Vagabundeamos en un mundo al revés

Harto ya de estar harto, ya me cansé / De preguntar al mundo por qué y por qué / La rosa de los vientos me ha de ayudar / Y desde ahora vais a verme vagabundear / Entre el cielo y el mar / Vagabundear.

Joan Manuel Serrat, Vagabundear, 1971

Sevilla, 19/X/2022

Gabriel García Márquez hablaba con frecuencia de que iba del timbo al tambo por su vida, tal y como nos lo confirmó en el prólogo de sus cuentos peregrinos, cuando los entrega al mundo “peleando para sobrevivir a las perversidades de la incertidumbre”. También, Charles Chaplin fue el vagabundo más sensato de cuantos han existido hasta hoy. Todavía mantengo en la filmoteca de mi vida su magistral interpretación en El Chico, película en la que se convirtió en mi ídolo en la infancia a pesar de su vagabundez extrema, en la que Chaplin lanzó mensajes no inocentes, recordando por ejemplo el momento de la salida del hospital al dar a luz la madre de John, el chico, como un grito reivindicativo a la sociedad americana tan dual y puritana, a través de las clásicas escenas de texto en el metraje: “La mujer cuyo pecado era ser madre” o el comportamiento despiadado de los servicios sociales americanos de la época al arrancarle al niño de su protección al ser un vagabundo, aunque sale victorioso de tal situación”. Igualmente, Joan Manuel Serrat como cantor en mis años jóvenes, junto a Mediterráneo, que compuso una canción, Vagabundear, dedicada a ese arte como metáfora de hacer camino al andar cuando estamos perdidos, peregrinando aquí y allá por la vida: Harto ya de estar harto, ya me cansé / De preguntar al mundo por qué y por qué / La rosa de los vientos me ha de ayudar / Y desde ahora vais a verme vagabundear / Entre el cielo y el mar / Vagabundear.

En este contexto vuelve a presentarse en sociedad una investigación liderada por una neurocientífica española, Nazareth Castellanos, que ya conocía desde años atrás, que se centra en una realidad que confirma algo llamativo: el cerebro vagabundea la mitad del tiempo de nuestras vidas, tal y como lo ha confirmado en una entrevista reciente en el diario El País: “Casi la mitad del tiempo nuestro cerebro es un vagabundo” que propicia el vagabundeo mental: “Es uno de los conceptos más interesantes en torno a la actividad cerebral. Pablo d’Ors decía que hay que pasar de ser un vagabundo a ser un peregrino. En el cerebro existen esos dos estados. Según un estudio de la Universidad de Harvard, casi la mitad del tiempo —más o menos un 47% del tiempo en que estamos despiertos— nuestro cerebro es como un vagabundo. Y de vez en cuando, por ejemplo, cuando investigamos o cuando practicamos meditación, se convierte en peregrino. Y está claro que el cerebro necesita vagabundear, perderse…, ¡pero el 47% es excesivo! Eso es lo que la Universidad de Harvard identifica como una de las mayores fuentes de insatisfacción vital: ese vagabundeo hace que nos sintamos a la deriva. Lo hizo en un artículo publicado en 2010 en la revista Science titulado A Wandering Mind Is an Unhappy Mind [una mente divagante es una mente infeliz].

Desde un punto de vista estrictamente científico, vagabundear ”Es un estado que se llama red neuronal por defecto (RND). La persona que lo descubrió en 1990, Marcus Raichle, de la Universidad de Washington, lo define como “el ruido de fondo del universo”. Durante ese estado, que es espontáneo, el cerebro empieza a generar actividad de forma estocástica, es decir, al azar. Se llaman “sueños diurnos”. Igual te preguntan: “¿En qué piensas?”, y tú respondes: “En nada”, porque no eres consciente. Sin embargo, ahí dentro hay una vorágine descomunal. Ahora bien, de todas esas funciones que hace ese “vagabundeo”, se calcula que solo un 30% es indispensable. El resto se ha comprobado que no sirve para nada, que es una disipación de energía enorme. Todo eso tiene implicaciones en las enfermedades neurodegenerativas: cuanto más tiempo pasas en ese estado a lo largo de tu vida, más probabilidades tienes de tener depósitos de placas de beta-amilo, que es lo que tienen las personas con alzhéimer o con demencia”. La verdad es que me sorprende este hallazgo científico porque a juzgar por lo que yo había aprendido en mi vida profesional sobre las estructuras del cerebro, me entusiasmaba saber que el cerebro es un trabajador incansable, que no para de hacer cosas durante las veinticuatro horas de cada día, que no es errático, que nunca pierde el tiempo, por decirlo de forma coloquial, porque sabe “ordenar y organizar” muy bien las interconexiones cerebrales, al fin y al cabo la vida de cada uno. Es muy sabio, en pocas palabras, aunque la realidad de que enferme no se conoce todavía bien para justificar todas las enfermedades mentales que existen.

Recuerdo en este sentido una estructura cerebral que funciona como un reloj, las veinticuatro horas del día, sin perder un segundo en nuestras vidas, incluso cuando el cerebro intenta vagabundear. Se llama Núcleo supraquiasmático, NSQ, con unas “características técnicas” sorprendentes que vienen “en su libro de instrucciones existencial”, valga la expresión, en el carnet genético de cada ser humano. Y llama poderosamente la atención la lectura atenta y el análisis de las “características técnicas” que figuran en ese libro-guía. Es un reloj (conjunto de neuronas) de diseño exclusivo y puedo garantizar que no existen dos iguales: mi reloj no lo tiene nadie. Existe reloj (NSQ) de hombre (redondo) y reloj de mujer (alargado) y es probable que esta forma influya en las aferencias y eferencias, es decir, conexiones de entrada y salida con otros núcleos del cerebro, fundamentalmente con la “forma” de ver las cosas el hombre y la mujer, por el papel preponderante de la retina. Es muy pequeño, de aproximadamente 0.8 milímetros y está compuesto de unas 15.000 a 20.000 piezas, es decir, neuronas que hacen un trabajo maravilloso de sincronización puntual para mantenernos despiertos ante cualquier situación vital o para indicarnos que hay que “ir a la cama” para dormir, para mantenernos en actitud de vigilia al interesarnos otras cosas y regular la situación diaria de “estar necesariamente despiertos o dormidos”, entre otras muchas actividades permanentes, porque sabemos que no descansa nunca, aunque a los “propietarios” nos permita, por ejemplo, soñar todos los días. La sincronización es perfecta. Repito: de relojería humana, que no suiza.

Por eso, me entusiasma pensar cómo Serrat, en una canción muy popular, explica el cansancio humano y el vagabundeo asociado a él, hastiado de preguntar tanto por qué y por qué en un mundo al revés, que se lo facilita su NSQ, su reloj existencial: “Como un cometa de caña y de papel / Me iré tras una nube pa’ serle fiel / A los montes, los ríos el sol y el mar / A ellos que me enseñaron el verbo amar / Soy palomo torcaz / Dejadme en paz. Su pasión es volar en el tiempo que le queda libre parta transformar su vida a diario.

Visto lo anterior, me interesa resaltar algo importante de la entrevista citada porque finaliza con una pregunta inquietante: “En su libro infantil Alicia y el cerebro maravilloso [Penguin Random House], usted sostuvo que a ser feliz se aprende. ¿No es mucho sostener? Claro que se aprende [… ] La felicidad se aprende cuando aprendemos a cuidarnos. Para mí, está relacionada con un concepto que tendríamos que desarrollar mucho más en la sociedad, que es el de la intimidad. Pascal decía que un gran problema de la humanidad es que no sabemos estar con nosotros”. Probablemente porque nos da miedo: “En Harvard hicieron un experimento tremendo. Metieron a un grupo de personas en una sala con paredes blancas, sin nada. Les dijeron: “Puedes estar un minuto o una hora; lo único que tienes que hacer es mirar hacia dentro, ver tus propios pensamientos”. La gente aguantó de media seis minutos. El 72% definió la situación como desagradable. La conclusión del experimento fue: es muy duro estar con alguien que no conoces”.

Vuelvo a Serrat y me encuentro con una reflexión que me ayuda a ubicarme en el mundo de vagabundeo existencial: No me siento extranjero en ningún lugar / Donde haya lumbre y vino tengo mi hogar / Y para no olvidarme de lo que fui / Mi patria y mi guitarra las llevo en mí / Una es fuerte y es fiel / La otra un papel. Cada uno, cada una, suele contar la feria como le va, que decimos en un dicho muy popular, como nos va la vida en pocas palabras. Unos teniendo mucho, porque todo lo parece poco, siendo poco y, otros, con casi nada, muy ligeros de equipaje en ese vagabundeo diario dirigido por el cerebro y… por el Amor.

La gran paradoja de la vida es que el cerebro también se equivoca en sus elecciones, porque no es infalible, porque es, sencillamente, humano, sobre todo cuando vagabundea sin horizonte fijo, yendo a menudo del timbo al tambo: No llores porque no me voy a quedar / Me diste todo lo que tú sabes dar / La sombra que en la tarde da a una pared / Y el vino que me ayuda a olvidar mi sed / Que más puede ofrecer / Una mujer.

Lo verdaderamente apasionante es que la locura de amar revoluciona siempre nuestras vidas y de eso el cerebro sabe mucho, porque se “expresa” a través de hormonas que exigen siempre respuestas inmediatas, incluso en los momentos de pérdida del Norte, que dicen los listos, los que lo saben todo, los que siempre tienen respuesta para todo, poniéndose el cerebro por montera, nunca mejor dicho, incapaces de comprender que también tenemos derecho a vagabundear porque, lo digo alto y claro, el libro de instrucciones para vivir dignamente no existe. Eso, el cerebro lo sabe porque se conoce a través del carnet genético de cada uno y su cadaunada:  Es hermoso partir sin decir adiós /Serena la mirada, firme la voz / Si de veras me buscas, me encontrarás / Es muy largo el camino para mirar atrás / Qué más da, qué más da / Aquí o allá / Qué más da, qué más da / Aquí o allá. En un mundo tan descreído, me entusiasma pensar que “Como un cometa de caña y de papel / Me iré tras una nube pa’ serle fiel / A los montes, los ríos el sol y el mar / A ellos que me enseñaron el verbo amar / Soy palomo torcaz / Dejadme en paz. Eso es lo que pide un cerebro vagabundo, que lo dejemos en paz para seguir buscando un mundo mejor, para transformar el que actualmente existe, en el que vivimos y porque, visto lo visto, no nos gusta.

Como vagabundos cerebrales tenemos un derecho barato, al alcance del cerebro, que es soñar despiertos, creando historias imaginables e incluso reales como la vida misma, que nos devuelvan la ilusión de vivir felices. Vivo rodeado de personas que sueñan con un mundo diferente, porque no les gusta el actual, porque hay que cambiarlo. A mí me gusta ir más allá, es decir, el mundo al revés actual hay que transformarlo. Pero surge siempre la pregunta incómoda, ¿cómo?, si las eminencias del lugar, cualquier lugar, dicen que eso es imposible, una utopía, un desiderátum, como si ser singular fuera un principio extraterrestre, un ente de razón que no tiene futuro alguno. No me resigno a aceptarlo y por esta razón sigo yendo con frecuencia de mi corazón y sueños a mis asuntos, del timbo al tambo, como decía García Márquez en sus cuentos peregrinos citados anteriormente, buscando como Diógenes personas con las que compartir formas diferentes de ser y estar en el mundo, que sean capaces de ilusionarse con alguien o por algo. De soñar creando, vagabundeando si es necesario, porque los ojos, cuando están cerrados, siempre preguntan sobre razones para seguir viviendo.

Una última cuestión. Nazareth Castellanos está vinculada a la Cátedra extraordinaria de Mindfulness y ciencias cognitivas, de la Universidad Complutense de Madrid y Nirakara Lab. Hoy la he citado expresamente por su trabajo científico sobre el cerebro vagabundo, porque me parece muy interesante investigar sobre esta realidad científica en su fase actual de estudio, pero en relación con el Mindfulness quiero expresar que mi punto de vista, bastante crítico ante este movimiento, ya lo expliqué con detalle en el artículo que escribí en 2021, en este cuaderno digital, sobre este fenómeno actual, El Mindfulness (la atención plena) no es inocente, en el que finalizaba con palabras que vuelvo a recoger hoy con idéntico rigor, porque cuando hablamos de Mindfulness estamos hablando siempre del cerebro humano, una maravillosa estructura orgánica que contiene todas las posibilidades para atender plenamente la vida diaria de cada persona, que va más allá de las autoayudas y pseudociencias. Pero lo más interesante es que el cerebro permite grabar poco a poco la ética de cada vida a través de la inteligencia, que se desarrolla e instala en él a lo largo de la vida; que es único e irrepetible y que nos juega siempre buenas y malas pasadas, estresantes casi siempre, a través de unas estructuras cerebrales que condicionan la amplitud de nuestro suelo firme en la vida, nuestra ética personal e intransferible, lo que he llamado muchas veces en este cuaderno digital la “solería” de nuestra vida, o lamas de parqué en términos más modernos, puestas una a una a lo largo de nuestra existencia, dependiendo de cada experiencia construida en el cerebro individual y conectivo, que es la razón que nos lleva a ser más o menos felices. Al fin y al cabo, es lo que pretende el cerebro siempre: devolver en su trabajo incansable, porque nunca deja de funcionar, ni de noche ni de día, es más, durante la noche sobre todo, la razón lógica del funcionamiento de las neuronas, un trabajo maravilloso, que mediante unas páginas de un libro que publiqué en 2014, Origen y futuro de la ética cerebral, pueden ayudar ahora a conocer cómo las estructuras del cerebro justifican nuestro origen y futuro humano, el comportamiento de género, la influencia diaria y constante en la inteligencia y en el compromiso para que el mundo propio y el de los demás merezca la pena vivirlo, compartirlo y habitarlo con atención y conciencia plena (Mindfulness ético) ante lo que está pasando.

UCRANIA, ¡Paz y Libertad!

CLÁUSULA ÉTICA DE DIVULGACIÓNJosé Antonio Cobeña Fernández no trabaja en la actualidad para empresas u organizaciones religiosas, políticas, gubernamentales o no gubernamentales, que puedan beneficiarse de este artículo; no las asesora, no posee acciones ni recibe financiación o prebenda alguna de ellas. Tampoco declara otras vinculaciones relevantes aparte de su situación actual de persona jubilada.

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