Anita Garbín Alonso, era la miliciana retratada por Antoni Campañá en 1936

Barricada. Calle Hospital. Barcelona, 25 de julio de 1936, según figura en el Arxiu Campañá, en la que aparece Anita Garbín Alonso, identificada posteriormente por su propia familia en 2021.

Sevilla, 5/VII/2023

El 22 de marzo de 2021 publiqué un artículo en este cuaderno digital, Las cajas rojas de Campañá, en el que explicaba que el Museo Nacional de Arte de Cataluña ofrecía desde el 18 de marzo, “una exposición de la obra fotográfica de Antoni Campañá, bajo el título La guerra infinita. Antoni Campañá. Las tensiones de una mirada (1906-1989)”, que expresaba el símbolo de esta obra magna en la fotografía icónica de la miliciana que encabeza estas palabras y que durante muchos años se desconocía quién había sido su autor y hasta hace dos años, el nombre de la citada miliciana, que ha resultado ser una andaluza, almeriense por más señas, Ana Garbín Alonso, Anita, que había nacido en Almería en 1915, hija de emigrantes y con una trayectoria anarquista muy importante. En la instantánea Anita tenía 21 años. Siendo una niña se trasladaron sus padres a Barcelona, como tantos andaluces. Al finalizar la guerra formó parte del éxodo republicano, instalándose en Béziers. Ejerció como modista durante muchos años, muriendo en aquella tierra de acogida en 1977. Está enterrada en el cementario nuevo de la citada localidad.

Vuelvo a publicar hoy el artículo citado, en el que figuraba esa imagen icónica pero ya con el nombre de su protagonista, Ana Garbín Alonso, como un pequeño homenaje a la memoria democrática de este país, gracias al trabajo desarrollado para preparar una exposición en la sala Pavillon Populaire de Montpellier, Icônes cachées. Les images méconnues de la guerre d’Espagne (1936-1939) (Iconos escondidos. Las imágenes desconocidas de la guerra de España), sobre la obra de Antoni Campañá, inaugurada el 29 de junio pasado, en la que se identifica a esta miliciana. Estremece conocer lo que ocurrió «hace dos años, cuando François Gómez Garbín, sobrino de Anita, y su esposa, Liliane Hoffman, visitaron la exposición de Campañà en el MNAC de Barcelona. De golpe, ven el cartel de la exposición en la fachada del MNAC. ¡La tía Anita! […] «Se nos puso la piel de gallina”, describe François. En casa sabían desde hacía tiempo que la miliciana de los pósteres anarquistas y los libros sobre la guerra era Anita, pero nadie más lo sabía. Daba la casualidad de que en aquel momento Toni Monné estaba en el museo. “Es mi tía”, le dijo el sobrino de la miliciana al nieto del fotógrafo. “No me lo podía creer”, confiesa Monné. “Fue un momento de emoción compartida: el reencuentro entre la familia del fotógrafo con la familia de la fotografiada”.

Las cajas rojas de Campañá

Sevilla, 22/III/2021

Dos cajas rojas olvidadas voluntariamente por la memoria de un fotógrafo excepcional, Antoni Campañá (1906-1989),  rotuladas como “copias”, descubiertas por su familia en 2018 al llevar a cabo unas obras en una casa de Sant Cugat del Vallès (Barcelona), a punto de ser derribada, que contenían más de 5.000 fotografías que tomó durante los tres años de la Guerra Civil, son las protagonistas de una historia que no deberíamos hoy olvidar ni silenciar. La sinopsis de la publicación de un libro sobre este relato tan sugerente, explica de forma sucinta este maravilloso descubrimiento: “Un enorme friso de la vida en guerra de uno de los grandes fotógrafos pictorialistas del país se despliega ante nosotros. Republicano, catalanista y católico practicante, Campañà retrata una realidad trágica y contradictoria, rica en matices, con contrastes a menudo dolorosos. Desde arcos de iglesias víctimas de la iconoclastia revolucionaria hasta retratos de ácratas tan atractivos que los propios anarquistas acabaron usándolos para hacer postales. Desde protestas por la falta de alimentos delante de la Pedrera de Gaudí hasta soldados del Tercer Reich desfilando por la Diagonal. Acabada la tempestad, Campañà enterró sus fotografías. No quiso que nadie las viera, pero no las destruyó. Un fotógrafo no puede renunciar a lo que sus ojos han visto e interpretado. ¿Para quién era aquel testimonio? Hoy, afortunadamente, es para todos nosotros” (1).

Una de las claves que quizá nos da luz de una pregunta obligada, ¿por qué han estado tanto tiempo ocultas estas cajas?, se ofrece en la notas de prensa de la exposición: “¿Es equidistancia fotografiarlo todo? Es difícil imaginar cuál podía ser la actitud del fotógrafo cuando unos y otros reinterpretaban sus fotos interesadamente con fines propagandísticos. ¿Qué podía hacer? Encerrarlas en una caja roja de desmemoria convertida en la memoria misma. Porque, quizás contradictoriamente, no somos lo que recordamos, sino lo que, consciente o inconscientemente, olvidamos”. Espléndida reflexión en tiempos de tanta confrontación.

Sus fotografías convierten una vida de testigo excepcional de la guerra civil en un legado para la historia de este país que debemos reconocer y agradecer, para que la memoria se mantenga viva a través de imágenes con un contenido real y conmovedor en muchas ocasiones, que nos ofrecen un testimonio de algo que ocurrió y un profesional de la fotografía inmortalizó para un tiempo posterior de silencio. El Museo Nacional de Arte de Cataluña ofrece desde el pasado 18 de marzo, una exposición de la obra fotográfica de Antoni Campañá, bajo el título La guerra infinita. Antoni Campañá. Las tensiones de una mirada (1906-1989), que expresa el símbolo de esta obra magna en la fotografía icónica de la miliciana que encabeza estas palabras y que durante muchos años se desconocía quién había sido su autor.

Junto a esta imagen icónica me he detenido a observar el dolor expreso en las miradas de madre e hija en una fotografía de la exposición, que es la cubierta del programa de mano, sin título, pero que figura con el siguiente detalle: “Refugiados de Málaga en el estadio de Montjuic, febrero de 1937”, porque he visto representado en Cataluña el dolor de Andalucía en aquella contienda tan absurda y triste, que luego se refrendaría con la emigración andaluza hacia aquella tierra. La obra de Campañá me ha recordado la del fotógrafo Robert Capa, a quien dediqué unas palabras en este cuaderno digital en 2018, con una frase sobre él de John Steinbeck que me conmovió al leerla: “Sus fotografías no son accidentes y la emoción que reside en ellas no es azarosa. Capa podía fotografiar el movimiento, la felicidad, el desengaño. Podía fotografiar el pensamiento”. Es verdad en la realidad de estos fotógrafos de la vida, que acabaron amando el color después de haber inundado sus ojos de blanco y negro, tal y como lo expresé en aquél momento: “se puede descubrir el mundo apasionado del color en un fotógrafo que conocíamos en este país como el maestro del blanco y negro en movimiento, por la célebre foto del soldado republicano, imagen tomada por pura casualidad porque estaba en una trinchera con la cámara alzada sin ver exactamente qué estaba fotografiando en ese momento. Le escuché ayer a él [el 13 de abril de 2018, en una exposición] contando cómo tuvo lugar esa secuencia mágica y trágica al mismo tiempo, que ha pasado a la posteridad como una imagen representativa del sinsentido de las guerras”.

Robert Capa conocía bien esta trastienda humana porque había estado en casi todas las guerras, pero siempre nos transmitió las secuencias de personas que siempre están detrás de cada acontecimiento vital en momentos penosos como los que nos entregó.

Robert Capa, Muerte de un miliciano leal, Frente de Córdoba, 1936 © Robert Capa/International Center of Photography/Magnum Photos

La vida es algo más que el blanco y negro, que los grises, de estos clásicos de la fotografía pictorialista, donde la belleza de las imágenes desean trascender siempre la propia realidad “porque el cerebro está preparado para interpretar todos los matices cromáticos de la vida en libertad, sin dejar ninguno atrás, como reflexionaba en un post que escribí en 2009, Nuevas sonrisas, nuevas lágrimas, dedicado al fotógrafo Erick Lessing: la vida de cada una, de cada uno, que es lo más parecido a una película en blanco y negro, con la acromatopsia ética que corresponda, permite descansos, para recuperar esos momentos que tanto nos reconfortan y que nos devuelven felicidad. Pero también sabemos que la dialéctica de las sonrisas y las lágrimas permite apartarnos junto a una pared de la vida personal e intransferible, sentir el abrazo de los que nos quieren, aunque inmediatamente nos llamen mediante megafonía para seguir rodando, viviendo, en definitiva, en la filmación en color jamás contada.

Las cajas rojas de Campañá nos ofrecen ahora una nueva oportunidad de repasar nuestra historia con imágenes muy duras, pero reales como la vida misma, sabiendo que siempre llevaban dentro la belleza de la vida a pesar del dolor que también estaba allí presente. El silencio oculto de Campañá me ha recordado algo que escribí también en este cuaderno digital, en 2014, sobre una gran fotógrafa, Kati Horna, como “obrera del arte”, que fotografió nuestra guerra civil de forma mágica, por petición expresa del gobierno republicano entre 1937 y 1939, en una mezcla muy interesante de surrealismo y fotorreportaje. Estas fotografías de la guerra civil, tanto tiempo ocultas, merecen la pena verlas y agradecer que se mantenga viva la realidad de la España que nos heló el corazón y que ellos retrataron magistralmente, porque gracias a los trabajos de Campañá, Capa y Horna, entre otros muchos fotógrafos y fotógrafas en aquella contienda, podemos seguir valorando mediante imágenes el sinsentido de una guerra civil que solo aportó dolor y sufrimiento.

Ellos conocieron las dos Españas y sobre todo una, terrible, la de la dictadura, que heló el corazón a los españolitos que vinimos al mundo en aquella época y posterior a la guerra, estando seguro hoy al conocer sus obras, que les hubiera gustado hacer un retrato a Antonio Machado, para la posteridad democrática, en un blanco y negro muy especial, utilizando solo gelatino-bromuro de plata en placa seca. Personalmente, lo incluiría en una caja roja imaginaria, en mi memoria de secreto, que llevara una identificación clara, Caja de Sueños, porque la vida es en el fondo un frenesí, una ilusión, una sombra, una ficción, fotografiadas a diario, sabiendo que el mayor bien es pequeño y teniendo hoy muy claro que toda la vida es sueño, y los sueños, que no se fotografían, sueños son.

 (1) Campañá Bandranas, Antoni (2020). La caja roja. La guerra civil fotografiada por Antoni Campañà. Barcelona: Editorial Comanegra.

NOTA: la imagen de la caja roja de Antoni Campañá se ha recuperado hoy de Antoni Campañà, fotògraf total | Cultura | EL PAÍS Catalunya (elpais.com)

CLÁUSULA ÉTICA DE DIVULGACIÓN: José Antonio Cobeña Fernández no trabaja en la actualidad para empresas u organizaciones religiosas, políticas, gubernamentales o no gubernamentales, que puedan beneficiarse de este artículo; no las asesora, no posee acciones en ellas ni recibe financiación o prebenda alguna de ellas. Tampoco declara otras vinculaciones relevantes para su interés personal, aparte de su situación actual de persona jubilada.

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