un libro, de una canción. Y Sevilla es así”. Y nos une a Salzburgo, a Mozart, declarando a ambas «ciudades gemelas». Cuando avanza en este hermanamiento (que alguna vez habría que honrar), aborda una cuestión dolorosa en la historia de Sevilla: “La vida parece tener aquí un ritmo más veloz, y las personas la sangre más viva; en ningún lugar hay más estómagos hambrientos que en Andalucía y, aun así, Sevilla brilla con su portentoso colorido, resplandece de alegría y nos saluda con miles de banderas. Aquí se puede ser feliz”. Una reflexión que bordea los típicos tópicos de esta ciudad pero que resuena todavía en mayo de 2017, cuando sabemos que Andalucía es una de las cinco regiones españolas que está entre las diez con mayor paro en la Unión Europea.

Después de una incursión sobre las dos Españas, de Norte y Sur, que no tiene desperdicio, se adentra en lo que sabe que le une en Sevilla a su alma mozartiana: “Vamos primero en busca de la jovial barbería de Fígaro, suspirando por identificar, entre las numerosísimas casitas centelleantes, aquella en la que tuvo Don Juan esa encantadora y enrevesada aventura que nos relata Lord Byron en su poema. Aquí entona Fígaro sus cancioncillas, se oye a Carmen tararear sus habaneras, el arte ha repartido por estas calles sus símbolos más alegres, calles por las que ya trotó en su día el ingenioso hidalgo Don Quijote a lomos de su dócil Rocinante […] Sevilla no es el símbolo de España, pero sí su sonrisa”.

Recuerda también el paso por la civilización árabe en Andalucía, en esta ciudad, de la que aprendimos “el arte de vivir”. Más allá de los grandes edificios, Zweig se detiene a detallar una realidad del legado árabe: las casas y su distribución exterior e interior, con la incorporación sevillana de ventanas y balcones “rompiendo las paredes cerradas de los árabes”, llenando de luz las estancias. Fachadas de colores claros, puertas (abiertas, a falta de recelo y desconfianza), pasillos con azulejos, patios, flores, fuentes, “incluso en la judería», cerca de la casa natal de Murillo. Se adentra en un análisis de las mujeres en fiestas de primavera en Sevilla, que como las flores tienen algo así como su belleza efímera, deslumbrado por la gracia en la forma de bailar flamenco: “El baile es aquí lo que siempre ha de ser: un arte que surge de forma natural de la gracilidad del cuerpo, de sus movimientos, de sus gestos de deseo, de la excitación que produce el ritmo; no es un arte limitado al juego de piernas, sino que busca el placer y la alegría de ir trazando líneas, la flexibilidad y el cimbreo, un arte que trata de desarrollar todas las formas de belleza a que puede aspirar el cuerpo humano”.

Finaliza su semblanza recordando que, junto a este ambiente festivo, Sevilla, como sonrisa de España, esconde un pasado lleno de sobriedad y grandeza. Habla de forma breve de su Semana Santa y dedica unas palabras hermosas a la panorámica que ofrece la ciudad desde lo alto de la Giralda: “Al contemplar tamaña riqueza cromática se entiende bien que Velázquez y Murillo sean hijos de esta ciudad, pregoneros eternos de su belleza, de la misma manera que los dramas de Lope de Vega han dado testimonio de su historia, y los músicos han sabido expresar su jovialidad”.

Era justo dedicar este pequeño homenaje a Zweig y agradecerle simbólicamente sus visitas a Sevilla, pasando por el túnel del tiempo de ciento doce años encerrados en tres siglos tan diferentes, porque para él era una ciudad que ofrecía muchas cosas: “el disfrute de una vida llena de colorido, el ritmo vivo que marca los acontecimientos y ese allegro que revela una felicidad profunda”. Él comprende también la vanidad de Sevilla, porque quien no la ha visto, no ha visto lo maravillosa que es y no es capaz de reprochársela porque: “¿no es una maravilla el hecho de que los hombres y el destino trabajen juntos durante siglos para construir una ciudad, y al final resulte una sonrisa en el rostro de la vida?».

Entendiendo así la persona de secreto de Zweig en Salzburgo y Sevilla, ¡ojalá pudiéramos decir -hoy y siempre- lo mismo de Europa, a la que tanto quiso y que un día ya lejano en el tiempo le tuvo que decir adiós!

Sevilla, 6/V/2017

(1) Zweig, Stefan (2015). De viaje II: Francia, España, Argelia e Italia. Madrid: Sequitur.

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