Iremos juntos a la antigua normalidad: el futuro detrás, el pasado delante

Sevilla, 10/V/2020

En plena desescalada, escuchamos frecuentemente un nuevo constructo, la nueva normalidad, difícil de descifrar porque ignoro quién tiene la patente de corso para definir qué es lo normal en un mundo tan desconcertado, confundido y variopinto. Estando en estas cuitas, he recordado una realidad cultural que tiene más de diecisiete mil años, la aimara, que no tiene esta preocupación. He escrito sobre ella en este cuaderno y abro la página digital en la que vuelve a sorprenderme esta respuesta ante cuestiones transcendentales de la vida y de respeto a la madre naturaleza que nos enseña a diario la generación de vida y el progreso sin tanto sobresalto.

Cuando era joven canté en muchas ocasiones, con la voz de fondo de Víctor Jara, la plegaría a un labrador, recordando también el encanto de la naturaleza, el respeto a su curso ordinario que hoy se reclama en un grito unánime de respeto a la normalidad de su razón de ser y existir: Levántate y mira la montaña / de donde viene el viento, el sol y el agua. / Tú que manejas el curso de los ríos, / tú que sembraste el vuelo de tu alma. Me sigue emocionando su eco de normalidad sorprendentemente normal y aleccionadora por los siglos de los siglos, amén.

Estando en estos vuelos tan necesarios en tiempos de coronavirus y desescalada, leo de nuevo que la cultura aimara, población del altiplano andino radicada en Bolivia, Perú, Argentina y Chile, tiene una característica antropológica que todavía se sigue investigando por su peculiar forma de comprender el futuro, que siempre está detrás de cada persona, entre otras manifestaciones sociales, así como el pasado, que siempre está delante. Nada que ver con nuestra forma de entender y expresar el futuro, que siempre lo comprendemos como situado delante de nosotros, nunca detrás. Igual que el pasado, que siempre está detrás de nuestras vidas.

Me llama la atención esta forma de proceder en la vida que mantiene el pueblo aimara después de miles de años, cuestión que me apasiona porque nada es inocente en las acciones humanas. Los aimaras no comprenden el futuro porque solo saben lo que está ocurriendo, que es presente y los sucesivos presentes conforman el pasado, que se sabe cómo se desarrolló, pero nunca pueden hablar de futuro, sencillamente porque es algo que no existe, no ha llegado todavía y no se sabe lo que es porque permanece oculto según su experiencia multisecular.

El futuro aimara no existe, porque sus creencias están basadas alrededor del sol, que todos los días sale o no, sin que necesiten predecir que saldrá. El sol no falla nunca porque, aunque no salga algún día, saben todos que está oculto por alguna razón, pero allí está, no necesita futuro. Además, en Bolivia se han recogido en su Constitución estos principios porque cada año que nace es para entregar prosperidad al pueblo aimara. Ese es su futuro. Saben que el Tata-Inti (dios sol) o la Pachamama (la madre tierra), son los núcleos existenciales de la vida aimara, su presente que se forja en un pasado milenario. Todas las ceremonias se inician siempre mirando hacia arriba, hacia el sol, nunca a un futuro desconocido sino a lo que alumbra la vida encadenada de presentes y para ser todos los días más felices.

Esta realidad aimara me ha recordado un cuento de Augusto Monterroso, El eclipse, donde se narra una artimaña de sabiduría futurible por parte del protagonista del cuento:

Cuando Fray Bartolomé Arrazola se sintió perdido aceptó que ya nada podría salvarlos. La selva poderosa de Guatemala lo había apresado, implacable y definitivamente. Ante su ignorancia topográfica se sentó con tranquilidad a esperar la muerte. Quiso morir allí, sin ninguna esperanza, aislado con el pensamiento fijo en la España distante, particularmente en el convento de Los Abrojos, donde Carlos Quinto condescendiera una vez a bajar de su eminencia para decirle que confiaba en el celo religioso de su labor redentora.

Al despertar se encontró rodeado por un grupo de indígenas de rostro impasible que se disponían a sacrificarlo ante un altar, un altar que a Bartolomé le pareció como el lecho en que descansaría, al fin, de sus temores, de su destino, de sí mismo.

Tres años en el país le habían conferido un mediano dominio de las lenguas nativas. Intentó algo. Dijo algunas palabras que fueron comprendidas.

Entonces floreció en él una idea que tuvo por digna de su talento y de su cultura universal y de su arduo conocimiento de Aristóteles.

Recordó que para ese día se esperaba un eclipse total de sol. Y dispuso, en lo más íntimo, valerse de ese conocimiento para engañar a sus opresores y salvar la vida.

-Si me matáis -les dijo- puedo hacer que el sol se oscurezca en su altura.

Los indígenas lo miraron fijamente y Bartolomé sorprendió la incredulidad en sus ojos. Vio que se produjo un pequeño consejo, y esperó confiado, no sin cierto desdén.

Dos horas después el corazón de fray Bartolomé Arrazola chorreaba su sangre vehemente sobre la piedra de los sacrificios (brillante bajo la opaca luz de un sol eclipsado), mientras uno de los indígenas recitaba sin ninguna inflexión de voz, sin prisa, una por una, las infinitas fechas en que se producirían eclipses solares y lunares, que los astrónomos de la comunidad maya habían previsto y anotado en sus códices sin la valiosa ayuda de Aristóteles.

Los mayas sabían mucho de su pasado presente, igual que los aimaras. No les hacía falta la insolencia del fraile sabiondo que quiso remedar al sabio sol de aquellas tierras, intentando predecir su futuro personal, cuando los que le rodeaban solo conocían el pasado presente de todos a través de los siglos.

Para pensarlo hoy, inexcusablemente, para aprender de errores propios y ajenos. Una cosa más, que diría Steve Jobs, para finalizar este relato. Entre tanta búsqueda de lo desconocido, he encontrado unas palabras sorprendentes en lenguaje aimara: Tanta sarañani. Me ha impresionado su significado en nuestra lengua celtibérica y obligada a conocer a los indígenas aimaras, que acusa tanto cansancio para narrar los desastres presentes: iremos juntos. A buscar el pasado presente que algunos llaman ahora nueva normalidad y que nos lleva al precioso futuro innecesario de los aimaras porque hoy es el tiempo que puede ser mañana, con el futuro detrás y el pasado delante.

Levántate y mírate las manos
para crecer estréchala a tu hermano.
Juntos iremos unidos en la sangre
hoy es el tiempo que puede ser mañana.

CLÁUSULA ÉTICA DE DIVULGACIÓN: José Antonio Cobeña Fernández no trabaja para ninguna empresa u organización religiosa, política, gubernamental o no gubernamental, que pueda beneficiarse de este artículo, no las asesora, no posee acciones en ellas ni recibe financiación o prebenda alguna de ellas. Tampoco declara otras vinculaciones relevantes aparte de su situación actual de jubilado.

Alta la fe y el corazón dispuesto

LA NUEVA INQUILINA TORAL

Cristóbal Toral, La nueva inquilina, 1982

Sevilla, 9/V/2020

He aprendido a conocer todavía más mi persona de todos que, según Ortega y Gasset, convive a diario con la de secreto. Es la razón por la que acudo en este incesante ir y venir del timbo al tambo de la vida, que tanto gustaba a Gabriel García Márquez, a buscar refugio en un poema precioso de Ángel González, Sé lo que es esperar, situándome una vez más en el punto de partida de la dualidad espera y esperanza en tiempos de coronavirus.

Sé lo que es esperar:
¡esperé tantos
días y tantas cosas en mi vida!
Los inviernos tediosos esperando,
los veranos, bajo el sol,
esperando,
el luminoso y amarillo otoño
—bella estación para esperar—
e incluso
la primavera abierta a toda espera
más próxima que nunca a realizarse,
me han visto inútilmente,
pero firme,
tenaz, ilusionado,
en el lugar y la hora de la cita,
alta la fe y el corazón en punto.

Alta la fe y el corazón
dispuesto,
igual que tantas veces, aquí sigo,
en la esquina del tiempo
—vendrá pronto—
tras un limpio cristal de sol, de lluvia o de aire,
acodado en el claro mirador
de los vientos,
mientras pasan y pasan los meses y los días.

Hace 43 años publiqué en la prensa libre un artículo sobre un pensador, Ernst Bloch, con motivo de su fallecimiento y porque había trabajado profundamente sobre el principio esperanza como motor de la vida, análisis filosófico que siempre me interesó mucho. Personalmente, estaba situado en la espera cósmica de la transformación del mundo que comenzábamos a experimentar en este país. He leído de nuevo aquellas palabras, de las que entresaco las que hoy pueden dar sentido a la espera aunque hayan pasado y pasado tantos meses y días de mi vida, con un cambio obligado al cambiar el sustantivo filosófico “hombre” por “persona” (en cursiva): “Bloch, por encima de teorías y prácticas, es filósofo. Su espíritu abierto y en camino le hizo adoptar una postura de sabio ante el mundo pluriforme. Es hijo de su época y debido a su experiencia frente al irracionalismo, su filosofía se hace más auténtica, más veraz. En definitiva, su marxismo es muy puro, bien estructurado, enormemente esperanzador. Aquí radica la quintaesencia de su doctrina: concebir la esperanza como principio humano para vivir la trascendencia, es decir, la posibilidad permanente de que la persona se realice plenamente en comunión. […] En un mundo dominado por la economía, Bloch se admira del poder intelectual y cultural como agentes transformadores de la sociedad, donde la persona, una vez más, es el centro por la asunción de su conciencia. Frente al principio materialista de Marx de que la realidad social determina la conciencia de las personas, Bloch presenta a la conciencia individual de la persona como determinante de la historia y de su historia, enfrentándose cotidianamente con la insatisfacción humana vivida en necesidad y negación. Por ello, cada persona lucha por alcanzar su plenitud. El hecho es que todavía no la ha alcanzado. Esta «hambre cósmica» se experimenta en el deseo de alcanzar un sentido pleno de la vida. […] La esperanza surge al experimentar la persona que si todavía no ha alcanzado el futuro, el presente no es el fin. Y el hecho de vivir éste no motiva a la persona para lograr la plenitud de su ser. […] Esta hambre es impulso cósmico y la esperanza consiste en dejarse impregnar de este impulso”.

Aquellas lecturas me prepararon para la espera más próxima que nunca a realizarse. También, los que me rodean me han visto inútilmente, pero firme, tenaz, ilusionado, en el lugar y la hora de la cita, alta la fe y el corazón en punto. Ahora, cuando se atisba una salida pautada a este duro presente del estado de alarma, que no es el fin (en la clave de Bloch), mantengo alta la fe y el corazón, dispuesto, igual que tantas veces, aquí sigo, en la esquina del tiempo —vendrá pronto— tras un limpio cristal de sol, de lluvia o de aire, acodado en el claro mirador de los vientos, mientras pasan y pasan los meses y los días.

Somos inquilinos de la vida porque sé lo que es esperar. El inquietante óleo del pintor gaditano Cristóbal Toral, La nueva inquilina, me lo recuerda siempre. Admiro la vida en esta espera urgente, ligero de equipaje y apoyado en el buzón del tiempo.

CLÁUSULA ÉTICA DE DIVULGACIÓN: José Antonio Cobeña Fernández no trabaja para ninguna empresa u organización religiosa, política, gubernamental o no gubernamental, que pueda beneficiarse de este artículo, no las asesora, no posee acciones en ellas ni recibe financiación o prebenda alguna de ellas. Tampoco declara otras vinculaciones relevantes aparte de su situación actual de jubilado.

No vamos todos en el mismo barco

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1. A veces, falta mar para recoger a todos los que se tiran del barco…
2. A veces, falta barco para recoger a todos los que se tiran a ese mar…

Aforismos

Sevilla, 8/V/2020

En esta dura travesía de la pandemia, se hace más evidente que nunca una realidad que se constata a través de las noticias y de las redes sociales: no vamos todos en el mismo barco, ni remamos en la misma dirección, ni decimos lo mismo, pero es muy importante identificar a cada uno donde está para no equivocarnos al elegir compañeros en este largo viaje. Al buen entendedor con pocas palabras basta y me refiero a todos los partidos políticos que en la actualidad nos representan en el Congreso de los Diputados y en el Senado, por la transcendental responsabilidad pública que tienen en estos momentos en relación con el interés general y porque no todos son ni somos iguales. También lo aplico a determinados familiares, amigos y conocidos que podrían enrolarse en este difícil y largo viaje casi sin darnos cuenta. Aviso para navegantes, sin lugar a dudas.

En principio, la flota que navega ahora en mares procelosos agitados por la COVID-19 no tiene por qué ser uniforme, porque no es lo mismo navegar en cruceros o yates sofisticados que en patera, allá cada uno con su cadaunada particular, pero en momentos transcendentales para el país se debería hacer un esfuerzo por respetar la legalidad vigente en la carta de navegación impuesta por el Mando Único con un objetivo claro para todos: llegar lo antes posible a un puerto seguro para que todos podamos desembarcar con todas las garantías posibles e incorporarnos a la denominada “nueva normalidad”. Eso sí, respetando las órdenes de quienes tienen la responsabilidad de Estado para la navegación segura, convencidos de que ahora podemos efectuar la escala más importante de este importante viaje. Es una responsabilidad en el desescalado que incumbe a casi cincuenta millones de personas, cada uno de la forma que le corresponda atendiendo al interés general de todos y de acuerdo con la posición personal, familiar, social y política de cada uno.

Me gustan mucho los aforismos y cuando hemos iniciado el último viaje llamado desescalada, volvemos a constatar que este país es de bajarse de barcos seguros y lanzarse al mar para intentar llegar a nado a la costa particular de cada uno, individual y nunca colectiva, desoyendo las recomendaciones legales, practicando la denominada libertad sumergida en la que da absolutamente igual lo que piensen o necesiten los demás o comprender que esa libertad también tiene límites. Cuando se necesita navegar y remar en la misma dirección, cada uno con su responsabilidad política, personal, familia e incluso la de Estado, se inician maniobras envolventes para despojarnos de la dignidad humana que nos debería ser de neopreno ético en momentos difíciles.

En tiempos de coronavirus, pensamiento único, deserciones políticas, corrupción, desencanto con casi todo lo que se mueve, justificaciones imposibles, desafección del compromiso social y mala prensa del sector público, es fácil iniciar conversaciones en las que los que piensan de forma diametralmente opuesta a nuestras convicciones suelen rematar la faena dialógica diciendo con sonrisa sarcástica algo que me enerva: al fin y al cabo, da igual lo que estamos discutiendo porque estamos diciendo lo mismo. Por si había alguna duda sobre este aserto tan vano, agregan un estrambote final más impresentable todavía: es que todos vamos en el mismo barco.

No. Hay que huir como de la peste de las personas que opinan de esta forma con maniobras envolventes, querulantes, para agregarnos al Club de los Tibios, Tristes e Indignos, que todos los días fletan barcos de desencanto y conformismo, porque no soportan verte en la cola del Club que está siempre enfrente: el de las Personas Dignas, siempre abierto, sobre todo para los que navegan en patera, en mares sociales procelosos y no suelen tirarse al mar cuando la sociedad en general va a la deriva.

He acudido a este cuaderno de bitácora para localizar un mapa de abordaje de esta situación navegando al desvío y he encontrado lo siguiente a modo de salvavidas ético para el día después del estado de alarma, cuando nos encontremos de nuevo con el mundo anterior y como aviso para el navegante que llevo dentro:

Estamos viviendo en un mundo con una clamorosa ausencia de valores y, sobre todo, de ética, tal y como lo aprendí de un maestro en el pleno sentido de la palabra, el profesor López Aranguren, cuando la definía como el “suelo firme de la existencia o la razón que justifica todos los actos humanos”, que tantas veces he abordado en este blog. Estas razones nos obligan a dejar los supuestos puertos seguros y comenzar a navegar para intentar descubrir islas desconocidas que nos permitan nuevas formas de ser y estar en el mundo. Navegamos en mares procelosos de corrupción y desencanto, en los que cunde el mal ejemplo de abandonar el barco metafórico de la dignidad, con la tentación de que el mundo se pare para bajarnos o arrojarnos directamente al otro mar de la presunta tranquilidad y seguridad existencial. Se constata a veces, en esa situación, que falta ya mar para acoger a todos los que se tiran a él, un mar repleto de desertores de la dignidad.

Todos no vamos en el mismo barco de la indignidad, del desencanto, de los silencios cómplices, del conformismo feroz, del capitalismo salvaje, de la desafección social. Eso no es así ni lo admito con carácter general, porque todos no somos iguales: unos van en magníficos yates y otros, la mayoría, en pateras.

Es probable que a estas pateras éticas y llenas de dignidad y esperanza, que tienen suelo firme pero no quilla, como la cascara de una nuez, no suban nunca quienes no están interesados en que el mundo mejore, porque los poderes fácticos que dirigen y protegen la maquinaria de la guerra en cualquier lugar del mundo, el terrorismo de cualquier cuño, así como a los tristemente famosos hombres vestidos de negro, deciden desde hace ya mucho tiempo el funcionamiento y los altibajos del ecosistema económico, financiero y ético mundial, desde un rascacielos en Manhattan, a través de portátiles y teléfonos inteligentes. Ellos viajan en barcos privados, en cruceros del mal, que no surcan nunca estos mares de patera, para ellos procelosos.

Lo que detesto también es el abandono de la lucha en situaciones difíciles, como las que estamos atravesando ahora, en las que aquellos que estaban a veces con los que deseamos estos cambios urgentes en las políticas mundiales, europeas y nacionales, se arrojan a un mar en el que cada vez hay menos sitio, porque dicen que esto no tiene remedio. Lo paradójico es que cuando se avance en la búsqueda de soluciones surcando mares diferentes que posibiliten otro mundo mejor, falte ya sitio o barco, según se mire, para recoger a los que en tiempos revueltos se tiraron al mar porque nunca quisieron buscar otras alternativas a este mundo que no nos gusta.

Es cuando tiene sentido seguir viajando en las pateras éticas que hacen singladuras difíciles y comprometidas con la sociedad que menos tiene, con un cuaderno de derrota (en lenguaje del mar) que lleva a localizar las islas desconocidas que tanto amaba Jose Saramago: si no salimos de nosotros mismos, nunca nos encontraremos. Lo importante es viajar hacia alguna parte, buscándonos a nosotros mismos y, a veces, en compañía de algunas y algunos, los más próximos y cercanos. Al fin y al cabo, tal y como finalizaba su cuento de la isla desconocida, buscando siempre puertas de compromiso más que las de regalos o peticiones sin causa, viajando en pateras de dignidad.

Es verdad. No todos vamos en el mismo barco de la dignidad humana, ni somos iguales. Ha llegado el momento de decir ¡basta! para iniciar nuevas singladuras, a mar abierto, para compartir ilusiones y construir un mundo mejor para todos. No perdamos esta oportunidad que nos regala la vida en estos momentos tan difíciles y complejos. Aunque viajemos en la fragilidad de una patera.

NOTA: la imagen es del autor

CLÁUSULA ÉTICA DE DIVULGACIÓN: José Antonio Cobeña Fernández no trabaja para ninguna empresa u organización religiosa, política, gubernamental o no gubernamental, que pueda beneficiarse de este artículo, no las asesora, no posee acciones en ellas ni recibe financiación o prebenda alguna de ellas. Tampoco declara otras vinculaciones relevantes aparte de su situación actual de jubilado.

Romanza para un confinamiento

Sevilla, 7/V/2020

En tiempo de pandemia he buscado refugio en la música que amo. Es la razón del corazón, junto a la de la razón, según Pascal, por la que he vuelto a escuchar en silencio sonoro la Romanza compuesta por Salvador Bacarisse, con el tempo de andante (ejecutado con dulzura, poco a poco), al que he dedicado palabras llenas de sentimiento en este cuaderno digital, fundamentalmente en una modesta operación rescate de un músico excelente que tuvo que salir de España en condiciones lamentables con motivo de la guerra civil. Esta obra completa de Bacarisse, el Concertino en La menor, a través de sus tres movimientos, Entrada (Allegro), Romanza (Andante lento) y Scherzo (Allegretto), en su particella original para clavecín y orquesta (que conservo), me entrega siempre paz interior y me permite viajar por sueños posibles.

Necesitamos escuchar romanzas, composiciones de aire tierno y sencillo, que solo quieren transmitir sentimientos. He vuelto a abrir el piano, experimentando una emoción especial tocando la Romanza de Bacarisse, en concreto el segundo movimiento de su precioso Concertino. De alguna forma vuelvo a recordar con profundo agradecimiento, en este difícil aquí y ahora (hic et nunc), a mis profesoras de piano y violín que en su momento hicieron los arreglos necesarios, porque la versión original de 1952 era exclusivamente para guitarra y orquesta. Sigo creyendo que hicieron un trabajo espléndido, que retomaremos cuando finalice el estado de alarma.

Cada vez que me aproximo a esta partitura busco comprender mejor qué quiso transmitir el autor en ella. Hace años dediqué unas palabras especiales a Ataúlfo Argenta, gran amigo de Bacarisse y creo que me acerqué a su verdadero sentido: “Buscando esta verdad de Ataúlfo Argenta, he seguido de cerca a Fernando Argenta en mi vida nómada, escuchándolo siempre con enorme respeto en la radio del coche, en viajes siempre hacia alguna parte. El mismo que él tenía hacia su padre cuando nos presentaba el Concertino para guitarra y orquesta en La menor, de Salvador Bacarisse (sobre todo su Romanza), nada apreciado por el Régimen franquista por su deriva republicana y que dirigió en un concierto memorable en París el día de su estreno [15-X-1953, París (Théátre des Champs-Élysées), interpretado por Narciso Yepes (guitarra) y L’Orchestre National, en un concierto publico organizado por la Radio Televisión Francesa)], del que guardo un recuerdo entrañable en mi memoria de hipocampo, de secreto”. Recomendaba en aquella ocasión, como hago hoy de nuevo, que escuchen esta versión de la Romanza con la pasión de músicos muy jóvenes de la Orquesta de la Universidad de Granada, que recogen el testigo de lo que quiso transmitir Bacarisse desde el exilio en París. El Sur musical también existe.

Guardo también en mi persona de secreto un tesoro musical: la obra compilada de Salvador Bacarisse en la Fundación Juan March, con un prólogo emocionante de su único hijo, Salvador Bacarisse Cuadrado, con quien tuve la oportunidad en 2018 de cruzar un mensaje en el que me autorizó a disponer de una copia del manuscrito original del Concertino para clavecín y orquesta, op. 72 bis (a través de la Fundación Juan March) y en los que me agradecía la cercanía a su padre: “Yo me fui a vivir a Inglaterra pero mis padres siguieron en París, en el pisito del 7 de la rue Cassette que ocuparon más de treinta años. Cuando murió mi madre en 1976, trece años después que mi padre, yo quité el piso de la rue Cassette, y me llevé a Escocia todos los papeles y libros de mi padre. Desde aquel día permanecieron a salvo, y yo creía olvidados, hasta la fecha memorable en que llamó a la puerta de mi casa Emilio Casares, quien venía a pedirme autógrafos y otros materiales para una exposición de “La música en la Generación del 27” que estaba organizando y que tuvo lugar en Granada en julio de 1986. Esa exposición y el magnífico catálogo que publicó el Ministerio de Cultura fue el primer reconocimiento de aquellos músicos olvidados durante el franquismo, entre los que figuraba mi padre. En Granada, durante la exposición y hablando con Rodolfo Halffter, que había venido de Méjico, y con otros, decidí hacer lo que en realidad ya sabía que tenía que hacer: mandar los manuscritos de Salvador Bacarisse a su tierra, a España. Por muy hijo de francés, emigrado a España, que fuera mi padre, nunca se sintió sino español. Vivió treinta años en París, desarraigado y triste lejos de su querido Madrid”.

Conocí su extensa y desconocida obra a través de esta publicación extraordinaria, que está al alcance de quien desee conocer de cerca a este gran compositor olvidado durante la dictadura franquista. Fue un hallazgo que me permitió acercarme a Bacarisse, a su vida y a su preciosa obra. En la Fundación está el legado completo del compositor, llevado a cabo por su hijo en 1987, que incluía todas las partituras que obraban en su poder.

Cuando escribo estas palabras he sentido la necesidad de compartir este sentimiento de respeto y agradecimiento a un autor muy desconocido en su querido país, pero que tuvo el reconocimiento mundial fuera de él alternando su labor de composición y de dirección de orquesta con el trabajo que desarrolló en el exilio en París, en la Radiodifusión-Televisión Francesa, como productor de programas en español para Hispanoamérica.

No lo olvido en momentos de confinamiento. Para lo que sirva conocerlo y escucharlo, compartiéndolo hoy en el club virtual, con sede social en la Noosfera, de las personas dignas y libres. Disfruten de esta maravillosa composición que me sigue emocionando como la primera vez que decidí conservarla en mi memoria de secreto.

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Allegro en la desescalada, ma non troppo

Sevilla, 6/V/2020

He aprendido en la teoría del lenguaje musical a distinguir los diversos tiempos de una composición. Ayer escuché la intervención, en un informativo de alcance nacional, del director de orquesta alicantino Josep Vincent, en el que aludió a cómo la música puede ofrecer acompañamiento en el estado actual de alarma en todas y cada una de sus fases: “La música es un puente capaz de hacernos recuperar la ilusión […] la experiencia con la música es una experiencia personal e intransferible, cada uno tendría su propia banda sonora, pero algunas nos lleva a recordar, cualquier adagio, el de Barber, serviría para una transición como esta”. Me pareció una interpretación muy inteligente de los diversos tiempos musicales en la que llegó a proponer la escucha de La consagración de la primavera, de Stravinski en el momento que podamos celebrar el triunfo final sobre la pandemia.

Lo he expresado en bastantes ocasiones en este blog: la música es medicina para sobrellevar el confinamiento obligado para protegernos del virus, con idéntica calidad a los momentos de alegría porque también es compañera fiel (Musica laetitiae comes, medicina dolorum, la música es compañera en la alegría y medicina para el dolor). En mi caso, descubro cada día un mundo nuevo al aproximarme al teclado o al arco y mástil del violín, para conocer mejor su alma. También, al abrir mi clave. Es una experiencia única que me regala la vida y en la que estoy inmerso por los sentimientos y emociones que me ofrece. Sobre todo, he descubierto la riqueza sonora del clave (virginal), el instrumento tan querido por Bach y Mozart en sus años de éxito sonoro, asimilando a diario la frase citada anteriormente y pintada por Vermeer en su excelente obra La lección de música, que perdura a través de los siglos.

En este momento he elegido una modalidad de tempo (tiempo), el allegro ma no troppo, en perfecto italiano, que como ocurre con su aserto traduttore traditore, necesitamos bastantes palabras para comprender su profundo significado: movimiento alegre pero que se ejecuta no demasiado deprisa. Es la descripción exacta de la fase actual de la desescalada para la mayoría del país, la fase 0, donde debemos respetar la observancia de lo declarado y publicado por la Autoridad Única, dado que ya podemos comenzar la desescalada con alegría pero no deprisa. Ya llegará el momento en el que podamos escuchar una interpretación de La Consagración del Triunfo sobre el Coronavirus junto a obras en las que se integren otras modalidades de tiempo y velocidad de la desescalada progresiva: allegro molto (muy rápida), allegro moderato (moderado) o allegro assai (bastante deprisa), entre otros, que nos elevarán el espíritu hasta los cielos en los que cada uno encuentre su felicidad plena. Hasta que finalice esta obra virtual con un movimiento molto allegro vivace (muy alegre, rápido y vivaz) de orquesta y coros formados por casi cincuenta millones de personas de este país, desconfinadas e incorporadas al nuevo orden mundial de convivencia, participando en un Acto de Estado celebrando la nueva consagración del triunfo de la salud física, psíquica y social sobre un virus que nos debería cambiar para siempre el orden de prioridades en nuestras vidas.

Escucho atentamente una interpretación preciosa del Adagio para cuerdas, de Samuel Barber, siguiendo la recomendación del maestro Josep Vincent en tiempos de transición en esta pandemia, porque el adagio es un tiempo lento que nos prepara para asimilar que la música nos puede acompañar en la alegría de la desescalada siendo a la vez medicina para el dolor que supone tanto sufrimiento personal, familiar y profesional, recuperándonos de forma alegre pero no demasiado deprisa (allegro ma non troppo) en las diferentes fases programadas en la desescalada del confinamiento en el que ahora vivimos, somos y estamos obligatoriamente obligados a respetar a diario.

CLÁUSULA ÉTICA DE DIVULGACIÓN: José Antonio Cobeña Fernández no trabaja para ninguna empresa u organización religiosa, política, gubernamental o no gubernamental, que pueda beneficiarse de este artículo, no las asesora, no posee acciones en ellas ni recibe financiación o prebenda alguna de ellas. Tampoco declara otras vinculaciones relevantes aparte de su situación actual de jubilado.

Confinarse es también ponerse a la misma altura que otro

RAE1

Sevilla, 3/V/2020

Quien se acerca a este cuaderno digital sabe que recurro con mucha frecuencia a conocer a fondo el significado de las palabras en nuestro rico lenguaje en todas sus acepciones. En los 49 días que llevamos de confinamiento, el verbo “confinar” y su acción principal de “confinamiento”, son palabras buscadas de forma masiva en internet. He recurrido a investigar la trazabilidad del verbo confinar y a través del buscador denominado Nuevo Tesoro Lexicográfico de la Lengua Española (NTLLE) he localizado, en relación con el verbo “confinar”, todas las acepciones desde 1611 hasta 1992, a las que se puede incorporar las últimas actualizaciones del Diccionario de la Lengua Española hasta 2019 en su versión electrónica 23.3.

La trazabilidad citada se ha centrado a lo largo de la historia en el ámbito penal y militar casi siempre refiriéndose a personas o decisiones políticas, en términos de destierro o castigo, conllevando siempre la privación de libertad hasta nuestros días. Confinar, en la actualidad se entiende en las dos primeras acepciones, como desterrar a alguien, señalándole una residencia obligatoria o recluir algo o a alguien dentro de límites (DLE RAE, 2019). En ambos casos, su aplicación al estado de alarma sigue teniendo un marcado sesgo penal, de condena política (1853) u orden militar.

Siendo esto así, me ha llamado la atención la segunda acepción que aparece en el Diccionario de Autoridades (primer diccionario oficial de la Real Academia Española), diccionario de la lengua castellana, “en que se explica el verdadero sentido de las voces, su naturaleza y calidad, con las frases o modos de hablar, los proverbios o refranes, y otras cosas convenientes al uso de la lengua […], compuesto por la Real Academia Española, publicado en Madrid, en 1729, en la imprenta de Francisco del Hierro”. En ella se dice que confinar “se toma algunas veces por igualar o poner en una misma altura o paralelo una cosa con otra. Es de raro uso”. Esta visión más amable de confinar se refuerza en el diccionario de Vicente Salvá, publicado en París en 1846, que “comprende la última edición íntegra, muy rectificada y mejorada del publicado por la Academia Española, y unas veinte y seis mil voces, acepciones, frases y locuciones, entre ellas muchas americanas […]”, porque en la tercera acepción de confinar se pasa a igualar a personas y no cosas: igualarse, ponerse a la misma altura que otro.

Estas últimas acepciones, con una diferencia de 117 años, no se mantienen en las sucesivas publicaciones del Diccionario Usual de la Real Academia Española, desde 1780 hasta 1843, en nueve actualizaciones y tampoco en el diccionario de Núñez de Taboada publicado por Seguin, París, en 1825. Este análisis nos permite concluir que la acepción más amable con el lema “confinar”, igualarse, ponerse a la misma altura que otro, aparece exclusivamente en ambos Diccionarios de 1729 y 1846, volviéndose a incluir exclusivamente en el diccionario de Gaspar y Roig de 1853 y en el suplemento del publicado por Ramón Gaspar Domínguez en 1869.

En relación con lo expuesto anteriormente, es interesante señalar una acepción de “confinar” que aparece por primera vez en el Diccionario Manual e Ilustrado de la Lengua Española (RAE), publicado en 1927 en Madrid por Espasa-Calpe, en el que se recoge una tercera acepción en los siguientes términos y como un galicismo: “encerrarse, recluirse: se confinó en su casa”, como acepción en la que se expresa una decisión personal y no impuesta. Volvió a recogerse esta acepción de nuevo en la segunda y tercera edición de este diccionario manual, publicadas en 1950 y 1983, respectivamente, desapareciendo curiosamente en la actualización como manual de 1989. Pasó esta acepción definitivamente del diccionario manual al usual en la edición de 1984, estrictamente en los siguientes términos: “encerrarse, recluirse”, como tercera acepción, desapareciendo definitivamente desde la edición del diccionario usual de 1992 hasta la última edición en soporte papel, llevada a cabo en 2014 y la última actualización en red de la edición (versión electrónica 23.3).

He intentado expresar con este análisis breve la importancia de las palabras en el acervo cultural de este país, porque las palabras tienen un sentido muy profundo cuando nos afectan directamente, como en este caso es la realidad del confinamiento. El hecho de haber destacado la acepción de “igualarse o ponerse a la altura misma altura que otro” es intentar reforzar la idea de que lo que se pretende con el confinamiento en el estado de alarma que se decretó el 14 de marzo pasado es igualar la situación de permanecer localizados en su residencia, saliendo de forma controlada, dentro de unos límites, respetando el espacio de los otros empezando por uno mismo, preservando de esta forma la salud de todos. Creo que es lo que la Real Academia Española, limpiando, fijando y dando esplendor a nuestras formas de hablar, ha pretendido trasladar a los diccionarios con la expresión más genuina de “confinar” y su acción directa, el “confinamiento”. Quizá, con la riqueza que aporta la lengua francesa (galicismo), tal y como hemos visto anteriormente: es una decisión personal que se toma comprendiendo el sentido actual ante la pandemia del COVID-19. Decido recluirme en casa para igualarme y ponerme a la misma altura de los otros confinados. Por el bien de todos.

NOTA: la imagen se ha recuperado hoy de https://www.rae.es/recursos/diccionarios

CLÁUSULA ÉTICA DE DIVULGACIÓN: José Antonio Cobeña Fernández no trabaja para ninguna empresa u organización religiosa, política, gubernamental o no gubernamental, que pueda beneficiarse de este artículo, no las asesora, no posee acciones en ellas ni recibe financiación o prebenda alguna de ellas. Tampoco declara otras vinculaciones relevantes aparte de su situación actual de jubilado.

El uso íntimo de las aceras

JANE JACOBS

[…] En Sevilla se puede ser feliz […] ¿No es una maravilla el hecho de que los hombres y el destino trabajen juntos durante siglos para construir una ciudad, y al final resulte una sonrisa en el rostro de la vida?

Stefan Zweig, en De viaje II: Francia, España, Argelia e Italia

Sevilla, 2/V/2020

Hoy está siendo un gran día para la ciudadanía de este país, porque después de 48 días de vivencias difíciles como consecuencia de la declaración del estado de alarma, podemos salir de forma ordenada y pautada a la calle, para pasear por las aceras de las grandes avenidas de la libertad. El confinamiento nos está brindando la oportunidad de redescubrir el barrio en el que vivimos y la importancia de sus tiendas y aceras, su uso íntimo tal y como preconizaba la gran urbanista americana Jane Jacobs en una obra emblemática para la defensa del urbanismo humanista: “Bajo el aparente desorden de la ciudad vieja, en los sitios en que la ciudad vieja funciona bien, hay un orden maravilloso que mantiene la seguridad en la calle y la libertad de la ciudad. Es un orden complejo. Su esencia es un uso íntimo de las aceras acompañado de una sucesión de miradas” (1).

Soy consciente de que Jane Jacobs es una gran desconocida en la actualidad, sobre todo para los planificadores del urbanismo en muchos lugares de España donde estamos confinados. Su mención científica hoy es para mí un contrapunto impresionante ante la especulación actual inmobiliaria y urbana a todos los niveles. Ella luchó hasta su muerte para que se implantara un urbanismo humanista, defendiendo el diseño y la construcción de los barrios en las ciudades que obedeciera siempre a leyes sociales de convivencia y relación entre personas obligatoriamente obligadas a vivir en común y ser miembros de una entidad que ha cambiado el nombre identificador obligado por el nuevo lenguaje de género: la ciudadanía responsable, que es de lo que trata hoy en la primera salida ordenada a sus queridas aceras, su uso íntimo, permitiendo solo, por la distancia social impuesta por prevención, un cruce de miradas incluso en silencio.

El coronavirus nos deja una enseñanza extraordinaria sobre el uso y disfrute de nuestros barrios y de nuestras aceras. Según las investigaciones sobre sistemas sociales emergentes, Jacobs brindó con sus tesis expuestas en “Muerte y vida en las grandes ciudades americanas” la posibilidad de estudiar la complejidad creciente de las ciudades y cómo la creación de los barrios, antes de que estallara el boom inmobiliario, traducía comportamientos sociales de marcado interés. Basta analizar el comportamiento social de cualquier ciudad, la mía propia, Sevilla, para comprender correctamente las tesis de Jacobs en toda su extensión. La gran paradoja actual es que las agrupaciones de viviendas o “muriendas” en sus barrios más pobres, Tres Mil Viviendas, Los Pajaritos, Madre de Dios, Amate, Polígono Norte y otros de cuyo nombre debemos acordarnos, como las llamaba uno de mis maestros de juventud, ya no se desarrollan como fenómeno social de la complejidad social de unos grupos sociales, sino que se han diseñado en gabinetes de estudio, muchas veces de especulación pura y dura, que obedece a otros patrones alejados de las tesis de Jacobs. En los últimos días he recordado la nostalgia de las familias sevillanas que solo vuelven a sus barrios de origen con motivo de las procesiones de Semana Santa, que traduce muy bien el desencanto que podría producir a esta investigadora natural, sin formación académica especializada, observar cómo la especulación y el desorden urbanístico actual nos ha llevado al desmantelamiento de este fenómeno social de la vida en las aceras, habiendo sido durante toda su vida militante una gran defensora a ultranza de esta forma de convivencia.

A partir de hoy podemos recuperar a fondo el mensaje de Jacobs sobre sus queridas aceras que, ahora y en tiempos de coronavirus, son las nuestras. En Sevilla se vive en la calle, en sus aceras, donde transcurre la vida diaria, durante las veinticuatro horas, con la interpretación no conocida de Jacobs. Todavía recuerdo personalmente cómo por las mañanas, en su casa de la calle Tomás de Ybarra, el cantaor “El Pali”, con su forma característica de sentarse en la silla, te saludaba en el quicio de su casa, en una acera muy estrecha, iniciando conversaciones que podían ser futuras letras de sus famosas sevillanas.

Los barrios de Sevilla, de España, han vuelto a recuperar hoy su alegría en sus calles. Solo he querido ofrecer en este momento tan especial un homenaje silencioso a Jane Jacobs, una mujer extraordinaria, que solo quiso poner un grano de arena en su territorio americano para que las personas pudieran crecer con mejor calidad de vida. Aunque ahora, pudiéramos pedirle prestada a El Pali, donde quiera que esté, alguna sevillana que pudiéramos ofrecerle en clave de canto a la posibilidad de ser en la ciudad, en sus aceras de siempre: Ya no pasan cigarreras / por la calle San Fernando / con flores en la cabeza / y los mantones bordaos. / ¡Ay, Sevilla de mi alma! / que lo estás perdiendo todo, / los niños en la plazuela / cuando jugaban al toro. ¿Por qué? Porque la magia de las ciudades y de sus barrios, en todo el país, viene siempre desde abajo, desde su historia pasada y presente, desde las aceras de los encuentros ilusionados de personas que van y vienen alrededor de sus asuntos, aunque de momento, en esta etapa del estado de alarma, sea haciendo un uso íntimo de las aceras acompañado [solo] de una sucesión de miradas.

(1) Jacobs, Jane (1961),  Muerte y vida en las grandes ciudades americanas, Nueva York: Vintage, pág. 50.

NOTA: la imagen se ha recuperado hoy de https://www.theatlantic.com/magazine/archive/2016/11/the-prophecies-of-jane-jacobs/501104/

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Ganarás la luz con el dolor de tus ojos

LEON FELIPE

Dedicado, en la celebración del día del trabajo, a todas las personas que crecimos con el mensaje bíblico de las primeras palabras de Dios sobre el trabajo humano, para que comprendamos junto a León Felipe que una de sus razones laicas es ganar la luz para iluminar el sentido de nuestras vidas. También lo dedico a todas las personas afectadas en su trabajo diario por la pandemia, que son millones. Las que la sufren y las que la controlan de la mejor forma posible. Por último, a los niños y niñas del mundo que con su trabajo visten y distraen al primer mundo, sin ver a su corta edad la luz de otro mundo posible.

Sevilla, 1/V/2020

Las palabras que siguen, un poema desgarrador de León Felipe, tienen hoy un sentido especial en el contexto de los efectos de la pandemia, por el dolor que ha llevado a las familias de las personas que han fallecido, sobre todo personas mayores que vivieron tiempos difíciles de la posguerra y que con su trabajo ayudaron a ganar la luz de la libertad con el dolor de sus ojos. La lectura de este poema simboliza también el mejor homenaje a las personas que desean dar un nuevo sentido a la vida a través del trabajo digno, bien remunerado y desarrollado con todas las garantías de realización personal, más allá de reconocerse como recursos humanos, tal y como nos recordaba Eduardo Galeano, porque somos seres humanos, mucho más que nadies que necesitan trabajar a diario. Con ojos que son fuentes del llanto y de la luz.

El dolor

No he venido a cantar
No he venido a cantar, podéis llevaros la guitarra.
No he venido tampoco, ni estoy aquí arreglando mi expediente
para que me canonicen cuando muera.
He venido a mirarme la cara en las lágrimas que caminan hacia el mar,
por el río
y por la nube…
y en las lágrimas que se esconden
en el pozo,
en la noche
y en la sangre…

He venido a mirarme la cara en todas las lágrimas del mundo.
Y también a poner una gota de azogue, de llanto,
una gota siquiera de mi llanto
en la gran luna de este espejo sin límites, donde
me miren y se reconozcan los que vengan.
He venido a escuchar otra vez esta vieja sentencia en las tinieblas:
Ganarás el pan con el sudor de tu frente
«y la luz con el dolor de tus ojos».
Tus ojos son las fuentes del llanto y de la luz.

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