Sevilla, 15/V/2020
Ayer decía la presidenta de la Comunidad de Madrid que “Mientras trabaje como presidenta, lo haré en un sitio digno”, en medio de una agria polémica sobre la utilización dudosa de un apartotel de Madrid como residencia provisional. Sin entrar en la legalidad o no de la cuestión, porque todavía no existe información clara y rotunda sobre lo ocurrido, sin resquicio alguno, sí quiero hacerlo en el fondo y forma de lo manifestado porque hemos llegado a una situación límite por el uso indecente de palabras con un contenido ético profundo, que no se deben escuchar solo y sin hacer o decir nada, consintiendo con silencios cómplices un uso torticero, como en este caso, de la palabra dignidad. Es más, añade sin rubor alguno que “No voy a resolver los asuntos de los madrileños sobre el comedor en el que ceno. Pues no creo que eso sea lo más oportuno; (…) mientras yo esté trabajando como presidenta de la Comunidad de Madrid, lo haré en un sitio con unas banderas y en un sitio digno, por ejemplo con la foto del Rey”.
Estas manifestaciones las hizo ayer en la Asamblea de Madrid, la casa de cristal de la administración autonómica en la que trabaja representando a casi siete millones de habitantes de diferente signo político. Lo que es indudable es que los madrileños y madrileñas, así como los españoles y españolas que la vean y escuchen al intervenir en público, no se van a escandalizar por verla en su casa «pequeña», confinada como todos los que sufren esta situación, en su comedor de toda la vida y, si hace falta, con la mesa puesta, sin banderas y sin foto alguna del Rey. Sería una imagen de normalidad absoluta y muchas personas se sentirían perfectamente representadas.
La verdad terca es que «dignidad» es una palabra y una cualidad humana muy maltratadas. De forma inmediata me ha venido a la memoria un archivo reciente, que contiene en mi cerebro las palabras que dediqué a Jose Mujica, expresidente de Uruguay, cuando dijo que La política es la lucha por la felicidad de todos, frase pronunciada en su discurso de despedida de la presidencia del gobierno uruguayo el 27 de febrero de 2015. Lo tengo grabado en mi alma política porque hablar de Jose (Pepe) Mujica es hablar de dignidad política integral. También, cuando dijo con estremecimiento de su alma que “la lucha que se pierde es la que se abandona”. Hace tan solo tres meses tuve la oportunidad de ver un documental sobre su vida y obra política, El Pepe, una vida suprema, para aprender su forma de hacer política, tan necesaria en este tiempo. A estas alturas del desencanto político en el mundo global y con responsables políticos que maltratan la dignidad como cualidad humana extraordinaria, solo queda agradecerle que con su edad siga con la ilusión de ser feliz contando a los demás su propia historia política y su forma de ser y estar de forma digna en el mundo. No confunde, como todo necio, valor, dignidad y precio, demostrando con sus hechos, que son amores, que necesitamos su garantía ética de la dignidad política y no sólo buenas razones.
¿Por qué será que me he acordado de Pepe Mujica cuando he leído las manifestaciones de la presidenta Díaz Ayuso en Madrid? Probablemente porque necesito reafirmarme en la creencia de que otra política es posible y que la dignidad, en todas sus manifestaciones posibles, debe ser el denominador común de la misma. También, porque el expresidente ama a su chacra, una humilde casa en el campo y porque no le ha importado nunca atender allí a personas, políticos y periodistas de diferentes posiciones sociales y creencias. Dice Mujica en el documental citado que “Los mejores dirigentes son aquellos que cuando se van dejan a un conjunto de gente que lo superan ampliamente”, creándose una atmósfera de complicidad silenciosa, pero elocuente, entre Mujica y el director, Emir Kusturica, que presagiaba que a partir de esta frase todo el documental iba a pasar páginas virtuales de un breviario para una política digna, plagado de ideas, reflexiones, imágenes, silencios, narraciones, discursos breves que simbolizan la altura de miras de este político uruguayo, tupamaro de origen ideológico y con unas raíces de revolución interior en la etapa colonialista de España en aquellas tierras y muchos siglos atrás.
Algo muy querido para uno de mis maestros de vida, José Antonio Marina, es la demostración de que la gran tarea de la inteligencia es desarrollar actos felices en la vida diaria y ordinaria, sobre todo cuando nos enseña los caminos de una sociedad justa y feliz: conocimiento de las utopías para mejorar el mundo y cómo se puede alcanzar la felicidad personal y política, recurriendo a ejemplos tan extraordinarios como la frase resumen de la Constitución de 1812 en nuestro país que decía: “El objeto del gobierno es la felicidad de la Nación, puesto que el fin de toda sociedad política no es otro que el bien estar de los individuos que la componen”. Ser felices debe ser un proyecto común, construir una “Casa” común, asumir la compasión y la solidaridad como actitudes proactivas para sentirnos protagonistas de un gran proyecto humano que trascienda la indignidad extrema de no ver más allá de nuestras “narices” personales, familiares, políticas y sociales. Ser muchas veces voces de los que no tienen voz. Ser dignos para defender y representar la dignidad de los que están cerca y que, en el caso de la presidenta de la Comunidad de Madrid, es siempre la de sus representados.
Escuchar a Mujica decir que “A esta altura no preciso “plata” (dinero), en absoluto, no preciso para vivir más de lo que tengo” o que “la cultura es la cotidianidad de los valores con los que nos movemos en la vida y eso es parte de la construcción de una sociedad mejor” y “A veces lo malo es bueno y, a veces, a la vez, lo bueno es malo”, nos deja ensimismados en la ilusión de seguir trabajando en la utopía de creer que otro mundo es posible, que otra presidencia de la Comunidad de Madrid también es posible.
Después de más de dos siglos de andadura en el lenguaje compartido y registrado de nuestro país, según la RAE, podemos limpiar, fijar bien y dar esplendor a la palabra dignidad, sin adulterarla ni contaminarla, respetando su propia historia social, aceptando que es una palabra muy apreciada en el habla de todos, compartiendo su raíz histórica y de arraigo popular. Una persona digna, que hace política, como en el caso que nos ocupa, debe ser siempre un ejemplo de seriedad, gravedad y decoro en la manera de comportarse, es decir, debe manifestar pureza, honestidad y recato porque se aprecia y defiende su honra, estimación, modestia, mesura y circunspección, entendida ésta como atención, cordura y prudencia ante las circunstancias para comportarse comedidamente.
CLÁUSULA ÉTICA DE DIVULGACIÓN: José Antonio Cobeña Fernández no trabaja para ninguna empresa u organización religiosa, política, gubernamental o no gubernamental, que pueda beneficiarse de este artículo, no las asesora, no posee acciones en ellas ni recibe financiación o prebenda alguna de ellas. Tampoco declara otras vinculaciones relevantes aparte de su situación actual de jubilado.