Sevilla, 21/V/2020
Se habla mucho en estos días de la reconstrucción urgente del país, con sede política en el Congreso de los Diputados, a través de una Comisión nombrada a tal efecto. Mientras que se aborda esa tarea necesaria, viendo lo que estamos viendo de espectáculo poco edificante, pienso que como ciudadanos tenemos la obligación ética de aportar nuestro grano de arena en esta reconstrucción, saliendo de la zona de confinamiento en la que estamos viviendo y que, si todo va bien en el proceso de desescalada, pronto tendremos que abandonar para asumir la vuelta a la normalidad pasada, presente y futura, que de todo habrá de aquí en adelante.
En la maravillosa película Cinema Paradiso, hay unas escenas inolvidables en las que Alfredo aconseja a Totó que salga de sí mismo para buscar islas desconocidas, las que describía extraordinariamente Jose Saramago en su cuento «La isla desconocida»: “La vida es más difícil… Márchate…, el mundo es tuyo, … no quiero oírte más, solo quiero oír hablar de ti… Hagas lo que hagas, ámalo”. Le ayudó a salir de su zona de confort y nunca he olvidado aquellas escenas ni aquellas palabras. Todo un símbolo. Lo he recordado especialmente porque estamos viviendo unos días complejos en nuestro país y la principal tentación es aislarse cada uno en su zona de confort, la que nos da seguridad en tiempos revueltos, que no está en los mapas de supervivencia existencial, porque suele ser personal e intransferible. Es perfectamente comprensible esta actitud, aunque personalmente defiendo que la reconstrucción del país en estos momentos es tarea de todos. En lugar de volver a escuchar ¡que inventen otros!, puede ser peligroso pensar en algo así como ¡que reconstruyan otros!, como si esa acción patriótica, no delegable, no fuera asunto de cada uno, de todos.
Creo mucho en la literatura y escritura circular, igual que la economía más avanzada hoy en relación con el cambio climático, aunque me separe siempre de aquella frase del asesor de Clinton, ¡es la economía, idiota!, que la elevó a un cielo muy particular y del que me siento muy alejado. Quiero decir con exactitud que, personalmente, vuelvo a leer libros de autores muy queridos y a repasar escritos míos que me pueden aportar de nuevo ganas de vivir y de compromiso activo. Creo que como ya manifesté hace años en este cuaderno digital, es imprescindible en esta fase de la desescalada salir de la zona de confinamiento en la que estamos instalados en este momento y pasar a la acción de participación social, cada uno donde mejor sepa o pueda hacerlo para reconstruir el país, su ciudad, su barrio, en la medida de nuestras posibilidades. Lo que es seguro es que debemos hacerlo, porque tenemos un recurso que si estamos atentos todavía no controla ni la mercadotecnia mundial ni los hombres de negro, nuestra inteligencia, que es la única responsable de interpretar el cuaderno de instrucciones para actuar en la vida en momentos difíciles como los que estamos viviendo. Además, no existen todavía dos cuadernos humanos iguales. De ahí nuestra responsabilidad individual y colectiva, tal y como la explico más adelante.
Desde mi punto de vista hay un modo de participar socialmente en procesos de construcción individual y colectiva del mundo que nos rodea ante situaciones límite como la que nos ocupa ahora por la pandemia, que es lo que se llama habitualmente “compromiso intelectual”, sobre el que ya he escrito en otras ocasiones en este blog y que no se refiere al mundo de sabios alejados de la realidad sino a la responsabilidad intelectual que tenemos todos, reafirmándome hoy en lo dicho anteriormente, respetando tres argumentos fundamentales para complicarnos la vida (si me permiten la expresión) de alguna forma digna:
1º. El primero nace de la suerte de que una persona pueda plantearse el dilema en sí mismo, sin calificar esta “suerte” como lujo afrodisíaco: el mero hecho de cuestionar la existencia de uno mismo al servicio estrictamente personal, es decir, el trabajo permanente en clave de autoservicio, así definido e interpretado, rompiendo moldes y preguntándonos si lo importante es salir del pequeño mundo tranquilo que nos rodea en la zona de confort y mirar alrededor, ya es un signo de capacidad intelectual extraordinaria que muchas veces no está al alcance de cualquiera. Desgraciadamente. La pre-programación de la preconcepción, en la clave que aprendí hace ya muchos años del profesor Ronald Laing, es una tabula rasa sobre la que se elabora y encuaderna el libro de instrucciones de la vida. Nuestro compromiso intelectual será siempre un interrogante y una dialéctica entre acción o silencio cómplice. La conclusión es que estamos mediatizados por nuestro programa genético y por nuestro medio social en el que crecemos. Todos somos “militantes” en potencia, con y sin carné, dependiendo de nuestros aprendizajes para comprometernos con la vida. Militar en vida, esa es la cuestión. Mucho más en estos momentos tan difíciles y complejos.
2º. La segunda vertiente a analizar es la del compromiso activo. Siempre lo he asociado con la responsabilidad social, porque me ha gustado jugar con la palabra en sí, reinterpretándola como “respuestabilidad”. Ante los interrogantes de la vida, que tantas veces encontramos y sorteamos, la capacidad de respuestabilidad (valga el neologismo temporalmente) exige dos principios muy claros: el conocimiento y la libertad. Conocimiento como capacidad para comprender lo que está pasando, lo que estoy viendo y, sobre, todo lo que me está afectando, palabra esta última que me encanta señalar y resaltar, porque resume muy bien la dialéctica entre sentimientos y emociones, fundamentalmente por su propia intensidad en la afectación que es la forma de calificar la vida afectiva. Libertad, para decidir siempre, hábito que será lo más consuetudinario que jamás podamos soñar, porque desde que tenemos lo que llamaba uso de razón científica, nos pasamos toda la vida decidiendo. Por eso nos equivocamos, a mayor gracia de Dios, como personas que habitualmente tenemos miedo a la libertad, acudiendo al escritor Erich Fromm que asimilé en mi adolescencia, pero que es la mejor posibilidad que tenemos de ser nosotros mismos. Esta simbiosis de conocimiento y libertad es lo que propiciará la decisión de la respuesta ante lo que ocurre. Compromiso (engagement) o diversión (divertissement), en clave pascaliana. Y mi punto de vista es claro y contundente. Cuando tienes la “suerte” de conocer el dilema ya no eres prisionero de la existencia. Ya decides y cualquier ser inteligente se debe comprometer consigo mismo y con los demás porque conoce esta posibilidad, este filón de riqueza. Aunque nuestros aprendizajes programados en la Academia no vayan por estas líneas de conducta. Cualquier régimen sabe de estas posibilidades. Y cualquier régimen, de izquierdas, centro y derechas lo sabe. Por eso lo manejan, aunque siempre me ha emocionado la sensibilidad de la izquierda organizada. Por eso me aproximé siempre a ella, porque me dejaban estar sin preguntarme nada. Intuían la importancia del descubrimiento de la respuestabilidad. Había inteligencia y compromiso activo. Seguro. Pero con un concepto equivocado como paso previo: la militancia de carné. Craso error. Antes las personas, después la militancia. No al revés, que después vienen las sorpresas y las llamadas traiciones como crónicas de deserciones anunciadas o de supuestos “militantes” que ante cualquier problema se tiran al mar desde el barco de las dificultades (a veces creo que falta mar para atender tanto náufrago…), aunque luego se compruebe con bastante desazón que falta barco para recoger a tantas personas que se tiraron de él en momentos de crisis, despreciando la obligación ética de permanecer en cubierta hasta el último momento del compromiso activo.
3º. Una tercera cuestión en discusión se centra en un adjetivo del compromiso, el “intelectual” y, hablando del grupo organizado o no, de los “intelectuales”. De este último grupo, líbrenos el Señor, porque suele ser el grupo humano más lejano de la sociedad sintiente, no la de papel cuché o la del destrozo personal televisivo. Un intelectual es concebido como un ser alejado de la realidad que se suele pasar muchas horas en cualquier laboratorio de la vida y de vez en cuando se asoma a la ventana del mundo para gritar ¡eureka! a los cuatro vientos, palabra que no suele afectar a muchos porque nace del egoísmo de la idolatría científica. Por eso hay que rescatar la auténtica figura de las personas inteligentes que ponen al servicio de la humanidad lejana y, sobre todo, próxima, su conocimiento compartido, su capacidad para resolver problemas de todos los días, los que verdaderamente preocupan en el quehacer y quesentir diario.
Cada intelectual, hemos quedado en “cada persona” que toma conciencia de su capacidad para responder a las preguntas de la vida, es decir, que podemos serlo todos, desde cualquier órbita, sobre todo de interés social, tiene un compromiso escrito en su libro de instrucciones: no olvidar los orígenes descubiertos para revalorizar continuamente la capacidad de preocuparse por los demás, sobre todo los más desfavorecidos o peor tratados por la sociedad en un determinado momento político o social, como el que nos asola en estos momentos por la pandemia del coronavirus, desde cualquier ámbito que se quiera analizar, porque hay mucho tajo que dignificar. Véase ya el espectáculo bochornoso de las llamadas «colas del hambre». Si esa militancia es independiente, otra cuestión a debatir, es solo un problema más a resolver, pero no el primero. No equivoquemos los términos, en lenguaje partidista. Porque así nos luce el pelo sobre la corteza cerebral, sede de la inteligencia, nuestro domicilio de la libertad personal, de la que afortunadamente podemos presumir todos. Todavía no es mercancía clasificada, aunque todo se andará porque ya está en venta en el mercado mundial de la indignidad.
Al tiempo, aunque no olvido las palabras de Alfredo a Totó para salir ahora de la zona de confinamiento, que no confort, de la forma más digna posible: hagas lo que hagas, ámalo porque el viaje de la reconstrucción personal, de nuestras familias, del país, de nuestras ciudades y barrios es tarea de todos, para amarla sin excepción alguna y sin dejar a nadie atrás
NOTA: para activar los subtítulos en español, en el vídeo de cabecera, hay que pulsar en Subtítulos. Merece la pena escuchar atentamente el diálogo. Impecable.
CLÁUSULA ÉTICA DE DIVULGACIÓN: José Antonio Cobeña Fernández no trabaja para ninguna empresa u organización religiosa, política, gubernamental o no gubernamental, que pueda beneficiarse de este artículo, no las asesora, no posee acciones en ellas ni recibe financiación o prebenda alguna de ellas. Tampoco declara otras vinculaciones relevantes aparte de su situación actual de jubilado.