Cuaderno de campaña / 10. Votar debería ser también un deber fundamental entre los deberes humanos

José Saramago (1922-2010)

Nos fue propuesta una Declaración Universal de los Derechos Humanos y con eso creíamos que lo teníamos todo, sin darnos cuenta de que ningún derecho podrá subsistir sin la simetría de los deberes que le corresponden.

José Saramago, en un discurso pronunciado con motivo de la recepción del Premio Nobel de Literatura en 1998

Sevilla, 16/VII/2023

El artículo 23.1 de la Constitución Española dice que “Los ciudadanos tienen el derecho a participar en los asuntos públicos, directamente o por medio de representantes, libremente elegidos en elecciones periódicas por sufragio universal”. Junto a este derecho fundamental de participación, que se vehicula a través del voto, queda al libre albedrío de cada persona de este país llevarlo a cabo. Ese acto transcendental, votar, creo que debería ser también un deber fundamental entre los deberes humanos, en simetría con el declarado en la Constitución, en el sentido que figura en la propuesta de aprobación a escala mundial de una Carta Universal de los Deberes y Obligaciones de las Personas, formulada en 2016 por la Universidad Nacional Autónoma de México, la Fundación José Saramago y la World Future Society (Capítulo México), en la que se señaló una serie de preguntas cruciales que necesitan urgente respuesta política de Estado y de cada ciudadano en particular, cada uno en su nivel de responsabilidades, entre las que tendría cabida el deber del voto, entre otras cuestiones que se pueden consultar en el documento que recoge la citada propuesta.

Estas preguntas merecen que, días antes de emitir el voto para participar en las próximas elecciones generales, “asunto público” de especial trascendencia política para el país, nos detengamos unos momentos en el frenesí diario que nos impone la vida para tomar conciencia de lo que significa ese acto, votar, para repasarlas una a una, a modo de “deberes fundamentales”: “¿A qué estamos obligados para con nosotros mismos y con quienes nos sobrevendrán, los sujetos y organizaciones de nuestro tiempo? ¿Qué deben hacer además de afirmar sus innegables derechos, los grupos económico empresariales, las asociaciones civiles, las comunidades religiosas, los medios de comunicación, los partidos políticos o los individuos concretos que habitan la tierra? Más allá de desesperanzas y posibilidades particulares de realización, ¿a qué debiéramos estar obligados cada uno de nosotros, en función de nuestras circunstancias, capacidades y posibilidades, para con nosotros mismos, con los demás, con nuestra comunidad, con nuestro sistema de gobierno o con el espacio que habitamos? Que alguien o muchos lo sepan, no es suficiente para lograr acciones en la dirección correcta. Es necesario decirlo, postularlo, comprometerlo, para que las cosas empiecen a marchar en tal sentido. Así como desde hace años se viene pregonando la necesidad de que cada cual se asuma como sujeto pleno de derechos y sea capaz de entenderlos y ejercerlos, así también se hace necesario, a través de un ejercicio de educación cívica, hablar de los deberes y las obligaciones que tales titularidades imponen. Este es, finalmente, el objeto de esta propuesta: ayudarnos a tomar consciencia de que nuestra condición humana pasa, desde luego, por la plena titularidad de los derechos que hemos admitido como innatos a todos los seres humanos, pero también por la aceptación de deberes, obligaciones y responsabilidades para con nosotros mismos y para con los demás”.

El Preámbulo de la citada Carta, a título de marco reflexivo, que se desarrolla en sus veintitrés declaraciones, debería ser un horizonte por contemplar a la hora de introducir el voto en la urna el próximo 23 de julio, tan cerca ya, porque el voto debe llevar dentro una parte muy importante de responsabilidad política ciudadana, como deberes que son propios y no sólo responsabilidad política del Gobierno correspondiente. La razón es humana, personal e intransferible en su esencia y no tiene color. Sí, por el contrario, ideología y se aloja en personas. Ya ha demostrado la historia de forma suficiente que “ninguna ideología es inocente”, como señaló Lukács y tantas veces he citado en este cuaderno digital.

Desde la aprobación de la Declaración Universal de los Derechos Humanos en diciembre de 1948, han pasado casi 75 años de reivindicación permanente de los derechos humanos, pero muy poco se ha hecho en relación con los deberes asociados a ellos como lo más íntimo de su propia intimidad, que también existen. Cuando se aproximan las elecciones generales, creo que también hay que tomar conciencia de nuestros deberes políticos como ciudadanos del mundo, de este país y de esta Comunidad, en los términos propuestos de fondo y forma en la Carta Universal de los Deberes y Obligaciones de las Personas, porque todo lo político, en el sentido más puro del término, también nos pertenece, emulando la famosa frase de Terencio, todo lo humano me pertenece, al ser una dimensión humana primordial como miembros de la aldea global en la que vivimos, somos y estamos cada día de nuestra vida.

Si vuelvo a recordar a José Saramago, especialmente en estas fechas, es por mi admiración y respeto a su vida y a su obra, de la que he escogido algo muy importante que manifestó en uno de los discursos pronunciados con motivo de la recepción del Premio Nobel de Literatura en 1998, refiriéndose al 50 aniversario de la Declaración Universal de los Derechos Humanos: “Nos fue propuesta una Declaración Universal de los Derechos Humanos y con eso creíamos que lo teníamos todo, sin darnos cuenta de que ningún derecho podrá subsistir sin la simetría de los deberes que le corresponden. El primer deber será exigir que esos derechos sean no sólo reconocidos sino también respetados y satisfechos. No es de esperar que los Gobiernos realicen en los próximos cincuenta años lo que no han hecho en estos que conmemoramos. Tomemos entonces, nosotros, ciudadanos comunes, la palabra y la iniciativa. Con la misma vehemencia y la misma fuerza con que reivindicamos nuestros derechos, reivindiquemos también el deber de nuestros deberes. Tal vez así el mundo comience a ser un poco mejor”.

Es justo, por tanto, que en estos momentos trascendentales de elecciones generales, recuerde, junto al derecho fundamental de participación en los asuntos públicos del país, mediante el voto, recogido en la Constitución Española, que es imprescindible establecer la simetría del derecho de participar con el deber de votar, porque “ningún derecho podrá subsistir sin la simetría de los deberes que le corresponden”, tal y como se expresa en la citada Carta Universal de los Deberes y Obligaciones de las Personas. Si lo escribo es para que no se olvide y porque me parece trascendental tenerlo en cuenta en la encrucijada en la que se encuentra este país. Personalmente, suscribo la Carta en todos y cada uno de sus términos, con la “ardiente paciencia” de Neruda, en la espera a que esta Carta tenga el respaldo legal suficiente para que nos comprometa a todos, después de un recorrido iniciado en 2018, cuando a través de la iniciativa descrita anteriormente, inspirada por Saramago en su discurso del premio Nobel, fue presentada al Secretario General de la ONU, António Guterres, a la Comisión de Derechos Humanos y debatida con los embajadores iberoamericanos ante la ONU, recibiendo desde entonces adhesiones internacionales de todo tipo. El derecho a soñar despiertos también existe y, como todo lo humano, siguiendo a Terencio, nos pertenece.

CLÁUSULA ÉTICA DE DIVULGACIÓN: José Antonio Cobeña Fernández no trabaja en la actualidad para empresas u organizaciones religiosas, políticas, gubernamentales o no gubernamentales, que puedan beneficiarse de este artículo; no las asesora, no posee acciones en ellas ni recibe financiación o prebenda alguna de ellas. Tampoco declara otras vinculaciones relevantes para su interés personal, aparte de su situación actual de persona jubilada.

UCRANIA, ¡Paz y Libertad!