He vuelto a entrar en el Cinema Paradiso

Melodía principal de Cinema Paradiso

Sevilla, 6/VIII/2021

En septiembre de 2019 cambié la imagen de cabecera de este cuaderno digital por un fragmento de la escultura de Canova, Las Tres Gracias, porque siempre me ha impactado su belleza sobre mármol de Carrara, con una expresión de encanto y alegría entre las tres cárites mitológicas griegas, de cuyo nombre quiero acordarme especialmente hoy: EufrósineAglaya y Thalia o lo que es lo mismo: Alegría, Belleza y Abundancia, respectivamente, porque las necesitamos tener presentes en nuestras vidas. Dos años después, que no han sido anónimos, cambio de nuevo la imagen que representa temporalmente el blog, recurriendo a una que ya ha estado presidiendo estas palabras en años anteriores, la sonrisa de asombro de Totó junto al proyeccionista, Alfredo, una pareja que nunca he olvidado en la película de mi vida y como homenaje a una que me ha marcado para siempre: Cinema Paradiso. Entro decidido para contemplar en este mes de agosto las proyecciones mejores de mi existencia.

Mi vida ha sido también una película sin fin, de muchos géneros en uno solo: vivir apasionadamente. Me sentí reflejado en Cinema Paradiso de principio a fin, por el amor al cine, porque siendo muy niño hacía mis propias películas con dibujos animados en papel, impregnándolos en aceite que, una vez secos, los unía y pasaba por rodillos laterales de un escenario, también hecho a mano, para imprimirles movimiento a demanda, iluminados por una bombilla incandescente. Más o menos, observando aquel descubrimiento mágico con la cara de Totó, mi querido protagonista de la película de verdad, que he recogido en la imagen que preside estas líneas. También, porque seguí siempre el consejo de su gran amigo Alfredo cuando decía al niño que amaba tanto el cine, que debía salir de sí mismo para buscar islas desconocidas, las que describía extraordinariamente Jose Saramago en su cuento homónimo, “La isla desconocida”. En aquella escena memorable de la estación, Alfredo, ya ciego por el incendio del cine, le dice en un susurro inolvidable a Totó: “La vida es más difícil… Márchate…, el mundo es tuyo, … no quiero oírte más, solo quiero oír hablar de ti… Hagas lo que hagas, ámalo”. Le ayudó a salir de su zona de confort y nunca he olvidado aquellas escenas ni aquellas palabras. Todo un símbolo: hagas lo que hagas, ámalo.

Tampoco he olvidado, nunca, el Cinema Ideal de mi infancia, un cine de verano situado en la calle Jesús del Gran Poder, aquí en Sevilla, del que solo escuchaba las bandas sonoras de las películas desde el balcón de la casa donde nací, que daba a la calle Becas, en el que, entre barrotes, imaginaba historias preciosas con sólo cuatro años. Pasado el tiempo, he comprendido muy bien el consejo de Alfredo, porque siempre he procurado amar todo lo que he hecho. Ahora, pienso también en los momentos difíciles que he vivido en esta larga vida, quizá por la especial sensibilidad que se ha creado por la pandemia creando anticuerpos para el dolor y la aflicción. Como contrapunto, mi amor al cine me devuelve también a mi Cinema Ideal tan particular, un recuerdo de películas inolvidables de Spielberg, entre las que destaco por su lección histórica nacida en su corazón y en su alma judía, La lista de Schindler. Aunque parezca mentira, no me quiero quedar con el dolor de su argumento de fondo, sino con el tema principal de la banda sonora de la misma, compuesta por John Williams, de la que inserto hoy en este post una interpretación memorable, al violín, de su gran amigo de vida y creencias, Itzhak Perlman, uno de los mejores violinistas de la historia de la música que aún comparte vida con nosotros. Escucharlo y sentirlo al mismo tiempo nos permite comprender que, efectivamente, el hombre, si quiere, no es un lobo para el hombre, porque todo lo humano no nos es ajeno (Terencio), es más, nos pertenece.

Les confieso que hablar de Cinema Paradiso y La lista de Schindler es, en el fondo de estas palabras, un homenaje a su obra musical en el mundo del cine, a través de dos bandas sonoras memorables compuestas por Ennio Morricone y John Williams, respectivamente. El pasado año recibieron el Premio Princesa de Asturias de las Artes y el acta del jurado decía textualmente que “[…] Dotados de una inconfundible personalidad, entre sus obras se encuentran algunas de las composiciones musicales más icónicas del séptimo arte, que ya forman parte del imaginario colectivo. Williams y Morricone muestran un dominio absoluto tanto de la composición como de la narrativa, aunando emoción, tensión y lirismo al servicio de las imágenes cinematográficas. Sus creaciones llegan incluso a transformarlas y trascenderlas, sosteniéndose por sí mismas como magníficas obras sinfónicas que se encuentran entre el repertorio habitual de las grandes orquestas. Todo ello los convierte en dos de los compositores vivos más venerados en todo el mundo”. Morricone falleció el 7 de julio de 2020 y sus obras mantuvieron y expresaron siempre su dignidad personal y profesional. Ahora, estoy seguro que seguirá poniendo música inolvidable a su cielo particular.

Cuando salgo de mi imaginario Cinema Ideal y entro hoy en el auténtico y renovado Cinema Paradiso, no olvido las palabras de Alfredo a Totó, porque nos pueden ayudar en este mes de agosto para salir de la zona de dolor, que no confort, por la pandemia y sus daños colaterales, cada uno con los suyos, de la forma más digna posible: hagamos lo que hagamos, amémoslo porque el viaje de la reconstrucción personal, de nuestras familias, del país, de nuestras ciudades y barrios es ahora tarea de todos, para amarlo sin excepción alguna y sin dejar a nadie atrás.

CLÁUSULA ÉTICA DE DIVULGACIÓN: José Antonio Cobeña Fernández no trabaja en la actualidad para empresas u organizaciones religiosas, políticas, gubernamentales o no gubernamentales, que puedan beneficiarse de este artículo; no las asesora, no posee acciones ni recibe financiación o prebenda alguna de ellas. Tampoco declara otras vinculaciones relevantes aparte de su situación actual de persona jubilada.

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