El calor abrasa, sobre todo, a los más pobres

Palabras que dedico especialmente hoy a José Antonio González, a su familia, el barrendero que murió en Madrid el pasado viernes 15 de junio, por un golpe de calor, en un trabajo abrasador y precario de un mes, a pesar de las advertencias oficiales sobre este tipo de situaciones que se deberían evitar y como ejemplo de que el calor abrasa sobre todo a los más pobres, en su severidad y exclusión, todavía más injustas si cabe. También, a los que como él, entregan la vida a diario en servicios públicos y para apagar el fuego y el sin sentido del cambio climático en todas sus expresiones posibles.

Sevilla, 20/VII/2022

Las olas de calor están haciendo estragos en la sociedad de este país, afectando de forma considerable y una vez más a las clases sociales más desfavorecidas. Clama al cielo, yo diría que al sol abrasador en una clave más laica, la situación que sigue atravesando la implantación del ingreso mínimo vital en nuestro país, algo que suelo tratar de forma continua en este cuaderno digital, fundamentalmente porque me pre-ocupa, (con guion) mucho. Siendo un proyecto de importancia vital para los destinatarios del mismo, que se saben cuántos son, millones de personas en este país, cada una con su cadaunada pobre, se constata de nuevo que la dignidad de las personas en situación de pobreza severa solo se salva con medidas sociales eficaces como es la del Ingreso Mínimo Vital, porque es lo que verdaderamente ayuda a paliar esa pobreza y los daños colaterales de las olas pandémicas y la presente de calor, que en unos meses será de frío, en los que el gasto en energía se presenta ya ante la sociedad como el enemigo público número uno.

Lo anterior lo planteo en referencia a la primera opinión que hizo pública ayer la Autoridad Independiente de Responsabilidad Fiscal (AIReF) sobre el Ingreso Mínimo Vital (IMV), señalando que ha desplegado solo una parte de su potencial, pero que tiene recorrido para convertirse en un instrumento más potente en la lucha contra la pobreza, que ha llegado a 284.000 hogares con el 56% de su presupuesto, pero que podría cubrir a 700.000 hogares si estuviera plenamente implementado, con un coste anual de 2.800 millones. Asimismo, “constata que hay 400.000 hogares que podrían percibir el IMV y no lo han solicitado, fenómeno conocido como non take-up”. Asimismo, destaca que “el número de solicitudes registradas hasta el 31 de diciembre ha superado los 1,5 millones, pero el 73% de las resueltas se denegaron por criterios de renta, patrimonio o unidad de convivencia. Junto con estos datos, bastante explicativos por sí mismos, la AIReF propone “concretar objetivos cuantificables y medibles para poder evaluar su cumplimiento y realizar un análisis detallado de los expedientes rechazados”. Presenta también “una serie propuestas para mejorar la eficacia y la eficiencia de la prestación, como simplificar el proceso de solicitud, profundizar en el análisis de las causas del non take up, fomentar la publicidad institucional de la prestación y seguir trabajando en el encaje entre el IMV y las Rentas Mínimas de las CCAA”, cuestión que está suscitando una gran controversia y desajustes flagrantes entre Comunidades Autónomas”. Algo que considero de sumo interés es la propuesta de que se consiga una “mayor integración del IMV con el resto de prestaciones e impuestos y avanzar hacia prestaciones que se inicien de oficio”.

Esta primera opinión, que tiene su importancia al estar respaldada por un Organismo Público de importancia extrema en este país, se puede consultar con detalle en su página web oficial, en la que destacan tres objetivos en su planteamiento sobre la prestación del IMV: su diseño, sus resultados y su implementación. Sobre el diseño, algo no está haciendo bien cuando “la prestación, a 31 de diciembre de 2021, ha desplegado solo una parte de su capacidad potencial, puesto que ha llegado a 284.000 hogares, el 40% de sus beneficiarios potenciales y ha ejecutado un 56% de su presupuesto”. Es relevante este dato porque si estuviera “plenamente implementado, cubriría a 700.000 hogares y supondría un coste anual de 2.800 millones de euros si consiguiese llegar a todos ellos”. Señalan un dato de interés para ser objetivos con la información aportada que “Estas cifras y las del resto de la evaluación no incorporan a País Vasco y Navarra al disponer únicamente de información administrativa de renta y patrimonio de territorio común. Además, la AIReF “constata que 400.000 hogares que podrían recibir el IMV aún no lo han solicitado, el 57% de los posibles beneficiarios, fenómeno conocido como non take-up. Este fenómeno, común en la práctica internacional por la compleja gestión de este tipo de prestaciones, está presente en hogares que poseen algún tipo de renta y, en particular, se concentra entre aquellos que obtendrían un incremento de renta más limitado en el caso de ser beneficiarios del IMV”. También es importante resaltar que “el número de solicitudes ha sido elevado, sobre todo en los primeros meses, y ha superado los 1,5 millones, pero un porcentaje muy alto resultaron rechazadas. En concreto, la AIReF señala que el 73% de las solicitudes resueltas se han denegado o inadmitido, aunque este porcentaje ha disminuido con el tiempo hasta el 60%. La principal causa de denegación o inadmisión es el incumplimiento del criterio de renta, seguido de los requisitos de unidad de convivencia-empadronamiento. Si estuviera plenamente implementado, el IMV ampliaría la cobertura de los programas de rentas mínimas de las comunidades autónomas en cerca de 250.000 hogares. Además, mejoraría la situación de más de la mitad de los hogares que ya tenían derecho a los programas autonómicos de rentas, incrementando la renta que podrían recibir. En este sentido, hay que señalar que su diseño se configura como una prestación suelo, es decir, cubre a parte de los hogares que anteriormente ya podían recibir las rentas mínimas y amplía la cobertura fundamentalmente en aquellas comunidades autónomas en las que sus programas de garantías de rentas para la lucha contra la pobreza eran más limitados”.

Lo que deseo resaltar hoy por encima de otras cuestiones más técnicas de la implantación del IMV es que ante la situación actual de falta de peticiones y, de las que se han llevado a cabo, las ingentes cantidades de denegaciones, se sabe que todavía “quedarían en España 540.000 hogares en riesgo de pobreza sin cubrir, lo que supone un 40% del total de hogares en pobreza, que no tienen derecho ni al IMV ni a los programas autonómicos. Este porcentaje del 40% sin cubrir podría variar en los próximos años si las CCAA modificasen sus rentas mínimas como consecuencia de la liberación de recursos de sus programas de rentas derivada de la implementación el IMV”. Por tanto, habría que concretar muy bien los objetivos iniciales del IMV, revisándolos de forma exhaustiva, para aplicar en ellos el principio de realidad de la pobreza severa y exclusión social en nuestro país. Todo ello, en una revisión gradual, que llevaría a algo que es lo más importante en este tipo de prestaciones, invertir la carga de la prueba, en el sentido de que debería ser la Administración quien, de oficio, llevara a cabo la tramitación administrativa del IMV, para lo que sería necesaria la interoperabilidad plena delos sistemas de información de las instituciones que intervienen en los diferentes procedimientos administrativos de esta prestación: “sería necesario incrementar la interoperabilidad y el intercambio de información entre administraciones en torno a un repositorio común que contenga la información necesaria para su tramitación y que contemple en su diseño las necesidades para su posterior evaluación”

En este sentido, la AIReF aporta ya una herramienta muy interesante “de microsimulación que permite comparar los efectos sobre un conjunto de indicadores de pobreza de un escenario en el que todos los posibles beneficiarios del IMV y de los programas de rentas mínimas reciben la prestación con el escenario real a fecha 31 de diciembre de 2021. Este microsimulador reporta además un conjunto amplio de indicadores relativos a la gestión, los tiempos de resolución, los motivos de rechazo y el non take-up. Para su elaboración se ha contado con el universo de microdatos de renta y patrimonio de la Agencia Tributaria que se utilizan para tramitar el IMV (excepto los datos relativos a País Vasco y Navarra) y se ha fusionado con el universo de los expedientes del IMV tramitados entre junio de 2020 y diciembre de 2021 por el INSS. De forma complementaria a la aproximación cuantitativa, también se han llevado a cabo entrevistas con gestores del IMV, agentes sociales y entidades del tercer sector”.

Los datos están a mano siempre que seamos cuidadosos con su tratamiento, sabiendo en esta ocasión que provienen de una institución pública solvente. Hablar hoy de ellos creo que era necesario para demostrar que con actuaciones estratégicas y urgentes de Estado, con esta prestación de Ingreso Mínimo Vital, millones de personas podrían salir de las colas del hambre, pagar dignamente la alimentación básica de cada familia y sus necesidades básicas de supervivencia, así como la energía necesaria para alimentarse y aliviar el frío y el calor a lo largo del año. Todo lo demás, sería exclusivamente caridad mal entendida, porque existen en la actualidad recursos públicos que, por miles de trabas burocráticas, no se traducen en prestaciones inmediatas para salvaguardar la dignidad de la personas que menos tienen, los nadies que presentaba en sociedad Eduardo Galeano y que tantas veces he citado en este cuaderno digital: Los nadies: los hijos de nadie, los dueños de nada. Los nadies: los ningunos, los ninguneados, corriendo la liebre, muriendo la vida. Ahora, en este infierno de calor que estamos atravesando y que los abrasa especialmente, merecen ser atendidos de la forma más digna posible por el Estado de Bienestar Social que seguimos defendiendo, nunca mejor dicho, con ardor guerrero y con ardiente impaciencia, los que deseamos para todos un mundo mejor, más justo y sin olvidarlos jamás.

UCRANIA, ¡Paz y Libertad!

CLÁUSULA ÉTICA DE DIVULGACIÓN: José Antonio Cobeña Fernández no trabaja en la actualidad para empresas u organizaciones religiosas, políticas, gubernamentales o no gubernamentales, que puedan beneficiarse de este artículo; no las asesora, no posee acciones en ellas ni recibe financiación o prebenda alguna de ellas. Tampoco declara otras vinculaciones relevantes aparte de su situación actual de persona jubilada.   

La maleta de Agustín Penón guarda el tránsito de la vida de García Lorca

La maleta de Penón / RTVE – DOCUMENTOS TV

Sevilla, 19/VII/2022

No he olvidado todavía la visita que hice en 2017 al Museo de la Ciudad de Antequera, donde contemplé la colección de cuadros de Cristóbal Toral (Torre Alháquime (Cádiz), 1940), que sobrecogen por su realismo trágico, siendo las maletas su hilo conductor: “La vida es tránsito. El hombre nace en un punto y desaparece en otro: el tránsito que hay en medio es lo que importa. Hay una mudanza constante en lo que hago, figuras que no se sabe si van, si vienen, si esperan» (1). Hoy la he recordado especialmente al leer atentamente el artículo de mi admirado Jesús Ruíz Mantilla, El dandi que se la jugó por Lorca en los años cincuenta, una bella historia que se debería conocer por todas las personas que aman la democracia y la memoria histórica de este país acerca de la vida, obra y muerte de Federico García Lorca. Fundamentalmente, porque ese “dandi”, de cuyo nombre quiero acordarme hoy, Agustín Penón Ferrer, luchó por algo que conmueve al conocerlo ahora con todo lujo de detalles, en un viaje realizado a Granada desde Nueva York, concretamente al Ayuntamiento de Fuente Vaqueros, en 1955, con un objetivo muy claro: que se abriera allí una casa museo para Federico García Lorca, donde nació en 1898 y que se le hiciera una estatua, con algo muy definitorio de su sentir democrático: que se llevara a cabo esta petición por suscripción popular exclusivamente. Agustín Penón estaba relacionado con la alta sociedad de Costa Rica, dado que su primo José Figueres Ferrer, era entonces presidente de Costa Rica, donde su familia había llegado al comienzo de la guerra civil en España.

La aventura democrática de Penón en plena dictadura franquista adquiere hoy especial importancia gracias a la investigación llevada a cabo por Juan Carlos García de Polavieja, según refiere Jesús Ruíz Mantilla: “He decidido dedicar parte de mi vida a que Penón sea más conocido”, asegura el investigador. En ello anda: recabando datos e impulsando a la vez un congreso sobre su figura que quedó suspendido en la pandemia y se celebrará este año en noviembre”, sobre el que estaré muy atento para descubrir nuevas islas desconocidas en el Universo Lorca. Hay que reconocer que la aventura de Penón ya fue tratada en su momento por Ian Gibson en su Diario de una búsqueda lorquiana (1955-1956) y, posteriormente, revisada y ampliada por Marta Osorio, en una publicación del año 2000 bajo el título Miedo, olvido y fantasía. Crónica de la investigación de Agustín Penón sobre Federico García Lorca (1955-1956), de lectura obligada para conocer en profundidad todo lo ocurrido en las gestiones realizadas por Penón en favor del reconocimiento de este país a la figura internacional de Federico García Lorca. Esta obra se completó a su vez por otra publicación posterior de la autora en 2015, El enigma de una muerte, donde se resaltan nuevos datos y la correspondencia comentada entre Emilia Llanos y Agustín Penón durante los años 1955-58, que se conserva en el archivo, que demuestran la importancia del trabajo que realizó este investigador a lo largo de su vida.

Aquél intento de Penón en 1955 quedó finalmente en nada y cada día que pase se sabrá más de lo que verdaderamente ocurrió con sus gestiones. Si lo traigo a colación hoy, recordando a Cristóbal Toral, es porque “La obra y la figura de Agustín Penón Ferrer es aún poco conocida, a pesar de lo que ha supuesto el resultado de la documentación que guardó en su famosa maleta”, cuenta Polavieja. La custodió William Layton y se convirtió en una especie de enigma casi de Grial para seguir el rastro lorquiano: “En ella había entrevistas, fotos, cartas, certificados oficiales e incluso algunos originales lorquianos que hemos podido conocer gracias a él”, asegura Polavieja, que lo contó en el documental La maleta de Penón. Otra vez el mundo sugerente de las maletas, tan respetadas por Toral, porque en ellas ve reflejado siempre el tránsito de la vida. En este caso, una que guarda el alma de Federico García Lorca.

Cristóbal Toral en su estudio de Toledo

Contemplo ahora una imagen de Toral en su estudio de Toledo, presidido por amplios ventanales discretos que aportan luz a su obra, caminando entre bocetos y sus sempiternas maletas, llevando una como para dar ejemplo de su eterno viaje hacia alguna parte. Figuran siempre en sus cuadros y esculturas recordándonos también la realidad de la soledad sonora que sienten muchas personas, básicamente mujeres y emigrantes, en sus diferentes viajes de vida. Principalmente, en el citado Museo, obras dedicadas a la mujer, siempre sola: “Trato mucho también el tema de la mujer. Mujeres en interiores de hoteles de no mucho tronío, frágiles, expuestas, con una sensualidad que las humaniza, solitarias… Interpreto esa soledad que existe, la sensación de tránsito. Me gustan las habitaciones de los hoteles, espacios de tránsito donde aparecen las maletas, las camas, las sábanas”.

Cristóbal Toral, Interior en penumbra, 1979-1980

Pienso ahora en las mujeres solas o mal acompañadas por la violencia en sus hogares que debe ser algo insoportable, mujeres a las que García Lorca cuidó tanto en su obra. Recuerdo que en la sinopsis de la obra de Cristóbal Toral, que figura en el museo, se dice textualmente y referido al periodo abierto sobre la mujer como hilo conductor de su obra en 1977, que aparece “siempre solitaria, despojada de toda algarabía, sola en su infinito silencio, como proclamando una identidad de origen y destino frente al cosmos. Distanciada, plena de pureza y sobriedad, rodeada de objetos banales, se funde y trasciende la soledad infinita del hombre”.

En mi tránsito particular, también hay una pequeña maleta que finalmente deshice en ese mismo año, 2017, después de haber viajado siempre conmigo, acompañándome como testigo muda en todas las mudanzas que he hecho incluso en tiempo de turbación. Hoy he vuelto a contemplarla a la luz de una ventana discreta, ahora decorada con sellos de hoteles ficticios en este viaje tan particular. En ella había recuerdos de mi infancia, cuadernos, lápices, dibujos, chapas con fotografías de ciclistas que me acompañaron a dar una imaginaria Vuelta a España en las aceras de Madrid, en el Retiro, construcciones modeladas a mano, notas del Cuadro de Honor, cartas, fotografías familiares, postales y recuerdos varios que guardo ahora en el corazón y en mis cajas de sueños 1 y 2.

Mi maleta de sueños

Me acuerdo… también, ahora, siguiendo la dinámica que aprendí en su día de Joe Brainard, de un discurso que me marcó mucho la vida cuando lo leí, con un título sugerente, La maleta de mi padre, de Orhan Pamuk, premio Nobel de Literatura en 2006, porque comprendí la metáfora de su discurso en el acto de recepción oficial del galardón, como homenaje a lo que su padre le entregó un día en una pequeña maleta que contenía su tránsito por la vida: “Recuerdo que, después de que mi padre se fuera, estuve unos días dando vueltas alrededor de la maleta sin tocarla. Conocía desde niño aquella maleta pequeña de cuero negro, sus cierres y sus esquinas redondeadas. Mi padre la usaba cuando salía a algún viaje breve o cuando quería llevar algún peso a su oficina. Me acordaba de que cuando era pequeño, después de que regresar de algún viaje, me gustaba abrir la maleta y revolver sus cosas y aspirar olores a colonia y a país extranjero que salían de su interior. Aquella maleta era un objeto conocido y atractivo que me traía muchos recuerdos del pasado y de mi infancia, pero ahora no podía ni tocarla. ¿Por qué? Por el misterioso peso de la carga que ocultaba en su interior, por supuesto” (2). Sin desvelar su contenido, les aseguro que tiene mucho que ver con el efecto balsámico de la literatura.

Una cosa más y muy importante para la memoria democrática de este país: la maleta de Penón está en Granada y allí se quedará por decisión de la familia de Marta Osorio que falleció en 2016, respetando la voluntad de la escritora granadina. El archivo que ella conservaba en su casa, incluida la famosa maleta, contiene toda la documentación que Penón pudo recopilar en su visita a Granada en 1955, que se prolongaría a lo largo de casi dos años. En el tránsito actual hacia el nuevo orden mundial, que más que orden es desorden, como ejemplo del auténtico mundo al revés explicado tantas veces en este cuaderno digital, puede ser aleccionador acercarse a estas maletas simbólicas de Penón, Toral y Pamuk. Si las contemplamos y abrimos, podemos encontrar allí respuestas al gran viaje de la vida, una oportunidad para intentar llenarlas ahora de aquello que nos puede acompañar todavía, aun yendo, como Antonio Machado, ligeros de equipaje, conversando con la persona de secreto que siempre va con nosotros. Les aseguro que quien escribe esto, solo espera hablar a Dios un día, dado que “mi soliloquio es plática con ese buen amigo que me enseñó el secreto de la filantropía”. Yendo, viniendo y esperando, como las figuras de Toral, en este difícil tránsito de la vida, especialmente trágico para Federico García Lorca, a quien con estas palabras demuestro que no olvido.

NOTA: la imagen de cabecera se ha recuperado hoy de El dandi que se la jugó por Lorca en los años cincuenta | Cultura | EL PAÍS (elpais.com)

(1) http://www.elcultural.com/revista/letras/Cristobal-Toral/6606

(2) Pamuk, O., La maleta de mi padre, 2007. Barcelona: Mondadori, p. 11-44.

UCRANIA, ¡Paz y Libertad!

CLÁUSULA ÉTICA DE DIVULGACIÓN: José Antonio Cobeña Fernández no trabaja en la actualidad para empresas u organizaciones religiosas, políticas, gubernamentales o no gubernamentales, que puedan beneficiarse de este artículo; no las asesora, no posee acciones en ellas ni recibe financiación o prebenda alguna de ellas. Tampoco declara otras vinculaciones relevantes aparte de su situación actual de persona jubilada.

Ningún día sin una línea

Sevilla, 18/VII/2022

Si tuviera que explicar una y mil veces por qué escribo, creo que encontraría su justificación en una expresión atribuida por Plinio el Viejo al pintor Apeles de Colofón (isla de Cos, 352-308 a.C.), Nulla die sine línea, porque no pasaba día alguno sin que utilizara el pincel, aunque fuera solo para trazar una línea. Apeles era muy celoso de su trabajo y cuentan también que una vez pronunció otra frase, quizá impertinente, que tampoco he olvidado, pero que dejaba ver a través de sus pinceles su auténtica persona de secreto, Ne supra crepidam sutor judicaret: el zapatero no debe juzgar más arriba de las sandalias. ¡Valiente atrevimiento el del zapatero! Todo, porque contemplando un día una obra suya, ya había mostrado su insolencia al hacerle un comentario, a priori constructivo, sobre un fallo en el diseño de las sandalias del cuadro. Apeles, todo orgullo, corrigió el fallo. Y cuando pensó que el zapatero ya no hablaría más, ¡zás!, vuelta a empezar. Ya no solo estaba el fallo en las sandalias, dijo el humilde zapatero, sino también en la forma de las piernas pintadas en el cuadro. No sabemos si siguió opinando sobre otras zonas del cuerpo pintado por Apeles, ante su monumental enfado. Solo que le espetó la enigmática frase que después ha derivado en otra más popular: Ne supra crepidam sutor judicaret o, lo que es lo mismo hoy día, ¡zapatero, a tus zapatos!

También sé que Jean Paul Sartre, autor muy cuidado por mí durante mis años jóvenes, la citó en su autobiografía Les Mots, pero aplicada a la escritura, quizás buscando pintar palabras: “Escribo siempre. Que más podría hacer? Nulla dies sine linea. Es mi costumbre y, además, mi oficio”. Tengo que afirmar que ahora, en mi cumpledías diario y llegado a una matusalénica edad, que diría Benedetti, procuro escribir todos los días líneas con palabras, cada día unas líneas, motivado por muchas razones que ya he expuesto en diversas ocasiones en este cuaderno digital, aunque eche de menos la caligrafía que me enseñó mi querida maestra Doña Antonia a la que nunca olvido, cuando me cogía la mano derecha para rotular mi cuaderno de “diario”, a plumilla y tinta negra, con una maravillosa letra inglesa que sólo ella sabía trazar con su sabiduría infinita.

Hace ocho años justifiqué por primera vez por qué escribía. Repaso aquellas palabras, en un ejemplo claro de escritura circular en este cuaderno digital, porque sigo pensando lo mismo, fundamentalmente porque forma parte de mis principios y no tengo otros. Escribir todos los días, aunque sea tan solo una línea, tiene un misterio intrínseco a su razón de ser y existir, que deseo revelar en lo que me afecta personalmente a esta pregunta . ¿Por qué escribo? En primer lugar, porque es la forma de expresar de forma especial, con palabras, la esencia de mi persona de secreto, interpretando la realidad que rodea permanentemente mi vida de forma voluntaria pero no inocente. Ser dueño de las palabras, es el acto humano por excelencia porque es una posibilidad que solo pertenece a mi especie, aunque genere en el acto de escribirlas un miedo cerval ante la página en blanco. Cada vez que me enfrento a esta realidad, recuerdo algo que aprendí hace ya muchos años de Ítalo Calvino en su obra póstuma “Seis propuestas para el próximo milenio”: “…es un instante crucial, como cuando se empieza a escribir una novela… Es el instante de la elección: se nos ofrece la oportunidad de decirlo todo, de todos los modos posibles; y tenemos que llegar a decir algo, de una manera especial” (Ítalo Calvino, El arte de empezar y el arte de acabar).

En segundo lugar, porque considero que escribir es un acto de militancia activa en el compromiso intelectual, por varias razones: el mero hecho de cuestionar la existencia de uno mismo al servicio estrictamente personal, es decir, el trabajo permanente en clave de autoservicio, así definido e interpretado, rompiendo moldes y preguntándonos si lo importante es salir del pequeño mundo que nos rodea y mirar alrededor, ya es un signo de capacidad intelectual extraordinaria que muchas veces no está al alcance de cualquiera por imperativos del mercado. Desgraciadamente. Además, porque al escribir se hace patente el compromiso con uno mismo y con los demás, fundamentalmente con los más desfavorecidos por la vida. Siempre lo he asociado con la responsabilidad social, porque me ha gustado jugar con la palabra en sí, reinterpretando la responsabilidad como “respuestabilidad”. Ante los interrogantes de la vida, que tantas veces encontramos y sorteamos, la capacidad de respuestabilidad al escribir (valga el neologismo temporalmente) exige dos principios muy claros: el conocimiento y la libertad. Conocimiento como capacidad para comprender lo que está pasando, lo que estoy viendo y, sobre, todo lo que me está afectando, palabra esta última que me encanta señalar y resaltar, porque resume muy bien la dialéctica entre sentimientos y emociones, fundamentalmente por su propia intensidad en la afectación que es la forma de calificar la vida afectiva. Libertad, para decidir siempre, hábito que será lo más consuetudinario que jamás podamos soñar, porque desde que tenemos lo que he llamado a veces “uso de razón científica”, nos pasamos toda la vida decidiendo. Cuando tienes la “suerte” de conocer las interioridades del dilema al escribir, ya no eres prisionero de la existencia. Ya decides y cualquier ser inteligente se debe comprometer consigo mismo y con los demás porque conoce esta posibilidad, este filón de riqueza. Aunque nuestros aprendizajes programados en la Academia no vayan por estas líneas de conducta. Cualquier régimen sabe de estas posibilidades. Y cualquier régimen, de izquierdas y derechas lo sabe. Por eso lo manejan, aunque siempre me ha emocionado la sensibilidad de la izquierda organizada o la de “los de abajo” que dicen ahora.

En tercer lugar, porque me transforma y renueva continuamente el alma, porque podemos escribir la historia mejor y jamás contada pero, si le falta alma, no es nada (1): “Y eso el lector lo nota. Intuye que a esa perfección le falta algo”. Se llama corazón, alma, un texto en el cual se nota si el autor se ha enamorado de su libro más allá de las ideas que quiere contar”. Y me reafirmo en lo que ya he expresado en los últimos años sobre escribir con el alma, tal y como lo estoy haciendo ahora: “Esto me ha pasado a mí. Me he enamorado de mis libros y estoy viviendo esos momentos en los que mi alma está pendiente de todo, para que no falte nada a las personas que quieres y a las desconocidas que van a captar esos sentimientos y emociones que adornan siempre la inteligencia conectiva que escribe, que se expresa desde dentro de cada autor, siendo Internet un medio poderoso y lleno de recursos para difundir este momento mágico, dando la razón a San Agustín cuando escribía en un perfecto latín un constructo que me ha acompañado siempre: bonum est diffusivum sui (el bien, se difunde a sí mismo). O lo que es lo mismo: la buena literatura, escrita con alma, se difunde a sí misma. Todavía más, con la ayuda de las tecnologías y sistemas de información, porque se construye y difunde con la inteligencia digital, cada día más al alcance de muchas personas que saben qué es escribir con el alma de la pasión.

Después de muchos años de oficio vital, a diferencia del de Jean Paul Sartre, creo que comprendí qué significa escribir cuando leí a Pamuk en su memorable discurso en el acto de recepción del premio Nobel de Literatura en 2006: “[…] el secreto del escritor no es la inspiración, pues nunca se sabe de dónde viene, sino la obstinación y la paciencia. Hay una hermosa expresión turca, “cavar un pozo con una aguja”, y a mí me parece que fue inventada pensando en nosotros, los escritores. Para mí, ser un escritor significa observar con atención las heridas que llevamos dentro, sobre todo las heridas secretas de las que no sabemos nada o casi nada, descubrirlas con paciencia, estudiarlas y sacarlas a la luz para luego asumirlas y hacer de ellas una parte consciente de nuestra escritura y nuestra identidad. Ser escritor es hablar de cosas que todos conocen sin saberlo. Descubrir este conocimiento, desarrollarlo y compartirlo, ofrece al lector el placer del asombro en el recorrido de un mundo que le es familiar”. También, porque en ese acto manifestó que escribía porque solamente modificando la realidad podía soportarla. En definitiva, lo hacía para ser feliz.

José Manuel Blecua, director de la RAE, dijo en cierta ocasión que al escribir copiamos siempre de los autores que hemos leído a lo largo de nuestra vida y nos han marcado. Quizá, al escribir hoy estas palabras especiales, para decir algo especial, he copiado una experiencia contada una vez por el escritor portugués António Lobo Antúnes, sobre una idea preciosa aportada por un enfermo esquizofrénico al que atendió tiempo atrás: “Doctor, el mundo ha sido hecho por detrás”, como si detrás de todo está el alma humana que fabrica el cerebro. Porque según Lobo Antúnes “ésta es la solución para escribir: se escribe hacia atrás, al buscar que las emociones y pulsiones encuentren palabras. “Todos los grandes escribían hacia atrás”.

También, porque todos los días, los pequeños, escribimos así en las páginas en blanco de nuestras vidas…, aunque tan solo sea una línea, pero con alma.

(1) http://www.joseantoniocobena.com/?p=3776

UCRANIA, ¡Paz y Libertad!

CLÁUSULA ÉTICA DE DIVULGACIÓN: José Antonio Cobeña Fernández no trabaja en la actualidad para empresas u organizaciones religiosas, políticas, gubernamentales o no gubernamentales, que puedan beneficiarse de este artículo; no las asesora, no posee acciones en ellas ni recibe financiación o prebenda alguna de ellas. Tampoco declara otras vinculaciones relevantes aparte de su situación actual de persona jubilada.

¿Principio de realidad o de ficción?, esa es la cuestión digital

Sevilla, 17/VII/2022

Las personas que hemos crecido en la dictadura de este país en el siglo pasado, somos víctimas de la aplicación en nuestra educación del principio de ficción, a través de un relato de cómo era el país y no dejando opción alguna a su realidad histórica reciente, sobre todo la de la guerra civil y sus daños colaterales que han sido muchos. Todo ello arropado por el nacional catolicismo que nos invadía por tierra, mar y aire, en el que predominaba un principio del Catecismo Ripalda: fuera de la Iglesia no hay salvación (extra ecclesia nulla salus). En estos días, en los que se ha aprobado en el Congreso de los Diputados la Ley de Memoria Democrática, después de un recorrido parlamentario muy tortuoso, vuelvo a tomar conciencia sobre un problema que atenaza a la sociedad de nuestro país, no inocente por cierto, en el que cada vez toma más carta de naturaleza la necesidad de recurrir al principio de realidad a pesar de los esfuerzos por parte del capital de invadir nuestras conciencias con cosas que nos produzcan placer, tocando de cerca las emociones diarias, no los sentimientos, que son ámbitos psicológicos muy diferentes porque las primeras, las emociones, son estados pasajeros de bienestar, pero de usar y tirar, que es lo que interesa al poderoso caballero Don Dinero y sus secuaces, mientras que los sentimientos son estados afectivos permanentes que nos pueden acompañar toda la vida. De ahí a crear teoría de ficción sólo hay un paso y por eso en España la venta de libros e información de ficción sobrepasa de forma alarmante al de la realidad que se escribe en libros de ensayo.

Todo lo anterior lo explico de forma breve, aunque muy grabada a fuego en mi persona de secreto, porque sigo de cerca desde hace algún tiempo al filósofo surcoreano y arraigado en Alemania desde su juventud, de nombre casi imposible, Byung-Chul Han, que desde hace años está publicando libros para ayudarnos a comprender el mundo desde el ensayo de divulgación, aplicando siempre el principio de realidad, muy patente en su última obra, No-cosas. Quiebras en el mundo de hoy, en el que deja claro en su prólogo que estamos en la era de la transición de las cosas a las no-cosas, entendido este trasvase como las informaciones que nos ofrecen las cosas, como el teléfono inteligente, por ejemplo, porque al final es lo que determinan el mundo que vivimos. Y si hay un protagonista que gana por goleada en el top-star de las no-cosas, ese es el smartphone, que incluso ha desplazado como término a la traducción lógica para que lo entendamos todos, donde la brecha digital está garantizada. Se sitúa en vanguardia no porque sea una cosa, que también lo es, sino porque nos facilita no-cosas muy importantes, traducidas en información de todo tipo, incluso el mundo de la desinformación total garantizada, interesada y no inocente.

La consecuencia de todo ello es la infomanía, nos volvemos infómanos y fetichistas de la información y los datos, de lo que está pasando continuamente a nuestro alrededor. Además, la informatización del mundo convierte las cosas en infómatas, como intenta demostrar desde hace ya más de diez años el llamado “Internet de las cosas”, que yo rebautizaba en mis intervenciones públicas oficiales en el “Internet para las personas”, porque ya atisbaba que algo no iba bien en el mundo digital que frecuentaba a diario. Un ejemplo claro es Alexa, un gran hermano que “sabe” todo sobre nuestra vida, sobre nuestras “rutinas”, con una sola voz, ¡Alexa!, para ofrecernos cualquier información, aunque no se sabe nunca a qué precio de tráfico de datos personales.

Hay reflexiones en su último libro que deberían intranquilizarnos en un nuevo orden mundial, tan falto de aplicación del principio de realidad frente al de ficción permanente: “Hoy llevamos el smartphone a todas partes y delegamos nuestras percepciones en el aparato. Percibimos la realidad a través de la pantalla. La ventana digital diluye la realidad en información, que luego registramos. No hay contacto con cosas. Se las priva de su presencia. Ya no percibimos los latidos materiales de la realidad. La percepción se torna luz incorpórea. El smartphone irrealiza el mundo. Las cosas no nos espían. Por eso tenemos confianza en ellas. El smartphone, en cambio, no solo es un infómata, sino un informante muy eficiente que vigila permanentemente a su usuario. Quien sabe lo que sucede en su interior algorítmico se siente con razón perseguido por él. Él nos controla y programa. No somos nosotros los que utilizamos el smartphone, sino el smartphone el que nos utiliza a nosotros. El verdadero actor es el smartphone. Estamos a merced de ese informante digital, tras cuya superficie diferentes actores nos dirigen y nos distraen”.

Volviendo al terreno de las cosas y a la sumisión que ideológicamente nos embargaba en nuestra educación de juventud, nos damos cuenta de que la historia se repite: “Cada dominación tiene su particular devoción. El teólogo Ernst Troeltsch habla de “los cautivadores objetos devocionales de la imaginación popular”. Estabilizan la dominación al hacerla habitual y anclarla en el cuerpo. Ser devoto es ser sumiso. El smartphone se ha establecido como devocionario del régimen neoliberal. Como aparato de sumisión, se asemeja al rosario, que es tan móvil y manejable como el gadget digital. El like es el amén digital. Cuando damos al botón de “Me gusta”, nos sometemos al aparato de la dominación”.

Finalizo con el hilo conductor que exponía al principio. No estamos en tiempos para la lírica ni para la literatura de ensayo. Libros como el expuesto tienen una repercusión muy limitada, porque es una cosa llamado ensayo que obliga a cuestionarnos todo lo que se mueve a nuestro alrededor. Si con la lectura de estas líneas consigo que la Noosfera a la que se entrega este artículo, se detiene un momento a pensar en lo que dice un filósofo preocupado por interpretar la vida de la mejor forma posible, comprenderemos mejor la sinopsis oficial de su último libro: “Hoy en día, el mundo se vacía de cosas y se llena de información inquietante como voces sin cuerpo. La digitalización desmaterializa y descorporeíza el mundo. En lugar de guardar recuerdos, almacenamos inmensas cantidades de datos. Los medios digitales sustituyen así a la memoria, cuyo trabajo hacen sin violencia ni demasiado esfuerzo. La información falsea los acontecimientos. Se nutre del estímulo de la sorpresa. Pero este no dura mucho. Rápidamente sentimos la necesidad de nuevos estímulos, y nos acostumbramos a percibir la realidad como una fuente inagotable de estos. Como cazadores de información, nos volvemos ciegos ante las cosas silenciosas y discretas, incluso las habituales, las menudas y las comunes, que no nos estimulan, pero nos anclan en el ser”.

No lo olvidemos: más que el Internet de las Cosas y No-Cosas, deberíamos profundizar científicamente en el Internet para las Personas. Ahí reside la dialéctica expuesta: ¿principio de realidad o de ficción?, porque esa es la verdadera cuestión desde la ética digital, que también existe.

UCRANIA, ¡Paz y Libertad!

CLÁUSULA ÉTICA DE DIVULGACIÓN: José Antonio Cobeña Fernández no trabaja en la actualidad para empresas u organizaciones religiosas, políticas, gubernamentales o no gubernamentales, que puedan beneficiarse de este artículo; no las asesora, no posee acciones en ellas ni recibe financiación o prebenda alguna de ellas. Tampoco declara otras vinculaciones relevantes aparte de su situación actual de persona jubilada.

El lenguaje de los expertos en todo, copia a los hermanos Marx

Groucho y Chico Marx, en una escena de Una noche en la ópera (1935)

Sevilla, 15/VII/2022

Sigo de cerca los acontecimientos mundiales que nos acechan por tierra, mar y aire: invasión de Ucrania, olas sucesivas de pandemia, corrupción generalizada, cambio climático e inflación galopante, entre otros dignos de señalar. Detecto que lo que hay detrás, en bastantes ocasiones, es un lenguaje vacío y lleno de lugares comunes por parte de los «expertos» correspondientes que se permiten hablar sobre ellos, también sobre todo lo que se mueve, algo que recogió ya Eduardo Galeano en su libro Patas arriba. La escuela del mundo al revés, un libro de cabecera en mi mesita de noche. Bajo el epígrafe El lenguaje de los expertos internacionales, en la clase dedicada a la impunidad de los exterminadores del planeta, obviamente de la democracia, dice lo siguiente: “En el marco de la evaluación de los aportes realizados al redimensionamiento de los proyectos en curso, centraremos nuestro análisis sobre tres problemáticas fundamentales: la primera, la segunda y la tercera. Como se deduce de la experiencia de los países en desarrollo donde se han puesto en práctica algunas de las medidas que han sido objeto de consulta, la primera problemática tiene numerosos puntos de contacto con la tercera, y una y otra aparecen intrínsecamente vinculadas con la segunda, de modo que bien puede decirse que las tres problemáticas están relacionadas entre sí. La primera…” (1).

Leyéndolo con atención, nos damos cuenta de que no dicen absolutamente nada, porque son palabras huecas, sin sentido alguno. Suenan igual que las que pronuncian Otis B. Driftwood (Groucho) y Tomasso (Chico), en sus respectivos papeles en “Una noche en la ópera”, en una crítica mordaz sobre la burocracia y el formalismo aparente en la contratación administrativa que personalmente lo llevo hoy al contrato social, que también existe, entre los representantes de los Gobiernos más la oposición, respecto de sus votantes. El lenguaje político que nos llega en estos días del Congreso por parte de la oposición al Gobierno, se convierte en algo muy parecido a lo expresado por Groucho Marx en la película citada: “la parte contratante de la primera parte será considerada como la parte contratante de la primera parte y la parte contratante de la primera parte será considerada en este contrato… Oiga ¿por qué hemos de pelearnos por una tontería como esta? La cortamos”. Ante la situación que vivimos, efectivamente, en el Congreso de los Diputados, donde sería importante comprometerse todo el arco político con el “estado lamentable de la nación”, acosada por los problemas internacionales de la pandemia y la guerra de Ucrania, hemos visto que el método de los Hermanos Marx ha resultado infalible para el ala de la derecha, porque poco a poco van cortando todas las cláusulas del contrato social “firmado” en las elecciones para quedarse al final con una, la llamada por ellos “cláusula sanitaria”, después de haber leído más de ocho cláusulas que, finalmente, desaparecen con un hilo conductor que ellos mismos aceptan cuando Chico Marx dice: “Ahora en esta parte que sigue hay algo que no le gustará, a lo que responde Groucho: Bien, su palabra es suficiente para mí”, rompiendo una vez más esa parte del contrato y diciendo con voz engolada: «Dígame, ¿la mía es suficiente para usted?», a lo que Chico Marx responde: «¡Desde luego que no!» Sobran palabras, eufemísticamente hablando, para explicar este escuálido contrato, no digamos cuando ocurre en el contrato social de la representación política y sus votantes, apoyadas por las grandes decisiones de los expertos en todo. La palabra no sirve para nada, porque no les queda cuando casi todo es corrupción y casi nadie se fía de nadie, aunque se parte de un aserto falso: todos los políticos son iguales, cuando la verdad objetiva es que no es así. Dicho sea de paso y en defensa de muchos políticos honrados.

Pero “la cosa” no acaba ahí para determinados expertos nacionales en la política, por ejemplo, que están sentados en el Congreso. Cuando ya no queda casi nada del contrato marxiano, Groucho y Chico, en sus respectivos papeles, abordan la cláusula final que es lo único que les queda del escuálido documento original:

Chico: “Espere, espere. ¿Qué es lo que dice aquí en esta línea.

Groucho: Oh, eso no es nada. Una cláusula común a todos los contratos. Solo dice.… dice… ”si se demostrase que cualquiera de las partes firmantes de este contrato no se haya en el uso de sus facultades mentales, quedará automáticamente anulado en todas sus cláusulas”.

Chico: Pero yo no sé si…

Groucho: No se preocupe, hay que tomarlo en cuenta en todo contrato. Es lo que llaman una cláusula sanitaria.

Chico: Ja, ja, ja… no me diga que ahora tenemos que vacunarnos.

Groucho: (dándole la flor del ojal de su chaqueta) Tenga, se la ha ganado por idiota.
Chico: Gracias”
.

La cláusula sanitaria es el final de esta hilarante o esperpéntica escena, como también lo es cuando el contrato social con nuestros representantes políticos se rompe, se destroza en una trituradora de corrupción y malas formas de gobernar. La contaminación política de la corrupción es de tal calibre que se corrompe casi todo, por encima de todo la inteligencia, la corrupción mental, motivo por el que es necesario estar vacunado con la ética personal y colectiva, ante la epidemia de corrupción de amplio espectro que nos embarga. No me extraña que a modo de respuesta de Chico contra la mentira y la indignidad de la falsa política: “¡no me diga que ahora tenemos que vacunarnos”, Groucho, cuando entrega la flor de su ojal, reacciona en 1935 ante la otra parte contratante igual que aquél famoso asesor de Clinton cuando en la campaña presidencial de 1992 dijo una frase que ha pasado a la posteridad: ¡Es la economía, idiota! o lo que es hoy lo mismo, ¡es la corrupción, idiotaque no te enteras! En palabras de Galeano, algo parecido: “En el marco de la evaluación de los aportes realizados al redimensionamiento de los proyectos en curso, centraremos nuestro análisis sobre tres problemáticas fundamentales: la primera, la segunda y la tercera. Como se deduce de la experiencia de los países en desarrollo donde se han puesto en práctica algunas de las medidas que han sido objeto de consulta, la primera problemática tiene numerosos puntos de contacto con la tercera, y una y otra aparecen intrínsecamente vinculadas con la segunda, de modo que bien puede decirse que las tres problemáticas están relacionadas entre sí. La primera…”.

Sobran palabras. Sobre todo, de determinados «expertos en todo», políticos y tertulianos de turno, porque la verdad brilla en ellos por su ausencia, cuando siguiendo de nuevo a Groucho Marx lo que deberían hacer es «estar callados y parecer tontos, antes que hablar y despejar las dudas definitivamente».

(1) Galeano, Eduardo, Patas arriba. La escuela del mundo al revés, 2003 (9ª edición). Madrid: Siglo XXI de España Editores, p. 223.

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Cuando se confunde con Velintonia, la casa de Vicente Aleixandre, su valor y precio

Vicente Aleixandre en Velintonia, su casa en Madrid

Velintonia es de todos, de todos y de todos

Vicente Aleixandre

Sevilla, 14/VII/2022

Cuando contemplo cualquier mano, algo que me ocurre con frecuencia con las de mis nietos, recuerdo siempre un poema de Vicente Aleixandre, Mano entregada, que he utilizado en varias ocasiones, hace ya bastante tiempo, como mensaje en las felicitaciones de Navidad que mandaba imprimir de forma personalizada y artesanal, en una librería preciosa que había aquí en Sevilla, ya desaparecida desgraciadamente, con un nombre programático, Fernán Caballero:

Pero otro día toco tu mano. Mano tibia.
Tu delicada mano silente. A veces cierro
mis ojos y toco leve tu mano, leve toque
que comprueba su forma, que tienta
su estructura, sintiendo bajo la piel alada el duro hueso
insobornable, el triste hueso adonde no llega nunca
el amor. Oh carne dulce, que sí se empapa del amor hermoso.

Cuando paseo por Sevilla, procuro acercarme también a Aleixandre, sentándome cerca de él en su paseo, un homenaje de Sevilla a su obra, a un poeta sevillano como yo, pero con un paso fugaz por la ciudad que lo vi nacer al trasladarse la familia, cuando solo tenía dos años, por razones laborales a Málaga, ciudad a la que siempre homenajeó en su obra, en la que descubrió el sabor del mar durante sus nueve años de estancia familiar hasta el traslado a Madrid. Me detengo siempre a leer el poema que figura en un azulejo que hermosea la ciudad, un fragmento de En la plaza, porque es verdad todo lo que allí dice formando parte de su Historia del corazón:

Era una gran plaza abierta, y había allí olor de existencia.
Un olor a gran sol descubierto, a viento rizándolo,
un gran viento que sobre las cabezas pasaba su mano,
su gran mano que rozaba las frentes unidas y las reconfortaba.

Y era el serpear que se movía
como un único ser, no sé si desvalido, no sé si poderoso,
pero existente y perceptible, pero cubridor de la tierra.

Cuando he conocido hoy que Velintonia, la casa de Vicente Aleixandre en Madrid durante toda su vida adulta, desde 1927 y hasta su fallecimiento en 1984, sale a subasta pública por la cantidad exacta de 4.561.750 euros, he sentido un profundo dolor y la desazón por haber llegado hasta aquí esta ceremonia de confusión cultural, ante el cúmulo de despropósitos, públicos y privados, de las diferentes Administraciones y el poder omnipresente del poderoso caballero Don Dinero por parte de su reducida familia, así como la oscura “pertenencia” (por decirlo de alguna manera) de toda su obra escrita y determinados objetos personales, por parte de la familia del poeta Carlos Bousoño, ya fallecido. Todo lo contrario de lo que la Asociación de Amigos de Vicente Aleixandre viene haciendo desde hace muchos años, veintisiete en concreto, por su ingente labor para salvar el legado del poeta y el valor histórico de su casa.

Cuando he sabido que después de su fallecimiento hubo un proyecto, entre otros, de que la casa fuera adquirida con dinero público para que se destinara a un fin obviamente “poético”, como “La Casa de la Poesía” y que la Administración competente estimó que Madrid ya no necesitaba ese destino, porque ya había una en Getafe, vuelve la desazón a mi vida. Sin comentarios. Con la subasta anunciada, se confunde una vez más el valor y precio de la vida y obra de Vicente Aleixandre. Escribir hoy estas líneas es para ofrecerle un modesto homenaje desde su tierra de nacimiento fugaz, pero con un sentimiento de agradecimiento permanente a su vida y obra escrita a duras penas en Velintonia, en cuadernos muy cuidados, casi siempre de noche y acostado, por su delicada “salud de hierro”, como él mismo afirmaba en momentos de confidencias a medianoche. Su misión en la vida la reafirmó de forma muy clara cuando conoció que le habían otorgado el premio Nobel de Literatura en 1977: “El poeta está siempre formulando una pregunta y el lector siempre va a su vez manifestando una muda respuesta que percibe en su espíritu el escritor. Pues bien, el Premio Nobel, con su grandeza, ha significado para mí la respuesta simbólica de un mundo completo de lectores”.

RTVE Play Radio – Por tres razones- «Velintonia es de todos, de todos y de todos» 29/06/2021

Cuando finalizo la lectura de la noticia de la subasta de Velintonia, escucho el reportaje en el que su voz resuena más fuerte que el viento, que me embarga de nuevo. Velintonia fue siempre el refugio de su exilio interior, que acogió también a sus amigos del alma de la generación del 27 y los Novísimos, como maestro indiscutible. Ese es su valor, que no su precio. Estas palabras son mi “muda respuesta” a su obra, como él quería. Para mí queda muy claro que Velintonia, es de todos, de todos y de todos. Palabras de Aleixandre.

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Los cuervos nos enseñan a abrir los ojos ante el ataque ajeno

Geraldine Chaplin y Ana Torrent en Cría Cuervos, 1976, dirigida por Carlos Saura

Sevilla, 13/VII/2022

Parto de la base al escribir estas líneas de que los cuervos tienen muy mala fama y así nos lo han contado desde la niñez, pero estoy convencido de que a veces todo depende del relato que me han contado o cuentan en la actualidad, incluso alguno de cuervos. En una palabra, del cuentacuentos de turno. De cualquier manera, sigo pensando que al igual que pasa con las bicicletas, según Fernando Fernán Gómez, unos buenos relatos puede que sean para este verano algo imprescindible. Lo manifiesto así, porque una publicación reciente de Will Storr, La ciencia de contar historias. Por qué las historias nos hacen humanos y cómo contarlas mejor, nos puede ayudar a comprender esta necesidad primigenia del ser humano, la necesidad de creer en algún relato que justifique la vida, algo que ha perdurado a lo largo de los siglos con el relato de la creación o con la doctrina del evolucionismo de Darwin, que tantos disgustos ocasionó a los creacionistas nativos, fundamentalmente por las consecuencias que ha traído. Son dos relatos diferentes, en la dialéctica tan humana de creencia y ciencia, cada una con sus cadaunadas históricas. La sinopsis del libro nos aclara este punto de partida: “Las historias moldean lo que somos, desde nuestro carácter hasta nuestra identidad cultural, nos impulsan a realizar nuestros sueños y ambiciones y dan forma a nuestra política y nuestras creencias. Las utilizamos para construir nuestras relaciones, para mantener el orden en nuestros tribunales, para interpretar los acontecimientos en nuestros periódicos y medios de comunicación social. Contar historias es una parte esencial de lo que nos hace humanos. Ha habido muchos intentos de descifrar lo que constituye una buena historia, desde las teorías de Joseph Campbell hasta los recientes intentos de descifrar el «código del best seller». Pero pocos han utilizado un enfoque científico. Para entender la narración de historias en su sentido más amplio, primero debemos comprender al narrador por excelencia: el cerebro humano. Aplicando una deslumbrante investigación psicológica y la neurociencia más vanguardista, Will Storr demuestra cómo nos manipulan los maestros de la narración, en un viaje que va desde las escrituras hebreas hasta Mr. Men, desde la literatura ganadora del Premio Booker hasta la televisión de pago, desde el drama griego hasta las novelas rusas y los cuentos populares de los nativos americanos”.

Si importante es el hilo conductor de esta interesante publicación, más lo ha sido al detenerse en los relatos que han justificado siempre el bien y el mal, sobre todo este último, del que el Génesis es una muestra definitiva para la historia de la humanidad, porque del relato de la creación vienen estos lodos actuales de historias que se montan para que las crea la humanidad aunque en su mayoría sean falsas, digámoslo claramente, incluso la del Génesis, que por muchos ni se toca. Llevo bastantes años aproximándome a un dilema que nos aprisiona en vida, cuando la realidad es que lo que lo justifica no dejan de ser meros relatos fantásticos a lo largo de la historia de la humanidad: ¿por qué somos buenos o malos?, o mejor, ¿por qué actuamos bien o mal?, incluso con extrema violencia, o peor todavía ¿por qué cuando queremos hacer las cosas bien, salen mal, y además nos auto inculpamos o lanzamos las responsabilidades hacia los demás, sin com-pasión [sic] alguna? Los que hemos crecido en entornos nacional-católicos, apostólicos y romanos, lo teníamos fácil, en principio. Esas preguntas, que son terrenales para las iglesias, solo tienen una respuesta clara y contundente en la católica y la judía: la responsabilidad de actuar mal, cuando lo tuvimos todo a favor, para actuar bien, es de nuestros antepasados, Adán y Eva, que comieron de una manzana prohibida y desde entonces no hacemos otra cosa que sufrir el mal por todas partes. Así de sencillo (?). La verdad es que hemos crecido desentendiéndonos poco a poco de estos esquemas, sin que Dios, curiosamente, nos recogiera a tiempo…, con escapadas históricas y lógicas hacia otro tipo de razonamientos, como los que Galileo, Darwin, Einstein y tantos otros científicos nos ofrecieron para justificar razones de la razón para comprender mejor nuestra existencia, la ética de nuestro cerebro. Hoy, con la investigación exhaustiva de las estructuras cerebrales, con medios poderosos de laboratorio, nos atrevemos a hacer la pregunta sobre si la ética cerebral es instinto o aprendizaje, dejando la manzana maligna al margen, con el ardor guerrero de intentar encontrar respuestas coherentes con la inteligencia humana, con absoluto respeto a todas las personas que les sigue viniendo bien creer en la irresponsabilidad maldita de Adán y Eva, un relato magníficamente construido para acallar conciencias inquietas.

Como ya he manifestado en este cuaderno digital, el gran relato de la creación es una maravillosa aventura para dejar de lado, definitivamente, el relato del drama (¡con perdón!) de la serpiente malvada y la fruta prohibida, la manzana, sobre la que la Biblia nunca habla de ella, tal como se recogió en la famosas diez líneas del libro del Génesis, en la tríada serpiente/Adán/Eva (nunca la manzana), que son “la quintaesencia de una religión que ha dado vueltas al mundo y ha construido patrones de conducta personal y social. Y cuando crecemos en inteligencia y creencias, descubrimos que las serpientes no hablan, pero que su cerebro permanece en el ser humano como primer cerebro, “restos” de un ser anterior que conformó el cerebro actual. Convendría profundizar por qué nuestros antepasados utilizaron este relato “comprometiendo” al más astuto de los animales del campo [en un enfoque básicamente machista de la ética del cerebro humano]. Sabemos que el contexto en el que se escriben estos relatos era cananeo y que en esta cultura la serpiente reunía tres cualidades extraordinarias: “primero, la serpiente tenía fama de otorgar la inmortalidad, ya que el hecho de cambiar constantemente de piel parecía garantizarle el perpetuo rejuvenecimiento. Segundo, garantizaba la fecundidad, ya que vive arrastrándose sobre la tierra, que para los orientales representaba a la diosa Madre, fecunda y dadora de vida. Y tercero, transmitía sabiduría, pues la falta de párpados en sus ojos y su vista penetrante hacía de ella el prototipo de la sabiduría y las ciencias ocultas. (…) Estas tres características hicieron de la serpiente el símbolo de la sabiduría, la vida eterna y la inmortalidad, no sólo entre los cananeos sino en muchos otros pueblos, como los egipcios, los sumerios y los babilonios, que empleaban la imagen de la serpiente para simbolizar a la divinidad que adoraban, cualquiera sea ella” (1). Queda claro que la manzana fue harina del costal católico, apostólico y romano, por más señas.

El biólogo evolucionista Marc Hauser, que ha trabajado en los últimos veinticinco años sobre esta aproximación científica de la que he hablado anteriormente, sobre el que ya hice alguna presentación en un post de este cuaderno, Ética del cerebro, dice en su libro “La mente moral”, algo apasionante: “hemos desarrollado un instinto moral, una capacidad que surge de manera natural dentro de cada niño, diseñada para generar juicios inmediatos sobre lo que está moralmente bien o mal sobre la base de una gramática inconsciente de la acción. Una parte de esta maquinaria fue diseñada por la mano ciega de la selección darwiniana de años antes de que apareciera nuestra especie; otras partes se añadieron o perfeccionaron a lo largo de nuestra historia evolutiva y son exclusivas de los humanos y de nuestra psicología moral. Estas ideas se basan en lo que nos permite descubrir otro instinto: el lenguaje” (2). Creo, por tanto, que una obligación humana por excelencia es llegar al conocimiento de por qué tenemos que encontrarnos siempre con el gran dilema dialéctico del bien y del mal, así como de las consecuencias de las decisiones que tomamos a diario en las que siempre está presente y del que difícilmente aprendemos por acción o por omisión. Si alguna vez llegáramos a explicar la causa de la decisión u omisión ética de nuestro cerebro, por qué se producen algunas respuestas que no nos agradan o que incluso nos hacen fracasar en un momento o para toda la vida, viviendo un desposorio casi místico con la culpa, haríamos mucho más fácil la vida diaria porque al menos sabríamos a qué atenernos. Hoy, nos agarramos como a un clavo ardiendo, a Dios, a la naturaleza, a la sociedad o a las personas (José Ferrater Mora, El hombre en la encrucijada), en cualquiera de sus múltiples manifestaciones, para justificar nuestras acciones, olvidando que nuestra gran máquina de la verdad, nuestro cerebro, guarda el secreto ancestral de por qué existe el bien o el mal y de por qué actuamos de una forma u otra, muy lejos de la manzana que, como en el agigantamiento tan característico del cuadro de Magritte, La chambre d´ecoute, ha perdurado en el tiempo como causa de todos los males, ocupando nuestra habitación interior, la del alma y la de los secretos.

A propósito de esta dialéctica multisecular, el escritor Manuel Jabois ha publicado hoy un artículo precioso Lo que piensan de nosotros los cuervos, en el que manifiesta lo siguiente em el contexto de la publicación de Storr comentada: “Somos buenos, o al menos estamos programados para serlo. En un estudio referenciado en The Domesticated Brain, de Bruce Hood, una marioneta hacía de ladrón tratando de abrir una caja, otra la ayudaba a abrirla y una tercera lo impedía; bebés de hasta ocho meses elegían ser esa marioneta, la que impedía que el mal se saliese con la suya. Hay en todo ello una relación directa con el estatus, del que depende buena parte de nuestra salud mental y física, nuestra autoestima; la percepción que los demás tienen de nosotros nos obsesiona. Por eso, dice Storr, los cotilleos del hombre cazador-recolector han acabado en los periódicos, que se ocupan mayormente de los relatos de infracciones morales cometidas por personas de alto estatus. No es nuevo ni exclusivo de nosotros: los grillos llevan un recuento de sus victorias y fracasos contra rivales de la misma especie. Y los expertos en comunicación entre pájaros encontraron algo maravilloso, según se lee en La ciencia de contar historias: “Los cuervos no sólo están atentos a los cotilleos que cuentan las bandadas vecinas, sino que prestan aún más atención cuando se cuenta la historia de algún pájaro que ha perdido estatus”. Son reflexiones sobre nuestros relatos ancestrales que, todavía hoy, no nos dejan indiferentes.

Al leer el artículo de Manuel Jabois sobre la publicación de La ciencia de contar historias. Por qué las historias nos hacen humanos y cómo contarlas mejor, he recordado un artículo que publiqué en 2015, Ideología, ¿por qué te vas?, al conocer la investigación científica que se había desarrollado por la Universidad de Washington en la que se había descubierto que los cuervos aprenden cuando a un miembro de su especie no le van bien las cosas: “La presencia del cuervo muerto podía decir a los otros pájaros que un lugar es peligroso y debería visitarse con precaución. Los graznidos ruidosos que emiten los pájaros podrían ser una forma de compartir información con el resto del grupo”.

Me ha parecido una metáfora que se puede aplicar a las personas y sus creencias religiosas y políticas, que se ausentan de nuestras vidas y de nuestros proyectos vitales e ideológicos, donde nadie es imprescindible, aunque a veces sí necesarios, porque los seres humanos pertenecemos a ese club selecto de atención a lo que ocurre alrededor de la muerte y sólo nosotros sabemos qué ocurre cuando desaparecen las ideologías. Deberíamos aprender de esta situación y de sus circunstancias, por qué no están, por qué se fueron o los echaron, por qué les corrompió la política y murieron para la decencia y la dignidad y por qué no dejan pasar a personas más jóvenes, más dignas, que saben cambiar las cosas en este momento en el que hay muchas cosas que cambiar. Así podríamos compartir la información veraz con los miembros de nuestros grupos humanos más queridos, para no volver a pisar caminos que no se deben andar.

Cualquier parecido de esta reflexión con la realidad actual en torno al estado de alerta en el que viven los cuervos, ¡qué metáfora en relación con la que vivimos los seres humanos!, no es como en el cine pura coincidencia. Aunque recuerde ahora a Carlos Saura escuchando la famosa canción de Jeanette en Cría cuervos como telón de fondo de una situación de España que como a él, en 1975, me agrada cada vez menos. Es la ideología y cuestión de creencias en determinados relatos, pero ¿por qué se van? Quizás, el secreto esté en una estrofa mágica de la canción:  Bajo la penumbra de un farol / se dormirán / todas las cosas que quedaron por decir / se dormirán. El secreto está en el despertar, tal y como lo aprendí hace ya muchos años de Antonio Machado: “Tras el vivir y el soñar, está lo que más importa: despertar” ante el principio de realidad de vivir despiertos ante el rumor previo al ataque ajeno.

(1) Cobeña Fernández, J.A. (2007). Estereotipo machista 4: “¡mujer tenías que ser!”.

(2) Hauser, Marc, La mente moral, 2008. Barcelona: Paidós Ibérica, pág. 17.

UCRANIA, ‘Paz y Libertad!

CLÁUSULA ÉTICA DE DIVULGACIÓN: José Antonio Cobeña Fernández no trabaja en la actualidad para empresas u organizaciones religiosas, políticas, gubernamentales o no gubernamentales, que puedan beneficiarse de este artículo; no las asesora, no posee acciones en ellas ni recibe financiación o prebenda alguna de ellas. Tampoco declara otras vinculaciones relevantes aparte de su situación actual de persona jubilada.

La magia de un beso lésbico censura la tradición de Disney

Kiko (i) y Alisha Hawthorne (d), protagonistas de excepción en Lightyear

Sevilla, 12/VII/2022

Un artículo de opinión, mejor, una tribuna, del pasado 25 de junio, Buzz Lightyear: hasta las lesbianas y más allá, podría ser una clase práctica extraordinaria de cómo se ha construido el imperio Disney y sus mentiras en casi un siglo dibujando películas del mundo al revés, porque la felicidad imposible de Disney y su lenguaje ambiguo, no inocente, está fuera de toda duda, a pesar del síndrome de Peter Pan que nos rodea en el mundo del nunca jamás. En estos días de fiestas del arco iris por doquier -por ahora y no se sabe si por mucho tiempo-, hay una auténtica revolución en la calle sobre reivindicaciones en voz muy alta del colectivo LGTBIQA+ (lesbianas, gais, trans, bisexuales, intersexuales, queer, asexuales y otros no cisheteronormativos), que no son una sopa de letras, como se le intenta ridiculizar por las fuerzas vivas de la derecha cavernícola, sino un conjunto de realidades humanas, casi siempre muy dolorosas por la falta de aceptación y de sensibilidad social que manifiesta parte de la sociedad ante otras formas de ser y estar en el mundo.

Se puede escribir mucho y bien sobre la defensa de este colectivo y lo que representan, que es algo extraordinario para convivir humanamente, porque nada de lo que son, dicen y hacen nos debería ser ajeno, como le gustaba decir, hace ya muchos siglos, a Terencio, recordando a Cremes, un personaje curioso que protagoniza una obra suya, El enemigo de sí mismo (165 a.C.), cuando pronunció una frase al comienzo, inolvidable, profunda, que no ha perdido su frescura a pesar de los siglos que han transcurrido desde que se escribió en un texto y contexto muy concretos: Hombre soy; nada humano me es ajeno (Homo sum; humani nihil a me alienum puto). Para no olvidarlo en estas celebraciones masivas y reivindicativas de derechos humanos, cuando al criticar a este colectivo nos convertimos en enemigos de nosotros mismos.

Decía anteriormente que la tribuna citada es una clase magistral por lo que expresa a través del estreno de la película de Disney, Lightyear, de la factoría Disney/Pixar, inseparable por ahora a pesar de las diferentes culturas de origen que ya abordé en un artículo en 2020, Steve Jobs, el genio visionario que sigue con nosotros, reflexionando sobre aspectos que ayudan a comprender la travesía del desierto que han tenido que sufrir los trabajadores cercanos al colectivo LGTBIQA+ dentro de los propios estudios de Pixar, con su cultura grabada a fuego desde su fundación por Steve Jobs, fundamentalmente, porque la película es una denuncia de algo que ya estaba en su ADN de producción y argumentos en Toy Story, hace 27 años, por lo que se convierte en una precuela auténtica aunque silenciada en su argumento de origen: “La primera genialidad del beso lésbico que aparece por primera vez en la historia de Disney en la recién estrenada Lightyear (y que tristemente ha supuesto la censura de la cinta en 14 países de Oriente Próximo y Asia) es que tiene lugar en 1995, es decir, hace 27 años. De modo que consigue que el primer beso homosexual de la factoría Disney Pixar nazca recordando que llega con años de retraso. Porque resulta que se trata de un beso noventero, tan viejuno como el mismísimo siglo XX. ¿Qué cómo puede ser eso? Muy fácil. Porque la cinta arranca con la siguiente premisa: en 1995 Andy (el protagonista de Toy Story) fue al cine a ver Lightyear. Y ésta (que se estrena ahora) es la película que vio entonces”. Han pasado muchos años para que Disney deje de ocultar sus vicios privados a través de públicas virtudes, sobre todo porque su unión con Pixar fue una bocanada de aire fresco para la tradicional forma de entender la vida por parte Disney y cómo se la ha presentado al mundo mágico de los niños y niñas del mundo durante tanto tiempo. Así lo escribí también con ocasión del estreno en España de una película atrevida, Luca, el verano pasado, en la que se detalla una amistad real como la vida misma, porque el guion estaba en el corazón de las vivencias del director, Enrico Casarosa, que acabó proyectándolo en vivencias reales con su amigo Alberto, dejando abierta la puerta del amor homosexual: “Tenía razón Steve Jobs cuando dijo en cierta ocasión que el mundo era mejor gracias a las películas que hacía Pixar y que por muy brillantes que fueran los productos de Apple, todos terminarían en el vertedero, pero que no pasaría así con las películas de Pixar porque vivirían para siempre en la mente de millones de niños y niñas del mundo y en su tránsito a personas adultas y mayores. Este tránsito es el que también se ha querido recoger en Lightyear, que sin ánimo de hacer spoiler lo sintetizo a continuación.

Para empezar, lo que ha causado más conmoción en el mundo es que antes del estreno la propia productora, Disney, se ha visto envuelta en un auténtico escándalo porque sus directivos tuvieron la voluntad manifiesta de eliminar las escenas del llamado beso lésbico, para que el poderoso caballero don dinero no sufriera ante las invectivas de la falsa moral de América, Oriente Próximo y Asia, en las que se ordenó ese corte ético por “escandaloso”. A estas alturas de desarrollo social en el mundo, parece mentira que la noticia no haya sido el poderoso argumento de la película sino una escena cotidiana de amor entre dos personas que se respetan y quieren. Nada más, con independencia de su forma de ser y estar en el mundo. Lo manifiesta de forma impecable el artículo que recomiendo leer una y otra vez: “Otro asunto importante del beso es que además de ser entre dos mujeres sucede entre dos madres y se produce el día en que celebran un cumpleaños de su hijo. No es pues el clásico ósculo made in Disney que culmina el amor romántico entre la pareja protagonistas, sino uno fragmentario, robado a uno de esos instantes de anodina felicidad. Es un beso fugaz, insignificante en la historia de las amantes, dura apenas segundos, no está cargado de ningún significado especial en la historia de amor y nos habla de una manera de construir afectos y sentido distinta a la que impone el tradicional canon heterosexual: una donde los gestos de amor parecen poco importantes y, sin embargo, lo son todo».

Agrego otra reflexión más, que me parece poderosa y ejemplarizante: “Alisha —mujer, lesbiana, negra— no tiene tantos minutos de metraje como Buzz Lightyear —varón, blanco y núcleo del relato— sino que es “solamente” la amiga del protagonista, su confidente e inspiración. Juntos quedan atrapados en un planeta inhabitable por un error que él cometió y a partir de ese momento sus vidas transcurren de manera paralela aunque radicalmente distinta. Casi como la historia del amor lésbico y el heterosexual. Ella se adapta a las circunstancias y empieza a vivir la vida que le ha tocado sin rechazar sus dificultades. Las condiciones no son las mejores, pero Alisha se enamora (de una mujer) y celebra su suerte, juntas tienen un hijo y en el camino ella cuida a todos los que ama, tiene una nieta, lucha, investiga, consigue llenar su vida de sentido y finalmente muere. Él, en cambio, se empeña en “terminar la misión”, en “ser importante”, “salvar el mundo”, “tener éxito”, “ser un héroe”, “hacer las cosas solo” y “llegar el primero”. Buzz, que no conocerá el amor, encarna muchos de los valores tradicionales del amor heteronormativo, empezando por el ansia de protagonismo y sentido de una vida lineal narrada a través de hitos amorosos o curriculares que solo conducen al más profundo e íntimo fracaso”.

Estoy de acuerdo con Nuria Labari, la autora de la tribuna, sobre el resumen final de la película, al considerarla “una obra maestra, llena de acción, de sentido, humor e imaginación. Y su apuesta por la diversidad incluye a una guerrera de más de setenta años, rebelde, gánster e imprescindible para salvar al mundo. Una vieja de la que nadie está hablando por la sencilla razón de que la vejez sigue invisibilizada aunque ocupe el centro de la escena”. Igualmente, porque ”A estas alturas era difícil explicar por qué los humanos queremos seguir yendo hasta el infinito y más allá. Pero hay un momento, al final de la cinta, en que lo entiendes. Cuando el cuerpo de élite para la protección del universo observa emocionado la estatua de bronce a Alisha: mujer, negra, lesbiana y fuente de sentido para la humanidad, pues ella es esa que supo vivir con grandeza una vida pequeña”.

Genial, porque no hacen falta más explicaciones. Creo que he aprendido a interpretar en su justo sentido la magia de un beso lésbico en el mundo al revés de Disney, que aprendí a conocer cuando era un niño, hacía las cosas de niño y me aferraba en algunas ocasiones a Peter Pan, tan niño como yo, porque no quería crecer en un mundo al revés de cartón piedra diseñado por el enemigo.

UCRANIA, ¡Paz y Libertad!

CLÁUSULA ÉTICA DE DIVULGACIÓN: José Antonio Cobeña Fernández no trabaja en la actualidad para empresas u organizaciones religiosas, políticas, gubernamentales o no gubernamentales, que puedan beneficiarse de este artículo; no las asesora, no posee acciones en ellas ni recibe financiación o prebenda alguna de ellas. Tampoco declara otras vinculaciones relevantes aparte de su situación actual de persona jubilada.

No fue posible contemplar ayer a María Magdalena, como la melancolía

Artemisia Gentileschi (Roma, 1593 – Nápoles, 1654), María Magdalena como la melancolía (Ca. 1622) – Museo de la Catedral de Sevilla

Sevilla, 10/VII/2022

Ayer visité de nuevo la Catedral de esta ciudad, maravillosa obra de arte en su texto y contexto, aunque sé que no es inocente y que la cultura árabe respiraba por los poros pétreos de su imponente estructura. Llevaba un objetivo muy claro que ya presenté en el artículo que dediqué a la pintora Artemisia Gentileschi en 2020, en unos días en los que reflexionaba sobre la melancolía, una realidad manifiesta en la salida del túnel de la pandemia: “Me consuela históricamente pensar que podré visitar aquí, en Sevilla, a Artemisa y María Magdalena, tanto monta monta tanto, habiendo comprendido qué significa el poder reparador de su melancolía”. Llegó ese día y nada más entrar por la espléndida puerta de San Miguel, pregunté al guía si en la ruta establecida en la visita podríamos contemplar el cuadro de Artemisia Gentileschi,, María Magdalena como la melancolía, que era para mí un claro objeto de deseo, una obra tan admirada por mí pero contemplada sólo sobre el papel, nada más. Mi decepción fue enorme cuando me dijo que no y, además, que no estaba actualmente en el Museo de la Catedral, por haber sido cedida temporalmente a una exposición, concretamente en el Museo del Prado. Cuando salimos contacté de nuevo con la información de la Catedral y la respuesta fue difusa, dejándome en una incertidumbre que me ha llevado a escribirles un mensaje para garantizar dónde está el cuadro y cuándo se podrá ver de nuevo en la sede la Catedral.

Ante esta situación y a la espera de que me informen oficialmente los servicios administrativos de la catedral sobre la situación actual del cuadro, he vuelto a leer de nuevo el artículo citado anteriormente, con profunda melancolía en su texto y contexto actual, porque vuelvo a sentir esa expresión del alma turbada y conmovida por la situación que atraviesa el país, por una importante crisis económica enraizada ahora en la invasión de Ucrania por parte de Rusia, junto con los derroteros políticos de ataque y derribo a la esencia de la democracia bien entendida y practicada. Creo sinceramente que el artículo no ha perdido su frescura primigenia y de alguna forma devuelvo mi agradecimiento a la presencia de Artemisia Gentileschi en Sevilla, aunque ayer no pudiéramos vernos y, por mi parte, sentir la melancolía de María Magdalena como propia en estos momentos.

Artemisia Gentileschi pintó la melancolía

Artemisia Gentileschi, Autorretrato como alegoría de la pintura, (Ca. 1638-1639) Palacio de Buckingham (Reino Unido)

Como todas las cosas están llenas de mi alma
emerges de las cosas, llena del alma mía.
Mariposa de sueño, te pareces a mi alma,
y te pareces a la palabra melancolía.

Pablo Neruda, Me gustas cuando callas

Sevilla, 16/VII/2020

La cultura en este blog va por barrios. La melancolía, también. A Mozart, melancólico por naturaleza propia, le entusiasmó la idea de estrenar su preciosa y enigmática ópera La flauta mágica en un teatro de barrio de Viena, la ciudad de los palacios reales. He escrito bastante sobre esta “debilidad ética” de Mozart poco tiempo antes de fallecer muy joven. Hoy, la cultura en este cuaderno digital va por la pintura y por la melancolía. Verán. Les presento en esta ocasión a una pintora barroca extraordinaria, Artemisia Gentileschi (Roma, 1593 – Nápoles, 1654), que he procurado conocer en profundidad a través de la historia del arte y de biógrafos solventes. Hay un motivo que me ha impulsado a conocer con detalle a esta pintora y ha sido la elección de una obra de la misma en la exposición que actualmente se está desarrollando en el Museo del Prado bajo un título muy sugerente, Reencuentro, con motivo de la reapertura de sus salas el pasado 6 de junio y que se mantendrá abierta hasta el 13 de septiembre, reubicando más de 190 piezas que evocan la museografía existente cuando el Prado abrió sus puertas por primera vez.  En esta colección se presenta una obra de Artemisia Gentileschi, Nacimiento de San Juan Bautista (ca. 1635), en el que se representa a San Juan, desnudo, atendido por un grupo de mujeres. Salvo error por mi parte, es la única obra de una mujer pintora que se recoge en esta muestra tan especial. De ahí que me llamara tanto la atención.

Me interesó esta obra porque desde hace tiempo estaba estudiando la presencia de Artemisia Gentileschi en España y, concretamente, en Sevilla, con una obra enigmática, María Magdalena como la melancolía,  que me consta que era muy querida por su autora por su identificación con ella como mujer “pecadora” (?) que sufrió mucho en su vida ajetreada y singular aunque ha sido muy maltratada por la historia y por la Iglesia oficial. Artemisia sufrió un triste episodio de juventud, concretamente la violación cuando solo tenía 17 años, en 1612, por parte del mentor propuesto por su padre, Agostino Tassi (1566-1644), ya que al ser mujer no podía cursar los estudios oficiales de pintura en las Academias correspondientes, solo para hombres, lo que propició un juicio promovido por su padre, muy estudiado, que ganó y que se puede conocer con detalle en una obra muy interesante dedicada a esta pintora (1).

Esta pintura se encuentra en la actualidad en el Museo de la Catedral de Sevilla, considerándose el original de las dos versiones que existen en la actualidad con el mismo título, siendo la segunda versión la que se encuentra en el Museo Soumaya de Ciudad de México, como segunda interpretación de la melancolía de María Magdalena, no una copia, cuestión que hoy es el eje de este artículo.

Artemisia Gentileschi, María Magdalena como la melancolía / Detalle (Ca. 1622 Museo de la Catedral de Sevilla
Artemisia Gentileschi, María Magdalena como la melancolía / Detalle (Ca. 1625) Museo Soumaya (Ciudad de México)

Las principales diferencias entre las dos obras estriban en que la pintura original, la que se encuentra en la catedral de Sevilla, sufrió una intervención de la censura por haberla considerado con graves faltas de recato. Pruebas radiográficas han demostrado que se cubrió el hombro y el pecho izquierdos con un lienzo en el que se aprecia el cambio de color en la zona agregada por la censura: “Este último cuadro [el que está en Sevilla] es el original, y el otro, que se encuentra en el museo Soumaya en la ciudad de México, es una copia de la misma época. Pero es evidente que la copia revela que el original fue intervenido después de ser copiado, para que pudiese entrar sin escándalo en los recintos sagrados. En efecto, radiografías de la pintura muestran que el ropaje fue ampliado para cubrir lo que la Iglesia consideraba indecente y lujurioso. Lo más interesante es que, muy probablemente, fue la misma Artemisia quien pintara la copia hacia 1622, antes de que el comprador del cuadro, el duque de Alcalá y virrey de Nápoles, se llevara el cuadro [original] a su colección (según lo explica la historiadora Mary D. Garrard en su libro Artemisia Gentileschi around 1622: The shaping and reshaping of an artistic identity, Oakland, University of California Press, 2001). Seguramente tuvo una nueva encomienda de pintar a una Magdalena melancólica, y por ello copió ella misma su obra primera. La obra fue a dar, no se sabe cómo, a una colección privada en Lyon; después fue adquirida por Carlos Slim para el Soumaya” (2).

En el establecimiento de las diferencias entre ambas obras, me ha gustado mucho la reflexión localizada al respecto en el documento citado anteriormente: “Se cree que la copia de la Magdalena melancólica fue hecha por la misma Artemisia porque en ella la santa tiene un rostro diferente; un copista normalmente hubiese copiado los rasgos originales, sin crear un personaje nuevo, con la cara más redonda, la nariz más puntiaguda, la boca más curvada hacia abajo y los ojos más grandes con párpados pesados. La primera Magdalena tiene una actitud soñadora y sensual; en la copia su rostro es adusto y desconsolado. Las dos caras de la melancolía que pintó Artemisia reflejan posiblemente su propia experiencia como “pecadora”, ya que sufrió de muy joven una violación y tuvo que enfrentar un largo y penoso juicio promovido por su padre contra el violador que se negó a casarse con ella”.

He profundizado en conocer cómo llegó a Sevilla el cuadro de “María Magdalena como Melancolía”. Varios estudios coinciden en la trazabilidad histórica del mismo desde la compra hasta su llegada a la catedral, es decir, que la pintura pertenecía a la colección de Fernando Enríquez-Afán de Ribera y Téllez-Girón (1583-1637), III duque de Alcalá de los Gazules, V marqués de Tarifa, VI conde de Los Molares y virrey de Nápoles (1629-1631), años en los que coincidió con Artemisia Gentileschi en la citada ciudad. Se sabe que la obra llegó a la catedral procedente de la Casa de Pilatos, donde atesoraba el virrey de Nápoles un importante fondo artístico de pinturas y antigüedades. Como dato curioso, esta obra aparecía en el inventario como “una Magdalena sentada en una silla durmiendo sobre el brazo”. Nada más.

Estamos viviendo una etapa muy alargada en el tiempo en torno a la melancolía y podemos incluso dar la razón a Víctor Hugo cuando decía que la melancolía era la felicidad de estar triste. La melancolía es un talante, una forma de ser talantoso o no. El adjetivo “talantoso” es el claro exponente de lo que queremos decir cuando una persona tiene talante, es decir, se asegura que la persona está de buen humor o semblante. Y aquí es donde quería llegar: al humor o semblante. Ya lo decía Nebrija y el Padre Alcalá en sus Vocabularios y acertaban en su análisis, porque, al final, de humores se trata cuando hablamos de talante. La melancolía o el humor proveniente de la bilis negra (eso significa la conjunción de las dos palabras de raíz griega, “melan” (negra) y “colía” (bilis) es en definitiva un estado de humor anímico. La visión clásica de la melancolía se encuadra en la teoría de los cuatro humores, “adoptada por los filósofos y físicos de las antiguas civilizaciones griega y romana. Desde Hipócrates, la teoría humoral fue el punto de vista más común del funcionamiento del cuerpo humano entre los físicos europeos hasta la llegada de la medicina moderna en el siglo XIX. En esencia, esta teoría mantiene que el cuerpo humano está lleno de cuatro sustancias básicas, llamadas humores, cuyo equilibrio indica el estado de salud de la persona. Así, todas las enfermedades y discapacidades resultarían de un exceso o un déficit de alguno de estos cuatro humores. Estos fueron identificados como bilis negra [melancolía], bilis, flema y sangre. Tanto griegos y romanos como el resto de posteriores sociedades de Europa occidental que adoptaron y adaptaron la filosofía médica clásica, consideraban que cada uno de los cuatro humores aumentaba o disminuía en función de la dieta y la actividad de cada individuo. Cuando un paciente sufría de superávit o desequilibrio de líquidos, entonces su personalidad y su salud se veían afectadas”.

La melancolía se entiende popularmente y según la RAE, en una primera acepción como «Estado anímico permanente, vago y sosegado, de tristeza y desinterés, que surge por causas físicas o morales, por lo general de leve importancia». Cuando deriva hacia una enfermedad, la cuarta acepción del Diccionario de la lengua española la define como «Estado patológico caracterizado por una depresión profunda acompañada de diversas alteraciones físicas y de comportamiento». La melancolía que retrató a la perfección Artemisia Gentileschi corresponde al primer sentimiento expresado y sentido a nivel popular, pero que suele remitir una vez pasado un tiempo de aceptación del hecho causante y el duelo correspondiente. Casi siempre deja huella y hay que aprender a vivir con ese estado de humor o de ánimo. En ocasiones deriva en una patología que necesita atención profesional para salir de ella.

En este contexto y a pesar del dolor interno que experimentó Artemisia por la violación sufrida, dedicó su obra a ensalzar la figura de la mujer representándola con gran coraje y valor, siendo la obra titulada Judit decapitando a Holofernes la que se considera más icónica de la venganza que quiso expresar por la citada violación. Junto a esta obra, en muchas otras figura siempre el protagonismo de la mujer a través de acciones y expresiones muy sorprendentes para la época en las que las pintó. Mujeres, siempre, que actúan solas o en común reivindicando su papel en la historia, alejadas de elementos sacros y con un viso laico de pintura reivindicativa rompiendo el canon de la época.

La investigadora principal de la obra de Artemisia Gentileschi, Mary Garrad, sintetiza en la dedicatoria de su libro Artemisia Gentileschi. The Image of the Female Hero in Italian Baroque Art (1989), lo que significa esta artista en el devenir de los siglos: “Este libro está dedicado al tema tratado en él, Artemisia Gentileschi, artista prima inter pares, con admiración, gratitud y afecto”. Fue el primer texto académico que abordó con objetividad plena la vida y obra de la excelsa pintora.

En cualquier caso, la figura de María Magdalena fue muy querida por Artemisia, a la que llegó a representar en sus cuadros hasta en cuatro ocasiones (incluyendo también su cuestionada María Magdalena Penitente, ¿arrepentida o melancólica?) Si tuviera que elegir entre sus interpretaciones de esta mujer, representada siempre como mujer sola y libre ante Jesús de Nazareth, me quedaría -por admiración y respeto a su obra melancólica- con la titulada María Magdalena en éxtasis, sola, sin ropajes especiales ni ungüento divino, de la que se ha conocido su existencia hace muy poco, concretamente en 2014, ya que solo se tenía una referencia de ella por una fotografía en blanco y negro tomada a principios del siglo XX que se conservaba en el fondo artístico de un marchante de arte italiano. Más de ochenta años después, el óleo de 81 x 105 centímetros, descubierto en una colección antigua del sur de Francia, fue subastado por la Galería Sotheby’s, adjudicándose finalmente por 850.000 euros, cuando el precio de salida estaba entre 200.000 y 300.000 euros.

El mensaje del cuadro no deja duda alguna sobre la autoría de Gentileschi y puedo dar la razón en este momento a la expresión ya citada de Víctor Hugo: la melancolía es la felicidad de estar triste, porque no creo tanto en la situación de éxtasis de la Magdalena como en la de su auténtica melancolía, es decir, un estado de soledad y tristeza que puede inundar el alma humana y recrearnos en él porque siempre queda la esperanza de la espera de algo o alguien que estuvo o que llegará a tiempo para hacernos felices. Contemplando esta María Magdalena, suenan muy bien las palabras de Neruda en este momento: Mariposa de sueño, te pareces a mi alma y te pareces a la palabra melancolía.

Artemisia Gentileschi, María Magdalena en éxtasis

Un detalle de última hora nos puede dar una idea de la importancia mundial de esta pintora barroca. El pasado 8 de julio, Google dedicó su doodle del día a Artemisia Gentileschi, recordando el 427 aniversario de su nacimiento. Millones de personas abrieron su sesión con una recreación del autorretrato que encabeza estas líneas y tuvieron la oportunidad de conocerla gracias al mágico mundo de Internet. ¡Feliz coincidencia y homenaje implícito!

Me consuela históricamente pensar que podré visitar aquí, en Sevilla, a Artemisa y María Magdalena, tanto monta monta tanto, habiendo comprendido qué significa el poder reparador de su melancolía.

(1) Gentileschi, Artemisia (Edición de Eva Menzio). Cartas precedidas de las actas del proceso por estupro, 2016. Madrid: Anaya (Cuadernos de Arte Cátedra).

(2) https://www.letraslibres.com/mexico-espana/artemisia-y-la-melancolia

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¿Es verdad que las esperanzas políticas deben regarse con rocío?

¿Cuántas iglesias tiene el cielo?
¿Por qué no ataca el tiburón a las impávidas sirenas?
¿Conversa el humo con las nubes?
¿Es verdad que las esperanzas deben regarse con rocío?

Pablo Neruda, Libro de las preguntas, IV

Sevilla, 9/VII/2022

En tiempos de desafección política, escuchar palabras como las que pronunció ayer Yolanda Díaz en Madrid, como líder indiscutible del proyecto «Sumar», no desde su rol de ministra de Trabajo, me causó una buena impresión porque quien siga de cerca las páginas de este cuaderno digital sabe que creo profundamente en el llamado «principio esperanza»: «Sumar» va de esperanzas. Sin esperanza un país no tiene futuro y no nos vamos a resignar”. Como mis principios son los que son y no tengo otros, si no gustan, vuelvo a publicar el artículo que en torno a este principio publiqué el año pasado en el contexto de una serie que buscaba responder a interrogantes de lo que llamaba «preguntas en un futuro imperfecto», por lo que suponía la salida del túnel de la pandemia hacia un nuevo orden mundial y nacional. No cambio nada de lo allí expuesto, porque estoy de acuerdo con la alusión que Yolanda Díaz hizo ayer sobre mi admirado Manuel Rivas, el escritor gallego que fue quien le insistió en que se profundizara en el nuevo proyecto «Sumar» sobre la esperanza que necesitamos construir y desarrollar entre todos, también en la izquierda de nuestro país, para transformarlo con urgencia vital ante el ocaso de la democracia que vivimos día a día.

Mis principios demuestran que este es el artículo treinta y uno sobre el principio esperanza en nuestro país, que escribo en este cuaderno digital. Me sumo a esta iniciativa, llamada esperanza, porque siempre he creído en ella, en España, como camisa joven y blanca de mi esperanza.

Preguntas de Mayo / 5. ¿Es verdad que las esperanzas deben regarse con rocío?

Sevilla, 25/V/2021

El capítulo IV del Libro de las preguntas plantea cuatro interrogantes muy llamativos que pueden tener respuesta dependiendo del color del cristal con el que se miren. De las cuatro, me quedo hoy con la cuarta porque en tiempos de coronavirus hay que buscar apasionadamente las esperanzas, tantas como ilusiones y sueños tengamos en la actualidad, aplicando indefectiblemente el principio de realidad, pero siendo conscientes de que necesitan “regarse con rocío” constantemente. Su ideología no era inocente, como militante del partido comunista chileno, según he manifestado en reiteradas ocasiones en este cuaderno digital al citar al filósofo neomarxista Georg Lukács (1885-1971), en El asalto a la razón: “[…] no hay ninguna ideología inocente: la actitud favorable o contraria a la razón decide, al mismo tiempo, en cuanto a la esencia de una filosofía como tal filosofía en cuanto a la misión que está llamada a cumplir en el desarrollo social. Entre otras razones, porque la razón misma no es ni puede ser algo que flota por encima del desarrollo social, algo neutral o imparcial, sino que refleja siempre el carácter racional (o irracional) concreto de una situación social, de una tendencia del desarrollo, dándole claridad conceptual y, por tanto, impulsándola o entorpeciéndola” (1).

Hace 44 años escribí un artículo sobre un gran teórico de la esperanza, Ernst Bloch, porque siempre ha sido una virtud que he cuidado en mi azarosa vida, en una permanente búsqueda de islas desconocidas. Decía en aquella ocasión que cuando muere un filósofo, el ser humano [él decía “hombre”, en un contexto filosófico universal del ser humano] se resiente, porque es algo parecido a que la vida se roba sabiduría a sí misma. La obra de Ernst Bloch, me obligaba en mi juventud, de una forma u otra, a recordar algunas reflexiones suyas que todavía hoy aportan luz en el camino de búsqueda de la verdad a través de la esperanza. Bloch, por encima de teorías y prácticas, era filósofo. Su espíritu abierto y en camino le hizo adoptar una postura de sabio ante un mundo pluriforme. Era hijo de su época y debido a su experiencia frente al irracionalismo, su filosofía se hace más auténtica, más veraz. En definitiva, su marxismo era muy puro, bien estructurado, enormemente esperanzador. Aquí radica la quintaesencia de su doctrina: concebir la esperanza como principio humano para vivir la trascendencia, es decir, la posibilidad permanente de que el ser humano se realice plenamente en comunión con otros.

Para esto es necesario, por encima de todo, vivir una fe secular con la fuerza del mensaje mesiánico que aporta el marxismo. Para Bloch, el primer fallo del marxismo llamado oficial radica en su negación de la religión como dínamis, como fuerza arrolladora que es capaz de saciar el hambre de realización personal que tiene todo ser humano. Es un planteamiento idealista, pero quizá el único camino. Bloch insiste en la profundización del marxismo como idealismo impregnado de realidad, que lleva a la revolución social dentro de unos parámetros humanos, no estrictamente materiales. Planteamos así una perspectiva de futuro donde el ser humano es el gran artífice del mundo, sirviéndose de la naturaleza, de los valores morales e incluso de la estética. Indicaba también, que no debemos olvidar su conexión con el pensamiento de Georg Lukács. La realidad analizada por Bloch no es un todo presente, ya hecho. Si existe la realidad es gracias a un proceso (ya, pero todavía no). Y si hay proceso, hay pasado, presente y futuro. Este futuro-presente es, para Bloch, la autoconciencia.

Esta realidad-futuro-presente es dialéctica y asume sus limitaciones propias. La filosofía sería la encargada de transformar el mundo de la dialéctica sujeto-objeto, llevando al hombre al autoconvencimiento de la necesidad de desaparición del proletariado: “La filosofía no puede realizarse sin la supresión del proletariado y el proletariado no puede autosuprimirse sin que se realice la filosofía”. En un mundo dominado por la economía, Bloch se admira del poder intelectual y cultural como agentes transformadores de la sociedad, donde el ser humano, una vez más, es el centro por la asunción de su conciencia. Frente al principio materialista de Marx de que la realidad social determina la conciencia del hombre, Bloch presenta a la conciencia individual del hombre como determinante de la historia y de su historia, enfrentándose cotidianamente con la insatisfacción humana vivida en necesidad y negación. Por ello, el ser humano lucha por alcanzar su plenitud. El hecho es que todavía no la ha alcanzado. Esta “hambre cósmica” se experimenta en el deseo de alcanzar un sentido pleno de la vida: “La sustancia, la materia humana no está todavía ni determinada ni completa sino que se halla en un estado utópico abierto, un estado en el que todavía no ha aparecido su auto-identidad. Por consiguiente, no sólo el existente específico, sino toda la existencia dada y aún el mismo ser tiene márgenes utópicos que rodean la actualidad con posibilidades reales y positivas”.

La esperanza surge al experimentar el ser humano que si todavía no ha alcanzado el futuro, el presente no es el fin. Y el hecho de vivir éste no le motiva para lograr la plenitud de su ser. Esta hambre es impulso cósmico y la esperanza consiste en dejarse impregnar de este impulso. El ser humano no acaba su existencia con la muerte. Aquí Bloch se separaba una vez más del marxismo oficial. Argumentaba que una lucha por un no existencial, no tendría sentido. Es necesaria, por tanto, la inmortalidad personal. El proceso de unión de almas cantará un día la sociedad sin clases, siempre y cuando el hombre no abandone la lucha en el sentido de que todo cuanto vivimos y experimentamos todavía no es la realización plena o el futuro aparentemente “utópico”.

He querido compartir hoy un principio ético llamada “esperanza”, que he mantenido en mi vida y que he ido alimentando hasta hoy de lecturas ideológicas no inocentes. El éxito filosófico de Bloch, con su teoría del principio “esperanza”, fue demostrarnos que tenemos que llegar a ser “ateos” por la gracia de Dios, es decir, hay que creer en la trascendencia sin un Trascendente alienador. Por ello, hay que rechazar de base la superstición y la mitología de la religión. Sólo así, el ser humano adquirirá su desarrollo pleno. En definitiva, permitirá regar con rocío, todos los días, las esperanzas legítimas que cada uno tiene, dando respuesta a la pregunta profunda de Neruda, aprendiendo a ser felices cada día, una experiencia de esperanza en el amor, entre otras, como hambre cósmica en tiempos de coronavirus.

(1) Lukács, G. (1976). El asalto a la razón. Barcelona: Grijalbo, pág. 5.

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