Isabel Coixet: una mujer ejemplar, de ego frágil, que sabe abrazar la niebla

Sevilla, 20/IX/2020

El discurso que pronunció ayer la directora de cine Isabel Coixet en el marco del Festival de San Sebastián, al recibir el Premio Nacional de Cinematografía de este año, otorgado el pasado 4 de septiembre por el Ministerio de Cultura, me pareció excelente y a modo de presentación oficial de lo que podría ser un guion sugerente de su próxima película. Treinta años después de su fracaso rotundo en la presentación de una película suya, Demasiado viejo para morir joven (1989), presentada en el año 1990 en el apartado de directores noveles,  en el Festival que ayer arropaba la entrega de su premio en su 68ª edición, volvía al mismo lugar, próximo a la cafetería de su llanto de frustración al leer las crónicas lacerantes sobre su primera película fallida en San Sebastián, todavía con el ego frágil, para pronunciar un discurso que recomiendo leer atentamente porque es una narración preciosa de su película vital y profesional.

Comenzó con una indicación programática: “Me gustaría pronunciar unas palabras dedicadas a todas las personas que quieren hacer lo que yo hago. Voy a invertir el premio en echarles una mano y estaría bien que, antes de nada, escucharan las cosas que me hubiera gustado que alguien me contara cuando empecé”. Amo tanto el cine, que comprendí en su justo sentido que también debía escuchar “estas cosas” en pleno rodaje de la película de mi vida. No voy a repetir nada, porque conviene leerlo en su texto y contexto, pero comprendiendo que es un homenaje a la cultura íntegra, quiero resaltar un hilo conductor que se descubre de forma mágica en la “cosa” 11: “La falta de dinero, equipo, presupuesto nunca puede ser una excusa. Nunca. Crécete ante las limitaciones. Adáptate. Vivimos en una ola de incertidumbre como pocas veces se han visto en la historia de la humanidad. A falta de certezas, abraza la niebla. No queda otra. La niebla”. Salió el título de su mejor película, La Niebla, que alguna vez he simbolizado en este cuaderno digital, porque a pesar de que la vida está llena de nieblas y tinieblas, sólo sé que el mundo sólo tiene interés hacia adelante, atravesándolas siempre.

En las palabras finales de este discurso-guion, en la “cosa 12”, vuelve a las andadas de la niebla, con una visión de género que no olvido: ”Este último punto está dedicado a las mujeres cineastas que empiezan. Todo lo que he dicho antes se aplica por supuesto a vosotras, pero tengo dos noticias: la mala noticia es que todo lo que he apuntado tendréis que multiplicarlo por mil, tendréis que observar mil veces más, tendréis que fijaros más, que esforzaros más, que ser mil veces más fuertes, estar mil veces más serenas, más centradas, más curtidas. Os insinuarán una y mil veces que todo lo que obtenéis es por ser mujeres, y perversamente los obstáculos que os pondrán serán por serlo. La buena noticia, creedme, es que, por fin, en los últimos años siento que esto está cambiando, que hay un interés real por nuestra mirada, por nuestra manera de filmar y de estar en el mundo. Ha costado llegar hasta aquí. Recordad siempre a las que han abierto camino. Nunca os creáis la última coca-cola en el desierto, el último huevo duro del picnic. Si queréis rezar a alguien, rezad a Agnès Varda. Ayudaos todo lo que podáis entre vosotras, ese es hoy por hoy, nuestra mayor responsabilidad. Yo me esforzaré en apoyaros hasta que llegue un día en que no haga falta. Hasta ese día, abracemos juntas la niebla».

Isabel Coixet va a destinar el dinero de este premio, 30.000 euros, a ayudar a las mujeres que empiezan en el mundo del cine. Impecable decisión, aunque creo que la mejor ofrenda personal la ha hecho a la humanidad, con su recomendación mágica de abrazar la niebla, porque “Vivimos en una ola de incertidumbre como pocas veces se han visto en la historia de la humanidad”. Tengo grabada en mi cámara de secreto o memoria de hipocampo, la imagen que descubrí -un día ya lejano- de un ciclista en medio de una espesa niebla, mirando a cámara, mientras no detenía su avance en una calle muy pobre de Srinagar, en India. Todo un símbolo.

Como pequeño homenaje a esta directora ejemplar, publico hoy de nuevo el artículo que escribí en 2018, La mejor librería, con motivo de la entrega a Isabel Coixet de tres premios Goya de ese año, a la mejor dirección, al mejor actor revelación y al mejor guion adaptado, por su película La librería. Va por ella, porque sabe que la cultura es el futuro para la sociedad, incluso para quienes la desprecian.

La mejor librería 

Anoche entregaron tres premios Goya 2018 a la «La librería», como mejor película, dirección y guion adaptado. Junto a «Verano 1993» han sido dos películas a las que dediqué un sitio en este blog de inteligencia digital, porque fueron dos experiencias que quise compartir con las personas que hojean este cuaderno y hacen conmigo camino al andar digital. Vuelvo a publicar el post dedicado a «La librería», disfrutando hoy de forma especial estos premios. Es un símbolo por los momentos especiales que están atravesando miles de mujeres del cine. Me alegra especialmente este reconocimiento porque en este país es importante que se valore el papel de la mujer premiada en el día a día. Al fin y al cabo es el mensaje que han intentado llevar a sus películas Carla Simón e Isabel Coixet, en las que una niña (en el caso de Verano 1993) y una mujer libre de prejuicios (en La librería), nos enseñan por caminos diferentes que otro mundo es posible para quienes piensan en libertad. Tres mujeres y una niña premiadas por enseñarnos a ser diferentes en un mundo diseñado a veces por el enemigo.

Sevilla, 4/II/2018

La librera

Hubo un momento en mi vida, de cuyo año quiero hoy acordarme, en el que soñé con poner una librería. Fue un momento ave fénix que recuerdo siempre con especial cuidado en mi memoria de hipocampo. No lo hice porque surgió otro sueño de compromiso social que me deslumbró y que hoy agradezco también, aunque ya he comentado muchas veces en este blog que me reconcilié con la ilusión de aquél giro copernicano y libresco cuando me reconocí en Guido Orefice, el protagonista de La vida es bella, en las confidencias con su amigo Ferruccio, al comentarle que quería abrir una librería para ser feliz junto a otras dos razones de importancia extrema. Me ayudó a comprender también que la inteligencia es bella, cuando ayuda a resolver problemas del día a día. Guido Orefice o Roberto Benigni, tanto monta-monta tanto, el protagonista, explicaba bien cómo podíamos ser inteligentes al soñar en proyectos: poniendo (creando) una librería, leyendo a Schopenhauer por su canto a la voluntad como motor de la dialéctica permanente del bien y del mal en la vida y, por último, sabiendo distinguir el norte del sur, porque éste también existe. Además, porque cuidaba de forma impecable la amistad con su amigo Ferruccio, tapicero y poeta, hasta el último momento.

Traigo a colación esta reflexión porque ayer vi una película extraordinaria, La librería, dirigida por Isabel Coixet, que me trajo sentimientos y emociones muy gratas y llenas de recuerdos de aquel compromiso no cumplido. La experiencia de Florence, la librera, cumpliendo su sueño de abrir una librería, era luchar permanentemente y con coraje contra el enemigo enmascarado en personas que no soportan comprender que el mundo solo tiene interés cuando va hacia adelante. Mucho menos, si a alguien se le ocurre abordar iniciativas sobre placeres inútiles, como es leer y disfrutar con los libros queridos. Temen en el fondo que al leer se abra la inteligencia para comprender mejor qué significa ser y no tanto tener. En un momento de la película escuché una voz que recordaba algo esencial en la vida: la lectura es un alimento de primera necesidad.

La película me pareció impecable por la interpretación de los artistas invitados, su guion, escenarios, color, fotografía, mensajes explícitos y subliminales y, sobre todo, por sus silencios cuando solo hablaban las miradas y las manos, por ejemplo. Comprendí lo que un día no tuve la osadía de acometer como proyecto vital. Aunque también me di cuenta de que, a veces, hay que renunciar a determinados proyectos cuando los demás los hacen imposibles y embarcarse en la aventura de leer o navegar hacia islas desconocidas. La metáfora de Jose Saramago en su Cuento de la isla desconocida, es útil cuando ante el fenómeno de la hoja o pantalla en blanco, teniendo alguien la oportunidad de decir algo, esto sea diferente y sirva también para los demás. Es la única forma de abrir la Puerta del Compromiso, como nos recuerda el autor. Es lo que aprendí hace muchos años de Ítalo Calvino en su obra póstuma “Seis propuestas para el próximo milenio”: “…es un instante crucial, como cuando se empieza a escribir una novela… Es el instante de la elección: se nos ofrece la oportunidad de decirlo todo, de todos los modos posibles; y tenemos que llegar a decir algo, de una manera especial” (Ítalo Calvino, El arte de empezar y el arte de acabar).

Gracias, Isabel Coixet, por tu coraje y por indicarnos cómo se llega a esta isla…, desconocida hasta hoy.

Sevilla, 26/XI/2017

NOTA: la imagen se ha recuperado hoy de https://www.lavanguardia.com/cultura/20200919/483564132710/isabel-coixet-premio-nacional-cine-san-sebastian.html

CLÁUSULA ÉTICA DE DIVULGACIÓNJosé Antonio Cobeña Fernández no trabaja en la actualidad para empresas u organizaciones religiosas, políticas, gubernamentales o no gubernamentales, que puedan beneficiarse de este artículo; no las asesora, no posee acciones en ellas ni recibe financiación o prebenda alguna de ellas. Tampoco declara otras vinculaciones relevantes aparte de su situación actual de persona jubilada.

Los clásicos deberían ser populares

Sevilla, 18/IX/2020

Fernando Argenta era hijo de Ataúlfo Argenta, un director de orquesta extraordinario de mediados del siglo pasado, que falleció el 21 de Enero de 1958, una muerte que cogió por sorpresa al discreto encanto de la burguesía de Madrid, porque no le querían dados sus antecedentes “rojos” y donde yo crecía amando la música y la soledad sonora de mis diez años. He admirado siempre a Fernando Argenta, por el trabajo encomiable que ha desarrollado a lo largo de su vida y de la forma tan didáctica que lo presentó en sociedad, para que este país saliera de su catetez musical extrema y comenzara a conocer y sentir la música clásica a través de programas memorables en radio y televisión, Clásicos populares y El conciertazo, aunque él amaba sobre todo su Radio, la Nacional de España, llegando a afirmar con cierta sorna que “A los que trabajamos en radio no nos deberían poner cara jamás”. Hizo muy populares a los músicos clásicos y gracias a él hay varias generaciones en este país que hoy día aman la música de los clásicos.

Traigo a colación esta reflexión porque frecuento mucho la lectura de los clásicos en la literatura, la poesía, el teatro, la música, la pintura, la religión y otras artes y creencias clásicas dignas de guardar. Se lo debo a profesores y profesoras que he tenido a lo largo de mi vida, auténticos maestros y maestras, que me enseñaron la forma de aprehender la belleza de su pensamiento, de su pintura, de su capacidad de representación escénica de la vida, de su forma de componer obras musicales inolvidables, de sus creencias. Clásicos a veces no populares, por supuesto. En años de juventud y madurez clásica, tengo que reconocer que tuve la suerte de encontrar una referencia literaria de un gran autor, Ítalo Calvino, del que ya no me he separado y del que sigo aprendiendo a diario. En esta ocasión y cuando nos insisten de forma machacona en que nos instalemos en la “nueva normalidad”, de la que ignoro su quintaesencia, me encuentro de nuevo con una obra suya preciosa, ¿Por qué leer los clásicos? (1), sobre todo sus catorce “definiciones”, que deben ser leídas sin dejar ninguna atrás. Lo recomiendo encarecidamente como se decía en mi casa ante misiones culturales aparentemente imposibles e inútiles.

Hoy he elegido tres definiciones que justifican la lectura de este libro de Calvino, concatenadas siguiendo su docto criterio, que al final son cuatro y verán por qué, en un mes de septiembre que acaba de llegar, con su efecto halo académico que nunca abandono y que en mis años jóvenes esperaba entusiasmado con una canción de Bobby Darin, Cuando llegue septiembre, que pasó la censura del Régimen sin problema alguno: Y la noche sin final será el encanto de septiembre para mí, / porque así más tiempo habrá de oscuridad, de intimidad, de estar muy solos.

Les dejo ya con Ítalo Calvino en estado puro:

1. Los clásicos son esos libros de los cuales suele oírse decir: «Estoy releyendo…» y nunca «Estoy leyendo…».

Es lo que ocurre por lo menos entre esas personas que se supone «de vastas lecturas»; no vale para la juventud, edad en la que el encuentro con el mundo, y con los clásicos como parte del mundo, vale exactamente como primer encuentro. El prefijo iterativo delante del verbo «leer» puede ser una pequeña hipocresía de todos los que se avergüenzan de admitir que no han leído un libro famoso. Para tranquilizarlos bastará señalar que por vastas que puedan ser las lecturas «de formación » de un individuo, siempre queda un número enorme de obras fundamentales que uno no ha leído. Quien haya leído todo Heródoto y todo Tucídides que levante la mano. ¿Y Saint-Simon? ¿Y el cardenal de Retz? Pero los grandes ciclos novelescos del siglo XIX son también más nombrados que leídos. En Francia se empieza a leer a Balzac en la escuela, y por la cantidad de ediciones en circulación se diría que se sigue leyendo después, pero en Italia, si se hiciera un sondeo, me temo que Balzac ocuparía los últimos lugares. Los apasionados de Dickens en Italia son una minoría reducida de personas que cuando se encuentran empiezan enseguida a recordar personajes y episodios como si se tratara de gentes conocidas.

Hace unos años Michel Butor, que enseñaba en Estados Unidos, cansado de que le preguntaran por Émile Zola, a quien nunca había leído, se decidió a leer todo el ciclo de los Rougon-Macquart. Descubrió que era completamente diferente de lo que creía: una fabulosa genealogía mitológica y cosmogónica que describió en un hermosísimo ensayo. Esto para decir que leer por primera vez un gran libro en la edad madura es un placer extraordinario: diferente (pero no se puede decir que sea mayor o menor) que el de haberlo leído en la juventud. La juventud comunica a la lectura, como a cualquier otra experiencia, un sabor particular y una particular importancia, mientras que en la madurez se aprecian (deberían apreciarse) muchos detalles, niveles y significados más. Podemos intentar ahora esta otra definición:

2. Se llama clásicos a los libros que constituyen una riqueza para quien los ha leído y amado, pero que constituyen una riqueza no menor para quien se reserva la suerte de leerlos por primera vez en las mejores condiciones para saborearlos.

En realidad, las lecturas de juventud pueden ser poco provechosas por impaciencia, distracción, inexperiencia en cuanto a las instrucciones de uso, inexperiencia de la vida. Pueden ser (tal vez al mismo tiempo) formativas en el sentido de que dan una forma a la experiencia futura, proporcionando modelos, contenidos, términos de comparación, esquemas de clasificación, escalas de valores, paradigmas de belleza: cosas todas ellas que siguen actuando, aunque del libro leído en la juventud poco o nada se recuerde. Al releerlo en la edad madura, sucede que vuelven a encontrarse esas constantes que ahora forman parte de nuestros mecanismos internos y cuyo origen habíamos olvidado. Hay en la obra una fuerza especial que consigue hacerse olvidar como tal, pero que deja su simiente. La definición que podemos dar será entonces:

3. Los clásicos son libros que ejercen una influencia particular ya sea cuando se imponen por inolvidables, ya sea cuando se esconden en los pliegues de la memoria mimetizándose con el inconsciente colectivo o individual.

Por eso en la vida adulta debería haber un tiempo dedicado a repetir las lecturas más importantes de la juventud. Si los libros siguen siendo los mismos (aunque también ellos cambian a la luz de una perspectiva histórica que se ha transformado), sin duda nosotros hemos cambiado y el encuentro es un acontecimiento totalmente nuevo. Por lo tanto, que se use el verbo «leer» o el verbo «releer» no tiene mucha importancia. En realidad podríamos decir:

4. Toda relectura de un clásico es una lectura de descubrimiento como la primera.

¿Les ha gustado? Recuerdo que faltan diez definiciones para completar esta guía de lectura elaborada por Calvino, que pueden leer aquí facilitada por la editorial Siruela. No les va a defraudar y comprenderán por qué hay que leer a quienes tanto han aportado a la humanidad a través de sus textos y contextos. Nuccio Ordine, en Clásicos para la vida (2), hace una introducción extraordinaria al respecto en su pequeña pero densa obra, que me conmueve en su justo sentido y de la que próximamente hablaré en este salón virtual: Si no salvamos los clásicos y la escuela, los clásicos y la escuela no podrán salvarnos. Aviso para navegantes virtuales.

(1) Calvino, Ítalo, ¿Por qué leer los clásicos?, 2012. Madrid: Siruela.

(2) Ordine, Nuccio, Clásicos para la vida, 2017. Barcelona: Acantilado-Quaderns Crema.

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El surrealismo vital de Lee Miller

Autorretrato de Lee Miller

Sevilla, 17/IX/2020

Conocí a esta excelente fotógrafa y fotoperiodista cuando me acerqué a la obra de Man Ray, en una imagen que no olvido, Le somneil, realizada en 1937 y en la que aparecen Consuelo de Saint-Exupéry (esposa-rosa del autor de El principito, tan de actualidad siempre) y Germaine Huguet, que figuraba en el programa oficial de una exposición sobre El surrealismo y el sueño, celebrada en Madrid, en 2014 en el Museo Thyssen-Bornemisza.

Recientemente se ha publicado un excelente artículo sobre la vida y obra de Lee Miller, Lee Miller: mucho más que la musa de Man Ray o la mujer en la bañera de Hitler, que recomiendo en una lectura atenta, en el que se reivindica el papel tan importante que jugó como mujer comprometida con su oficio de fotografiar la vida, reinterpretándola en determinados momentos de su carrera vital y profesional con toques surrealistas ante un mundo tan adverso con ella, sobre todo en su niñez americana. Con tan sólo 24 años saltó de América a París, un centro artístico mundial y en permanente ebullición para acercarse a Ran May: “Pensé que la mejor forma era empezar estudiando con uno de los grandes maestros en la materia, Man Ray”, recordaba la propia Miller en una entrevista en In Town Tonight en 1946. “En aquel tiempo estaba en París, así que me acerqué a él y le dije: ‘Hola, soy tu nueva alumna y aprendiz’. Él respondió: ‘Yo no tengo alumnos ni aprendices’. Y yo le dije: ‘Ahora sí”. Aquel desparpajo le valió un puesto como ayudante en su estudio. Ella tenía 24 años y él, 40; pronto se hicieron amantes”. Gracias al trabajo desarrollado en el cuarto oscuro de Man, descubrió la técnica de la solarización, de la que se conservan imágenes extraordinarias realizadas en solitario por ella. Picasso y Dalí también estuvieron presentes en esta fase de reinterpretación de su azarosa vida.

Lee Miller (Man Ray)

Lee Miller, en su trágico mundo existencial se reinventó continuamente, dando un paso transcendental en su vida, olvidando el pasado en Vogue como modelo, para inmiscuirse en el difícil arte del fotoperiodismo de guerra, contribuyendo en las revistas Vogue (edición británica) y Life (edición mundial), con su testimonio gráfico, en mostrar al mundo su cara menos amable, terrible en ocasiones: “En abril de 1945, con unas ojeras inmensas, la bella Lee llega al campo de concentración de Dachau junto a los aliados. Así se lo contaba poco después a Withers [ editora de la edición británica de Vogue] en un telegrama: “Te ruego que creas que esto es cierto. Generalmente no hago fotos de horrores, pero creo que abundan en cada pueblo y en cada zona. Espero que Vogue sienta que puede publicar estas fotos”. Acordaron sacarlas en las ediciones americana e inglesa, junto a un reportaje que titularon Believe It, Lee Miller cables from Germany. Por primera vez las brillantes páginas de la revista se abrieron a las atrocidades y el espanto. Las fotografías de Miller sin duda se encuentran entre los contenidos más cruentos que ha publicado la cabecera en más de 125 años de historia”.

Mi amor por la fotografía me lleva hoy a hacer un pequeño homenaje a la aportación profesional que Lee Miller hizo a la memoria histórica del mundo. Sigo creyendo que hay fotógrafos y fotógrafas que retratan almas especiales, en blanco y negro, como Ran May, Lee Miller, Marc Riboud,  Robert Capa, Kati Horna, Sebastião Salgado o Ramón Masats en España, que valoramos hoy de forma especial porque muchas veces estamos ciegos ante el color que dio al mundo la creación transcendental del hombre y la mujer, que tuvieron la oportunidad de ver durante un tiempo el paraíso de sus almas, como nos recuerda de forma magistral Salgado en su obra Génesis. Gracias, hoy, a ellos y a tantos profesionales anónimos que aun jugándose a diario la vida nos han aportado y entregan tanta verdad a través de sus enfoques de momentos transcendentales de la vida, de sus ojos en definitiva, como aprendimos un día de Machado, ya que no son ojos porque los veamos, sino que son ojos porque a través de sus fotografías, nos ayudan a contemplar y amar mejor la vida. Incluso la vida compleja y atormentada de Lee Miller.

NOTA: la fotografía de Lee Miller realizada por Man Ray, se han recuperado hoy de https://www.lavanguardia.com/cultura/20200508/481015871276/el-reto-man-ray-lee-miller-suicidio-surrealismo.html

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Viaje al alma de un violín, de una orquesta

Sevilla, 16/IX/2020

¿Cómo debe ser situarse en el interior de un violín y escuchar desde ahí su sonido? “Symphony” trata de dar respuesta a estas fantasías acústicas y sensitivas. Esta pregunta, junto a su respuesta, resume en pocas palabras el alcance de un proyecto digital soberbio, Symphony, que va a permitirnos viajar al interior de una orquesta, de todos sus instrumentos, de su dirección: “Symphony es una experiencia inmersiva audiovisual que ofrece un viaje a través de las emociones y la música con el objetivo de acercar la música clásica a todos los públicos. El espectador podrá vivir y entender la música clásica sintiéndose como un músico más dentro de una orquesta. A través de esta experiencia única, disfrutará de las composiciones de Beethoven, Mahler y Bernstein, de la mano del gran director de orquesta Gustavo Dudamel y de los más de 100 músicos integrantes de la prestigiosa Mahler Chamber Orchestra”.

Ayer se presentó el proyecto por parte de la Fundación La Caixa junto al director venezolano Gustavo Dudamel, una experiencia digital al servicio de la divulgación de la música clásica: “[…] un maravilloso experimento tecnológico, el cual va a ser conectar el arte con el alma del pueblo, el alma de la ciudad, el alma de las ciudades, el alma de un país, el alma del mundo”, en palabras de Dudamel. El director y guionista del proyecto, Igor Cortadellas habla con ilusión desbordante de cómo ha sido la experiencia de crear los equipos necesarios para abordar un proyecto de estas características, “creando alianzas, complicidades, compartiendo la ilusión de hacer crecer este proyecto, pero que al final tiene la fragilidad y la delicadeza de una pequeña caja de música”.

Admiro la carrera artística de Dudamel ese hace ya muchos años y creo en su palabra de músico que respeta el acceso colectivo a la cultura: “Cuando nos sentamos con mis amigos en la Fundación ”la Caixa” para soñar sobre qué queríamos conseguir con este proyecto, vimos muy claro desde el principio que compartíamos tres creencias principales: que la música puede transcender nuestras diferencias, propiciar el empoderamiento individual y promover la integración social”, afirma Dudamel. “Este proyecto es una encarnación perfecta de aquellos valores compartidos, una exposición móvil que ofrecerá a decenas de miles de personas acceso a la música sinfónica y, espero, suscitará una mayor apreciación de esta forma de arte. También deseo que enriquezca e inspire las personas que estuvieron implicadas en la preparación e interpretación de esta maravillosa, y un poco alocada, producción” (1).

Gustavo Dudamel piensa siempre en el alma humana. Recuerdo ahora una frase suya sobre la “perfección imperfecta” que pronunció unos días antes de dirigir el Concierto de Año Nuevo, en Viena, el 1 de enero de 2017, después de un ensayo de la Suite Escita, opus 20, de Serguéi Prokófiev, con la Filarmónica de Los Ángeles: “No se trata solamente del performance perfecto. Les estaba diciendo que quería una perfección imperfecta. El riesgo, aquel punto donde tú miras y da vértigo, donde tienes el control de todo y al mismo tiempo, no lo tienes. E inspirar a los demás. Porque, fíjate, tú técnicamente puedes conocerlo todo, pero si no inspiras al grupo no vas a hacer nada especial. Nadie quiere escuchar algo completamente limpio, perfecto, pero que no tenga ningún tipo de alma”. Y el proyecto Symphony la tiene, porque piensa en el pueblo, las ciudades, viajando como en este caso al interior del alma del violín, de una orquesta. Es un momento en el que será posible acercarse, por ejemplo, a ese alma real, quizás la pieza más importante de su estructura, sabiendo que ha sido colocada allí por las manos de un lutier utilizando una herramienta sorprendente, el «medidor de almas». Apasionante, porque Symphony nos brindará la oportunidad de medir las nuestras.

NOTA: la imagen de Gustavo Dudamel con las gafas de realidad virtual de Symphony en la mano, es un fotograma extraído del Making of que acompaña a este texto.

(1) https://www.lavanguardia.com/musica/20200915/483493091401/symphony-realidad-virtual-dudamel-caixa-musica.html

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El tamarindo

Celebración del aniversario, el 15 de julio de 1907, de la fundación de Santa Clara (15 de julio de 1689)

Sevilla, 15/IX/2020

El pasado mes de mayo, en pleno confinamiento, participé, con espíritu olímpico, en un concurso de microrrelatos organizado por el Club Santa Clara, al que pertenezco, agradeciendo desde este cuaderno digital una iniciativa cultural de marcado interés social. Conocido el resultado final, no resulté ganador en su sección «Senior», pero continuando con lo aprendido de las olimpiadas griegas y el ideario de Pierre de Coubertin, lo importante para mí era formar parte de un grupo de personas de todas las edades, que dedicaban un tiempo precioso del confinamiento a escribir microrrelatos donde deberían aparecer dos palabras: «ventana» y «lectura» y con una extensión máxima de 200 palabras, con un objetivo final que siempre tuve muy claro: compartir conocimiento, sentimientos y emociones en un contexto personal, familiar y social muy difícil.

Una vez resuelto el concurso, se han publicado todos los microrrelatos participantes en una recopilación muy cuidada y, en el prólogo, a modo de invitación a su lectura, se dice que «[…] la lectura nos conecta con un tiempo y un especio siderales, con una inmensidad que, sin embargo, no da miedo, al revés, nos ayuda a entender mejor nuestro entorno cotidiano. Leemos para aprender (estudiar es leer con intensidad), leemos para conocer, leemos para disfrutar. También, como tantas veces aparece en el Quijote, la lectura pude ser colectiva, en voz alta. Y, la lectura, como se ve en todas las religiones, también puede cumplir una función trascendente de vinculación con el misterio o lo absoluto».

El relato que presenté, llevaba un título paradigmático, El tamarindo, vinculado estrechamente con la fundación de la ciudad de Santa Clara en Cuba, nombre de mi barrio y de mi club. Me interesó en un momento determinado conocer su intrahistoria, que me pareció preciosa, porque la actual Santa Clara es una ciudad perteneciente a la provincia de Villa Clara (antiguamente Las Villas), con rango de capital, que se constituyó por unas familias en torno a un árbol, el tamarindo. Este hecho tuvo lugar el 15 de julio de 1689 y participaron en él 175 personas. Allí fue llevada su semilla en los años posteriores del descubrimiento de América. Este contexto me inspiró el microrrelato que presento hoy a la Noosfera, la malla pensante de la humanidad.

El tamarindo

Una mañana, al amanecer, la niña abrazó el tamarindo del patio. Desde la ventana de su habitación lo veía crecer sin intuir el secreto que escondía. Todos los días regaba su alcorque y dedicaba tiempo a la lectura para comprender su preciosa historia de árbol solitario.

Una tarde, a la hora malva, encontró un fruto que había caído de sus ramas. Estaba cubierto de hojas secas. Sabía que esta semilla había viajado durante siglos desde África a Santa Clara de Cuba y que allí se había quedado para siempre. Ahora, estaba en sus manos como un tesoro que podía guardar hasta verlo crecer de nuevo, sin decir nada a nadie.

Una noche, a la luz de la luna, salió al patio y vio que el tamarindo ya no estaba allí. Le contaron que se lo habían llevado para curarlo de unas heridas que tenía en su corazón porque su dueño era un esclavo que hace muchos años salió de África para entregar su semilla al mundo a cambio de libertad.

Era ya de madrugada y se durmió profundamente. Soñó que el tamarindo, ya libre, se había quedado para siempre en su alma, su pequeña caja de cristal.

Así ocurrió y así lo he contado.

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Una propuesta de un Concierto para la nueva normalidad

Sevilla, 14/IX/2020

Esta semana nos brinda la Fundación Juan March una oportunidad fantástica para conocer a Salvador Bacarisse (1898-1963), compositor español que tuvo que marchar al exilio como consecuencia de la  guerra civil, al que tanto admiro y al que profeso un gran respeto cada vez que me aproximo al teclado de mi piano o del clave para interpretar su maravillosa Romanza, el segundo movimiento del Concertino en La mayor, sobre el que ya he comentado mi parecer sentido en este cuaderno digital. En esta ocasión podemos escuchar dos obras preciosas de Bacarisse, accediendo al contenido del vídeo que encabeza estas palabras: “La claridad de su escritura, intensificada durante el exilio por su deseo de establecer una comunicación fluida con la audiencia, se hace patente en su Concerto pour le jour de l’an (1954) y en la breve pieza Chant de l’oiseau que n’existe pas (1963):

00:00 Chant de l’oiseau que n’existe pas, Op. 131

03:48 Concerto pour le jour de l’an, para arpa y vientos Op. 92 (estreno en España)

Ambas obras sintetizan una forma de componer con la delicadeza que acompaña a sus títulos programáticos, porque La canción del pájaro que no existe es una forma de expresar la belleza pasajera en la vida a través de dos flautas que intercambian un canto imaginario. En relación con la segunda, un Concierto para el Año Nuevo, se me antoja como una posible forma de interpretar y aprehender la “nueva normalidad”. Al menos así lo he sentido en cada compás y fraseo de sus tres movimientos, que se pudo escuchar por primera vez en España en esta interpretación, en la sede la Fundación, el 8 de noviembre de 2017, formando parte de un ciclo dedicado a Bacarisse y el exilio, del que se puede disfrutar de su contenido completo en la citada Fundación: “En este enlace puedes bucear en el legado de Bacarisse, que incluye 290 partituras originales y 164 grabaciones. En noviembre de 2017 programamos este ciclo dedicado a su obra y a la de otros músicos del exilio. En este enlace puedes volver a escuchar esos conciertos, que incluyen estas canciones populares interpretadas por Sonia de Munck y Aurelio Viribay”.

En estos momentos tan difíciles en los que vivimos el asedio de información preocupante sobre la pandemia, viene bien este remanso de paz que nos ofrece Bacarisse en su obra, desgraciadamente muy desconocida en nuestro país, atendiendo el fondo y forma de las palabras que he escrito sobre este compositor, centradas en la Romanza citada: “Cada vez que me aproximo a esta partitura busco comprender mejor qué quiso transmitir el autor en ella. Hace años dediqué unas palabras especiales a Ataúlfo Argenta, gran amigo de Bacarisse y creo que me acerqué a su verdadero sentido: “Buscando esta verdad de Ataúlfo Argenta, he seguido de cerca a Fernando Argenta [Clásicos Populares] en mi vida nómada, escuchándolo siempre con enorme respeto en la radio del coche, en viajes siempre hacia alguna parte. El mismo que él tenía hacia su padre cuando nos presentaba el Concertino para guitarra y orquesta en La menor, de Salvador Bacarisse (sobre todo su Romanza), nada apreciado por el Régimen franquista por su deriva republicana y que dirigió en un concierto memorable en París el día de su estreno [15-X-1953, París (Théatre des Champs-Élysées), interpretado por Narciso Yepes (guitarra) y L’Orchestre National, en un concierto publico organizado por la Radio Televisión Francesa)], del que guardo un recuerdo entrañable en mi memoria de hipocampo, de secreto”.  

Siempre que puedo y además quiero, ofrezco mi pequeño homenaje a Salvador Bacarisse, un músico de alma republicana que tuvo que abandonar este país y morir en el exilio. Cruzar unos correos con su hijo, hace muy poco tiempo, pidiéndole autorización para que la Fundación Juan March, depositaria actual de su legado, pudiera entregarme una copia de la partitura de su famoso Concertino en La menor, donde figura en su segundo movimiento la maravillosa Romanza que tanto me emociona escuchar e interpretar modestamente al clave o piano, me proporcionó un sentimiento de agradecimiento a su memoria que no olvido. Hoy tampoco y creo que quien lea estas líneas comprenderá el sentido profundo de este pequeño homenaje a la memoria histórica de un compositor extraordinario, de cuyo nombre quiero acordarme hoy expresamente: Salvador Bacarisse. Gracias, Maestro.

CLÁUSULA ÉTICA DE DIVULGACIÓNJosé Antonio Cobeña Fernández no trabaja en la actualidad para empresas u organizaciones religiosas, políticas, gubernamentales o no gubernamentales, que puedan beneficiarse de este artículo; no las asesora, no posee acciones en ellas ni recibe financiación o prebenda alguna de ellas. Tampoco declara otras vinculaciones relevantes aparte de su situación actual de persona jubilada.

Las preguntas de Moria

Sevilla, 13/IX/2020

Moria (isla de Lesbos) está lejos, muy lejos, pero no lo que encierra en su campo de refugiados desaparecido por un pavoroso incendio el pasado martes 8 de septiembre: la pobreza más absoluta, la que molesta al primer mundo. Los datos de la Agencia de la ONU para los refugiados, ACNUR, ofrece datos escalofriantes: “El incendio ha destruido la práctica totalidad del Centro de Identificación y Registro de Moria, en la isla griega de Lesbos. Hay más de 12.000 solicitantes de asilo afectados, 4.000 son niños y otras personas vulnerables. Además, hay 407 menores no acompañados, mujeres embarazadas y personas mayores”. Las imágenes que hemos visto estos días pasados de los niños encabezando las protestas, reprimidas por el ejército griego, son escalofriantes.

Estamos distraídos con muchas cosas, algunas de ellas importantes, como la epidemia del coronavirus. Pero no nos debería llevar al olvido de personas que necesitan ayuda urgente en todos los sentidos. Ahora mismo hacen falta kits de emergencia y refugios para todas las familias que se han quedado sin nada en Moria: “En el momento del incendio, 35 personas del centro de recepción se encontraban en cuarentena por haber dado positivo por COVID-19. ACNUR ha pedido a estas personas que restrinjan sus movimientos y permanezcan cerca del centro mientras se busca una solución con carácter temporal para poder alojarlos. Se necesita ayuda urgentemente. Miles de personas han perdido lo poco que tenían y no tienen un techo en el que cobijarse”.

Desde este blog quiero servir de altavoz para tomar conciencia de lo que pasa en una isla desconocida para muchos, pero con una realidad lacerante. La realidad de Moria nos lleva al terreno de las preguntas importantes de la vida acerca de cómo ayudar a los que sufren todos los días la pobreza severa en su condición de refugiados, sin abandonar la atención urgente a la pobreza extrema que nos compromete también en nuestro propio país como he expuesto en varias ocasiones en este cuaderno digital y que está tan cerca de nuestras conciencias.

No es la primera vez que cito a Lesbos en este blog. Hace cuatro años, cité la proximidad de Sevilla con esa isla tan acogedora para los refugiados que casi nadie quiere atender: “Sobran palabras y falta toma de conciencia para solidarizarnos con lo que ocurre en esta diáspora humana que continúa y que ya ha dejado de ser noticia desgraciadamente. Nos emocionamos con Manuel Blanco [el bombero sevillano que se arriesgó a salvar vidas en aquella ocasión tan cercana a la isla] cuando él se emocionaba contando su experiencia. Fue un ejemplo maravilloso de cómo podemos estar cerca de estas realidades solo con querer hacerlo. Gracias a todos los que seguís prestando este trabajo solidario, imprescindible. Desde Sevilla”.

Es posible que la solución ética esté en ponernos en el lugar de los refugiados e intentar comprender sus vivencias, buscando cada uno su forma de colaborar con este desastre de tan variadas raíces inhumanas. Hoy, me refugio en mi patera vital, sin quilla, que tantas veces cito en este blog y que suele ir a la deriva cuando vamos del corazón a nuestros asuntos personales y sociales, porque nos sentimos solos en un mundo diseñado por el enemigo de la concordia (¡qué palabra tan bonita!) humana. Como he escrito en este cuaderno digital, en una reflexión íntima, Los que vamos en patera, tiene sentido solidario con estas realidades de refugiados, de cualquiera que busca refugio en espacios más amables de la vida, seguir viajando en las pateras éticas que hacen singladuras difíciles y comprometidas con la sociedad que menos tiene, con un cuaderno de derrota (en lenguaje del mar) que lleva a localizar las islas desconocidas que tanto amaba Jose Saramago: si no salimos de nosotros mismos, nunca nos encontraremos. Lo importante es viajar hacia alguna parte, buscándonos a nosotros mismos y, a veces, en compañía de algunas y algunos, los más próximos y cercanos. Al fin y al cabo, tal y como finalizaba su cuento de la isla desconocida, buscando siempre puertas de compromiso más que las de regalos o peticiones sin causa, viajando en pateras de dignidad, aunque vayamos muchas veces a la deriva de la vida.

NOTA: la imagen se ha recuperado hoy de https://es.euronews.com/2020/09/11/los-refugiados-del-campo-de-moria-claman-por-su-libertad

CLÁUSULA ÉTICA DE DIVULGACIÓNJosé Antonio Cobeña Fernández no trabaja en la actualidad para empresas u organizaciones religiosas, políticas, gubernamentales o no gubernamentales, que puedan beneficiarse de este artículo; no las asesora, no posee acciones en ellas ni recibe financiación o prebenda alguna de ellas. Tampoco declara otras vinculaciones relevantes aparte de su situación actual de persona jubilada.

Cuando un cuadro habla y nos emociona

 Artemisia Gentileschi, María Magdalena en éxtasis

Sevilla, 13/IX/2020

Carlos del Amor suele cerrar el informativo de la noche en RTVE1 y siempre me ha admirado su forma de aprehender la cultura. Gracias a él he descubierto cómo en unos minutos, con la velocidad estratosférica de los espacios de noticias, te deja prendado de un cuadro, de una mirada, de una fotografía, de una escena de película. Lo traigo a este cuaderno porque recientemente le han otorgado el Premio Espasa 2020 por su obra Emocionarte. La doble vida de los cuadros, un premio literario otorgado desde 1984 por la Editorial Espasa Calpe para la difusión de trabajos periodísticos.

La editora justifica este premio porque “Con un estilo literario y profundamente divulgativo y personal, Carlos del Amor nos ofrece un viaje por 35 cuadros de todos los tiempos, con especial atención a la pintura femenina y a la española. Un viaje a través de texturas, colores, claroscuros, historias, miradas, vidas, abrazos, besos…, que nos descubre un caleidoscopio donde se aúnan verdad y ficción, historia del arte, imaginación y emoción”.

Durante el confinamiento escuché una noche una referencia que Carlos del Amor hizo sobre unos cuadros de Hopper, porque me sentí muy identificado con él, inspirándome una reflexión que vuelvo a compartir hoy de nuevo: “Hopper abordaba con frecuencia la realidad de la espera en muchos cuadros con ventanas y puertas que suponen un respiro en la soledad de cada protagonista y en situaciones personales, familiares, de pareja, a modo de juego existencial en las que cada uno tenemos que buscar la mejor salida al conflicto de vivir confinados con virus o sin él. Los óleos representan muy bien nuestra situación actual, porque son retratos anticipados. Estamos muchas veces solos ante el peligro, en silencio y permitiéndonos algo muy importante: reflexionar, reflexionar, reflexionar y pasar a la acción, porque las ventanas de la vida ofrecen siempre oportunidades. Parando un momento. Estamos viviendo todavía, durante el estado de alarma, en espacios cerrados frente al enemigo único, atrincherados, aunque siempre nos quedan ventanas amplias o pequeñas, desnudas, como invitando a saltar a través de ellas observando los cuadros de Hopper, porque no tienen limitación alguna, solo el vértigo existencial legítimo para trascenderlas y volver a la vida para recorrer las grandes alamedas de la desescalada en libertad”.

Recientemente he expresado la emoción que sentí un día al descubrir dos cuadros concretos de Artemisia Gentileschi, en los que la protagonista era siempre la misma mujer, María Magdalena en estado de melancolía, pero sobre todo cuando vi un tercero, el de María Magdalena en éxtasis, dando la razón a una reflexión muy acertada de Víctor Hugo, la melancolía es la felicidad de estar triste, porque no creo tanto en la situación de éxtasis de la Magdalena como en la de su auténtica melancolía, es decir, un estado de soledad y tristeza, un sentimiento que puede inundar el alma humana y recrearnos en él porque siempre queda la esperanza de la espera de algo o alguien que estuvo o que llegará a tiempo para hacernos felices. Contemplando esta María Magdalena, suenan muy bien las palabras de Neruda en este momento: Mariposa de sueño, te pareces a mi alma y te pareces a la palabra melancolía.

Me emociona tanto este cuadro que provoca en mí un sentimiento de plenitud en mi alma de secreto, pero la emoción es algo muy diferente del sentimiento. Es un estado afectivo pasajero pero de alcance incalculable. El sentimiento, por el contrario, nos deja con un afecto permanente hacia algo o alguien. Somos emocionentes, personas que vivimos las emociones de una forma muy especial y que intenté describir en un relato publicado en este cuaderno digital en 2010, Emocionentes, que vuelvo a hacerlo hoy porque creo que explico en él la forma de vivir plenamente las emociones en nuestra vida. Emocionarte al contemplar un cuadro junto a Carlos del Amor puede ser una gran lección de vida.

EMOCIONENTES

Hace ya mucho tiempo, se descubrió en un país de nunca jamás, una palabra sorprendente, porque el rey del cerebro (así lo llamaban los habitantes del lugar) no sabía cómo explicarla: emocionentes. Solo se conocía una muy parecida: inteligentes, pero era cierto que tendría que salir a cabalgar en un curioso equino cerebral, el hipocampo (caballo encorvado, caballito del mar), que juega un papel tan importante en la carrera de la vida humana, para susurrar a este pequeño corcel, en sus oídos, que hay que identificar bien el largo camino de la memoria. Cabalgando despacio, porque el rey entendió que era posible conocerle bien y saber qué papel tan trascendental juega en la vida de cada una, de cada uno.

Él, bravucón donde los haya, recordaba los ojos de María Celeste, el mascarón de proa preferido de Neruda, que lloraba cada vez que el calor del fuego que ardía en la chimenea de su casa, en la Isla Negra, condensaba el vapor en sus ojos de cristal. Sabía que algo le ocurría al mirar esos ojos saltones y que sucedía algo esencial para la vida de los emocionentes, porque normalmente siempre se escucha al corazón mucho más fuerte que al viento, ya que si esta búsqueda al galope, no tiene corazón, es solo eso, búsqueda.

El rey, tan sabio, sabía que las palabras nuevas (ésta, emocionentes, la había localizado en una larga misiva de carácter regio) no ruborizan, recordando una cita de Cicerón a la que profesaba gran estima: una carta no se ruboriza (Epistola enim non erubescit). El rey del cerebro, en sí mismo, no se ruboriza. ¡Faltaría más! Solo sabía que podía pedir auxilio a los sentimientos cuando la maquinaria perfecta cerebral atisba el sufrimiento humano.

Y descubrió algo maravilloso en su consulta: él era propietario de un caballo encorvado, conocido como hipocampo, que ya se encontraba hace millones de años en los mamíferos primitivos, es decir, ¡estaba en su cerebro! Y lo sustancial: formaba parte del sistema límbico, como estructura fundamental de diferentes tipos de memorias y almacén de las emociones por su proximidad con la amígdala. Vamos por partes, decía ruborizado a pesar de él mismo.

El rey no daba crédito. “¡Soy propietario de un caballo maravilloso y nadie me lo había anunciado!”. Pero he aquí que lleno de curiosidad quiso conocerlo de forma más cercana. Y comenzó a leer y leer, a preguntar en todas partes de aquél mundo de nunca jamás, y supo que si quería conocer y domesticar su caballo encorvado tenía que “abrir su cerebro” para localizarlo. El consejo de sabios fue contundente: no se ve desde fuera. Y comenzaron a explicarle que hace muchos años, unos científicos especializados abrieron uno por curiosidad y se encontraron estructuras donde cabalgaba tranquilamente un caballo como el suyo.

Siguió preguntando, más y más, hasta que una sabia mujer le susurró algo al oído:

– cabalgas porque te emocionas.

De pronto, supo que la información que entra por los sentidos llega al hipocampo dejando siempre una “huella” de lo que se ha “visto” o “sentido”. Así lo confirmaba aquél grupo de expertos. Y que también puede llegar a la amígdala, para evaluar emocionalmente la “escena” o “reacción sensorial” a grabar. Y que comienza la carrera interna del hipocampo como caballo disciplinado o desbocado, en función de los márgenes que dejen los neurotransmisores y las hormonas correspondientes. ¡Qué palabras tan desconocidas!

Aquél rey supo en ese momento que este caballo encorvado es mayor y más activo en las mujeres, es decir, ellas pueden estar en todos los “detalles” de lo que ocurre en determinadas ocasiones; sufre cambios hormonales constantes en una dialéctica entre el estrógeno y la progesterona, activas “amazonas” en la carrera de la vida personal y en pareja.

Se lo diría a la reina: en el primer día del periodo, el hipocampo es activado por el estrógeno reforzando e incrementando en un 25% sus conexiones: se recuerda y aprende más y mejor, es decir, la actividad recordatoria puede ser frenética en la segunda semana del ciclo menstrual. Y él sabía que conocer estas realidades fisiológicas ayuda a los hombres a respetar más a la mujer, entre otras cosas porque sus posibilidades de aprendizaje son una continua lección programada, mes a mes, que hace muy valiosa la experiencia menstrual desde esta óptica contrastada por la ciencia. También le contaron que se había investigado el envejecimiento en esta maravillosa estructura cerebral y que si se mantiene la terapia hormonal en mujeres menopáusicas, su memoria tenderá a envejecer más lentamente, porque las dosis de estrógenos activan la memoria verbal y de largo plazo.

El rey agradeció a los sabios y sabias del lugar, la aproximación que le habían ofrecido sobre el cerebro desnudo. Como era un rey moderno, supo que existía un acto que “susurraba a los caballos” como metáfora de la aprehensión de la vida.

Y comenzó a correr y correr anunciando su “descubrimiento”: él como persona, más que como rey, no solo era inteligente, sino también emocionente, porque sabía a ciencia cierta, que en el cerebro, junto al caballo que acababa de descubrir, se encuentra una estructura cerebral, del tamaño de una almendra, que se llama “amígdala”, situada exactamente en el lóbulo temporal y que forma parte, junto a otras estructuras cerebrales, como el hipotálamo, el septum y el hipocampo, fundamentalmente, de los circuitos responsables de la emoción, de la motivación y del control del sistema autónomo o vegetativo. Y que galopaba directamente al sistema límbico, responsable directo de la codificación del mundo personal e intransferible de los sentimientos y de las emociones. Con el control férreo de la corteza cerebral.

Lo que había descubierto sobre la amígdala era fascinante. Supo que es una estructura muy pequeña y evolutivamente muy antigua. Además y dependiendo de su tamaño se puede identificar el carácter de una persona, llegándose a saber que una atrofia de la amígdala llevará a la persona que la sufra a una seria dificultad en el reconocimiento de los peligros, siendo realmente asombrosa la asociación que se puede llegar a dar entre su hipertrofia y la violencia y agresión. También, que se puede llegar a conocer el coeficiente de las emociones en cada lado de la amígdala.

Había leído, además, que el cerebro es capaz de decodificar el significado y el sentido emocional de palabras que se presentan a las personas de su reino, de manera subliminal. De ahí la importancia de los anuncios publicitarios y su falta de inocencia, en aquél mundo del nunca jamás. Obvio. Y qué campo tan interesante se abría en su reino para la educación infantil y en casa, en el trabajo y en la Universidad Regia. Los elementos de contexto en los que vivían las personas de aquél lugar, hacían evidente las emociones de cada día, de su existencia diaria, ¡cuántas palabras e imágenes, cuantos estados afectivos momentáneos (emociones) y duraderos (sentimientos) se pueden estar desarrollando y elaborando en el interior de las personas sin que se tome plena conciencia de ello! Es lógico que a veces las personas más próximas al rey le dijeran: “no sé lo que me está pasando”. Responsable: la amígdala personal e intransferible y su integración en circuitos más complejos.

Conoció que el estrógeno, la progesterona y la testosterona son actores y actrices invitados en el funcionamiento de la amígdala en el cerebro sexuado. Todo lo que ocurra a nivel hormonal afecta a la amígdala. La razón es obvia: si el estrógeno está equilibrado en su funcionamiento ordinario, complejísimo, la amígdala hará vivir y sentir las emociones conscientes e inconscientes de forma regular, modulando actuaciones preprogramadas. Después, los sentimientos y emociones que se construyen en la amígdala, en compañía del hipocampo y del hipotálamo, se bifurcan en razón del protagonismo que concurra en relación con las hormonas masculina o femenina: la progesterona y la testosterona. Y en cada ciclo de vida personal, el protagonismo es diferente. Por ello, supo el rey, que la inteligencia individual, comienza a escribir en el libro de vida de cada persona en particular, cómo se aborda la resolución de problemas diarios para vivir de forma adecuada. Sin florituras agregadas. Solo se regula la mejor forma de vivir, sabiendo que la amígdala es sensible de forma particular con todo lo que a mí me pasa y me acaba afectando de forma momentánea (emociones) o duradera (sentimientos).

El rey, con su caballo desbocado, tuvo la impresión de que la próxima vez que se comiera una almendra, iba a tener una sensación (¿emoción, sentimiento?) diferente de lo que hacía a diario. Probablemente, porque la amígdala cerebral de cada una, de cada uno, ha mandado unas señales neurológicas diciendo a la corteza cerebral que recuerde algo que ya protegió el caballo encorvado, porque ya sabe por qué está sintiendo algo especial.

El rey ya lo había dicho: somos emocionentes.

Y consideró su misión cumplida, aunque para él, este maravilloso cuento humano, plebeyo en definitiva, no había hecho nada más que empezar…

CLÁUSULA ÉTICA DE DIVULGACIÓNJosé Antonio Cobeña Fernández no trabaja en la actualidad para empresas u organizaciones religiosas, políticas, gubernamentales o no gubernamentales, que puedan beneficiarse de este artículo; no las asesora, no posee acciones en ellas ni recibe financiación o prebenda alguna de ellas. Tampoco declara otras vinculaciones relevantes aparte de su situación actual de persona jubilada.

Máscaras o mascarillas, esa es la cuestión

Sevilla, 12/IX/2020

En el gran teatro del mundo hemos pasado, a lo largo de la historia de la humanidad, de la utilización de máscaras exclusivamente en el teatro o en carnavales y fiestas asociadas, a los setecientos millones de mascarillas al año, solo en España, con motivo del coronavirus. La palabra “máscara” viene de dos raíces distintas, del árabe masẖarah “objeto de risa” y del italiano maschera, con un significado original digno de comprenderse en su contexto histórico y social: “Figura que representa un rostro humano, de animal o puramente imaginario, con la que una persona puede cubrirse la cara para no ser reconocida, tomar el aspecto de otra o practicar ciertas actividades escénicas o rituales”. Mascarilla, se define en la segunda acepción del diccionario de la lengua española como “Máscara que cubre la boca y la nariz para proteger al que respira, o a quien está en su proximidad, de posibles agentes patógenos o tóxicos”, que es la realidad que estamos viviendo a diario, aunque la primera acepción es la que parece que comprenden mejor los jóvenes y muchas personas desaprensivas por la mala o nula colocación de la misma: “máscara que solo cubre el rostro desde la frente hasta el labio superior” o, según mi valoración actual, lo que quiera cada uno dejada la decisión al libre albedrío de su orden y concierto.

La realidad es que el diccionario nos ofrece una locución derivada de las palabras máscara y mascarilla, quitarse la máscara o la mascarilla, centrándome sobre todo en la segunda, de actualidad y preocupación social plenas al referirse a “dejar el disimulo y decir lo que siente, o mostrarse tal como es”, es decir, la proliferación de personas que desoyendo lo que las autoridades sanitarias indican y obligan por ley, dejan el disimulo de cómo actúan diariamente en sus vidas, importándoles nada de casi todo lo que les rodea, diciéndonos al quitarse la mascarilla, no llevarla o colgándola en el cuello o en el codo, lo que verdaderamente sienten y mostrándose como son. La mercadotecnia hace el resto, porque la convierte en un accesorio a consumir más allá de su fin saludable, donde el dilema ética-estética está servido de forma manifiesta.

Más de dos mil años de su larga historia no sirven a miles de personas para comprender el sentido actual de protección de algo tan maravilloso como es la vida. El gran teatro del mundo es cambiante y ahora nos toca ser protagonistas de la vida a millones de personas cada día, a cubrirnos el rostro, excepto los ojos, en cada representación vital diaria, donde a veces nos cuesta reconocernos y que forma parte de un ritual saludable para nuestras vidas, siguiendo al pie de la letra la definición de máscara. Además, hay que tomar conciencia del problema asociado al uso intensivo de las mismas, porque es dual:  económico, por su impacto social para los que menos tienen y también, medioambiental, según los datos que se manejan en España en los últimos días: se usan en estos momentos 23 millones de mascarillas al día, 700 millones al año y así, exponencialmente hasta cifras inabarcables, con un impacto ambiental de proporciones ciclópeas, porque una vez convertidas en residuos, bastantes millones acabarán en el mar, donde pueden tardar entre 300 y 400 años en degradarse.

Sería importante que los jóvenes y los adultos descreídos sobre el uso de las mascarillas, trascendieran la raíz árabe de su etimología, “objeto de risa” y se lo tomaran muy en serio en beneficio de todos o tal y como definía el Diccionario de Autoridades de 1734 la locución “quitarse la mascarilla”, dejaran de “deponer su empacho y vergüenza, y decir con resolución su sentimiento claramente y su rebozo”. Se lo agradeceríamos millones de personas que compartimos con ellos la posibilidad que nos ofrece hoy día el simple gesto de ponernos la mascarilla y por la dignidad intrínseca que encierra de poder ser protagonistas enmascarados, pero dignos, en el gran teatro del mundo en el que cada persona vive en su aquí y ahora.

NOTA: la imagen se ha recuperado hoy de https://elsolweb.tv/ya-son-6-los-fallecidos-en-italia-por-el-coronavirus-y-el-numero-de-afectados-asciende-a-219/

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Con el amor y el sufrimiento se fueron aunando las voluntades

¡Trabajadores de mi patria, tengo fe en Chile y su destino. Superarán otros hombres este momento gris y amargo en el que la traición pretende imponerse. Sigan ustedes sabiendo que, mucho más temprano que tarde, de nuevo se abrirán las grandes alamedas por donde pase el hombre libre, para construir una sociedad mejor!

Salvador Allende, Palacio de la Moneda (Santiago de Chile), Radio Magallanes, 9:10 A.M., 11 de septiembre de 1973

Sevilla, 11/IX/2020

Es una cita anual que no olvido, junto a la del sangriento atentado de las Torres Gemelas -cada hecho luctuoso en su tiempo y momento-, porque tengo grabado en mi persona de secreto desde hace 47 años el golpe de Estado en Chile, por parte de un general de cuyo nombre no quiero hoy acordarme. Yo había crecido muy cerca de cantores, no cantantes de este país y de Latinoamérica (cantante es el que puede cantar, mientras que cantor es el que debe cantar, según Facundo Cabral) y, sobre todo, de un grupo inolvidable, Quilapayún, junto a uno de sus fundadores, Víctor Jara. Esta es la razón de que este año recoja una experiencia reciente, profundamente actual, de lo que la sociedad chilena canta todavía hoy, con más fuerza que nunca, utilizando mascarillas, con la música y letra de fondo de Quilapayún en su memorable Cantata Popular de Santa María de Iquique que tantas veces he citado en este cuaderno digital. Me refiero a un vídeo que han lanzado desde Chile al mundo solidario de los que tenemos ilusiones todavía por cambiarlo, porque se puede hacer recordando la letra de esta cantata tan sobrecogedora, de la que siempre he destacado una frase que llevo grabada en mi corazón: con el amor y el sufrimiento se fueron aunando las voluntades, perteneciente al Relato II de la Cantata, que emociona más cuando inmediatamente después escuchamos la preciosa canción “Vamos mujer”. Inolvidable.

Se había acumulado mucho daño,
mucha pobreza, muchas injusticias;
ya no podían más y las palabras
tuvieron que pedir lo que debían.

A fines de mil novecientos siete
se gestaba la huelga en San Lorenzo
y al mismo tiempo todos escuchaban
un grito que volaba en el desierto.

De una a otra Oficina, como ráfagas,
se oían las protestas del obrero.
De una a otra Oficina, los Señores,
el rostro indiferente o el desprecio.

Qué les puede importar la rebeldía
de los desposeídos, de los parias.
Ya pronto volverán arrepentidos,
el hambre los traerá, cabeza gacha.

¿Qué hacer entonces, qué, si nadie escucha?
Hermano con hermano preguntaban.
Es justo lo pedido y es tan poco
¿tendremos que perder las esperanzas?

Así, con el amor y el sufrimiento
se fueron aunando voluntades,

en un solo lugar comprenderían,
había que bajar al puerto grande.

A través de las redes he recibido el vídeo citado que encabeza estas palabras y creo que resume muy bien el compromiso de mi recuerdo activo este año en el que se cumple el 47 aniversario de aquel 11 de septiembre fatídico en Chile, con un mensaje que reproduzco íntegramente por su enorme sentido hoy, elaborado por los hermanos Ibarra Roa, que crearon en 2014, en Santiago de Chile, el proyecto Coro y Danza Ciudadana: “El CANTO NO BASTARÁ” es el nombre que da vida a este inédito video épico, donde el Coro y Danza Ciudadana junto al emblemático grupo Quilapayún, se unen para conmemorar los 50 años del triunfo de la Unidad Popular. A través del arte, traemos al presente un registro histórico musical, que da cuenta de la vigencia y la importancia de la lucha social contra la injusticia;  que nos invita a la unidad y a ser capaces de generar una sola fuerza para alcanzar la victoria y la tan anhelada dignidad. Luchamos por nosotrxs y por todxs nuestrxs compañerxs. Es hora de agruparnos y levantar las voces de aquellxs que realmente quieren un Chile mejor; aquellxs que escuchan al Pueblo y avanzan junto al Pueblo. Agradecemos a lxs artistas del Coro y Danza Ciudadana por su rigor y su empuje, y por supuesto, a Quilapayun por esta maravillosa alianza creativa. También a nuestro equipo de edición y producción, por el enorme trabajo realizado. PRONTO NOS VOLVEREMOS A ENCONTRAR!! HASTA QUE LA DIGNIDAD SE HAGA COSTUMBRE!!”.

La letra de la canción de despedida de la Cantata, en la versión auténtica de Luis Advis, su creador, no la he olvidado en su fondo y forma. Escucharla de nuevo y, si es posible, en el contexto global de todo el relato, es el mejor homenaje que podemos hacer hoy, en este triste aniversario, al pueblo chileno, a Víctor Jara, a Salvador Allende y a todas y cada una de las personas que entregaron su vida por la libertad de Chile. También, a todas y cada una de las personas que luchan en cualquier lugar del mundo por la libertad, la paz, la fraternidad y por la dignidad humana en todas las manifestaciones posibles «hasta que se haga costumbre». No la olvido.

Ustedes que ya escucharon
la historia que se contó
no sigan allí sentados
pensando que ya pasó.
No basta sólo el recuerdo,
el canto no bastará.
No basta sólo el lamento,
miremos la realidad.

Quizás mañana o pasado
o bien, en un tiempo más,
la historia que han escuchado
de nuevo sucederá.
Es Chile un país tan largo,
mil cosas pueden pasar
si es que no nos preparamos
resueltos para luchar.
Tenemos razones puras,
tenemos por qué pelear.
Tenemos las manos duras,
tenemos con qué ganar.

Unámonos como hermanos
que nadie nos vencerá.
Si quieren esclavizarnos,
jamás lo podrán lograr.
La tierra será de todos
también será nuestro el mar.
Justicia habrá para todos
y habrá también libertad.
Luchemos por los derechos
que todos deben tener.
Luchemos por lo que es nuestro,
de nadie más ha de ser.

Así la seguiremos cantando HASTA QUE LA DIGNIDAD SE HAGA COSTUMBRE y se instale en nuestras vidas.

CLÁUSULA ÉTICA DE DIVULGACIÓNJosé Antonio Cobeña Fernández no trabaja en la actualidad para empresas u organizaciones religiosas, políticas, gubernamentales o no gubernamentales, que puedan beneficiarse de este artículo; no las asesora, no posee acciones en ellas ni recibe financiación o prebenda alguna de ellas. Tampoco declara otras vinculaciones relevantes aparte de su situación actual de persona jubilada.

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