Vista satelital de la isla de Tristán de Acuña, en el sur del Océano Atlántico – JPL/NASA
Sevilla, 17/IX/2022
Siendo un apasionado de singladuras especiales, en busca de islas desconocidas, he localizado una, Tristán de Acuña, la más remota del mundo, con una superficie de 98 kilómetros cuadrados, descubierta por el explorador portugués Tristâo da Cunha en 1506, aunque creo que la isla más remota, a veces, es la que conformamos cada uno de nosotros, tal y como lo cuenta de forma admirable José Saramago en su precioso Cuento de la isla desconocida, tan querido, tan cercano, a través de una mujer admirable que aplicaba siempre el principio de realidad en su vida: “Si no sales de ti, no llegas a saber quién eres, El filósofo del rey, cuando no tenía nada que hacer, se sentaba junto a mí, para verme zurcir las medias de los pajes, y a veces le daba por filosofar, decía que todo hombre es una isla, yo, como aquello no iba conmigo, visto que soy mujer, no le daba importancia, tú qué crees, Que es necesario salir de la isla para ver la isla, que no nos vemos si no nos salimos de nosotros, Si no salimos de nosotros mismos, quieres decir, No es igual…”.
Pero volvamos a Tristán de Acuña, tan lejos, tan cerca: “Esta isla volcánica perteneciente al Reino Unido y con apenas 300 habitantes emerge en pleno Atlántico sur a 2.810 kilómetros de Ciudad del Cabo (Sudáfrica) y a 2.334 de la isla –también británica- de Santa Helena. El peñasco es tan abrupto que no hubo manera de construir un aeropuerto. La única vía de comunicación de Tristán da Cunha con el resto del mundo son dos barcos de una compañía pesquera, el MV Edinburgh y el MV Baltic, que cada dos meses hacen la travesía desde Ciudad del Cabo. El viaje dura unos seis días, si la mar no se pone canalla. Cada barco tiene una capacidad máxima para 12 pasajeros. Los no residentes en la isla tienen además que solicitar un permiso previo para que sea autorizada su estancia en el archipiélago”, formado por las islas Inaccessible, Nightingale, Middle, StoltenhoffyGough.
La ciudad más habitada en esta isla tiene un nombre evocador, Edimburgo de los Siete Mares, nombre que sugiere por sí mismo un misterio con el tiempo dentro, más conocido por los lugareños como El Asentamiento, con unos trescientos habitantes que provienen en su mayoría de las siete familias que se asentaron en aquél lugar en 1815, después de un asentamiento militar defensivo establecido allí por la invasión de la isla de Santa Elena por tropas francesas. Los siete apellidos que allí se conservan son un ejemplo claro de su genealogía: Glass, Repetto, Lavarello, Swain, Green, Rogers y Hagan. El nombre del Asentamiento se debe a la visita que hizo el Príncipe Alfredo, Duque de Edimburgo, en 1867 en su viaje alrededor del mundo recorriendo las diferentes posesiones británicas de Ultramar. No tiene los equipamientos habituales de nuestras ciudades, pero sí una iglesia, un museo, un hospital , un centro educativo e incluso un campo de golf. Hay que destacar que grandes autores como Julio Verne o Emilio Salgari, se inspiraron en esta isla, el primero a través de Los hijos del capitán Grant y Un capitán de quince años, y el segundo, en una obra emblemática, El rey del aire.
Internet ha venido a dar un giro copernicano a la isla, porque la telemedicina, junto con la teleeducación, por ejemplo, son esenciales para un dispositivo médico escaso y una organización escolar básica, como casi todo en esta isla, aunque muy reconocidos como servicios a la comunidad desde todos los puntos de vista. Las predicciones meteorológicas, igual, porque saben bien cómo defenderse de las inclemencias del tiempo y del mar, así como de la zona sísmica tan próxima en la que viven en la actualidad, algo que vivieron de forma directa en 1961 por una erupción volcánica que obligó a su evacuación completa en Calshot, muy cerca de Southampton (Reino Unido), aunque dos años después decidieron volver en bloque a su amado Asentamiento en Tristán de Acuña, la ciudad más remota del mundo, a seguir viviendo de la langosta, las postales y los sellos, con series que se entregan al mundo para disfrute de los filatélicos más avezados.
Algo intuí sobre Tristán de Acuña cuando publiqué en 2014, en este blog, un artículo, Islas conocidas, desconocidas y remotas, en el que comentaba un libro que hablaba sobre ella, Atlas de islas remotas, de Judith Schalansky, conocidas, hasta donde había podido investigar, que personalmente necesitaba leer e investigar sobre ellas, para reforzar la idea de que las islas desconocidas, las que conformamos cada persona en el archipiélago humano más desconocido, necesitan una edición especial, que sería maravilloso compartir en la Noosfera de miles de millones de personas que ahora vivimos en el planeta tierra. Aunque hace una reflexión sorprendente: «El paraíso es una isla. Y el infierno también». Decía entonces que “Ya me comprometí con esta aventura al iniciar la publicación de este blog, aunque he descubierto hasta ahora que sí es posible publicarlo a través de medios digitales, respetando el hilo conductor que me enseñó Saramago, en su Cuento de la isla desconocida: saber a qué puerta se llama de las ofertas reales de cada vida para descubrir el amor que lo mueve todo, pero saliendo cada uno de sí mismo para contemplar lo que hay que cambiar en cada persona de secreto para compartirlo con los demás”.
Hoy, a través de esta singladura especial, refuerzo lo que así escribí un día, no tan lejano, cuando describía la forma de acceder a esas islas tan necesarias, personales intransferibles, para descubrir lo más íntimo de la propia intimidad, para vivir con dignidad humana: «Sigo entretejiendo una telaraña digital en torno a la divulgación científica de las estructuras del cerebro humano, de la inteligencia digital, porque estoy convencido que la Noosfera es la gran aventura por descubrir en toda su potencialidad», porque […] «El viaje de la “Isla desconocida” que me regaló en el más puro anonimato su autor, José Saramago, no se me olvidará nunca. Gracias, a él, porque fueron 43 pequeñas páginas que el 10 de diciembre de 2005, cuando registré este blog, las que aparecieron como por arte de magia en mi memoria a largo plazo como abriéndose paso, hoja a hoja, para tener un sitio preferente –intercaladas– en este cuaderno de derrota, en términos marinos. Quizá fuera porque siempre he insistido en mi vida que lo importante es viajar hacia alguna parte, buscándonos a nosotros mismos y, a veces, en compañía de algunas y algunos, los más próximos y cercanos. Al fin y al cabo, tal y como finalizaba el cuento de Saramago. Su compromiso». Porque el paraíso y el infierno existen, sin lugar a dudas, en el viaje hacia alguna parte, hacia islas desconocidas, que hacemos cada día.
Al fin y al cabo somos, en la mayoría de los casos y a diario, viajeros románticos en nuestra propia vida, como decía Judith Schalansky, en su querido Atlas de islas remotas. Esas islas somos también nosotros.
UCRANIA, ¡Paz y Libertad!
CLÁUSULA ÉTICA DE DIVULGACIÓN: José Antonio Cobeña Fernández no trabaja en la actualidad para empresas u organizaciones religiosas, políticas, gubernamentales o no gubernamentales, que puedan beneficiarse de este artículo; no las asesora, no posee acciones en ellas ni recibe financiación o prebenda alguna de ellas. Tampoco declara otras vinculaciones relevantes aparte de su situación actual de persona jubilada.
No es la primera vez que dedico unas palabras de reconocimiento a Carla Simón, una directora de cine especial que ha alcanzado en estos días su máximo esplendor ante el mundo al haber sido propuesta para representar a España en los Óscar 2023, con su preciosa película Alcarrás, camino que ya recorrió cuando representó también a nuestro país en los Óscar de 2018 con su ópera prima Verano 1993, una joya cinematográfica que me entusiasmó por su profundo contenido autobiográfico. El plano de aquella cara infantil, representando a Carla cuando era una niña, una mezcla de candidez y desafío, no la he olvidado. Ver y asimilar Verano 1993 fue para mí una experiencia maravillosa, como homenaje a Carla Simón y a todas las personas que como ella sufrieron la dureza del SIDA en una España que nos helaba por ello el corazón. Vi la película en el cine comercial y me entusiasmó. En febrero de 2018 volví a citarla en este cuaderno digital con motivo de la entrega de un premio Goya a la mejor dirección novel, como directora de esa preciosa película. También me acerqué a ella cuando le concedieron el Oso de Oro de la Berlinale 2022 por Alcarràs, una película que se aproxima al mundo rural, rodada en catalán y con actores no profesionales. Alcarràs fue el segundo largometraje de Simón, que ya ganó el premio a la mejor ópera prima en el Festival de Berlín de 2017 con su obra ya citada, Verano 1993. Ahora le deseo lo mejor porque lo merece.
Siendo verdad todo lo anterior, hoy quiero acercarme a Carla con mi cazamariposas de cuando era un niño, que no solía utilizar porque me divertía más cogerlas cuando se posaban, observar con cara de asombro el polvillo multicolor en mis dedos y lo mejor de todos, echarlas de nuevo al vuelo. Todo ha ocurrido cuando he conocido que ha participado en la Jornada de los autores del Festival de Venecia, el pasado 3 de septiembre, con un cuento precioso filmado por ella como regalo especial para su hijo Manel, Carta a mi madre para mi hijo, un cortometraje escrito y dirigido por Carla, digno de ser admirado por quienes reconocemos el cine como un gran aliado para transformar también el mundo al revés. No es que ella sepa mucho de su madre, ni la pudo sentir de cerca en sus años en los que la necesitó más, en una separatidad insoportable. Ella, con su dura realidad infantil, quiere explicarle a su hijo quién fue la abuela que no conocerá. Mediante este corto y cuento a su vez, intenta reconstruir una imagen de ella, la mejor imagen para entregársela a su hijo.
Esta isla desconocida la descubrí en un artículo en elDiario.es, escrito con sensibilidad extrema: “Cuando le llegó la propuesta, enmarcada dentro de los cortos que produce la marca Miu y en los que han trabajado directoras como Agnes Varda o Lucrecia Martel, a las que Carla Simón admira, ella estaba embarazada de su primer hijo. Aceptó el reto y decidió escribir una delicada reflexión sobre la maternidad y la ausencia. Recurre por primera vez a lo simbólico, pero siempre con esa mirada que la caracteriza y que emociona. Un cuento a ritmo de Lole y Manuel que comienza con ella posando desnuda, tomándose las mismas fotografías que tiene de su madre. Simón le regala a su hijo unos recuerdos inventados por ella, porque “esa memoria familiar que falta, cuando no se tiene, hay que inventarla para contarnos a nosotros mismos”, cuenta Simón desde Venecia con el pequeño Manel a escasos metros” Y encontré allí mi respeto infantil y adulto a las mariposas, esos seres alados a los que también he dedicado bastantes páginas en este cuaderno digital.
Lole y Manuel forman parte de la banda sonora de esta película, interpretando Un cuento para mi niño, una canción preciosa y delicada, como eran ellos en sus años felices. Leer su letra reconforta en estos tiempos tan modernos, pero tan difíciles.
Érase una vez, una mariposa blanca que era la reina de todas las mariposas del alba, se posaba en los jardines, entre las flores más bellas, y le susurraba historias al clavel y a la violeta.
Feliz la mariposilla, presumidilla y coqueta, parecía una flor de almendro mecida por brisa fresca… más llegó un coleccionista, mañana de primavera, y sobre un jazmín en flor, aprisionó a nuestra reina la clavó con alfileres, entre cartulinas negras, y la llevó a su museo de breves bellezas muertas, las mariposas del alba lloraban por la floresta.
Sobre un clavel se posó, una mariposa blanca y el clavel se molestó, blanca la mariposa y rojo el clavel, rojo como los labios de quién yo se rojo como los labios de quién yo se. Jardines, entre las flores más bellas, y le susurraba historias al clavel y a la violeta.
Feliz la mariposilla, presumidilla y coqueta, parecía una flor de almendro mecida por brisa fresca… y llegó un coleccionista, mañana de primavera, y sobre un jazmín en flor, aprisionó a nuestra reina la clavó con alfileres, entre cartulinas negras, y la llevó a su museo de breves bellezas muertas, las mariposas del alba lloraban por la floresta.
Sobre un clavel se posó, una mariposa blanca y el clavel se molestó, blanca la mariposa y rojo el clavel, rojo como los labios de quién yo se rojo como los labios de quién yo se.
Carla puede ser hoy esa mariposilla blanca, a la que deseo que la vida le devuelva el sentido para ser feliz junto a Manel, su hijo, que ahora nos acompaña desde los primeros planos de una película corta, pero densa y aleccionadora en su sentido más profundo. No le faltarán abuelos, ni bisabuelos, ni tíos, como escribe su madre en un cuaderno de notas para él. He entendido bien el cuento: érase una vez una niña, Carla, que soñó ser una mariposilla blanca, una mariposa del alba muy especial, para posarse siempre cerca de su hijo para susurrarle historias sobre su vida.
Deseo manifestar hoy a Carla mediante estas palabras que me ha gustado mucho su cuento y sé que esperaba que alguien le respondiera a su deseo en la película. He comprendido lo que le cuenta a su hijo, que hace cine para poder “inventarle e inventarme” o que puede que lo haga “porque no quieres morir” y me ha inspirado escribir un cuento para mis nietos que comiencen como la canción de Lole y Manuel, Érase una vez, un mariposa blanca / que era la reina de todas las mariposas del alba, / se posaba en los jardines, / entre las flores más bellas, / y le susurraba historias al clavel y a la violeta. Después, les contaré mi historia. Gracias, Carla, porque eres una mariposa blanca del alba, imprescindible, que sabes volar sobre el negro ocaso actual de cada día.
UCRANIA, ¡Paz y Libertad!
CLÁUSULA ÉTICA DE DIVULGACIÓN: José Antonio Cobeña Fernández no trabaja en la actualidad para empresas u organizaciones religiosas, políticas, gubernamentales o no gubernamentales, que puedan beneficiarse de este artículo; no las asesora, no posee acciones en ellas ni recibe financiación o prebenda alguna de ellas. Tampoco declara otras vinculaciones relevantes aparte de su situación actual de persona jubilada.
Nada [es] tan tentador como entregarse a otro, aunque solo sea con la imaginación, y hacer nuestros sus problemas y sumergirnos en su existencia, que al no ser nuestra ya es más leve por eso.
Javier Marías, en Los enamoramientos, 2010
Sevilla, 12/IX/2022
Ayer falleció en su querido y nunca bien ponderado Madrid, el escritor Javier Marías, a quien seguí de cerca en sus libros y artículos del diario El País durante muchos años. En enero de 2017 escribí un artículo en este cuaderno digital, dedicado a él, Palabras de Javier Marías, en el que quise resaltar unas palabras suyas que encierran en sí mismas casi toda su obra. Vuelvo a publicarlo hoy porque deseo que sean sus palabras las que nos ayuden a asimilar su ausencia, fundamentalmente porque su arte de escribir se queda con nosotros. Mi agradecimiento es hoy expreso, porque fue un maestro de la literatura que entrega siempre a la humanidad algo especial y transforma el mundo de secreto, quizás también el de todos, de quienes amamos la lectura y aprendemos a vivir con ella, cuidándola amorosamente a lo largo de nuestra vida.
Mientras que ordenaba libros de lectura pendiente, he encontrado en mi biblioteca unas tarjetas postales en blanco y negro con frases entresacadas de libros de Javier Marías e imágenes sugerentes de sus portadas, llevándome a una lectura que deseo compartir con las personas que suelen abrir conmigo este cuaderno de inteligencia digital. Son islas desconocidas que tienen sentido cuando se descubren también por las personas que llegan a ellas de vez en cuando. Espero que estas tarjetas postales, con su palabra y tiempo dentro, nos faciliten durante el fin de semana encontrar algún sentido a la vida. Nada más.
1. “Nada tan tentador como entregarse a otro, aunque solo sea con la imaginación, y hacer nuestros sus problemas y sumergirnos en su existencia, que al no ser nuestra ya es más leve por eso”. En Los enamoramientos (2010).
2. “Qué desgracia saber tu nombre, aunque ya no conozca tu rostro mañana, los nombres no cambian y se quedan fijos en la memoria cuando se quedan, sin que nada ni nadie pueda arrancarlos”. En Mañana en la batalla piensa en mí (1994).
3. “Como si anunciara derretirse a la menor presión, al menor contacto, como si hasta una caricia o un beso suave se fueran a tornar violencia y ultraje”. En Mientras ellas duermen (1990).
4. “Todo en ella era expansivo, excesivo, un ser nervioso, uno de esos seres para los que no está hecho el tiempo, para los que la propia noción de tiempo y de paso es un agravio, necesitados como están de fragmentos de eternidad para cualquier cosa”. En Todas las almas (1989).
5. “Parece como si nuestro tiempo, en el que nada carece de su correspondiente imagen, se sintiera incómodo ante aquello cuya responsabilidad no puede atribuirse a un rostro”. Vidas escritas (1992).
6. “Y así en el territorio que no es verdad todo sigue pasando y pasando siempre y allí la luz no se apaga ahora, ni se apaga luego, ni quizá nunca se apague”. En Negra espalda del tiempo (1998).
7. “La lealtad ha sido por el oro ahuyentada; por oro la justicia se vende, al oro sigue la ley, y luego va la moral no escrita. Pero nada cambia”. En El siglo (1983).
8. “Pero mientras palpite la sangre en mi mano que escribe, tú y yo seremos parte de la bendita materia y aún podré hablarte”. En Faulkner y Nobokov: dos maestros (1997, 1999).
9. “Todo lo desinteresado y lo inútil, todo lo que no permite otra cosa que pasearlo y mirarlo, se mantiene vivo, a veces salvándose por milímetro de la ruina”. En Pasiones pasadas (1999).
10. “Eso es lo que fue de ella, a quien aún podía sucederle todo y le sucedió la nada en su tiempo. O quizá la espera sin esperanza”. En Donde todo ha sucedido (2005).
Espero también que consideren la decisión de llevarse alguno de estos libros a una isla desierta, aún por descubrir, si eso ocurriera alguna vez en sus vidas. Les aseguro que no es un juego de estrategia, sino mero amor a la lectura, que es bella, porque “Nada [es] tan tentador como entregarse a otro, aunque solo sea con la imaginación, y hacer nuestros sus problemas y sumergirnos en su existencia, que al no ser nuestra ya es más leve por eso”.
Hasta aquí sus palabras, que aún nos quedan.
UCRANIA, ¡Paz y Libertad!
CLÁUSULA ÉTICA DE DIVULGACIÓN: José Antonio Cobeña Fernández no trabaja en la actualidad para empresas u organizaciones religiosas, políticas, gubernamentales o no gubernamentales, que puedan beneficiarse de este artículo; no las asesora, no posee acciones en ellas ni recibe financiación o prebenda alguna de ellas. Tampoco declara otras vinculaciones relevantes aparte de su situación actual de persona jubilada.
Selam, la niña descubierta en Dikika (Etiopía), en 2000, por el profesor Zeresenay Alemseged, que cumpliría hoy tres millones, trescientos veintidós mil años de edad.
Sevilla, 11/IX/2022
Navegando por el mar proceloso de cada día, revuelto y bravo, he llegado a una isla muy interesante para comprender qué nos pasa, porque la verdad sea dicha, lo que de verdad sabemos es que no sabemos lo que nos pasa. O sí, si atendemos a descubrimientos científicos recientes como los que se narran en un libro de interés actual, Guía del cazador-recolector para el siglo XXI. Cómo adaptarnos a la vida moderna(1), del que recojo su sinopsis para no adelantar acontecimientos lectores o lo que llaman ahora, hacer un espóiler: “Vivimos la época más próspera de toda la historia de la humanidad y, sin embargo, la mayoría de las personas están más desganadas, enfadadas y deprimidas que nunca. ¿Qué explicación lógica cabe? Más aún, ¿qué podemos hacer para cambiar esta tendencia? Heying y Weinstein, pareja y biólogos evolutivos ambos, nos explican que nuestros males nacen de la disonancia entre el mundo moderno y nuestros cerebros y cuerpos ancestrales. Hemos evolucionado para vivir en clanes, pero en la actualidad la mayoría de la gente ni siquiera conoce el nombre de sus vecinos. Hemos sobrevivido gracias al sexo, y ahora ponemos en duda su misma existencia. La educación, la alimentación o el sueño han obedecido siempre a hábitos que han sobrevivido milenios y que ahora nos permitimos alterar o cuestionar. Guía del cazador-recolector para el siglo XXI rompe con el discurso políticamente correcto y nos ofrece principios claros y prácticos para ayudarnos a tener una vida más feliz y próspera”.
En nuestros cerebros está la clave de nuestra existencia desde los antepasados más remotos, como vengo demostrando en este cuaderno digital en artículos de divulgación sobre las estructuras del cerebro, una caja mágica que nos sorprende a diario. Sobre este principio científico no tengo duda alguna, pero nos enfrentamos todavía a la altura de este siglo con una realidad clara y constatada en laboratorio: no conocemos casi nada de su funcionamiento y, mucho menos, de lo que supone en la actualidad la enfermedad mental, que hace que no seamos felices y que se sufra mucho incluso para llevarnos a “quitarnos la vida”, con cifras alarmantes en la actualidad y a pesar de las inversiones millonarias destinadas a tal fin por determinadas entidades científicas.
A través de trece capítulos se desgrana la realidad de cómo vivieron nuestros antepasados y cómo el cerebro ha ido grabando lo que ha ocurrido durante millones de años hasta nuestros días: el nicho humano, una breve historia del linaje humano, los cuerpos antiguos en un mundo moderno, la medicina, la comida, el sueño, el sexo y el género, la paternidad y relaciones, la infancia, la escuela, el paso a la edad adulta, la cultura y la consciencia y, finalmente, la cuarta frontera, nos llevan a identificar bien a nuestros antepasados y su forma de enfrentarse a diario a la vida. La explicación sobre el nicho humano es de una calidad excepcional y personalmente me ha deslumbrado en esta búsqueda de islas desconocidas que nos permitan comprender la realidad de lo que está pasando y estamos viendo a diario: “Nuestra especie es inteligente y bípeda, social y alegre. Hacemos herramientas, cultivamos la tierra, creamos mitos y relatos mágicos. Nos hemos reinventado en momentos y lugares distintos, en multitud de ocasiones, y hemos aprendido a dominar un hábitat tras otro. Hay muchos factores que definen una especie: su forma y función, su genética y desarrollo, su relación con otras especies… Pero quizás el rasgo que más define a una especie es su nicho: la forma concreta en que interactúa con su entorno y encuentra el modo de vivir en él. Si nuestra experiencia y geografía son tan amplias, ¿cuál es exactamente el nicho humano? Al observar la evolución de nuestra especie, parece que hemos eludido una ley fundamental de la naturaleza: quien mucho abarca poco aprieta. Habitualmente, para dominar cualquier nicho, las especies tienen que especializarse y sacrificar amplitud y generalidad. La necesidad de especializarse impide ser polifacético. Es un principio tan universal que, a juzgar por los documentos escritos (uno de los primeros ejemplos es una crítica de 1592 al actor convertido en dramaturgo William Shakespeare), lleva invocándose más de cuatro siglos. El refrán «quien mucho abarca poco aprieta» se aplica en muchos campos, de la ingeniería al deporte, pasando por la ecología, y, por lo menos en ese sentido, las especies son como las herramientas: cuantas más cosas hacen, peor es su resultado. Y aun así, aquí estamos, abarcando casi todas las disciplinas imaginables y, a la vez, habitando casi todos los hábitats de la Tierra. Nuestro nicho es prácticamente ilimitado y, cuando encontramos cualquier obstáculo, nos lanzamos a intentar superarlo casi de inmediato. Es como si no creyéramos en la existencia de una última frontera. El Homo sapiens no solo es excepcional. Somos excepcionalmente excepcionales. No tenemos rival en cuanto a adaptabilidad, ingenio ni capacidad de explotación; en el transcurso de cientos de miles de años nos hemos especializado en todo. Gozamos de la ventaja competitiva de ser especialistas, pero no pagamos el coste habitual de la falta de amplitud”.
Es apasionante la lectura de este libro, pero lo que de verdad me ha sobrecogido siempre fue descubrir que lo que verdaderamente nos hizo humanos, poder hablar y relacionarnos sin gritos ni gruñidos. Me refiero a la noticia que en 2006 saltó al mundo científico por el descubrimiento de restos óseos en Dikika (Etiopía), en 2000, que pertenecían al esqueleto de una niña, a la que se puso el nombre de Selam (paz), confirmándose en aquel momento, mediante pruebas científicas, que cumpliría tres millones, trescientos mil años. Fue un descubrimiento extraordinario porque según manifestó en aquél momento Zeresenay Alemseged, paleoantropólogo etíope del Instituto Max-Planck de Leipzig, en Alemania: “son los restos más completos jamás encontrados hasta la fecha en la familia de los australopitecos”. El esqueleto se montó como un puzle humano, pieza a pieza, hueso a hueso, desde su descubrimiento en el periodo comprendido entre 2000 y 2003, faltando sólo la pelvis, la zona baja de la espalda y parte de las extremidades.
Curiosamente, Yves Coppens, descubridor de Lucy, vecina de Selam, en Dikika, reforzó la importancia de este descubrimiento porque “el mayor interés cuando se descubre un niño es que muestra mejor que un adulto los caracteres genéticos de la especie y permite observar elementos de base porque la acción del medio sobre la persona no se manifiesta todavía. Por eso, el descubrimiento es extremadamente importante. El estudio confirma el carácter bípedo y arborícola de Lucy, a través de estos dos esqueletos que, entre paréntesis, son los más completos de los australopitecos descubiertos”. En el momento de este descubrimiento excepcional, hubo un gran debate científico sobre las largas extremidades superiores de la especie a la que pertenecían Lucy y Selam, facilitadoras para subir a los árboles y alimentarse, y que posiblemente estuvieran situadas en un callejón sin salida morfológico, en clave evolutiva y teilhardiana, que he comentado también en este cuaderno digital. Por mi especial dedicación científica al estudio del cerebro, me ha impresionado siempre la realidad de su capacidad craneal, analizada con técnicas de imagen, para poder calcular la fecha de su nacimiento y su base evolutiva para alcanzar el desarrollo que tiene la corteza cerebral actual. Selam, una niña de unos tres años de edad, tendría una capacidad cerebral en torno a los 300 centímetros, mientras que la de nuestra especia ronda los 1.400 centímetros cúbicos. Comenzaba a desarrollarse el cerebro. Y lo que me llamó la atención poderosamente, desde la anatomía de estos fósiles, fue el hallazgo de un hueso, el hioides (2), que es el auténtico protagonista de este descubrimiento científico, porque su función está vinculada claramente a una característica de los homínidos: el hioides permite fosilizar el aparato fonador, es decir, hay una base para localizar la génesis del lenguaje, aunque tengamos que aceptar que el grito fuera la primera seña de identidad de los australopitecus afarensis, algo que, por cierto, permanece casi intacto en el cerebro actual.
El libro de Heying y Weinstein, comienza con la localización de un nicho humano donde comenzó la historia jamás contada de la aparición de humanos, para desarrollar su investigación, llamado Beringia, una masa de tierra cuatro veces más grande que California que conectaba con Alaska al este y con Rusia al oeste”, donde “Las mejores estimaciones actuales indican que la migración tuvo lugar hace al menos 15.000 años. Puede que incluso más. Según cómo fuera ese manto de hielo, es posible que no pudieran desembarcar de forma permanente hasta llegar mucho más al sur, como mínimo hasta lo que es hoy la ciudad de Olympia, en el estado de Washington, donde acababan los glaciares. Al sur y al este de Olympia se abrían extensiones de tierra de inimaginable magnitud y variedad, rebosantes de hermosos paisajes verdes. Había animales exquisitos y carismáticos, pero no personas. Los humanos estaban a punto de explorar esos territorios por primera vez”. Junto a esta realidad de los 15.000 años, escribí en 2006 que hace doscientos mil años que la inteligencia humana comenzó su andadura por el mundo. Los últimos estudios científicos nos aportan datos reveladores y concluyentes sobre el momento histórico en que los primeros humanos modernos decidieron abandonar África y expandirse por lo que hoy conocemos como Europa y Asia. Hoy comienza a saberse que a través del ADN de determinados pueblos distribuidos por los cinco continentes, el rastro de los humanos inteligentes está cada vez más cerca de ser descifrado (2) . Los africanos que brillaban por ser magníficos cazadores-recolectores, decidieron hace 50.000 años, aproximadamente, salir de su territorio y comenzar la aventura jamás contada. Aprovechando, además, un salto cualitativo, neuronal, que permitía articular palabras y expresar sentimientos y emociones. Había nacido la corteza cerebral de los humanos modernos, de la que cada vez tenemos indicios más objetivos de su salto genético, a la luz de los últimos descubrimientos de genes diferenciadores de los primates, a través de una curiosa proteína denominada “reelin” (3).
Algo tuvo que ocurrir en el nacimiento de la vida humana, trascendental y aún por descubrir, para que nuestros antepasados, a los que hoy situamos en una primera referencia, Selam, la niña de Dikika, comenzaran a caminar de forma bípeda y a desarrollar el cerebro. La gran pregunta surge al saber que junto a los fósiles de Selam y de Lucy se han encontrado también restos de hipopótamos y cocodrilos, lo que aventura pensar que Selam fue una niña feliz en un medio fértil y adecuado a sus necesidades. Algo tuvo que ocurrir, cuando sintieron la necesidad de salir de su tierra y de su parentela para buscar comida y una habitabilidad mayor. Para no amargarnos demasiado, desde el punto de vista científico y a las pruebas científicas me remito, media un tiempo impresionante entre Selam y los primeros aventureros, hace doscientos mil años, que empezaron a crear el mundo habitado. La diferencia del cerebro no es tan evidente, si la comparamos con el paso de los millones de años. Ahí está la llave del secreto de esa niña a la que pusieron un nombre simbólico en territorio musulmán: Paz.
Es verdad que en nuestro cerebro se guardan muchos misterios de nuestros antepasados y cada día sabemos más cosas sobre él, pero si hay algo maravilloso que nos diferencia del reino animal es que poseemos la capacidad de hablar y expresar así nuestros sentimientos y emociones. Lo que tengo que confesar que me preocupó mucho cuando lo supe es que también conservamos un cerebro reptiliano, que es probablemente el que justificaron nuestros antepasados como responsable del mal ético a través de la serpiente en el relato de la creación. Ante la realidad de que después de este largo recorrido humano a lo largo de millones de años se evidencie que no somos felices y que estamos sufriendo de forma virulenta los varapalos de la enfermedad mental en múltiples manifestaciones, creo que la propia necesidad cerebral de autoformarse a lo largo de la vida, con más de cien mil millones de posibilidades (neuronas) de hacer cosas y sentir nuevas vibraciones de sentimientos y emociones, acotadas en el tiempo vital de cada persona, son un reflejo de que las estructuras del cerebro necesitan a veces esperar, con más o menos paciencia aprendida o inducida genéticamente, para que nos mostremos tal y como somos, para que alcancemos nuestros proyectos más queridos y deseados, porque oportunidades tenemos de forma personal e intransferible a través de una estructura que dignifica por sí mismo a cada ser humano: la corteza cerebral que venció al cerebro original de los reptiles, otorgándonos genéticamente la posibilidad de ser inteligentes. Y la posibilidad de hablar, cazar y recolectar, por este orden. Es verdad lo que tantas veces he afirmado: nos queda la palabra… y la ciencia que, en la actualidad, también la tiene. Llegará el día en este siglo, al que denomino «el siglo del cerebro», en el que se descubran todas sus estructuras y funciones, y podamos saber por primera vez por qué no somos felices y por qué enfermamos mentalmente, a pesar de todo. Una maravilla, porque habrá remedio para tanto dolor y sufrimiento.
(2) Hueso impar, simétrico, solitario, de forma parabólica (en U), situado en la parte anterior y media del cuello entre la base de la lengua y la laringe.
(3) Sreeve, J. El viaje más largo, National Geographic, 2006, Marzo, 2-15.
CLÁUSULA ÉTICA DE DIVULGACIÓN: José Antonio Cobeña Fernández no trabaja en la actualidad para empresas u organizaciones religiosas, políticas, gubernamentales o no gubernamentales, que puedan beneficiarse de este artículo; no las asesora, no posee acciones en ellas ni recibe financiación o prebenda alguna de ellas. Tampoco declara otras vinculaciones relevantes aparte de su situación actual de persona jubilada.
La primera foto oficial del rey Carlos III tiene un detalle que no pasa desapercibido. Como en todo protocolo británico nada se deja al azar, ni las palabras pronunciadas ni los objetos y entorno escénico que le rodea. Nada es inocente, como he pensado que no lo es el vade que tiene sobre la mesa de escritorio, en blanco, que resalta sobre los negros y oscuros del conjunto, excepto el azul sempiterno de Isabel II.
El vade, en blanco, espera que sobre él se escriban las mejores páginas de la nueva historia del Reino Unido, por parte el nuevo rey. Es el símbolo de lo que tantas veces he escrito sobre una idea de Ítalo Calvino que me acompaña siempre, reflejadas en El arte de empezar y el arte de acabar, ante el fenómeno de la hoja en blanco: “…es un instante crucial, como cuando se empieza a escribir una novela… Es el instante de la elección: se nos ofrece la oportunidad de decirlo todo, de todos los modos posibles; y tenemos que llegar a decir algo, de una manera especial”. No sé si las palabras de este discurso expresan algo especial, pero conociendo el devenir de esta familia, con tantos claroscuros y escándalos de amplio espectro, algo me queda claro: no sé si el rey va desnudo interiormente, porque su pasado no es precisamente ejemplar. La memoria histórica debe entrar en juego en estos momentos para que no nos deslumbre el protocolo británico ante el acontecimiento del fallecimiento de Isabel II, cubriendo el traje nuevo del Rey Carlos III.
A continuación, transcribo el discurso íntegro del nuevo Rey, ya proclamado como tal cuando escribo estas líneas. El vade en blanco seguirá allí, alejado para siempre del plano principal de este momento transmitido para el mundo mundial. No sé si las páginas de la historia que se escriban en él, metafóricamente hablando, serán con contenidos esenciales para ese país y para la humanidad. Palabras esenciales o no, esa es y será la cuestión, siguiendo el espíritu de Shakespeare, tan británico él. Tiempo al tiempo.
«Hoy les hablo con sentimientos de profundo dolor. A lo largo de su vida, Su Majestad la Reina, mi amada madre, fue una inspiración y un ejemplo para mí y para toda mi familia, y tenemos con ella la deuda más sentida que una familia puede tener con su madre; por su amor, cariño, guía, comprensión y ejemplo. La reina Isabel disfrutó de una vida bien vivida, con el destino cumplido. Esa promesa de servicio de por vida que hizo ella la renuevo ante todos ustedes hoy.
Además del dolor personal que siente toda mi familia, también compartimos con muchos de ustedes en el Reino Unido, en todos los países donde la Reina fue Jefa de Estado, en la Commonwealth y en todo el mundo, un profundo sentimiento de gratitud por los más de 70 años en que mi madre, como Reina, sirvió a los pueblos de tantas naciones.
En 1947, cuando cumplió 21 años, se comprometió en una transmisión desde Ciudad del Cabo a la Commonwealth a dedicar su vida, ya fuera a corto o largo plazo, al servicio de sus pueblos. Eso fue más que una promesa: fue un profundo compromiso personal que definió toda su vida. Hizo sacrificios por el deber. Su dedicación y devoción como Soberana nunca cedieron, en tiempos de cambio y progreso, en tiempos de alegría y celebración, y en tiempos de tristeza y pérdida. En su vida de servicio vimos ese amor a la tradición que perduraba, junto al abrazo que daba al progreso, que nos hace grandes como Naciones. El cariño, la admiración y el respeto que inspiró se convirtieron en el sello distintivo de su reinado. Y, como todos los miembros de mi familia pueden atestiguar, ella combinó estas cualidades con calidez, humor y una habilidad infalible para ver siempre lo mejor en las personas.
Rindo homenaje a la memoria de mi madre y honro su vida de servicio. Sé que su muerte trae una gran tristeza a muchos de ustedes y comparto esa sensación de pérdida con todos ustedes. Cuando la Reina llegó al trono, Gran Bretaña y el mundo todavía estaban lidiando con las privaciones y las secuelas de la Segunda Guerra Mundial, y seguían viviendo según las convenciones de épocas anteriores. En el transcurso de los últimos 70 años hemos visto a nuestra sociedad convertirse en una mezcla de culturas y religiones.
Las instituciones del Estado han cambiado. Pero, a través de todos los cambios y desafíos, nuestra nación y la Commonwealth, de cuyos talentos, tradiciones y logros estoy tan inexpresablemente orgulloso, han prosperado y florecido. Nuestros valores se han mantenido y deben permanecer constantes. El papel y los deberes de la Monarquía también permanecen, al igual que la relación y responsabilidad particular del Soberano hacia la Iglesia de Inglaterra, la Iglesia en la que mi propia fe está tan profundamente arraigada. En esa fe y los valores que inspira, he sido educado para albergar un sentido del deber hacia los demás y para tener el mayor respeto por las preciosas tradiciones, libertades y responsabilidades de nuestra historia única y nuestro sistema de gobierno parlamentario.
Como lo hizo la propia Reina con tanta devoción inquebrantable, yo también me comprometo ahora solemnemente, durante el tiempo restante que Dios me conceda, a defender los principios constitucionales de nuestra nación. Y dondequiera que viva en el Reino Unido, o en los Reinos y territorios de todo el mundo, y cualquiera que sea su origen o creencias, me esforzaré por servirle con lealtad, respeto y amor, como lo he hecho a lo largo de mi vida. Por supuesto, mi vida cambiará a medida que asuma mis nuevas responsabilidades
Ya no me será posible dedicar tanto de mi tiempo y energías a las organizaciones benéficas y los asuntos que me importan tanto. Pero sé que este importante trabajo continuará en las manos de otras personas en las que confío. Este también es un momento de cambio para mi familia. Cuento con la amorosa ayuda de mi querida esposa, Camilla. En reconocimiento a su leal servicio público desde nuestro matrimonio hace 17 años, se convierte en mi reina consorte. Sé que aportará a las exigencias de su nuevo cargo la firme devoción al deber en la que he llegado a depender tanto. Como mi heredero, Guillermo ahora asume los títulos escoceses que tanto han significado para mí.
Me sucede como duque de Cornualles y asume las responsabilidades del ducado de Cornualles que he asumido durante más de cinco décadas. Hoy me enorgullece nombrarlo Príncipe de Gales, Tywysog Cymru, nación cuyo título he tenido el gran privilegio de llevar durante gran parte de mi vida y de mi deber. Con Catherine a su lado, nuestro nuevo Príncipe y Princesa de Gales, lo sé, continuarán inspirando y liderando nuestras conversaciones nacionales, ayudando a trasladar lo marginal al centro de atención, donde se puede brindar ayuda vital. También quiero expresar mi amor por Harry y Meghan mientras continúan construyendo sus vidas en el extranjero.
Dentro de poco más de una semana nos uniremos como nación, como Commonwealth y, de hecho, como comunidad mundial, para dar el último adiós a mi amada madre. En nuestro dolor, recordemos y saquemos fuerzas de la luz de su ejemplo. En nombre de toda mi familia, solo puedo ofrecer el más sincero y sentido agradecimiento por sus condolencias y apoyo. Significan más para mí de lo que jamás podría expresar. Y a mi querida mamá, ahora que comienzas tu último gran viaje para unirte a mi querido y difunto papá, solo quiero decir esto: gracias. Gracias por tu amor y devoción a nuestra familia y a la familia de naciones a las que han servido tan diligentemente todos estos años. Que los ‘vuelos de los ángeles te canten para tu descanso’”.
Carlos III ha podido pronunciar el discurso mejor y jamás escuchado, pero si detectamos que le falta alma, no es nada y eso la ciudadanía lo nota y es quien lo juzga, llegando a intuir que a esa perfección monárquica le falta algo. Se llama corazón, alma, en su discurso, si en el texto o en la creencia profunda en la que se apoya el Rey, se sabe captar si Él se ha enamorado o no de lo que piensa, siente y transmite, más allá de las ideas que quiere contar. Y me reafirmo en lo que ya he expresado en los últimos años sobre escribir y transmitir con palabras lo sentido con el alma. A Carlos III se le debería notar que su alma está pendiente de todo, para que no falte nada a la ciudadanía de su país, a las personas que respeta, grandes desconocidos que van a captar o no esos sentimientos y emociones que adornan siempre la inteligencia conectiva sobre lo que dice y transmite, más allá de los protocolos al uso. San Agustín lo decía en un perfecto latín, en un constructo que me ha acompañado siempre: “bonum est diffusivum sui”(el bien, se difunde a sí mismo). O lo que es lo mismo: un buen discurso, pronunciado con alma, se difunde a sí mismo, con el alma de la pasión humana en la que supuestamente cree la propia Monarquía inglesa y quiere transmitir en este acontecimiento único. Si no es así, al mensaje del Rey Carlos III le faltaría algo “esencial”, como decía Calvino: estaría desnudo de alma.
CLÁUSULA ÉTICA DE DIVULGACIÓN: José Antonio Cobeña Fernández no trabaja en la actualidad para empresas u organizaciones religiosas, políticas, gubernamentales o no gubernamentales, que puedan beneficiarse de este artículo; no las asesora, no posee acciones en ellas ni recibe financiación o prebenda alguna de ellas. Tampoco declara otras vinculaciones relevantes aparte de su situación actual de persona jubilada.
En una reciente visita al Palacio Real de La Granja de San Ildefonso (Segovia), descubrí una pintura al fresco en la Sala de la Verdad, que me llamó poderosamente la atención. La cartela de la Sala indicaba que llevaba por título “El Tiempo raptando la Verdad”, datada con aproximación en 1735 y estaba allí para la posteridad en un palacio de verano construido por Felipe V para el retiro real y ejercicio de la caza. No pude llevarme la imagen fotográfica porque estaba prohibido hacerlo, pero sí me quedé con el mensaje, porque me pareció una alegoría de lo que está pasando cada día en la sociedad actual.
Al regreso del viaje comencé a indagar la historia de esa pintura y he conocido quién la pintó, Bartolomé Rusca (Arosio (Suiza), 1680 – La Granja (Segovia), 1750) y el contexto en el que llevó a cabo esta obra de arte. Su biografía indica que comenzó sus trabajos en palacios de la nobleza en Piacenza (Italia), decorando iglesias cercanas, trasladándose a España posteriormente. Al morir en 1734 Andrea Procaccini, arquitecto y decorador del palacio de La Granja, favorito del marqués de Scotti y de la reina Isabel de Farnesio, Rusca fue llamado a España para continuar su labor y adornar las nuevas alas del palacio. Su viaje fue financiado por el conde Rocca gran amigo del marqués de Scotti. Llegó a La Granja en octubre de 1734 con un sueldo de veinte doblones mensuales, muy inferior al que percibía su antecesor Procaccini”. En 1735, al construirse la nueva fachada del jardín, comenzó la decoración de las nueve salas que dan al Jardín, entre las que se encuentra la dedicada a la Verdad, “con la colaboración de Santiago Bonavía en las arquitecturas pintadas”, gran amigo y protector.
La primera obra que consulté fue una dedicada expresamente a las pinturas de las bóvedas del palacio real de San Ildefonso (1), pero la calidad de las imágenes sobre esta pintura al fresco, en blanco y negro, en la Sala de la Verdad, no permiten contemplar con detalle esta alegoría. Sí me pareció interesante la descripción que ofrece de la misma: “Rodeada de cornucopias, trofeos guerreros y victorias de estuque dorado sobre fondo blanco, en la medalla central aparece la composición, sobre fondo celeste con nubes, donde figura el Tiempo, representado por anciano alado, desnudo y honestado con manto siena, que eleva en sus brazos a la Verdad, en figura femenina de joven desnuda con su mano derecha extendida y la izquierda sobre el pecho, con la mirada hacia lo alto, a ambos lados númenes alados, portan a su derecha, aro de oro y reloj de arena –símbolos de la Inmortalidad y del Tiempo– , y a su izquierda, palma y orbe –representación de la Victoria y del Mundo terrenal–; en la parte inferior de la historia, sedente sobre nube, contempla la escena una figura femenina gofa, con túnica tornasolada, sustituida su pierna derecha por pata de palo, y llevando en su m ano izquierda un haz de paja encendida: la representación de la Mentira”.
Creo que esta descripción, una alegoría plena y llena de metáforas, cobran especial importancia, sobre todo conociendo el contexto en que fueron pintadas estas bóvedas del Palacio Real. En concreto, la Sala de la Verdad se encuentra entre las cinco que representan ideas morales indicadas por la Corte que, junto a las bóvedas pintadas con fábulas mitológicas, diecisiete en total, hacen un total de veintidós obras pintadas por Rusca. La Verdad se une a la Paz, la Abundancia, la Justicia y la Razón de Estado: “El Pintor posee erudición y humanismo , ideas bien conceptuadas en su estudio antes de pasar a su plasmación en el taller -–en este caso el muro humedecido–. Estas pinturas escapan a encasillarlas con un título breve y conciso, pues su interpretación varía con el enfoque cultural de los diversos espectadores. En estos complejos temas, Rusca se mostró como un experto fresquista, con pleno dominio del dibujo, del color y de las luces, y gran maestro en el escorzo y cálculo matemático del punto de la vista”.
Posteriormente, al no haber podido conseguir unas imágenes de calidad de esta pintura al fresco, entré en contacto con Patrimonio Nacional que, amablemente, me las facilitó a través del Departamento de Comunicación del Palacio Real, pudiendo acceder a una página de Twitter donde figuraban dos imágenes de calidad que he incorporado a este artículo. Lo detallo aquí como expresión de agradecimiento a una institución pública que está al servicio del interés general y eso me basta en estos tiempos de turbación y tanta mudanza.
Creo que en esta pintura al fresco el autor quiso representar algo muy importante para la posteridad: la Verdad triunfa siempre, pero hay que rescatarla del Tiempo, con mayúscula, que es el verdadero artífice de que a veces no triunfe en la vida ante la presencia de la Mentira. En este cuaderno digital, he publicado numerosos artículos en los que la Verdad ha estado siempre presente. Lo que no había descrito nunca, con la fuerza de las imágenes de Rusca, es que la Verdad tiene un espíritu joven y fresco, que la rodea cuando es verdadera, enseñándonos que es Inmortal, que triunfa con el Tiempo, que alcanza siempre la Victoria y que tiene los pies en el suelo, en el Mundo terrenal, a pesar de que siempre está presente en nuestras vidas ante la Mentira, que camina a duras penas para mantenerse viva, aunque a veces triunfe fugazmente, porque es un auténtico peligro, representado por un haz de paja encendida, capaz de quemar lo más auténtico de la vida de cada uno y de todos. Esa es la razón de por qué el Tiempo, “honestado”, es decir, cubierto “decentemente”, de una supuesta sabiduría infinita y de ética duradera, rapta a veces la Verdad de cada día, que hay que buscarla permanentemente a lo largo de la vida, como tarea a compartir por todos: “¿Tu verdad? No la verdad. Y ven conmigo a buscarla. La tuya, guárdatela” (Antonio Machado). Buscarla, necesita su tiempo. Cuando la descubrí, siendo niño y haciendo las cosas de niño y hasta que me hice mayor, haciendo las cosas de persona mayor, me he ido dando cuenta de que debía tener cuidado del Tiempo de Vivir, para elevar cada acto de mi vida ante la Mentira, para que nunca me raptaran la Verdad verdadera.
Creo que se comprende que recuperara de nuevo la ilusión de defender la Verdad de todos los días, en La Granja de San Ildefonso, en la Sala de la Verdad de su Palacio. Y decidí compartirlo con quienes caminan conmigo a diario en medio de tanta Mentira, sabiendo que el Tiempo es capaz de raptar, secuestrar y retener la Verdad a cualquier precio, incluso con violencia y engaño, en el Gran Teatro del Mundo.
(1) Martín, Pompeyo, Las pinturas de las bóvedas del Palacio Real de San Ildefonso, 1989, Madrid: Patrimonio Nacional, p. 121 y s.
UCRANIA, ¡Paz y Libertad!
CLÁUSULA ÉTICA DE DIVULGACIÓN: José Antonio Cobeña Fernández no trabaja en la actualidad para empresas u organizaciones religiosas, políticas, gubernamentales o no gubernamentales, que puedan beneficiarse de este artículo; no las asesora, no posee acciones en ellas ni recibe financiación o prebenda alguna de ellas. Tampoco declara otras vinculaciones relevantes aparte de su situación actual de persona jubilada.
Santander, eres novia del mar Que se inclina a tus pies Y sus besos te da
Jorge Sepúlveda, Santander
Camino de Santander, finalizando esta acción de leer (leyenda) a Cantabria de una forma especial, sabía que podía cumplir algo que aprendí sobre esta ciudad cuando era pequeño: Guarda mi corazón, / Que por él volveré. Siempre me ha sorprendido cómo el Régimen de la dictadura era tan permisivo con cantantes de ideología republicana. Era el caso de Jorge Sepúlveda, un atildado vocalista de la época franquista que escuchábamos en la radio Philips de mi casa en el barrio Salamanca, en Madrid, en los años cincuenta, con su cuidada cortina de cretona que descorríamos para mover el dial, aunque en mi casa todo era de posición fija, como no podía ser menos en esa España que helaba a la otra el corazón. La canción “Santander”, un bolero inolvidable, cantando con la inconfundible voz de Jorge Sepúlveda, que mantengo grabado en mi memoria de hipocampo, con una letra que no he olvidado, era de lo poco que en mis años jóvenes conocía de aquella tierra, porque lo único que sabía también es que era la primera provincia de Castilla la Vieja, cantada con fruición en mi colegio del Sagrado Corazón de Jesús. Allí tuve como compañeros entrañables a los hermanos Noreña, naturales de El Sardinero, un barrio de Santander, que junto a sus padres, siempre me cantaban las excelencias de su tierra.
Santander, las estrellas se van Pero vuelven después En tu cielo a brillar
Entre estrofa y estrofa sabía, al llegar al puerto, que dos lugares emblemáticos que había seleccionado en esta visita a “la novia del mar” estaban cerrados por obras en su interior: la biblioteca de Menéndez y Pelayo y el Museo Provincial. Aún así, me quedaba visitar un símbolo ultramoderno de la ciudad, el edificio Botín diseñado por el afamado arquitecto italiano Renzo Piano, y la sede de la Universidad Internacional Menéndez y Pelayo, en la península de la Magdalena, que deseaba visitar en esta ocasión con detenimiento, aunque ya la conocía por haber estado allí interviniendo en diferentes ponencias durante mi vida profesional.
Efectivamente, el edificio Botín no deja indiferente a nadie, menos a una ciudad conservadora y celosa de sus tradiciones. Visitamos, en las salas del edificio, las exposiciones temporales que en ese momento se podían contemplar, la primera, Juan Muñoz: dibujos 1982-2000, escultor y dibujante, estructurada en doce secciones que abordan diferentes temas en la obra del artista, como Balcones, Piezas de conversación o Una breve descripción de mi muerte, entre otras y la segunda muestra, la de la artista norteamericana Ellen Gallagher with Edgar Cleijne: A law… a blueprint… a scale, “comisariada por Bárbara Rodríguez Muñoz, directora de exposiciones y de la colección del Centro Botín, y Benjamin Weil, director del centro de arte moderno Fundação Calouste Gulbenkian, que invita al visitante a sumergirse bajo la piel del océano en un recorrido inmersivo que explora cuestiones sobre la raza, la identidad y la transformación a través de temas como la abstracción modernista y la biología marina. Con las amplias salas del Centro Botín como escenario y sus vistas a la bahía de Santander, la estética acuática y transformadora de los artistas propone un diálogo con las profundidades marinas y los organismos, historias y mitos que las habitan. Sus obras enfatizan su compromiso a la hora de evidenciar la explotación racial y medioambiental ―el trágico recuerdo del comercio depersonas esclavizadas a través del Atlántico y la desaparición de las especies oceánicas―, a la vez que reafirman la resiliencia y el carácter cambiante de todas las formas de vida”.
También pudimos contemplar la exposición permanente de obras maestras pertenecientes a la colección de arte de Jaime Botín, bajo el título Retratos: Esencia y Expresión, que como patrono de la Fundación que da nombre al edificio ha cedido para que puedan contemplarse en su justo valor público, con un hilo conductor: la trazabilidad histórica de ocho obras de alto valor pictórico y de diferentes escuelas del siglo XX: Femme espagnole (1917) de Henri Matisse; Self Portrait with injured eye (1972) de Francis Bacon; Arlequín (1918) de Juan Gris; Al baño. Valencia (1908) de Joaquín Sorolla; Mujer de rojo (1931) de Daniel Vázquez Díaz; Figura de medio cuerpo (1907) de Isidre Nonell; El constructor de caretas (1944) de José Gutiérrez Solana y Retrato de mi madre (1942) de Pancho Cossío, entre la que destaco por su valor sentimental de unión, una vez más, de Cantabria con Andalucía, Mujer de rojo, del pintor de Nerva (Huelva), Daniel Vázquez Díaz, pintada durante su estancia en Madrid.
Raqueros, José Cobo, 1999 – Santander / JA COBEÑA
Con este buen sabor de boca cultural, localicé en el Paseo de Pereda, concretamente en el Muelle de Calderón, una obra escultórica de conjunto, inaugurada en 1999, que tenía especial interés en conocer: los raqueros o raquerucos, en expresión cántabra correcta. Allí estuvimos contemplando un pedazo de la historia de Santander, unos niños en bronce sorprendentemente inmovilizados, obra de José Cobo. Al preguntar por su localización exacta, una persona entrada en años nos dijo dónde estaban y con orgullo patrio nos confesó que él había sido uno de esos niños, un “raqueruco”, que su historia no es como nos lo cuentan, que no eran gente de mal sino lo suficientemente traviesos como para recoger las monedas que les tiraban los paseantes de aquel lugar del puerto junto al mar de entonces, tirándose al agua para ver quien ganaba más dinerillo en esa sana competición infantil. Lo escuchamos con respeto reverencial aunque yo había leído en una obra de José María de Pereda, que «eran niños marginales que vivían la picaresca del puerto. Desnudos o semidesnudos se lanzaban a las aguas de la bahía a recoger monedas que lanzaban los viajeros». El tiempo huye de algunas realidades, aunque la cartela indicativa del grupo escultórico decía textualmente que los raqueros eran “unos personajes típicos santanderinos descritos por José María de Pereda (Polanco, 1833-1906), que en los siglos XIX y XX frecuentaban las machinas [grúa de grandes dimensiones en los puertos] y acostumbraban a darse un cole [chapuzón] en Puertochico, buceando en las aguas de la Bahía para recoger las monedas que los curiosos les lanzaban”. Vivir para leer en el tiempo, esa es la cuestión.
De allí fuimos con premura a visitar el Palacio de la Magdalena que fue residencia real veraniega de Alfonso XIII en una época crucial para la historia contemporánea de España, durante los años 1913 y 1930: “Con la llegada de la II República, el nuevo gobierno incautó los bienes del patrimonio de la Casa Real, como eran el Palacio y la Península. Ello se hizo no sin polémica, dado que, al fin y al cabo, estos bienes eran una propiedad particular que el Rey había recibido como donación de la ciudad de Santander. […] El 23 de agosto de 1932 Fernando de los Ríos, ministro de Instrucción Pública y Bellas Artes, firmó el decreto fundacional de la Universidad Internacional de Verano en Santander. El 30 de enero de 1933 se realizó la entrega oficial del Palacio de la Magdalena al Patronato de la flamante Universidad, que tuvo por rectores a Ramón Menéndez Pidal (1933) y a Blas Cabrera (1934-1936). Durante la Guerra Civil Española (1936-1939) el Palacio se utilizó como hospital de sangre, mientras que los edificios de Caballerizas se convirtieron en un campo de prisioneros de guerra, como sucedería con el Seminario de Corbán, la Plaza de Toros o el Hipódromo de Bella Vista, entre otros. La Universidad Internacional, refundada en 1946 como “Universidad Internacional Menéndez Pelayo”, pudo disfrutar de algunas de las instalaciones de la Península, como las Caballerizas (o “Residencia de la Playa”) y el Paraninfo, sedes compartidas a partir de 1953 por Las Llamas, en la zona norte de Santander. […] El 1 de agosto de 1954 se inauguró el nuevo Paraninfo y pocos días más tarde, el 21 de agosto, se firmó un convenio para que la UIMP utilizara parcialmente el Palacio, que ese mismo año había terminado de ser parcialmente restaurado”.
El palacio en la actualidad es “un atípico Palacio de Congresos y Reuniones. En él se organizan encuentros de diverso tipo, incluyendo la celebración de bodas civiles. Por acuerdo con el Ayuntamiento, la UIMP utiliza el Palacio de junio a septiembre. Todas las salas que se destinan a conferencias o congresos (Hall Real, Comedor de Gala, Salón de Baile, Sala Riancho, Sala Bringas, Salas de Audiencias, Aula de Infantes, Comedor de Infantes, Aula Biblioteca y Sala Duque Santo Mauro) disponen de circuito de voz y de datos”. Ahí radicaba mi interés por volver a pisar aquella sede que conocía por mi actividad profesional en la Universidad Internacional, aunque el medio para volver a visitarlo fue por una actividad que nos permitió sentarnos en las aulas que había frecuentado anteriormente, pero con una visita guiada y escenificada a diferentes zonas del Palacio, con una duración de una hora y cuarto que, francamente, era manifiestamente mejorable. Aunque sea una anécdota, tuvimos que esperar que terminara el oficio de una boda civil para visitar una de sus dependencias reales.
Yo también dejaré tu bahía Y un recuerdo en mi vida Que jamás borraré
Volvimos a Limpias con el recuerdo de las experiencias vividas en Santander. Todo pasa y todo queda, aunque lo mío era recordar una estrofa concreta de la canción de Jorge Sepúlveda: Santander, al marchar te diré / Guarda mi corazón, / Que por él volveré. Creo que entendí mejor que nunca que había vuelto allí para recuperar el corazón del niño que siempre fui. Es verdad que Cantabria es infinita, como infinito es mi deseo de seguir buscando islas desconocidas, hasta descubrir la que verdaderamente me dé sentido en este viaje hacia alguna parte, que es la vida.
Limpias, Liérganes, Castro Urdiales, Santillana del Mar, Oyambre y Santander me han permitido leer a Cantabria de otra forma, comprender su “leyenda”. Podía haber escrito todo o nada ante la hoja o pantalla en blanco, pero una vez más he recordado a Ítalo Calvino al escribir esta serie: lo importante era respetar un principio que conservo como oro en paño, porque sé que hacerlo bien “…es un instante crucial, como cuando se empieza a escribir una novela… Es el instante de la elección: se nos ofrece la oportunidad de decirlo todo, de todos los modos posibles; y tenemos que llegar a decir algo, de una manera especial” (Ítalo Calvino, El arte de empezar y el arte de acabar).
Si ha llegado hasta aquí, apreciado lector o lectora, se lo agradezco sinceramente. Seguimos caminando en la Noosfera y eso me basta.
UCRANIA, ¡Paz y Libertad!
CLÁUSULA ÉTICA DE DIVULGACIÓN: José Antonio Cobeña Fernández no trabaja en la actualidad para empresas u organizaciones religiosas, políticas, gubernamentales o no gubernamentales, que puedan beneficiarse de este artículo; no las asesora, no posee acciones en ellas ni recibe financiación o prebenda alguna de ellas. Tampoco declara otras vinculaciones relevantes aparte de su situación actual de persona jubilada.
Fuimos a Oyambre, atravesando Comillas y Toñanes, un pueblo famoso desde la publicación reciente de Juan Gómez Bárcena, Lo demás es aire (1), obra ciclópea en su desarrollo narrativo respetando el contexto cántabro y su historia, para conocer la playa donde se posó de forma atrevida “El pájaro amarillo”, el mítico avión que pretendía culminar la travesía del Atlántico en París, habiendo despegado veintinueve horas antes de la playa de Old Orchad, en Maine (Massachussets, EEUU), aterrizando a duras penas por un problema de falta de combustible en Oyambre, a las 23:40 horas del 14 de junio de 1929. La aventura de “El Pájaro Amarillo” es digna de ser recordada siempre. Antes de hacer esta visita emocionante, recopilé bastante información fidedigna y objetiva sobre lo ocurrido, habiendo comenzado a leer el libro del protagonista principal, Armand Lotti (1897-1993), L´oiseau canari (El pájaro amarillo), empresario parisino, donde narra de forma pormenorizada esta fantástica aventura, visualizando al mismo tiempo un documental, La aventura del Pájaro Amarillo, producido por el actor Antonio Resines, santanderino de pro.
La sinopsis de este documental nos sitúa perfectamente en torno a lo que ocurrió en esta fantástica aventura: “El 13 de junio de 1929 despega en la playa de Old Orchad, en Maine (EEUU) un avión Bernard 191 GR, llamado L’Oiseau Canary. El vuelo tenía como destino París, pero la falta de combustible forzó un aterrizaje imprevisto en la playa de Oyambre, Comillas, tras 29 horas de vuelo y 5.300 km. recorridos. A bordo viajaba una joven y entusiasta tripulación, Armand Lotti, promotor de la expedición, Jean Assolant, primer piloto, René Lefévre, navegador, y un pasajero clandestino, Arthur Schreiber, el primer polizón aéreo de la Historia. La noticia fue cubierta por numerosos diarios de la época, y hasta Comillas se desplazaron los principales noticieros del momento, como Pathé y Paramount, para ser testigos del acontecimiento. Los pilotos fueron recibidos en Comillas como verdaderos héroes, permaneciendo dos días en la ciudad cántabra, a la espera de que llegara desde Madrid el combustible que necesitaban para continuar su viaje a Paris. En el año 1929 se habían realizado nueve tentativas de atravesar el Atlántico y todas habían terminado en fracaso. La primera que cosechó el éxito fue «La Aventura del Pájaro Amarillo».
Monumento conmemorativo del aterrizaje de El Pájaro Amarillo, en 1929, en la playa de Oyambre (Cantabria) / Libro de Armand Lotti, L´oiseau canari, publicado en 1968.
La llegada a la playa fue desconcertante porque apenas hay señalización de este acontecimiento. A decir verdad, no había señal alguna que nos indicara dónde había ocurrido este feliz aterrizaje. Con sucesivas paradas y múltiples preguntas, llegamos finalmente a pie a una playa recóndita en la actualidad, aunque es de grandes dimensiones vista desde la altura en la que está situado el nuevo emplazamiento del monumento, que conserva el original, obra del escultor cántabro Jesús Otero, del que ya comenté en el artículo anterior su obra actual en Santillana del Mar, cuya primera piedra fue colocada por “los heroicos aviadores españoles, capitanes Jiménez e Iglesias, el 14 de agosto de 1929”, manteniendo la inscripción original: “Esta es la playa donde aterrizó el primer avión trasatlántico que tocó tierra española. Fue el pájaro amarillo en vuelo directo de Old Orchard EE.UU. y tripulado por Assollant, Lefévre y Lotti. 14 de junio de 1929”. Para salvar las inclemencias del mar sobre la piedra del monumento fue trasladado de sitio, inaugurándose el nuevo emplazamiento el 16 de junio de 2018. Nos sentamos en el pie del monumento para contemplar la belleza y placidez aquel día del mar Cantábrico, imaginándonos por segundos lo que ocurrió en aquella fecha tan señalada de 14 de junio de 1929. El monumento está muy deteriorado y quizá algo abandonado, sin señalización alguna para su acceso desde la carretera que está situada a unos quinientos metros nada más. Junto a él sí hay un cartel con un título suficientemente explicativo: “Monumento al Pájaro Amarillo, Primer vuelo trasatlántico con llegada a España”, donde se explica sucintamente lo ocurrido, aunque fue una sorpresa descubrir un soneto de un poeta comillano, Jesús Cancio, que aún se puede leer y que así hice porque allí, en ese momento y a pesar de su sencillez, tenía su encanto:
Aquí hizo un alto en su glorioso vuelo, un águila de espíritu romántico que atravesó el desierto del Atlántico, entre el asombro del mar y el cielo.
Fue el “Pájaro Amarillo”, cuya hazaña tuvo al mundo suspenso, conmovido, hasta que el ave audaz encontró un audaz en aqueste solar de la Montaña.
Y al posarse magnífica y serena, al dejarse caer sobre la arena, después de domeñar tanta distancia,
al besar estas costas españolas, dijo el mar de Comillas en sus olas: “Loor a la aviación, honor a Francia”.
La inscripción que figura rotulada en el monumento, me ha llevado a descubrir de nuevo la unión entre Cantabria y Andalucía, porque los “heroicos capitanes” que pusieron la primera piedra en el monumento a El Pájaro Amarillo en Oyambre eran Ignacio Jiménez Martín y Francisco Iglesias Brage, que habían volado en el “Jesús del Gran Poder”, en 1928, por su empeño en efectuar un vuelo que batiese el récord de distancia que estaba entonces en 6.290 Km. Un avión Breguet XIX Gran Raid que se fabricaba por Construcciones Aeronáuticas, S.A. (C.A.S.A.), en su factoría de Getafe, con los permisos correspondientes y bajo licencia, para la Aviación Militar, era el que permitía un radio de acción de 7.000 Km. o más y transportar 4.100 litros de carburante. En concreto, se fabricó un avión del tipo Breguet XIX TR Bidón, con el número de servicio 72 y llamado “Jesús del Gran Poder”, nombre que recibió en un acto oficial de bendición en la base de Tablada, en Sevilla, celebrado el 30 de Marzo de 1928 y en el que actuó de madrina la Reina Doña Victoria Eugenia. Una vez más, he podido comprobar la relación de Cantabria con Andalucía, por esta referencia de los capitanes Jiménez e Iglesias. El 10 de mayo despegaron finalmente, pero por la bruma existente chocaron en la pista con un carro, resultando dañado el avión y teniendo que abortar el vuelo. A pesar de que ellos pensaron que en pleno vuelo podían cambiar el rumbo de Este a Oeste (Cuba), sin comunicarlo oficialmente a nadie, se descubrió antes de despegar este plan y fueron amonestados. A pesar de estas incidencias, lo hicieron finalmente el 29 de mayo hacia Oriente, pero dificultades meteorológicas obligaron a ambos pilotos a desviarse de su ruta inicial, aterrizando por avería del motor en Basora (Irak), lo que no les permitió batir el récord de distancia que habían planificado con detalle. Creo que de esta experiencia nació el reconocimiento a la aventura de El pájaro Amarillo en Oyambre.
Estoy leyendo el libro escrito por Armand Lotti sobre El pájaro Amarillo (2), en compañía de Jean Assolant, primer piloto, a quien dedica el libro: “mi hermano, que fue valiente y leal hasta la muerte”, René Lefévre, navegador, y un pasajero clandestino, Arthur Schreiber, en el que narra con detalle esta sorprendente aventura. Es verdad que sorprende la fecha de publicación de “su” historia, cuarenta años después, pero él lo justifica plenamente en el Prefacio de su obra: “Porque en los años posteriores al vuelo, no quise -por nada del mundo- publicar ni decir nada que, incluso con una mínima sospecha, pudiera empañar el éxito de mis dos camaradas. Me parecía y me imaginaba que mi reacción fue la del público: un éxito de este orden sólo podía resultar de una larga y meticulosa preparación, siendo la meta alcanzada sólo la justa recompensa a esfuerzos continuos y ordenados. Exponer ciertas cuitas internas a la luz del día me parecía menospreciar la hazaña misma, especialmente porque yo formaba parte de nuestra alocada empresa. Ciertamente, mis compañeros tenían bastante sentido común para juzgar los riesgos de la aventura, pero ¿cómo podrían haber resistido esta maravillosa tentación, ellos, para quienes la Aviación era el principal fin de sus vidas?”.
Surgen muchas preguntas en torno a esta aventura que terminó felizmente en París, aunque la trayectoria reconocida fue exactamente el trayecto en veintinueve horas entre Old Orchad, en Maine (Massachussets, EEUU) y Oyambre (Santander, España), una distancia de 5.300 km. El documental que aporto expresa muchos detalles bien tratados de esta apasionante aventura. Regresamos andando desde el monumento actual hasta donde habíamos aparcado el coche, casi a pie de carretera, con la sensación del deber cumplido, el reconocimiento de unos andaluces a esta gesta que aportó tanto conocimiento a la aviación comercial de su presente y futuro, recordando la primera piedra que pusieron allí los “heroicos capitanes” Ignacio Jiménez Martín y Francisco Iglesias Brage, que habían volado en el “Jesús del Gran Poder”, desde Tablada, en Sevilla, para gloria de este país ante el mundo. Recordé personalmente, en ese momento de reconocimiento de la gesta, una pregunta de Pablo Neruda que citaba al pájaro amarillo anónimo y preocupado de otras cuestiones: ¿Por qué los inmensos aviones no se pasean con sus hijos? / ¿Cuál es el pájaro amarillo / Que llena el nido de limones? / ¿Por qué no enseñan a sacar miel del sol a los helicópteros? / ¿Dónde dejó la luna llena su saco nocturno de harina? A día de hoy, sigo sin despejar estas preguntas, las primeras de un libro suyo que leo siempre con ilusión renovada, Libro de las preguntas (3), en búsqueda de respuestas que muchas veces sé que no existen, quedándose sin resolver en el alma humana.
Ante la fantasía de volar a pesar de todo, como fue la alocada aventura de Lotti junto a sus compañeros de viaje, que es de lo que trata este pájaro amarillo, avanzo páginas del libro de Neruda y llego al conjunto de preguntas bajo el número de 44, porque allí me reconozco como niño que siempre quiso volar, a pesar de todo: ¿Dónde está el niño que yo fui, / sigue adentro de mí o se fue? / ¿Sabe que no lo quise nunca / y tampoco me quería? / ¿Por qué anduvimos tanto tiempo / creciendo para separarnos? / ¿Por qué no morimos los dos / cuando mi infancia se murió? / ¿Y si el alma se me cayó / por qué me sigue el esqueleto? Al igual que Armand Lotti con su obra, escribo estas líneas muchos años después de mis sueños de niño, porque nunca he querido “publicar ni decir nada que, incluso con una mínima sospecha”, pudiera empañar el éxito de las personas que me han acompañado y acompañan todavía en el vuelo bajo de la vida.
(1) Gómez Bárcena, Juan, Lo demás es aire, 2022, Barcelona: Seix Barral.
(3) Neruda, Pablo, Libro de las preguntas, 2018. Barcelona: Seix Barral.
UCRANIA, ¡Paz y Libertad!
CLÁUSULA ÉTICA DE DIVULGACIÓN: José Antonio Cobeña Fernández no trabaja en la actualidad para empresas u organizaciones religiosas, políticas, gubernamentales o no gubernamentales, que puedan beneficiarse de este artículo; no las asesora, no posee acciones en ellas ni recibe financiación o prebenda alguna de ellas. Tampoco declara otras vinculaciones relevantes aparte de su situación actual de persona jubilada.
Torre de Don Borja, Santillana del Mar (Cantabria) / JA COBEÑA
Sevilla, 3/IX/2022
Fue un descubrimiento total la visita a Santillana del Mar, con su aureola de lugar inolvidable, declarada conjunto histórico-artístico en 1889. Todo el enclave medieval es maravilloso y la Colegiata de Santa Juliana es el ejemplo más claro de su historia y tiene lógica que esté incorporado al reconocimiento social como uno de los pueblos más bonitos de España. La cercana Cueva de Altamira, declarada también Patrimonio de la Humanidad, no era en esta visita un claro objeto de deseo, quizás porque la primigenia no se puede visitar, sólo una copia. Con esta base y estudiado a fondo nuestro recorrido en esta villa, nos dirigimos en primer lugar a la Colegiata, claro ejemplo del románico en Cantabria, que data del siglo XII, aunque su verdadera historia arranca en el siglo IX al albergar allí un antiguo monasterio. Hasta llegar allí por las calles Carrera, Cantón y Río, cualquier mirada a izquierda y derecha nos llevaba a contemplar edificios emblemáticos: la Casa de los Villa, la Torre de los Velarde, el Palacio de Valdivieso y las Casas de los Quevedo y Cossío, hasta la espléndida Plaza del Abad Francisco Navarro, donde pudimos disfrutar de panorámicas excelentes de la Colegiata, entrando en ella por la puerta lateral que después, al salir, nos llevaría a la Plaza de Armas.
La entrada al claustro me sobrecogió. ¡Cuánta belleza en sus capiteles, desde cualquier ángulo que se contemplen! Entrando en el templo destaca el retablo mayor con escenas evangélicas. Los ábsides semicirculares, las bóvedas de cañón y de horno, así como su cimborrio forman un conjunto armónico de tres naves tipo en el periodo románico. Al salir, visitamos el Museo y la Fundación Jesús Otero Oreña (Santillana del Mar, 1908-1994), un escultor represaliado por la dictadura y que alcanzó su reconocimiento desde la Transición, albergando más de 50 esculturas y objetos donados por el artista en 1993. Su obra me pareció digna de estar representada en su ciudad natal y de figurar en un enclave tan singular como Santillana.
Llegar a la Plaza Mayor por la calle Racial fue un conjunto de sensaciones especiales, sobre todo cuando, en nuestro caso, descubrimos una banderola colgada en la Torre de Don Borja, que supuso para mí un reencuentro con José Saramago, porque recogía una frase suya que desde que la leí por primera vez he guardado en mi alma de secreto: “Siempre acabamos llegando donde nos esperan”, escogida del Libro de los itinerarios, en su obra “El viaje del elefante”. Así fue. La visita a la Torre de Don Borja fue la mejor experiencia que tuvimos en Santillana del Mar, que explico a continuación. Concertamos la hora de la visita guiada, durante una hora y cuarto, en la que la guía Helena, una sevillana de Triana, junto con una visitante francesa y otra pareja también de Sevilla (otra vez la unión de Andalucía y Cantabria), nos mostró lo que en los últimos años ha representado aquel edificio para la cultura en España, al albergar durante muchos años la Fundación Santillana, que tomó el nombre del lugar donde se fijó su sede oficial.
La Torre de Don Borja es una representación excelsa de la Santillana medieval, junto a la Torre del Merino, situadas ambas en la antigua plaza del Mercado, hoy Mayor, donde está situado ahora el Ayuntamiento de la localidad. Data como enclave fortificado del siglo XV y debe su nombre actual a Don Borja Barreda, titular del Mayorazgo en 1844: “Históricamente ha recibido los sobrenombres de Torre de don Borja-Bracho, la Torrona y de la Infanta, ya que fue propiedad de la Infanta Paz de Borbón. A finales de los años setenta el edificio, en estado de ruina, fue comprado por Jesús Polanco y Pancho Pérez González para ubicar en él la sede de la Fundación Santillana. La rehabilitación, a cargo de los arquitectos Luis Castillo y Eduardo Fernández Abascal, mereció el prestigioso premio Europa Nostra. En 2019 el edificio, de nuevo bajo la dirección de Luis Castillo, ha vuelto a ser rehabilitado” (1). La vinculación de Jesús Polanco y Pancho Pérez, con orígenes familiares el primero en Santillana del Mar, con el edificio a través de la Fundación Santillana, a quien debemos tanto en la Transición española por la creación también de un periódico excelso, El País, con la aparición de su primer número en 1976, supuso poner la moviola de mi vida desde aquellos años y esta visita garantizaba mi respeto a sus figuras por todo lo que hicieron para salvaguardar las libertades en este país y la protección de la educación y cultura a través de sus publicaciones llevadas a cabo en editoras de gran renombre. En este sentido, creo que la página web de este sitio “medieval”, pero tan actual, resume muy bien lo anteriormente expuesto: “La Torre de Don Borja es un proyecto que rinde homenaje, en un edificio del siglo XV, a Jesús Polanco y Pancho Pérez González a través de las que fueron sus principales pasiones: el arte, los libros y la comunicación”. Con este hilo conductor iniciamos la visita guiada, extraordinariamente presentada y narrada por Helena, de cuyo nombre quiero acordarme ahora como expresión de agradecimiento a su buen hacer profesional.
Efectivamente, pudimos recorrer estas áreas de interés de sus patronos, comenzando por los libros, mundo en el que se desenvolvieron muy bien ambos amigos, concretamente en el espacio dedicado al proyecto de Biblioteca Iberoamericana, sueño de Pancho Pérez: “Su amor a los libros le llevó a comprarlos, encargarlos y coleccionarlos durante toda su vida. Su biblioteca estuvo ubicada, primero, en el pueblo cántabro de Barcenillas, hasta que en 2019 se trasladó a la Torre de Don Borja, rehabilitada con este fin. Los casi veinte mil ejemplares que la conforman son el reflejo de la pasión de Pancho Pérez González por los libros y el conocimiento”. Pasamos inmediatamente al espacio dedicado a la editorial Santillana, que nació en 1960, que impulsada por ellos “se convirtió en una gran empresa que hoy edita en 21 países, prácticamente en todo el área iberoamericana”. Donde sentí sensaciones especiales fue en el espacio dedicado a la educación, piedra angular de esta editorial, porque desde hace muchos años ha estado centrada “en la educación que se encuentra fuertemente arraigada en la memoria colectiva y sentimental de varias generaciones que estudiaron con el apoyo de los libros de texto de Santillana”. En este contexto, nos permitieron hojear los primeros cuadernos de instrucción pública para adultos, entrañables y de feliz memoria, con los que comenzaron su carrera editorial.
Como un paso más en su aventura editorial, nos enseñó Helena la proyección internacional que se alcanzó entre los años 70 y 80, al convertirse Santillana en un grupo editorial, con la creación o incorporación de varias editoriales. Con ellas abordó campos distintos al educativo, como la literatura, el ensayo, la actualidad y los libros infantiles y juveniles. El éxito definitivo se alcanzó en los años 90, porque “ya operaban en la mayor parte de Iberoamérica desarrollando también ediciones locales”. Tuve la oportunidad de visualizar primeras ediciones emblemáticas de autores, publicadas por editoriales del grupo, Alfaguara, Taurus, Aguilar y Altea, entre ellos dieciocho premios Nobel y doce premios Cervantes. Como era obvio, identifiqué inmediatamente a José Saramago, que ya me había dicho en la puerta que “Siempre acabamos llegando donde nos esperan”, porque allí estaba, en una estantería junto a compañeros y compañeras de renombre.
Pasamos a continuación a la Biblioteca Histórica de la Infanta Paz de Borbón, propietaria de la Torre a comienzos del siglo XX, figurando en los antiguos salones, de corte isabelino, “la biblioteca que ella y sus herederos conformaron: un millar de ejemplares, perfectamente restaurados, de entre los siglos XVI y XX”. Helena contó numerosas anécdotas de sabor histórico que rodearon la vida y obra de la Infanta. Finalmente, en esta área dedicado a los libros y al conocimiento, vimos la biblioteca de arte, con obras de pequeño formato de Elvira Amor, Joan Hernández Pijuan, Ángel Alonso o Jorge Asensio, entre otros.
Quedaba todavía un plato fuerte, el espacio dedicado a la comunicación. Allí nos sumergimos en recuerdos entrañables procedentes de El País, la Cadena Ser y Canal Plus, proyectos impulsados por Jesús Polanco, presidente de la empresa editora, PRISA y en los que también participó Pancho Pérez González, su socio y amigo. Es verdad lo que se indica en la página oficial de la Torre: “A través de una cuidada selección de imágenes, sonidos y antiguos aparatos de radio y televisión, el visitante se asomará a las primeras décadas de existencia de El País y la conformación de PRISA como uno de los grupos de comunicación más importantes del mundo. El recorrido es, al tiempo, un itinerario por los treinta primeros años de democracia en España a través de las informaciones y los protagonistas de la prensa, la radio y la televisión de entonces”. Allí sentí de cerca lo que supuso para mí comprar en Roma el primer número del diario El País, el 4 de mayo de 1976, al visualizar en aquella Torre la plancha de la portada, preparada para la rotativa. Sentí un escalofrío especial, porque tuve en mis manos aquel número que significaba tanto para la democracia y la información libre en este país. Recuerdo como si fuera ayer el día que compré este número en el quiosco que hacía esquina entre el corso Vittorio Emanuele II y la via del Corso. Han pasado cuarenta y ocho años y hoy, El País, con mayúscula, no es lo que era, tampoco lo es con minúscula, por contextualizarlo todo, pero tengo que reconocer lo mucho que ha aportado a este Estado tan dual y cainita.
Por último, contemplamos los espacios dedicados al arte, que también me sobrecogió en determinados momentos. Tal y como cuenta la institución, allí se expone la Colección Rucandio, “una iniciativa privada promovida, desde comienzos de los años 60, por Jesús Polanco e Isabel Moreno. Con un conjunto de más de 300 obras, pretende reconstruir los momentos más importantes del arte español desde la segunda mitad del siglo XX hasta la actualidad. El afán de la Colección es establecer un relato imparcial de este periodo de nuestra historia del arte más reciente, con obras representativas de todos aquellos artistas fundamentales que han trabajado en este espacio de tiempo. De ahora en adelante una selección de piezas destacadas de la Colección se irá mostrando periódicamente y de forma sucesiva, en forma de exhibición temporal, en los diversos espacios de la Torre de Don Borja”. Sus herederos siguen esta senda marcada de la Colección y pudimos ver obras de Jaume Plensa, Carlos Alcolea, el grupo Costus, Eduardo Martín del Pozo y María, Daniel Canogar, Juan Genovés, Gregory Crewdson, Robert Filliou, Alicia Framis y Nuno Nunes-Ferreira, entre otros autores de reconocido renombre.
Fue una visita excepcional, algo más que una experiencia cultural. Fue una oportunidad para valorar qué ha supuesto la democracia en nuestro país. Arte, libros y comunicación forman un conjunto armónico que la Torre de Don Borja nos transmitió de forma especial. Tenía razón Saramago cuando nos invitó a entrar desde la banderola al viento en la Torre: “Siempre acabamos llegando donde nos esperan”. Helena se despidió de nosotros entregándonos una biografía no oficial, pero autorizada, de Jesús de Polanco, escrita por Mercedes Cabrera, Jesús de Polanco (1929-2007). Capitán de empresas (2). Andalucía se encontró de nuevo con Cantabria en Santillana del Mar. Escribí unas notas en el libro de visitas de la Torre, de agradecimiento por lo que habían entregado. Era importante hacerlo, porque quería dejar por escrito el agradecimiento por el regalo que habíamos recibido durante casi una hora y media, con la atención impecable de Helena. Lo hice porque en Santillana del Mar no olvidé algo que aprendí de Antonio Porchia, hace ya bastante años: Sé lo que te he dado; no sé lo que has recibido. Pretendí que la duda quedara así despejada, con la palabra que, afortunadamente, aún nos queda.
(2) Cabrera, Mercedes, Jesús de Polanco (1929-2007). Capitán de empresas, 2015. Barcelona: Galaxia Gutenberg.
UCRANIA, ¡Paz y Libertad!
CLÁUSULA ÉTICA DE DIVULGACIÓN: José Antonio Cobeña Fernández no trabaja en la actualidad para empresas u organizaciones religiosas, políticas, gubernamentales o no gubernamentales, que puedan beneficiarse de este artículo; no las asesora, no posee acciones en ellas ni recibe financiación o prebenda alguna de ellas. Tampoco declara otras vinculaciones relevantes aparte de su situación actual de persona jubilada.
Ataúlfo Argenta, en Castro Urdiales (Cantabria) / JA COBEÑA
Sevilla, 2/IX/2022
Ya lo expliqué sucintamente en el artículo de presentación de esta serie: quería estar cerca de Ataúlfo Argenta, excelente pianista y director de orquesta natural de Castro Urdiales y al que admiro desde mi infancia, recordando todavía como si fuera ayer el día que conocí su fallecimiento cerca de Madrid, ciudad en la que yo vivía en aquellos años de mi infancia. Le he seguido de cerca durante muchos años y todavía resuena en mi alma de secreto la Romanza de Salvador Bacarisse, el segundo movimiento de su preciosa obra Concertino en La menor, que tuvo el valor de dirigir el día de su estreno en París, en 1953, en plena dictadura. Se lo agradecí personalmente al pie de su estatua. Cuento como anécdota de aquel día que durante el tiempo que estuve cerca del director de orquesta tan querido por mí, en el que tomé bastantes fotografías de la escultura que figura en la Plaza de los Jardines, una paloma permaneció posada, impertérrita, en su cabeza, sin querer abandonarle, algo que interpreté como una metáfora de su libertad tan ansiada y por la que fue maltratado por la dictadura incluso a la hora de explicar su fallecimiento tan controvertido en las cercanías de Madrid, concretamente en Los Molinos, situación que comenté en 2017, en un artículo que llevaba por título La verdad sobre Ataúlfo Argenta.
Fue la primera visita a aquella ciudad tan representativa de Cantabria. Sentí muy de cerca su obra artística, como compositor y director de orquesta, pero sobre todo su compromiso ideológico hasta la muerte, como republicano por ideología. Otro motivo que me llevó hasta allí era visualizar directamente lo que durante tantos años sólo he podido contemplar en mi casa, en un grabado al aguatinta, sin fecha, de Venancio Arribas, con una vista espléndida de la Iglesia de Santa María de la Asunción y el Castillo, éste último no visitable en la actualidad. La iglesia es un ejemplo excelente de la mejor representación del gótico en Cantabria. En su interior contemplamos en la capilla Carasa el cuadro de Zurbarán, el Cristo de la Agonía, que también cuenta con su vinculación, una vez más, con Andalucía, al haber sido trasladada allí desde su ubicación anterior, la capilla “denominada de los Amoroses, familia de ricos comerciantes castreños que mantuvo relaciones con Andalucía. Estos contactos permitirían la llegada a Castro Urdiales del cuadro y su posterior instalación en la capilla de los Amoroses. No obstante, también existe una leyenda que explica su llegada a Castro Urdiales de forma sobrenatural. Según dicha leyenda, un día estalló una gran tormenta que puso en peligro unas naves castreñas que se encontraban faenando en busca de ballenas. Ante el temor de que la tempestad pudiera hacerles naufragar, los navegantes comenzaron a implorar con sus rezos que ésta cesara. Al poco tiempo amainó el temporal y fue entonces cuando los marineros, sorprendidos, encontraron flotando sobre el mar un lienzo con la imagen de Cristo que se dirigía hacia Castro Urdiales mostrándoles el rumbo a seguir. Tras llegar a puerto, la obra fue recogida y trasladada a la iglesia de Santa María. Este cuadro, aunque carece de firma, ha sido atribuido a Francisco de Zurbarán, quien durante los años en que vivió en Sevilla pintó numerosos crucificados, si bien fueron pocos los que firmó o fechó, tal y como ocurre en el caso que nos ocupa” (1).
En la fuente consultada sobre el Cristo de Zurbarán, se dice textualmente que “Este cuadro, aunque carece de firma, ha sido atribuido a Francisco de Zurbarán, quien durante los años en que vivió en Sevilla pintó numerosos crucificados, si bien fueron pocos los que firmó o fechó, tal y como ocurre en el caso que nos ocupa”. Andalucía y Cantabria volvían a estar unidas en su historia. Continuando con la visita, lo que quizás me sorprendió más fue la imagen de Santa María con el Niño, la Virgen Blanca, que apareció emparedada en febrero de 1955, siendo una obra excelente que data del siglo XIII. Junto a ella estaban también unas tallas de los Reyes Magos, datadas en este caso en el siglo XIV. La visita exterior nos devolvió al Cantábrico y entendimos por qué aquello era el sitio ideal para una fortaleza tanto para el cuerpo como para el espíritu.
El encuentro con Ataúlfo Argenta fue muy especial. Recordé allí todas las vivencias que desde pequeño tengo sobre este gran director de orquesta. Llegué a la Plaza de los Jardines y allí pude contemplarlo en 360 grados, con la sempiterna paloma sobre su cabeza. Es una estatua de pie, en bronce, obra de Rafael Huerta Celaya, que se inauguró en 1961. A sus pies figura una placa con un poema de Gerardo Diego, Argenta, Castro Urdiales, aunque probablemente a Argenta no le gustaran estas palabras de un autor muy cercano a la dictadura.
Una y mil veces resuena en mi persona de secreto la Romanza del Concertino en La menor, de Salvador Bacarisse, que dirigió por primera vez Ataúlfo Argenta en su estreno en París, en 1953, interpretado por la orquesta de la Radiotelevisión francesa y tocando Narciso Yepes como solista a la guitarra. Lo he vuelto a escuchar con profundo respeto y admiración gracias al fondo que figura en la Fundación Juan March, como legado que su hijo cedió a la citada Fundación y al que se puede acceder para conocer en profundidad la vida en el exilio y la obra de Bacarisse. En concreto, en la página dedicada al fondo radiofónico en su etapa como productor en numerosos programas en lengua española de la RTF (Radiodiffusion-Télévision Française).
También recordé el inmenso legado de su hijo Fernando, al que califiqué como “un clásico muy popular” en un artículo que le dediqué en este cuaderno digital el día después de su fallecimiento, ocurrido en Madrid el 3 de diciembre de 2013, que tanto hizo para que los niños y niñas de este país descubrieran y amaran la música clásica. He admirado siempre a Fernando Argenta, por el trabajo encomiable que ha desarrollado a lo largo de su vida y de la forma tan didáctica que lo presentó en sociedad, para que este país saliera de su penumbra extrema y comenzara a conocer y sentir la música clásica a través de programas memorables en radio y televisión, Clásicos populares y El conciertazo, aunque él amaba sobre todo su radio, la nacional de España, llegando a afirmar con cierta sorna que «A los que trabajamos en radio no nos deberían poner cara jamás». Aprendí mucho de Fernando en mi vida nómada, escuchándolo siempre con enorme respeto en la radio del coche, en viajes siempre hacia alguna parte. Delante del monumento a su padre, sentí que hay tiempo de vivir y tiempo de morir. Tiempo de agradecer, sobre todo, por la forma alegre de vivir la vida que mostró siempre Fernando, con una música muy especial, por la forma de contar los despistes existenciales de su padre, el gran Ataúlfo Argenta, demostrando que le seguía de cerca cuando dijo, con su gracejo habitual, cómo sería un posible epitafio al final de su vida: «No tengo el ingenio de Groucho Marx, pero sería algo así como “Vaya un despiste que tuve cuando morí”. Así era Fernando Argenta, maestro para muchos clásicos populares.
Hice varias instantáneas de Argenta en aquel momento mágico, rodado curiosamente de muchos niños y niñas a los que tanto amaba su hijo, tomando conciencia de que el encuentro con él fue una excelente ocasión para agradecer siempre su presencia en mi vida. Después, quisimos completar la visita a Castro Urdiales con un reconocimiento a su enclave histórico romano, llamado Flaviógriva, pero como nos ha pasado con numerosos centros culturales de especial relevancia en Cantabria, estaba cerrado por obras de rehabilitación. De todas formas, desde el castillo pudimos comprender perfectamente el eslogan que ha caracterizado a esta Comunidad desde hace bastantes años, cuando contemplamos el mar Cantábrico que nos rodeaba con el vuelo incesante de gaviotas: allí estaba la Cantabria infinita, hermanada con Andalucía. También, el Argenta infinito.
CLÁUSULA ÉTICA DE DIVULGACIÓN: José Antonio Cobeña Fernández no trabaja en la actualidad para empresas u organizaciones religiosas, políticas, gubernamentales o no gubernamentales, que puedan beneficiarse de este artículo; no las asesora, no posee acciones en ellas ni recibe financiación o prebenda alguna de ellas. Tampoco declara otras vinculaciones relevantes aparte de su situación actual de persona jubilada.
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