
Sevilla, 20/IX/2020
El discurso que pronunció ayer la directora de cine Isabel Coixet en el marco del Festival de San Sebastián, al recibir el Premio Nacional de Cinematografía de este año, otorgado el pasado 4 de septiembre por el Ministerio de Cultura, me pareció excelente y a modo de presentación oficial de lo que podría ser un guion sugerente de su próxima película. Treinta años después de su fracaso rotundo en la presentación de una película suya, Demasiado viejo para morir joven (1989), presentada en el año 1990 en el apartado de directores noveles, en el Festival que ayer arropaba la entrega de su premio en su 68ª edición, volvía al mismo lugar, próximo a la cafetería de su llanto de frustración al leer las crónicas lacerantes sobre su primera película fallida en San Sebastián, todavía con el ego frágil, para pronunciar un discurso que recomiendo leer atentamente porque es una narración preciosa de su película vital y profesional.
Comenzó con una indicación programática: “Me gustaría pronunciar unas palabras dedicadas a todas las personas que quieren hacer lo que yo hago. Voy a invertir el premio en echarles una mano y estaría bien que, antes de nada, escucharan las cosas que me hubiera gustado que alguien me contara cuando empecé”. Amo tanto el cine, que comprendí en su justo sentido que también debía escuchar “estas cosas” en pleno rodaje de la película de mi vida. No voy a repetir nada, porque conviene leerlo en su texto y contexto, pero comprendiendo que es un homenaje a la cultura íntegra, quiero resaltar un hilo conductor que se descubre de forma mágica en la “cosa” 11: “La falta de dinero, equipo, presupuesto nunca puede ser una excusa. Nunca. Crécete ante las limitaciones. Adáptate. Vivimos en una ola de incertidumbre como pocas veces se han visto en la historia de la humanidad. A falta de certezas, abraza la niebla. No queda otra. La niebla”. Salió el título de su mejor película, La Niebla, que alguna vez he simbolizado en este cuaderno digital, porque a pesar de que la vida está llena de nieblas y tinieblas, sólo sé que el mundo sólo tiene interés hacia adelante, atravesándolas siempre.
En las palabras finales de este discurso-guion, en la “cosa 12”, vuelve a las andadas de la niebla, con una visión de género que no olvido: ”Este último punto está dedicado a las mujeres cineastas que empiezan. Todo lo que he dicho antes se aplica por supuesto a vosotras, pero tengo dos noticias: la mala noticia es que todo lo que he apuntado tendréis que multiplicarlo por mil, tendréis que observar mil veces más, tendréis que fijaros más, que esforzaros más, que ser mil veces más fuertes, estar mil veces más serenas, más centradas, más curtidas. Os insinuarán una y mil veces que todo lo que obtenéis es por ser mujeres, y perversamente los obstáculos que os pondrán serán por serlo. La buena noticia, creedme, es que, por fin, en los últimos años siento que esto está cambiando, que hay un interés real por nuestra mirada, por nuestra manera de filmar y de estar en el mundo. Ha costado llegar hasta aquí. Recordad siempre a las que han abierto camino. Nunca os creáis la última coca-cola en el desierto, el último huevo duro del picnic. Si queréis rezar a alguien, rezad a Agnès Varda. Ayudaos todo lo que podáis entre vosotras, ese es hoy por hoy, nuestra mayor responsabilidad. Yo me esforzaré en apoyaros hasta que llegue un día en que no haga falta. Hasta ese día, abracemos juntas la niebla».
Isabel Coixet va a destinar el dinero de este premio, 30.000 euros, a ayudar a las mujeres que empiezan en el mundo del cine. Impecable decisión, aunque creo que la mejor ofrenda personal la ha hecho a la humanidad, con su recomendación mágica de abrazar la niebla, porque “Vivimos en una ola de incertidumbre como pocas veces se han visto en la historia de la humanidad”. Tengo grabada en mi cámara de secreto o memoria de hipocampo, la imagen que descubrí -un día ya lejano- de un ciclista en medio de una espesa niebla, mirando a cámara, mientras no detenía su avance en una calle muy pobre de Srinagar, en India. Todo un símbolo.
Como pequeño homenaje a esta directora ejemplar, publico hoy de nuevo el artículo que escribí en 2018, La mejor librería, con motivo de la entrega a Isabel Coixet de tres premios Goya de ese año, a la mejor dirección, al mejor actor revelación y al mejor guion adaptado, por su película La librería. Va por ella, porque sabe que la cultura es el futuro para la sociedad, incluso para quienes la desprecian.
Anoche entregaron tres premios Goya 2018 a la «La librería», como mejor película, dirección y guion adaptado. Junto a «Verano 1993» han sido dos películas a las que dediqué un sitio en este blog de inteligencia digital, porque fueron dos experiencias que quise compartir con las personas que hojean este cuaderno y hacen conmigo camino al andar digital. Vuelvo a publicar el post dedicado a «La librería», disfrutando hoy de forma especial estos premios. Es un símbolo por los momentos especiales que están atravesando miles de mujeres del cine. Me alegra especialmente este reconocimiento porque en este país es importante que se valore el papel de la mujer premiada en el día a día. Al fin y al cabo es el mensaje que han intentado llevar a sus películas Carla Simón e Isabel Coixet, en las que una niña (en el caso de Verano 1993) y una mujer libre de prejuicios (en La librería), nos enseñan por caminos diferentes que otro mundo es posible para quienes piensan en libertad. Tres mujeres y una niña premiadas por enseñarnos a ser diferentes en un mundo diseñado a veces por el enemigo.
Sevilla, 4/II/2018
La librera
Hubo un momento en mi vida, de cuyo año quiero hoy acordarme, en el que soñé con poner una librería. Fue un momento ave fénix que recuerdo siempre con especial cuidado en mi memoria de hipocampo. No lo hice porque surgió otro sueño de compromiso social que me deslumbró y que hoy agradezco también, aunque ya he comentado muchas veces en este blog que me reconcilié con la ilusión de aquél giro copernicano y libresco cuando me reconocí en Guido Orefice, el protagonista de La vida es bella, en las confidencias con su amigo Ferruccio, al comentarle que quería abrir una librería para ser feliz junto a otras dos razones de importancia extrema. Me ayudó a comprender también que la inteligencia es bella, cuando ayuda a resolver problemas del día a día. Guido Orefice o Roberto Benigni, tanto monta-monta tanto, el protagonista, explicaba bien cómo podíamos ser inteligentes al soñar en proyectos: poniendo (creando) una librería, leyendo a Schopenhauer por su canto a la voluntad como motor de la dialéctica permanente del bien y del mal en la vida y, por último, sabiendo distinguir el norte del sur, porque éste también existe. Además, porque cuidaba de forma impecable la amistad con su amigo Ferruccio, tapicero y poeta, hasta el último momento.
Traigo a colación esta reflexión porque ayer vi una película extraordinaria, La librería, dirigida por Isabel Coixet, que me trajo sentimientos y emociones muy gratas y llenas de recuerdos de aquel compromiso no cumplido. La experiencia de Florence, la librera, cumpliendo su sueño de abrir una librería, era luchar permanentemente y con coraje contra el enemigo enmascarado en personas que no soportan comprender que el mundo solo tiene interés cuando va hacia adelante. Mucho menos, si a alguien se le ocurre abordar iniciativas sobre placeres inútiles, como es leer y disfrutar con los libros queridos. Temen en el fondo que al leer se abra la inteligencia para comprender mejor qué significa ser y no tanto tener. En un momento de la película escuché una voz que recordaba algo esencial en la vida: la lectura es un alimento de primera necesidad.
La película me pareció impecable por la interpretación de los artistas invitados, su guion, escenarios, color, fotografía, mensajes explícitos y subliminales y, sobre todo, por sus silencios cuando solo hablaban las miradas y las manos, por ejemplo. Comprendí lo que un día no tuve la osadía de acometer como proyecto vital. Aunque también me di cuenta de que, a veces, hay que renunciar a determinados proyectos cuando los demás los hacen imposibles y embarcarse en la aventura de leer o navegar hacia islas desconocidas. La metáfora de Jose Saramago en su Cuento de la isla desconocida, es útil cuando ante el fenómeno de la hoja o pantalla en blanco, teniendo alguien la oportunidad de decir algo, esto sea diferente y sirva también para los demás. Es la única forma de abrir la Puerta del Compromiso, como nos recuerda el autor. Es lo que aprendí hace muchos años de Ítalo Calvino en su obra póstuma “Seis propuestas para el próximo milenio”: “…es un instante crucial, como cuando se empieza a escribir una novela… Es el instante de la elección: se nos ofrece la oportunidad de decirlo todo, de todos los modos posibles; y tenemos que llegar a decir algo, de una manera especial” (Ítalo Calvino, El arte de empezar y el arte de acabar).
Gracias, Isabel Coixet, por tu coraje y por indicarnos cómo se llega a esta isla…, desconocida hasta hoy.
Sevilla, 26/XI/2017
NOTA: la imagen se ha recuperado hoy de https://www.lavanguardia.com/cultura/20200919/483564132710/isabel-coixet-premio-nacional-cine-san-sebastian.html
CLÁUSULA ÉTICA DE DIVULGACIÓN: José Antonio Cobeña Fernández no trabaja en la actualidad para empresas u organizaciones religiosas, políticas, gubernamentales o no gubernamentales, que puedan beneficiarse de este artículo; no las asesora, no posee acciones en ellas ni recibe financiación o prebenda alguna de ellas. Tampoco declara otras vinculaciones relevantes aparte de su situación actual de persona jubilada.
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