Sevilla, 28/V/2020
El Boletín Oficial del Estado publicó ayer el Real Decreto 538/2020, de 26 de mayo, por el que se declaraba luto oficial, en señal de duelo, durante diez días, por los fallecidos como consecuencia de la pandemia COVID-19, con unos razonamientos que recojo textualmente por respeto a una decisión de Estado que me concierne en su fondo y forma:
“Porque es bueno que la sociedad que trabaja junta por el bien común pueda manifestar también junta su dolor,
porque es digno consolidar los vínculos sociales con un duelo colectivo y unitario en recuerdo de todas las víctimas provocadas por la violencia, el terror, las catástrofes o la enfermedad,
porque es justo homenajear a los compatriotas que han sacrificado sus vidas en el cumplimiento del deber ante una amenaza insólita contra la salud y el bienestar de la Nación,
porque es necesario expresar el respeto a las generaciones mayores que, después de trabajar durante años difíciles por nuestro progreso, se han visto especialmente afectadas por la pandemia,
y porque es proporcionado expresar el convencimiento de que la valoración de los cuidados en las decisiones públicas es la apuesta más fecunda por el futuro, en memoria de las víctimas por el COVID-19”.
Decía recientemente, rememorando una canción triste de Rafael Alberti, Te marchaste sin decirnos adiós, que en el prólogo del libro (1) que la recoge, entre otras, el autor las justificaba de la siguiente forma: “[…] como por transparencia, entrelazados al río y raro paisaje que las provocan, se ven latir en ellas todos los años de dolor y nostalgia que andan dentro de mí, al mismo ritmo de la sangre; porque yo no podré cantar ya nunca dividiendo en dos partes el correr de mi vida; aquí, de este lado, lo sereno, luminoso, optimista, y de este otro, lo dramático, oscuro, triste, todo lo señalado por los signos crueles de mi tiempo. Por esta causa son así, no de otro modo”. Me ocurre hoy lo mismo. No puedo estar tan tranquilo con lo que está sucediendo aunque yo esté del lado de los no afectados directamente por la pandemia, porque al escribir hoy siento el dolor de lo que está ocurriendo y no puedo escribir solo en este blog sobre lo sereno, luminoso u optimista, porque estas ausencias me llegan a lo más profundo de mi corazón.
Estamos viviendo los estragos de un tsunami de contagio y propagación de una enfermedad desconocida en su manifestación actual, aunque no en su base científica. En este desconcierto mundial nos queda la palabra y hoy, de nuevo, quiero dedicarla a estas personas que han fallecido sin que hayamos podido decirles adiós, comenzando obviamente por sus familiares más allegados. También, para reivindicar otra vez, con todas mis fuerzas, que el mejor homenaje que podemos hacerles hoy, más allá de la declaración de luto oficial, banderas a media asta, corbatas y trajes negros, crespones también negros y funerales de Estado, es urgir a nuestros gobernantes para que comiencen a trabajar inmediatamente sobre un Pacto de Estado de Atención Integral a las Personas Mayores, porque el dato estadístico actualizado a 11 de mayo era estremecedor: casi el 66% de las personas fallecidas (exactamente el 65,86%) ha sido en residencias o centros de acogida de personas mayores, la gran mayoría atendidas en centros privados o concertados con una lejanía, que se palpa, de la atención, financiación y supervisión pública. Así se informó por la radio y televisión públicas (RTVE): “A falta de realizar test generalizados, ha sido imposible hasta ahora saber el número de víctimas mortales que el coronavirus ha dejado en las aproximadamente 5.457 residencias de ancianos españolas, ya sean públicas, concertadas o privadas. Pero, según los datos proporcionados por las comunidades autónomas y que ya obran en poder del Gobierno -aunque aún no las ha dado a conocer-, los usuarios de este tipo de centros que han fallecido con COVID-19 o síntomas similares se sitúan en 17.730, la mayoría en Madrid, Cataluña, Castilla y León y Castilla-La Mancha. Así, los fallecidos en residencias de ancianos equivaldrían al 66% del total notificado oficialmente por el Ministerio de Sanidad”.
Reitero una vez más que no es el momento de jugar con las cifras para utilizarlas como arma arrojadiza en la disputa política, pero es obligado, por transparencia y dignidad pública, que se sepa la verdad de lo ocurrido a la mayor brevedad ética posible. La evaluación de carácter público proporciona siempre juicios bien informados. En este momento de dolor profundo por las consecuencias devastadoras de la COVID-19, recuerdo de nuevo la estrofa final de la canción 55 de Alberti, escrita desde la orilla del dolor y sufrimiento de la lejanía de su querida tierra y océano del Sur: Tiempos malditos y tristes / en los que hasta un triste adiós / hay sombras que lo prohíben.
(1) Alberti, Rafael (1955), Baladas y canciones del Paraná (1953-1954), Buenos Aires: Losada, Canción 55.
CLÁUSULA ÉTICA DE DIVULGACIÓN: José Antonio Cobeña Fernández no trabaja para ninguna empresa u organización religiosa, política, gubernamental o no gubernamental, que pueda beneficiarse de este artículo, no las asesora, no posee acciones en ellas ni recibe financiación o prebenda alguna de ellas. Tampoco declara otras vinculaciones relevantes aparte de su situación actual de jubilado.
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